La extrema precariedad de los vínculos afectivos, la sexualidad emancipada, el paradigma de lo seudo-intelectual, la radical decadencia de la creación artística y la abominable bastardización de la comunicación masiva cruzada por la contundente lógica del mercado, son algunas de las desafiantes propuestas reflexivas de “Los modernos”, el film uruguayo de Mauro Sarser y Marcela Matta.
Esta película, que ha generado un tan plausible como bienvenido debate a nivel de la crítica especializada por la diversidad de miradas, no es por cierto ni un bodrio ni una obra maestra.
El largometraje es sí iconoclasta, fermental e innovador para la producción audiovisual nacional, tanto en materia estética como en lo atinente a su contenido.
Aunque la influencia del cine del genial Woody Allen resulta evidente, “Los modernos” tiene su propia identidad y vitalidad, que abreva del aprendizaje, la experimentación y la búsqueda de la libertad creativa.
Por supuesto, la obra es fruto de un invalorable esfuerzo colectivo ya que careció de ayudas o financiación, por lo cual el proyecto se pudo plasmar gracias al compromiso de la totalidad del equipo, incluyendo naturalmente a los actores.
Según la confesión de ambos co-directores, “Los modernos” tiene mucho de la peripecia real de ellos mismos –que son obviamente dos trabajadores- quienes, en el decurso de un rodaje no exento de dificultades y condicionado por la disponibilidad de recursos y de tiempo del personal, sostuvieron su utopía con un presupuesto mínimo e irrisorio para una producción audiovisual.
Más allá de esas consideraciones, que no deberían ser pasadas por alto, “Los modernos” propone varios ángulos de análisis sobre la problemática de quienes han ingresado en la tercera década de vida, con todo lo que ello supone en materia de incertidumbres.
En ese marco, los protagonistas de esta historia son Fausto (Mauro Sarser), un editor freelance que trabaja para agencias de publicidad, y Carla (Noelia Campo), la productora de contenidos de un canal de televisión estatal. Más allá de la convivencia nacida de su relación afectiva, ambos comparten el proyecto de un documental que se proponen elaborar.
Sin embargo, las tensiones cotidianas parecen ser inevitables, ya que la mujer es una madre separada con dos hijos, cuya tenencia comparte con su ex pareja.
Esa situación -que es habitual en la vida real- genera permanentes conflictos entre ellos, ya que el hombre es claramente un egoísta que no valora el esfuerzo ni el sacrificio de su mujer, quien, además de sostener el presupuesto familiar, se las ingenia para compatibilizar su relación de pareja con la atención a sus pequeños vástagos.
Esta es la primera línea temática que explora la película, en lo concerniente a la fragilidad de los afectos, habitualmente potenciados únicamente por el deseo meramente carnal o bien por el interés en una contención emocional que no se traduce en genuino sentimiento ni en compromiso.
Esta historia mínima, que tiene su vez otras sub-tramas, integra a la pareja a un paisaje humano de frivolidades, donde son habituales los apócrifos intelectuales cuya creación artística es ininteligible y literalmente desechable pero igualmente valorada.
En ese contexto, no faltan las traiciones, las infidelidades y las dolorosas rupturas con un romance lésbico incluido,
protagonizado por Ana (Stefanía Tortorella) y la susodicha Carla. Esta relación plantea el segundo tema de debate: las opciones sexuales, observadas –naturalmente- desde el nuevo paradigma emancipador verificado en la sociedad uruguaya en la última década, a partir de la aprobación de leyes que garantizan los derechos de género y de opción sexual.
Estas conductas tienen por supuesto una lógica de fuga, en tanto, en todos los casos, los personajes apuntan claramente a la construcción de sus propios itinerarios de libertad individual.
Empero, “Los modernos” apuesta aun más fuerte cuando incursiona en el universo de la publicidad, donde se suele elaborar propuestas para “seducir” solamente a los idiotas.
No falta tampoco una ácida crítica a la banalización de los medios masivos de difusión, que eliminan los contenidos reflexivos en aras de sub-productos de liviana digestión destinados a un público objetivo domesticado, aherrojado y colonizado por las inmutables leyes del mercado.
Aunque se podrá aducir que esta comedia agridulce de acento irónico es una propuesta tal vez demasiado ambiciosa, es indudable que posee una densidad conceptual no exenta de dramatismo que convoca a una profunda reflexión, en tanto retrata descarnadamente al hegemónico statu quo de la “modernidad líquida” que tanto invoca el pensador polaco Zygmunt Bauman.
La memorable actuación protagónica de Noelia Campo y los recurrentes aciertos en materia fotográfica que condensan imágenes en blanco y negro de sugestiva belleza estética, transforman a “Los modernos” en un film realmente atendible y consumible.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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