El Golpe de Estado: victorias y derrotas
El país está concentrado en recordar los 50 años del golpe de estado del 27 de junio de 1973, que dieron inicio al periodo más largo y sangriento de la historia nacional, casi 12 años de dictadura. No puede ser solo un ejercicio de la memoria por todos los crímenes cometidos, las profundas heridas que todavía quedan, ni el heroísmo, la tenacidad de la resistencia y la inteligencia y amplitud democrática de la salida de ese régimen, tenemos que formularnos preguntas obligatorias e incomodas.
En una anterior columna di mi opinión sobre las causas del golpe de estado, creo que ahora corresponde preguntarse: ¿Cuáles fueron sus consecuencias, quienes triunfaron y quienes fueron derrotados?
La dictadura fue la mayor derrota de toda la historia uruguaya de los planes y objetivos de las clases dominantes y de los sectores más conservadores y reaccionarios de nuestro país. Cambió la historia nacional. La historia nunca cambia para siempre…
Fue y es una derrota de los objetivos políticos, sociales, culturales e ideológicos de los que planificaron y ejecutaron el golpe, civiles y militares y por lo tanto fue una victoria clara y contundente de las fuerzas democráticas y avanzadas del Uruguay, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Aunque resulte pedante, fue la victoria más clara de todas las que se produjeron en el continente con la caída de las dictaduras.
El golpe fue preparado desde varios años antes, con la formación de la logia de los Tenientes de Artigas, con un avance sistemático de los sectores golpistas dentro de las Fuerzas Armadas y coordinado con fuerzas del exterior (Estados Unidos y la dictadura brasilera) e importantes sectores civiles, que no solo fueron su inicial mascarón de proa con, Bordaberry y su banda, sino que fueron su soporte desde organizaciones empresariales, empresarios, medios de prensa y dirigentes políticos.
Fue una dictadura, pero contó con sus propagandistas, sus ideólogos que siguieron actuando incluso luego de su caída.
Su principal objetivo fue ante la crisis económica, social y política nacional y regional, imponer un plan de ajuste, de redistribución radical de las fuerzas, de remodelación fascista de las instituciones y todo montado sobre una base ideológica, que negaba y trataba de borrar las tradiciones artiguistas, batllistas y del wilsonismo y por sobre todas las cosas, destruir a la izquierda a todos los niveles, e imponía el terror, la violencia como sistema de gobierno, incluyendo la destrucción de los partidos políticos en especial la izquierda.
Para eso fue el golpe de estado, todas las teorías de los dos demonios y otras derivadas, en realidad son intentos de ocultar los verdaderos objetivos y la dimensión de su derrota y de quienes fueron los derrotados. 50 años después, estamos obligados a respuestas precisas y rigurosas sobre estos temas.
Mucho se ha escrito sobre la dictadura y mucho más se seguirá escribiendo y es parte de un debate a veces brutal y frontal a veces sutil sobre temas que definen el presente y el futuro nacional. Los grandes crímenes, no pueden circunscribirse a la maldad de una ideología fascista y despiadada o explicarlo todo por la guerra fría o la existencia de organizaciones armadas contra el estado, esa es la parte menor, lo definitorio son los resultados de esas acciones en la historia política, institucional y cultural del país.
Las fuerzas democráticas, que éramos minoría en el país y con grandes diferencias entre nosotros, con el golpe sufrimos una gran derrota y sus consecuencias duraron 12 años. Finalmente los derrotamos, salimos de la dictadura sin que ninguno de los objetivos de los golpistas civiles y militares se cumplieran, aunque se necesitaron varios años para que aflorara esa derrota en toda su dimensión.
Querían destruir a los partidos políticos y en especial a la izquierda, reducirla físicamente, moralmente, políticamente a una pequeña expresión de la sociedad. Fracasaron estruendosamente, la izquierda uruguaya fue capaz de resistir unida todos sus embates, reconstruirse rápidamente, asumir las duras lecciones democráticas, renovarse, dar batalla en los grandes escenarios nacionales, ganar a solo 5 años de la salida de la dictadura, la Intendencia de Montevideo y a partir de allí y fortaleciendo de manera constante al Frente Amplio, incluso luego de su división, ganar en tres oportunidades el gobierno nacional y varias intendencias y transformarse desde 1999 en el principal partido político del Uruguay. Esta fue una enorme derrota golpista.
Y todo eso sucedió luego de la estruendosa caída del «socialismo real» y por lo tanto un enorme impacto político, ideológico y anímico en la izquierda en todo el mundo.
Lo mismo sucedió con el movimiento sindical. Se reconstruyó una central única, rara en el mundo y se amplió su representación y su capacidad de incidencia social y cultural en la vida del país. Eso se puede decir también del movimiento cooperativo, universitario, de la cultura.
La otra gran derrota es la derrota ideológica, aunque haya fuerzas que no se resignan y cada tanto resurgen de las sangrientas cenizas, es la derrota ideológica, en lugar de crecer y consolidarse corrientes históricas revisionistas que recorren diversos caminos, algunos realmente tortuosos y con la complicidad de algunos medios de comunicación. En Uruguay se habla claro de golpe, de dictadura y de sus crímenes y su ideología fascista. Llevó y lleva una larga y compleja batalla. Nunca hay que darla por terminada y ganada, sobre todo en este mundo actual.
Una papel fundamental para derrotar esos relatos, que durante algunos gobiernos democráticos fueron realmente avasallantes o el silencio como gran instrumento, fue la lucha por los derechos humanos, que año tras año se consolidó, incluso superando las derrotas plebiscitarias, hasta transformar la manifestación del 20 de mayo en la mayor demostración ciudadana y democrática de nuestro país.
Pero la mayor derrota y por lo tanto la mayor victoria de las auténticas fuerzas democráticas de todos los colores, pero en especial de los que teníamos una visión reducida y manoseada de la democracia en la izquierda, fue la consolidación política, institucional, cultural e ideal de la esencia misma del Uruguay, su democracia, su libertad su espíritu republicano, que nos viene del fondo de nuestro pasado artiguista.
No es una batalla ganada para siempre, es el conflicto permanente entre las tentaciones autoritarias, sobre todo desde el poder y la paciente y fundamental labor de construir todos los días la democracia y la libertad, practicándola y renovándola. Ejemplos de esas tentaciones autoritarias autodefinidas de izquierda tenemos variados en nuestro continente.
La lucha por los derechos humanos, por los desaparecidos, tiene naturalmente una componente humana, de sensibilidad, de profunda sensibilidad humanitaria, pero es por sobre todas las cosas la lucha infatigable por la memoria, por la justicia y por blindar la democracia de los brotes del autoritarismo, siempre latentes.
La amplitud de la salida de la dictadura, el aislamiento de los pequeños sectores nostálgicos, el pleno ejercicio de la justicia para castigar a los responsables de los crímenes del régimen, pero también de la violación de la Constitución, son y seguirán siendo una gran derrota de las fuerzas que dieron el golpe y que pretendieron justificarlo. Un ejemplo fue la Concertación, aunque fuera abandonada y sepultada por los gobiernos blancos y colorados cuyo gran objetivo era reconstruir las formas tradicionales de conquistar y ejercer el gobierno. Sus planes fracasaron.
No se derrota a los golpistas de antes y sus resabios por la radicalidad de las declaraciones, sino por la profundidad de las convicciones democráticas, la consecuencia en su ejercicio y el profundo sentido histórico de la defensa de nuestra identidad.
En 38 años de democracia no hubo un solo acto de venganza, de ajuste de cuentas con los asesinos y sus mandantes y todos los procesos por los que terminaron desenmascarados y presos fueron en el pleno ejercicio de las instituciones republicanas. No fue un olvido, una debilidad, al contrario, fue una dura lección que todos aprendimos.
Ese fue otro factor de la derrota, los cambios en la izquierda, no solo su crecimiento, sino unir -como no podía ser de otra manera nuestro crecimiento- a las convicciones democráticas, verdaderas y probadas al punto que la derecha uruguaya busca actualmente en el grascismo la clave del avance de la izquierda y antepone el método al contenido. Si es cierto, como lo hicimos siempre dimos la batalla ideológica y cultural de posiciones, pero ahora con la principal bandera, incorporada a nuestra identidad, democracia y libertad, junto a la justicia social, al rechazo a un régimen de opresión y oprobioso reparto del mundo, con la democracia, practicada desde la oposición y todavía más desde el gobierno.
Salimos tan fortalecidos de la dictadura, como para interpretar la marcha del país, comprenderla, formar un bloque social y político de los cambios, gobernar durante 33 años a Montevideo, 18 años a Canelones y varios departamentos y 15 años de gobierno nacional y a pesar de errores, deformaciones que pusieron en peligro nuestra propia identidad, hicimos autocrítica en lo más importante, hacia el futuro y hoy estamos en las vísperas de una nueva gran batalla para recuperar la marcha de los cambios, de la construcción de un auténtico Proyecto Nacional, que no solo sea la continuidad de la «acumulación positiva» sino que la supere en este tiempo nuevo, tanto a nivel nacional como internacional.
Enzo Ferrari, el creador de los míticos autos, decía que «La victoria más bella es siempre la próxima.» Y esa debe ser nuestra convicción y nuestra épica. Tenemos mucho que trabajar para reforzar esa épica.
Por Esteban Valenti
Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net). Uruguay
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