Con los Murakami pirata-original, el negocio de la falsificación encontraría una coartada legal para su mercado /// El contexto más redituable para el arte VIP (video-instalación-performance) es la bolsa, los zapatos, la ropa. El nombre del museo o de la galería se sustituye por el de la marca: Louis Vuitton, Prada, BMW, que además encumbran el nombre del artista. Lo fashion es vender el arte como un objeto de lujo, no como una obra intelectual o poética, es el nuevo Rolls Royce. Warhol dijo que los objetos vulgares son arte y ahora el mercado del lujo resignifica las obras vulgares en iconos de la neo-pop-culture, los convierte en dinero y moda.
Louis Vuitton le canceló a Murakami un contrato que había durado diez años, porque le vendió sus monitos infantiloides y happy faces a Vans. Es una tragedia artística porque si los monos de Murakami estampan unos tenis de 1,600 dólares, se percibe que es un artista costoso, stylish o lo que la retórica VIP crea de él y si su “obra” está en unos tenis de Vans de 65 dólares, entonces el caché del artista y su “significado” caen estrepitosamente al nivel de los tenis de Winnie the Pooh de la colección Disney. Eso sucede con su obra, expuesta en las galerías más caras de las ferias de arte o en los muros de Versalles es presentada como arte, pero si está en una tienda de todo a cien, entonces es desechable y sin ningún valor intelectual, ontológico o cualquier concepto paranormal que le asigne el curador.
La obra de Murakami es igual a Winnie the Pooh, la decepción para sus coleccionistas es que decorando sus accesorios de miles de dólares era un prêt-à-porter o ready to wear de su colección VIP, en cambio, ahora su obra y sus accesorios están devaluados porque estampan tenis para gente que jamás compra esculturas de manga o comisiona retratos con flores. El arte VIP (video-instalación-performance) se benefició porque las firmas y sus objetos están muy bien posicionados, con o sin los colores que le aplicó Murakami, Viutton ha vendido exitosamente esos accesorios por más de un siglo. Lo que ganan las firmas es que el concepto de arte tiene un peso cultural, un diseño “artístico” es un extra que permite subir el precio.
La plataforma que lanzó definitivamente a Yayoi Kusama también fue Louis Vuitton, no un museo, una obra o su fulgurante trayectoria. El staff de la firma replicó los lunares en las tiendas, ropa y accesorios, ella dió el nombre y una idea elemental. El consuelo que le queda a Murakami es que el verdadero negocio, como todo el estilo VIP lo sabe, no está en ser original, está en copiar y en la piratería. Siguiendo las enseñanzas de Walter Benjamin, la reproducción mecánica del made in China le regresará la gloria y el negocio perdido. El aura que tan fantasmagórica resulta para el estilo VIP, la resuelve con un precio accesible, una red de ventas aplastante y dinero que navega en paraísos fiscales.
Los cánones de copiarse a sí mismo y del plagio VIP le permiten asociarse con la industria de la piratería que ya se apropió de los logos y los diseños, y patentar el pirata-original, ya no necesita a esos exigentes peleteros que ignoran que en el estilo VIP no existen los derechos de autor, que el plagio es legalmente fair use y que si en la etiqueta agrega un texto que hable de que esa bolsa o esos zapatos son un “cometario crítico a la noción de autoría, al monopolio que ejerce el neoliberalismo y las nuevas formas de producción, etcétera” escrita por el director de la Bienal de Venecia, hasta consigue que en la Sala de Turbinas de la Tate expongan miles de productos con sus diseños y legalizan el mercado negro. Louis Vuitton paga 15 millones de euros anuales en abogados que se pelean con los fabricantes piratas, Ebay fue condenada por la Corte Comercial de París a pagarles 36 millones de euros por daños al vender falsificaciones, ese dinero sería para Murakami y sus socios.
Con los Murakami pirata-original, el negocio de la falsificación encontraría una coartada legal para su mercado, bastaría con esgrimir los argumentos de los abogados de Koons y Richard Prince. Además se haría justica a toda la clientela que compra piratería, por fin no sentirán que son cómplices un delito o de algo ilegal. La revolución económica, artística y social sería tal que vender y comprar un Murakami pirata-original sería un performance, una obra del estilo VIP.
Por Avelina Lésper
Crítica e investigadora de arte
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