Dilma necesita reinventarse, con proyecto de esperanza y más cambios

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La economía brasileña, desde 2011, entró en un nuevo ciclo. Salió del ciclo de crecimiento robusto con inversiones y pasó a un ciclo de crecimiento modesto.

De 2007 a 2010, hubo una trayectoria virtuosa de elevación del consumo y de la renta, acompañada de vigorosas decisiones de realización de inversiones. El resultado fue la conformación de un modelo que rompía con el pasado de casi dos décadas de semiestancamiento. Se superó la etapa del liberalismo económico de Fernando Collor, Fernando Henrique Cardoso y de la dupla Palocci-Meirelles.

El ciclo 2007-2010 tuvo características distintivas que indicaron un cambio de rumbo: los bancos públicos se transformaron (correctamente) en instrumentos de política económica; la política fiscal asumió protagonismo; hubo control sobre el movimiento especulativo de capitales internacionales; y se afirmó la importancia del liderazgo político en el proceso.

El efecto de los instrumentos de política económica sobre el mundo real es muy conocido. Hay controversias teóricas, pero las experiencias históricas decidieron la disputa a favor del activismo estatal. La importancia del liderazgo político en los procesos económicos se ha discutido poco. El líder político que influye directa y exclusivamente en grupos empresariales y financieros tiene su importancia, pero no es decisiva en el proceso. El líder debe tener otras características o cualidades.

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Hay un relato histórico importante sobre la relación entre el papel del líder político y los resultados económicos. En los años sesenta, el presidente estadounidense John Kennedy tenía en su Consejo de Consultores Económicos a grandes economistas. También tenía a brillantes consultores informales de economía. El grupo estaba formado por Walter Heller, Paul Samuelson, John Galbraith y James Tobin, entre otros talentos.

Los economistas de Kennedy innovaron. Es de práctica en la profesión de economista la elaboración de modelos para diseñar políticas económicas y prever sus resultados. Los inputs de los modelos son la tasa de interés, la tasa de cambio, la tasa de inflación, entre otras. Los inputs son números de la economía. Los economistas de Kennedy, no obstante, notaron qué importante era el convencimiento del presidente sobre una determinada acción. Y mucho más que eso: su capacidad de comunicarla a la sociedad y de animar expectativas positivas. Introdujeron un nuevo elemento en el modelo: el líder político. Realmente acertaron.

Los demócratas norteamericanos aprendieron bien de la experiencia estadounidense del New Deal con el presidente Franklin Roosevelt, en la década del treinta. Roosevelt era, tal como Kennedy, un comunicador. En su época, daba discursos memorables por radio.

En Brasil, Getúlio Vargas y Lula también mostraron cuál es el camino. En una democracia, para que un modelo económico sea exitoso, es necesario mucho más que cálculos precisos y reuniones con empresarios y financistas.

Es necesario que el presidente sea un líder de masa, es necesario que sea capaz de liderar al pueblo. Con autoridad y liderazgo político, todas las negociaciones de gabinetes, que son necesarias, se vuelven más fluidas. Si están “enojadizos”, los empresarios cambian su humor y pasan naturalmente a confiar en la figura del presidente y en los caminos económicos señalados.

En Brasil, lo que nos falta no es “juego de cintura”, un ministro de Hacienda más competente (siempre ayuda, pero ese no es el problema central), oír a los empresarios o seguir al publicista de turno. Lo que falta aquí es el líder que entusiasme a Brasil con un proyecto, un líder que represente la esperanza de más cambios.

La conclusión, por lo tanto, es que la presidenta Dilma tiene que reinventarse. Si no lo hace, quien pagará la cuenta serán los trabajadores, ya que con el crecimiento modesto del PBI no tendrán espacio para seguir incorporando ganancias económicas.

El mismo pedido de reinventarse no se puede hacer a la oposición, cuyos representantes tienen un ADN incompatible con cualquier tipo de conexión de cambio con el pueblo.

Sus historias los condenan a ser candidatos de las élites y de clases medias conservadoras. La presidenta Dilma sí tiene ADN, pero debe reinventarse y comunicarse directamente con la inmensa masa de trabajadores en tono de cambio y, al mismo tiempo, realizar modificaciones. Si la presidenta continúa como está y donde está, la derrota será de los trabajadores.

Por João Sicsú
Revista Carta Capital
Profesor del Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)

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