La búsqueda de nuevos horizontes

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La revolución científico-técnica del siglo XX parece una historia lejana. No tenemos tiempo de asombrarnos  de un nuevo conocimiento, una nueva técnica aplicada, una nueva división del átomo. En youtube vemos videos cortos y en ritmos acelerados a propósito, maravillas de la ingeniería, construcción, donde se abordan obras colosales en tiempos asombrosos.

“Es porque soy tan testaruda que insisto en cambiar el mundo”
Mercedes Sosa.

No puedo mirar más que con simpatía ingenua aquellos acueductos romanos del Imperio, o más acá la utilización del molino de viento  como instrumento de molienda.

Nada fácil le sería a Cervantes, hacer fajarse a golpes a nuestro célebre don Quijote con esos gigantes con aspas silenciosos que ya no muelen trigo sino que producen energía.

El sistema económico imperante sabe adaptarse rápida y eficazmente. Encuentra nuevas formas de reproducir la riqueza, utiliza  ¡y como! cada nuevo descubrimiento para encontrarle una aplicación práctica para aumentar la producción, bajar los costos, que la rentabilidad crezca y que la privacidad de las ganancias aumente de manera exorbitante.

Aquellos viejos anarquistas que rompían máquinas” para que no  les quitara trabajo” luego de la revolución industrial fueron contemporáneos de Marx, quien investigó y desentrañó la esencia misma de dónde, cómo se producía la riqueza y sobre todo, cómo se distribuía. Con él nació un nuevo tipo de protesta. Ya no más la rebeldía de  masas que cansadas de su miseria, preferían rebelarse  a seguir sumidos en ella. Nació  aquel concepto “de clase en si, a clase para sí” habilitó un camino donde arrebatarle la riqueza a quienes la poseían para que  ésta llegara a todos,  fuera posible. También abrió un recorrido del pensamiento, una producción teórica que avanzó en cómo hacerse del poder y conservarlo. Cómo avanzar en una distribución más justa de la riqueza, como hacer más digna la vida de todos los seres humanos.

Las técnicas de dominación fueron más o menos sutiles de acuerdo al momento, la demagogia o la represión alternaron como mecanismos tradicionales para mantener el orden establecido.

Un laboratorio interesante para las ciencias sociales fue el siglo XX. Nacieron revoluciones que pusieron en tela de juicio “al capitalismo”. La bolchevique, con Lenin como gran conductor fue sin dudas el espejo más importante donde los movimientos populares se miraron. Como espejo y con infinitos matices el pensamiento revolucionario, tomó, criticó, modificó y hasta contradijo pero enormes masas de seres humanos vivieron bajo otra forma de producir y distribuir.

Quizás el problema de cualquier sistema sea su inventor, “el ser humano”. De alguna manera sobrevivieron  hábitos que también pusieron en cuestión al socialismo y hasta de manera ferozmente violenta pretendió sostenerse con métodos que lo separaban más y más  de sus enunciados originales. Del nuevo modelo no nació un “ser humano nuevo”.

El derrumbe de la URSS quedó simbolizado por la caída del muro de Berlín, la unificación de las Alemanias no fue otra cosa que la absorción por parte de la RFA a la RDA. Aquel símbolo  de confrontación de dos modelos sociales tan distintos quedó aparentemente zanjado.

La euforia de los teóricos del sistema triunfante fue tal que hasta se proclamó el “FIN DE LA HISTORIA”.

Sin embargo la historia, terca, siguió aconteciendo y escribiéndose. El sistema capitalista en su vértigo acumulador, genera  enormes desniveles económicos y políticos. Con el mismo vértigo del avance tecnológico, crisis financieras globales dejan sin trabajo a millones, las guerras suceden antes de declararse, ”los daños colaterales” suceden de manera desgarradora. Mueren civiles en muchas partes del mundo con bombas que por su sofisticación y poderío abren una brecha inalcanzable, entre víctimas y victimarios.

Aquí, mientras tanto en nuestro pequeño espacio “del nunca jamás” la tradición y valentía democrática de los uruguayos puso límites a la barbarie. Los adoradores de la regresión se han visto limitados, contenidos, algunos presos. Pero la derecha nativa, pregona la vuelta atrás.

También por la férrea voluntad democrática la derecha necesita obligatoriamente ser civilizada, parlamentaria, legalista. Usa todos sus espacios, los mediáticos por éstos días juegan un rol determinante, sin embargo, el centro de sus iniciativas se basan  en la crítica despiadada a cuanto error político comete el gobierno.  Calla arteramente cuando las políticas macroeconómicas los benefician, exportadores, productores agroindustriales han usufructuado de las políticas públicas y de los logros del gobierno. Sin embargo cuando la voracidad productiva provoca serios problemas  de ambiente, usando agro tóxicos para el éxito de sus cultivos que  dañan el entorno y crea problemas de salud a quienes habitan en las cercanías, callan, simplemente callan.

En consonancia con toda la derecha del continente levantan la voz escandalizados por la corrupción equiparando los gastos corporativos de tarjetas con las coimas de “Odebrecht “   en Brasil. Los famosos gastos corporativos dela tarjeta de Sendic  durante tres años (2010 -2013) representan,  según el desglose de las “compras suntuosas”, porcentajes  mínimos en relación a gastos de hoteles, comidas, etc., todas acciones inherentes a  la actividad.

Solo a manera de ejemplo, diré que esos gastos de 4 años representan la ochenta y seisava parte del agujero que acaba de dejar Cambio Nelson. Que no tienen comprobantes que se ridiculicen por prensa. Así funciona la derecha en política, sin ideas superadoras, sin modelos o proyectos económicos, productivos, o educativos novedosos.

Digo también que  éstos ejemplos no pretenden ser una “defensa de Sendic”, solo  ejemplifican como hace política cada quien.

Por eso el progresismo, la izquierda uruguaya, tiene la responsabilidad de mantener la vigencia del protagonismo. Encontrar las agendas, los temas, todo aquello que permita librar las batallas culturales y políticas con lo viejo, lo conservador, con las inequidades.

No alcanza  con exorcizar desde la prensa lavándose de culpa y riesgo,” con desmarcarse “de la corrupción y los corruptos”. Claro que tenemos que ser rigurosos, pero las sociedades cambian por la acción organizada, inteligente y con proyectos políticos superadores.

Nadie podrá negar  que el sistema democrático es el que los pueblos están eligiendo como forma de vida y organización. Defenderla, con una agenda legislativa que reafirme y consagre en leyes esas conquistas es un camino a seguir. Buscar modelos productivos que sean viables pero que no dañen a la naturaleza, parece ser un tema relevante en la nueva agenda progresista y de izquierda. Cuando a fines del siglo pasado la CIA y el Pentágono decían que los escenarios más probables de conflicto en el mundo serían por el agua y el petróleo, tenían razón. Aquí en Uruguay, la lucha por el agua como patrimonio del país y evitar su contaminación son  parte de los desafíos de hoy.

La enorme irrupción de las mujeres como protagonistas de las luchas por los cambios, tuvo  el pasado 8 de marzo con el diez por ciento de la población del Uruguay movilizado una enorme irrupción. Los cambios tienen nombre de mujer, la lucha por la libertad, la equidad, la paridad, tienen una relevancia superlativa en la construcción de una sociedad, nueva, superadora de la que conocemos.

Creo en la necesidad de “superar el capitalismo” como forma superadora de la humanidad. Creo también que es un camino de acción concreta, de nuevas construcciones  teóricas que emerjan de éstos escenarios de luchas. De colocar en el centro de la mira, en cada momento, la batalla necesaria y oportuna.  La derecha, el neoliberalismo, solo sabe ser pujante a la hora de producir más,  de acumular riqueza concentrada, de provocar desastres naturales, guerras inexplicables y levantar muros, ésos que tanto celebró cuando cayeron.

Las incertidumbres, también tienen nuevos horizontes, nuevos protagonistas, tan testarudos, como Mercedes Sosa que insistía en cambiar el mundo.

Por Walter Martinez
Columnista uruguayo

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