Dado que el cristianismo tiene su momento fundacional en una crucifixión, todo aspirante a mártir que llegara después no podía aspirar a algo mejor, en una loca carrera de santos por ver cuál tenía un final más escabroso de la que ya hablamos en este artículo.
El arte occidental no podía permanecer al margen y se recreó con gusto a lo largo de los siglos en una iconografía gore de la que uno de sus más interesantes exponentes fue Caravaggio. Un hombre atormentado cuyas pinturas en tonos oscuros de escenas religiosas tomaban como modelos a gente de la calle, en ocasiones mendigos a los que retrataba con todas sus deformidades… y por supuesto recreándose en la violencia y el sadismo: La incredulidad de santo Tomás, David con la cabeza de Goliat, La crucifixión de san Pedro o La decapitación de San Juan Bautista. Este último episodio bíblico de Salomé pidiendo la cabeza del santo que bautizó a Cristo debía de llamarle mucho la atención, porque lo representó de diversas maneras, como la que vemos sobre estas líneas.
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Fuente: Jot Down Magazine
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