El pato y la gallina /// Aunque no lo admitan – principalmente los países que participaron directamente de esta sangrienta imbecilidad – la Europa de hoy, nunca antes sitiada por tantos extranjeros, desde, por lo menos, los tiempos de la caída de Roma y de las invasiones bárbaras, no está recogiendo sino lo que sembró, al secundar la política norteamericana de intervención, en el Medio Oriente y en el norte de África.
Si no hubiese ayudado a invadir, destruir, vilipendiar, países como Irak, Libia y Siria; si no hubiese equipado, con armas y vehículos, por medio de sus agencias de espionaje, a los terroristas que dieron origen al Estado Islámico, para que estos combatiesen a Kadafi y Bashar Al Assad, si no hubiese ayudado a crear la gigantesca trampa de la Primavera Árabe, prometiendo paz, libertad y prosperidad, a quien luego sólo le brindó hambre, destrucción y guerra, violaciones, enfermedades y muerte, en las arenas del desierto, entre las piedras de las montañas, en el profundo y oscuro sepulcro de las aguas del Mediterráneo, Europa no estaría, ahora, lidiando con la mayor crisis humanitaria de este siglo, sólo comparable, en la historia reciente, a los grandes desplazamientos humanos que se produjeron al final de la Segunda Guerra Mundial.
Muy sueltos de cuerpo, los Estados Unidos, principales responsables por la situación, ni por asomo se imaginan recibir – y en esto deberían estar siendo acusados por los europeos – parte de las centenas de miles de refugiados que crearon, con su torpe y estúpida doctrina de «guerra al terror», de sustituir, paradójicamente, gobiernos estables por terroristas, inaugurada por el «pequeño» Bush, después del controvertido atentado a las Torres Gemelas.
Después que los inmigrantes sean distribuidos y se incrusten en guetos, o sean – al menos parte de ellos – integrados, en un largo y doloroso proceso, que tardará décadas, a los países que los acojan, Europa nunca más será la misma.
Por ahora, continuarán llegando a sus fronteras, desembarcando en sus playas, invadiendo sus trenes, escalando sus montañas, todas las semanas, miles de personas, que, cavando agujeros y enfrentando chorros de agua, golpes y gases lacrimógenos, no teniendo más equipaje que su sangre y su futuro, reunidos en los cuerpos de sus hijos, van a reclamar su porción de esperanza y de destino y su parte de primavera, de un continente privilegiado, que para llegar adonde llegó, se hartó de explotar a las más variadas regiones del mundo.
Es pronto para decir cuáles serán las consecuencias del Gran Éxodo. Personalmente, vemos todo el mestizaje como bienvenido, una inyección de sangre nueva en un continente conservador, demográficamente moribundo y envejecido.
Pero es difícil creer que una nueva Europa homogénea, solidaria, universal y próspera, emergerá en el futuro de todo esto, cuando los nuevos inmigrantes llegan en un momento de gran ascensión de la extrema derecha y del fascismo y los neonazis cercan e incendian, al grito de cánticos hitlerianos, refugios con mujeres y niños.
Si, en vez de que los EE.UU. sigan en su política imperial en países ahora devastados, como Libia y Siria, o bajo disfrazadas dictaduras, como Egipto, Europa hubiese invertido lo que gastó en armas en el norte de África y en lugares como Afganistán, invirtiendo en fábricas en estos mismos países o en líneas de crédito que pudiesen generar empleos para los africanos antes que ellos necesitasen lanzarse, desesperadamente, a la travesía del Mediterráneo, apostando a la paz y no a la guerra, el viejo continente no estaría enfrentando los problemas que encara ahora, el mar que lo baña al sur no estaría lleno de cadáveres, y no existiría el Estado Islámico.
Que esto sirva de lección a una Unión Europea que insiste, por medio de la OTAN y en los foros multilaterales, en continuar siendo la tropa auxiliar de los EE.UU. en la guerra y en la diplomacia, para que los mismos errores que se cometieron al Sur no se repitan al Este, con el estímulo de un conflicto con Rusia por Ucrania, que puede provocar un nuevo éxodo masivo en un segundo frente migratorio, que va a multiplicar los problemas, el caos y los desafíos que está enfrentando ahora.
Las desventuras de las autoridades europeas y el caos humanitario que se instala en sus ciudades, en lugares como la Estación de Keleti Pu, en Budapest, y la entrada del Eurotúnel, en Francia, muestran que la Historia no admite errores, principalmente cuando estos se basan en el preconcepto y en la arrogancia, pasando rápidamente factura a aquellos que los cometieron.
Gallina que sigue a un pato, acaba muriendo ahogada.
Esto es lo que Bruselas y la Unión Europea necesitan aprender con relación a Washington y a los EE.UU.
Por Mauro Santayana
Periodista brasileño
Traducido para La ONDA digital por Cristina Iriarte
La ONDA digital Nº 735 (Síganos en Twitter y facebook)
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