En los 153 años de Paysandú: una identidad que sueña futuro

Tiempo de lectura: 8 minutos

Intervención de Alejandro Mesa, coordinador de los Museos Departamentales e integrante de la Comisión de Patrimonio Cultural de Paysandú. El acto se realizo el pasado 8 de junio al pie del monumento a Artigas del departamento.

Es una tarea muy espinosa establecer paralelismos entre diferentes épocas históricas. Es posible que cualquier semblanza histórica que necesite invocar valores e ideales de otro tiempo para trasplantarlos al presente, pueda hacernos caer en la tentación de elaborar discursos simplistas centrados en supuestos, determinismos sospechosos y comprensiones imprudentes de nuestro pasado.

Por tanto, proceder con retóricas de semblante histórico sobre el proceso mediante el cual Paysandú pasa de ser un puesto misionero a tener estatus de ciudad puede resultar un ejercicio peligroso, plagado imaginarios. Porque la materia pretérita es un campo muy intrincado, hondo e inconmensurable. El pasado -como expresa Lowenthal- es un país extraño (1998).

Sin embargo, el pasado existe, existe al menos en dos formas posibles.

Un pasado como la estructura profunda en la que se conforma una o múltiples identidades; identidades que se han configurado parsimoniosamente bajo un silencioso manto de eventualidades y contingencias.

Pero también el pasado existe como una hipótesis más o menos veraz que nos estimula a una reflexión sobre los aprendizajes y experiencias de otros hombres y mujeres que viviendo en un mismo lugar en diferente tiempo, también meditaron el pasado, vivieron sus presentes y proyectaron un futuro.

Por tanto, invocaremos al pasado en esta segunda variable para hablar de cómo la sinagoga de los vicios a comienzos del siglo XIX (al decir del capitán Pacheco) se transformará en el Paysandú progresista desde la segunda mitad de ese mismo siglo.

En tiempos de la revolución artiguista Paysandú sufrirá capitulaciones y recapitulaciones de revolucionarios contra españoles, de portugueses contra los revolucionarios. Hasta que en 1815, el cenit de la revolución y la etapa más radical del proyecto artiguista, hacen de Paysandú la capital interina de los orientales.

Para comenzar, los inicios de Paysandú están asociados a la fecha de 1756, esa fecha aunque discutible nos habla de un posible puesto misionero en los márgenes del río Uruguay. El historiador Aníbal Barrios Pintos, en “Historia de los pueblos orientales”, comenta que el proceso inicial de la actual ciudad de Paysandú tuvo su remoto origen a fines de 1770, con la instalación de un puesto de estancia yapeyuano. (2008)

Al parecer, desde 1768, se habían establecido sobre el Paso de Paysandú algunos indios guaraníes.

Es curioso, sin embargo, que la primera referencia textual sobre Paysandú data de 1749, en el mapa de Sudamérica realizado por el padre misionero Joseph Quiroga.

Con estos datos podemos efectuar una primera observación: hay una rica tradición jesuítica guarní, que, aunque invisiblizada, ha trascendido el tiempo y se traduce en una variada y riquísima toponimia que describe nuestro paisaje en esa lengua. Si apreciamos las descripciones que el Presbítero Larrañaga establece sobre Paysandú, hace clara alusión a lo mismo: notando que Paysandú es pueblo de indios.

Desde 1774 y 1778 con las reformas político- administrativas de la Corona española, con el establecimiento del libre comercio y la creación de las aduanas de Buenos Aires y Montevideo beneficiará a Paysandú como puerto de salida de los “frutos de la tierra”.

Resulta interesante señalar que no siempre se recogieron las mejores visiones sobre aquel poblado. Escuchemos las palabras del Capitán Jorge Pacheco a quien se le demandó fundar el poblado de Belén con familias de Paysandú:
“Paysandú ha sido y es la sinagoga de los vicios”. Agrega: “En él ha tenido asiento el congreso de los hombres más depravados y más viciosos, porque había que robar, porque hay mujeres fáciles a la concupiscencia (…) porque no hubo nunca representación ni autoridad que contenga los desordenes”. (Pacheco J. en Barrios Pintos A. 1979: 68)

Por eso, quizás, unas décadas después (1868) Urquiza le habría comentado a Richard Burton (nos referimos al explorador ingles y no el actor c) que Paysandú es la forma corrupta de Pai Zaingo, pai significaría colgar y zaingo significaría padre, padre forcado, padre ahorcado, en rechazo quizás de las autoridades eclesiásticas.

Con curas o sin ellos, lo cierto es que 1805 los vecinos de Paysandú le piden al Obispo de Buenos Aires Benito Lue y Riega la erección de un curato, cuya iglesia parroquial fuera la capilla de Paysandú. El obispo accede a la petición y en su honor la parroquia de Paysandú llevará la denominación de “San Benito” (el “Santo Negro”).

En tiempos de la revolución artiguista Paysandú sufrirá capitulaciones y recapitulaciones de revolucionarios contra españoles, de portugueses contra los revolucionarios. Hasta que en 1815, el cenit de la revolución y la etapa más radical del proyecto artiguista, hacen de Paysandú la capital interina de los orientales. Allí, retomando a Larrañaga en su diario de viaje de Montevideo a Paysandú alega que: “Es pueblo de indios que está sobre la costa oriental del Uruguay (…) La iglesia no se distingue de los demás ranchos (…) no hay retablo sino un nicho en que está colocada una efigie de María Santísima de unos tres pies de alto (…) que me parecía obra de los Indios de Misiones, y en cuyas facciones se dejaba traslucir bastante el carácter de esta nación (agrega) ella a sus ojos parecía muy hermosa, pareciendo todo lo contrario a los nuestros…” (Larrañaga D. en Barrios Pintos A. 1979: 82)

Esta descripción nos da un pantallazo sobre cuán impregnado estaba Paysandú del mundo guaraní misionero.

Con la irrupción de las fuerzas lusitanas en el delicado mapa federal, Federico Lecor comandará entre 16.000 a 20.000 hombres para eclipsar aquel peligroso proyecto político que subvertía el orden establecido.

Pese a los cambios de investidura política, primero del Imperio el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve (1817-1822), luego del Imperio de Brasil (1822-1825), el poblado de Paysandú como en los tiempos de Benito Lue y Riega insistirá en su búsqueda de estatus.

Es así que el 25 de octubre de 1822 el vecindario de la villa de Paysandú ratificó su incorporación al imperio Brasileño y del Estado Cisplatino. Un año después los vecinos del departamento solicitaban a Lecor la conformación de un Cabildo y que el pueblo de su residencia tuviera al menos el título de villa, que deseaban, y era su voluntad denominarla Villa Lecoreana de Paysandú.

Paysandú prosiguió una lenta marcha hacia el desarrollo, a pesar de un clima de constantes inestabilidades políticas a nivel regional.

En octubre de 1833, Arsene Isabelle, viajero francés, nos ofrece un sugestivo retrato sobre Paysandú: “el golpe de vista es monótono, comparado con otros sitios del Uruguay (…) el ojo termina por acostumbrarse, sin embargo, al internarse en la ciudad (ya se puede dar ese nombre) se advierte que no está tan desventajosamente situada como parece al principio (…) una vez llegado a lo alto de la colina, se goza de un amplio panorama, al que los accidentes del terreno y las islas del río tornan bastante pintoresco (…)

Hace cuatro o cinco años no era más que una aldea, como las Higueritas, con una docena de ranchos diseminados acá y allá, en 1833, tendría unos cuatrocientos ranchos, una treintena de casas de ladrillos, bien construidas con azoteas; calles alineadas, aceras (…) y una población de casi cinco mil almas comprendida la de los alrededores (…) El comercio era bastante floreciente en Paysandú en aquel tiempo: había unos sesenta franceses establecidos (…) Los italianos eran más numerosos …”. (Isabelle en Barrios Pintos, A. 1979: 123-124) Esta expresión de deseo del viajero francés, al categorizar a Paysandú como ciudad, resuena el 31 de mayo de 1838.

En ese momento “la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay había tratado (…)un proyecto de ley presentado por el Poder Ejecutivo y aprobado por la Comisión Especial integrada por los diputados Salvañach, Berro, Masini y Martos, por cuyo artículo 1ero se declaraban ‘beneméritos de la patria a la villa de Paysandú y al pueblo de Salto, elevándose el primero al rango de ciudad de la República, y el segundo al de villa, como un testimonio del denuedo, patriotismo y constancia con que defendieron sus hogares y la ley’.” (Barrios Pintos A. 1989:484)

La promulgación no pudo concretarse por el efecto inmediato de la Guerra Grande, que subsumía a la joven nación en dos fracciones. Como reflexión mediante: el fracaso de las aspiraciones de esos hombres no eclipsó esos sueños de ciudad.

Con el fin de la guerra asistimos a un proceso de reconfiguración política, bajo un tiempo de relativa paz y estabilidad, con el auge de la tierra a través de un paulatino proceso de tecnificación rural y una oleada migratoria sin precedentes que optimizará las condiciones para conformar un nuevo modelo de sociedad.
En setiembre de 1858, una carta publicada en la “Reforma Pacífica” de Buenos Aires, para referirse a Paysandú, expresaba lo siguiente:

“Aquí todos tienen grandes proyectos, unos quieren establecer saladeros, otros curtidurías y todos ocuparse de la industria (…) es increíble la falta de brazos que se siente, especialmente artesanos, pues todos quieren edificar.” Más adelante expresa: “Aquí no se piensa sino en trabajar porque todos tienen confianza en la situación; el respeto a las leyes y la paz está grabado en todos los corazones de todos los habitantes (…) lo que nos falta es inmigración para que se puedan realizar y hacerse con la velocidad que se requiere todas las mejoras que se proyectan”(…) a nadie se le excluye, ni se le persigue y de este modo todos contribuyen con sus elementos y luces al desarrollo de la industria y la agricultura.” (1989: 464)

Si observamos los datos que arroja el censo de 1860, realizado bajo la administración Pinilla, apreciamos que la población departamental se conformaba por 9.153 nacionales y 5.048 extranjeros. Esto nos muestra que un 35 % de la población del departamento se componían de inmigrantes. Por ello, era necesario crear condiciones materiales, culturales e institucionales para albergar esta heterogeneidad.

Un proyecto político de enclave progresista tal vez podría hacer la diferencia. Consultemos un ejemplo de la prensa de aquel tiempo. El 1 de enero de 1862 en el periódico “La prensa Oriental” se testimonia lo siguiente: “Paysandú descuella en la vía de los adelantos materiales. El Sr. Pinilla, su ilustrado y progresista Jefe Político, se hace recomendable por el empeño que pone en dar impulso al progreso material de aquel Pueblo… Casa de Policía (…) Hospital (…) Cementerio (…) proyecto de muelle de madera (…) edificación de un templo (…) un mercado…” Prosigue el documento: “Hay cuatro agrimensores y todos trabajan; en todas las calles se levantan preciosos edificios. Los horneros no descansan, y a veces paran las obras por falta de ladrillos, que no alcanzan a llenar las exigencias de los que construyen. Hay grandes capitales, espíritu de asociación e interés en el progreso.” (1989: 483)

El proyecto fue aprobado el 5 de junio de 1863 por la Cámara de Representantes y el 8 de junio (un día como hoy) el Presidente de la República Bernardo Berro ponía la firma definitiva…

En junio de ese mismo año, con la firma de los diputados Tomás Diago, Ramón Vilardebó, M. Calixto de Acevedo y Lázaro Gadea, a través de una iniciativa del Diputado por Paysandú Justo Corta, ante la Comisión de Legislación de la Cámara de Representantes exponía: “Los elementos de vida propia y las condiciones de un desarrollo rápido y estable que justifique el nuevo título de Ciudades: cree haberlo hallado en la ventajosa posición que ocupan estos centros de población, para ejercitarse de un comercio lucrativo, cuya circunstancia lo ha hecho prosperar con tanta rapidez (…) la población de Salto y Paysandú, regularmente numerosa y entregada a un comercio importante y activo por vía fluvial, y por sus Bancos de emisión, etc. ofrecen una completa seguridad de que su prosperidad e importancia comercial marcharán en la vía del progreso que es la consecuencia natural de su modo de ser o vida social.” (1989:485)

El proyecto fue aprobado el 5 de junio de 1863 por la Cámara de Representantes y el 8 de junio (un día como hoy) el Presidente de la República Bernardo Berro ponía la firma definitiva…

Estos aspectos nos llevan a la siguiente línea de pensamiento:
Para entender la emergencia de Paysandú en su aspiración de ciudad debemos ubicarnos en un contexto post Guerra Grande. En una coyuntura particular, con una nutrida presencia migratoria –españoles, brasileños, ingleses, italianos, franceses, entre otros, con diferentes credos y prácticas culturales— en la cual los viejos odios y rencores políticos de facciones blancas y coloradas encuentran un espacio inter-fronterizo o más bien trans-fronterizo que habilitará la concreción de un proyecto cívico- institucional de largo aliento.
Paysandú, como ciudad es consecuencia de un espíritu de convivencia pacífica, de una idealización más o menos consensuada de proyecto cívico, de laboriosidad y tenacidad.

Debería agregar también, y ya para ir concluyendo, que a pesar de la devastación que vendrá efectivamente un año después de esta declaración…donde el clamor secesionista, apuntalado por intereses regionales ante la conveniencia de las nuevas agendas internacionales, se canalizará en una nueva guerra. A pesar de ello, Paysandú resurgirá de sus escombros.

Reflexionando, a fin de cuentas, no es difícil caer en la tentación de los discursos valorativos sobre el pasado. Más aún, suponiendo que entre aquellos ladrillos pulverizados por la metralla, entre esas maderas astilladas por el asedio, y entre los fragmentos de mármol de aquella representación que hablaba de la libertad, habían quedado grabado indemnes los rasgos de un Paysandú que soñaba futuro.

 

Por Alejandro Mesa
Coordinador de los Museos Departamentales e integrante de la Comisión de Patrimonio Cultural de Paysandú.

La ONDA digital Nº 772 (Síganos en Twitter y facebook