“La vida es lucha –me dijo Gregorio Pérez-. Era brava la cosa cuando yo empecé a jugar en Cerro. En aquel momento en la parte económica estaban pasando mal varios clubes acá en Montevideo. Cerro no escapaba de esa circunstancia”.
Había muchos atrasos de sueldos. Gregorio tenía necesidad de dinero, trabajaba de noche en el frigorífico Modelo, en las cámaras. Iba a sacar reses para cortar. Se iba caminando desde Agraciada y Buschental hasta el frigorífico, cuarenta cuadras, trabajaba de noche ahí y a la madrugada se volvía caminando al residencial y de mañana a entrenar en el Cerro.
Para ir al Cerro se tomaba el 125, pero regresaba caminando la mayoría de las veces, cien cuadras, hasta Buschental y Agraciada.
“Fue una etapa muy embromada, un sacrificio tremendo. Al año siguiente tuve la oportunidad de vender libros puerta a puerta, gané unos pesitos que me ayudaron muchísimo y llegué al cuadro del Profe De León. Tuve esa suerte.
Todas las etapas dejan cosas importantes, pero en el cuadro del Profe tuve algo muy especial, con un grupo extraordinario, con un técnico excepcional, no sólo técnico sino que era un gran psicólogo y un ser humano bárbaro. Un talento por su capacidad de intuir. Y a uno, aparte de los logros, este hombre le dejó cosas importantes, porque después yo tengo la suerte de trabajar con él, en su cuerpo técnico. Fue el gran espaldarazo para mí.
Yo tenía una gran obsesión por seguir en el fútbol. Era muy consciente que mi carrera como futbolista era muy corta, no porque estuviera lesionado, sino porque yo era muy limitado. Todo lo mío era esfuerzo, tenía una gran pasión por el fútbol. Integraba un plantel y me sentía el mejor. A la hora de competir me sentía el mejor y me enojaba conmigo mismo cuando no me ponían, siendo consciente que había algún compañero que era superior a mí, pero eran tantas las ganas de jugar, eran tantos los deseos, que entrenar para mí era un día de fiesta, si no entrenaba me sentía mal. Igual salía a correr solo y si el entrenamiento era a las tres y media, yo llegaba a las dos.
Para mí el día era todo un acontecimiento, preparar el bolso, llevar todo y tenía un par de zapatos para entrenar y otro para los domingos. No los lustraba, les ponía sebo. Porque el cuero era medio duro y los guardaba con sebo para el domingo. Yo pensaba que se me iba a cortar la racha, que no iba a poder pasar con más de treinta años como futbolista, por eso tenía en mi cabeza que tenía que hacer el curso de entrenador y también en eso muchas cosas me limitaban. Yo salí en sexto año de la escuela. No tuve posibilidad de estudiar. Carencias a nivel intelectual. En determinado momento falleció mi padre y uno tomó otra responsabilidad porque estaba el resto de la familia.
Me preocupaba, yo soñaba con una conferencia de prensa, hablar frente a un plantel, todas esas cosas y traté de superarme. Empecé a leer, aunque también tuve que salir a trabajar, porque yo no hice dinero como futbolista. Ya tenía dos hijos y mi familia conformada. Trabajaba, hacía el curso de noche y vivía afuera, en mi pueblo y viajaba todos los días. Me levantaba a las cinco y media de la mañana, tomaba el ómnibus, siete y media estaba en un negocio que lo abría yo, en una automotora, trabajaba ahí doce horas. Siete y media de la tarde la cerraba, me iba al Instituto Nacional de Educación Física en Parque Batlle, once y media de la noche salía de ahí, me tomaba el ómnibus de Onda a las doce de la noche, llegaba a las dos de la mañana al peaje Solís, de ahí me iba caminando tres kilómetros y medio a mi pueblo. Ni a mis hijos veía. Cuando estaba muy fundido me quedaba en un sótano en la automotora donde me dieron una gran mano y para descansar, me acostaba en un sillón, un sofá.
A veces con algunas necesidades de comer algo que no podía. Eso me pasó. No estoy arrepentido, porque en fin, la vida ha sido toda una lucha. Hice el curso pero sabía que tenía que esmerarme mucho porque tenía dificultades, perdía algunas materias, las tenía que dar de vuelta, no tenía mucho tiempo de estudiar, trabajando, viajando, cansado. Los domingos trataba de mirar fútbol, los sábados de tarde y domingos, a veces me quedaba, no viajaba. Y las cosas se fueron dando. Después con el transcurrir de los años me pude traer mi familia para Montevideo. Cuando pasaba algunos meses que no conseguía trabajo, me iba al mercado de frutas y verduras, ayudaba en el mercado a gente amiga. Conocí a mucha gente en el mercado Modelo, iba de madrugada a cargar camiones. También trabajé de sereno en estaciones de servicio. Alcancé a cuidar algún cochecito en el Palacio Legislativo. Cuidaba autos. No me daba vergüenza, el peso para mi casa lo llevaba. Y mientras tanto, siempre haciendo el curso”.
Pasan muchos años, Gregorio Pérez se ha transformado en un entrenador exitoso en todos los aspectos. Un día, cuando ya ha sido unas cuantas veces campeón como técnico, tiene una mala tarde. Le chocan la camioneta, pierde el día de práctica, tiene que desgastarse en trámites y termina dejando la camioneta en un taller mecánico donde no le prometen devolvérsela arreglada hasta un par de semanas después.
Cuando sale del taller caminando, sumido en la realidad inmediata, se cruza por la vereda con el Profe De León. Hace muchísimos años que no se ven. Se abrazan.
–Gregorio… ¿Cómo andás?
–Mal, Profe.
–¿Qué te pasa? ¿Andás enfermo?
–No, Profe. Me chocaron la camioneta. Vengo de dejarla en el mecánico y…
El Profe ha alzado los brazos.
–¡Gregorio, tenés camioneta!
Cuenta quien me contó esta anécdota, Beethoven Javier, que Gregorio Pérez nunca disfrutó tanto su coche como desde la tarde que el Profe De León, tras volver a abrazarlo felicitándolo, le recordó cuando en un partido, desde el banco de suplentes, Gregorio les dijo “hace tres días que estoy a huevo duro, pero si me toca entrar no me gana nadie” y lo dejó con la felicidad de haber sobrevivido en el fútbol y de tener en un taller una camioneta rota.
El Profe era de esos tipos que nos hacen tanta falta…
En mi familia usamos esa anécdota cuando un querido familiar, maestro y frenteamplista desde hacía treinta años, que se había comprado un coche cuando el Frente subió insuficientemente los sueldos de los maestros pero los subió, amaneció un día de mediados de 2014 con una puerta del coche rota porque en la noche alguien quiso robárselo. Ese día decidió no votar al Frente en las cercanas elecciones de noviembre, por la inseguridad. Un hermano suyo, en cuanto se enteró de la decisión lo hizo recapacitar.
El filósofo francés Paul Virilio dice que “no hay adquisición sin pérdida; cuando se gana el ascensor se pierde la escalera”. Cuando se gana la capa media, se pierde cierta distancia de los “informativos” formativos. Se actúa como las capas medias están obligadas a actuar según la desconfianza, el miedo y el malestar con que los bombardea la inmediatez, pero los gobernantes tienen que entender que esas son las reglas del juego.
Una vez que se adquirió el auto, se requiere la seguridad y a cada adquisición sigue una nueva exigencia, que debe ser atendida. O cambiar por historia lo inmediato, si es que se puede. Si se tiene suficientes profes De León.
Lo que llama mi atención de Venezuela, es que hace ya unos cuantos años que los chavistas no pueden satisfacer nuevas necesidades, después de todo lo innegable que adquirió el pueblo del chavismo y ni siquiera pueden satisfacer algunas necesidades mínimas en los supermercados. Y sin embargo no se entregan. Le siguen buscando la vuelta histórica. Ahora la Constituyente.
Pensemos en condicional. Supongamos que uno de los dueños de las cuatro mayores cadenas de supermercados, llama al teléfono del dueño de las otras tres y –por sus buenos motivos para ellos, que pueden hacerlo perfectamente si entre sus motivos está el consentimiento de Wall Street y sus medios–, deciden, sin siquiera hacerse una seña ni intercambiar más de una palabra, “desabastecimiento”, no dejar en góndolas ni un rollo de papel higiénico (Dios y nuestra falta de petróleo aunque abundancia de agua dulce, nunca lo permitan aquí). Imaginemos por un instante a los canales, los diarios, la oposición, las redes, las marimbas (¿cómo se llamarían aquí?) ¿Puede en Uruguay un gobierno –de cualquier partido– intentar cambiar radical democráticamente por historia lo inmediato contra la plutocracia, o no le quedaría otra que entregarse?
Si la vida es lucha, contemporizar es la muerte.
(continúa)
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
Fuente de la foto de portada “Mundo Uruguayo”
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