Apartheid en Sudáfrica y en Israel/Palestina:¿un caso de evolución convergente?

Tiempo de lectura: 44 minutos

 

Abstract

 / El “apartheid” es ampliamente invocado para explicar el endémico conflicto en Israel/Palestina. En tanto la opresión en Sudáfrica y en Israel/Palestina tiene un parecido evidente y familiar también existen diferencias fundamentales. La analogía no es lo mismo que la comparación rigurosa: contribuye poco a la comprensión de la causalidad o del proceso y puede no ser una guía certera para el desarrollo de estrategias políticas.

Las dos sociedades presentan similitudes en relación con sus fuerzas conductoras etnonacionalistas. Sin embargo, mientras que el dominio racial fue una característica fundamental del capitalismo racial del apartheid, el desplazamiento y expulsión de los palestinos ha introducido la injusticia en Israel/Palestina.

Otra diferencia clave radica en que la existencia de Sudáfrica dentro de sus fronteras establecidas nunca ha sido seriamente cuestionada por los principales movimientos de liberación, entre los que el Congreso Nacional Africano (ANC) ha sostenido firmemente su posición en el sentido de que su lucha era para asegurar el gobierno de la mayoría en un Estado-Nación unitario con una ciudadanía común.

Esto presenta un nítido contraste con Israel, cuyo derecho a existir resulta frecuentemente desafiado. Mientras el apartheid en Israel/Palestina y en Sudáfrica presenta más diferencias que similitudes, este artículo llega a la conclusión que ha sido sujeto de una evolución convergente, esto es, con adquisición de características similares aun partiendo de puntos diferentes y divergencias subsiguientes.

Palabras clave: Sudáfrica, apartheid, evolución convergente, colonialismo por asentamiento, sionismo, apartheid israelí

 Los esfuerzos para aplicar la idea de apartheid al conflicto Israel/Palestina son ahora ubicuos, [i] evidentemente realizados con la esperanza de que el Estado de Israel fuera deslegitimado por asociación con las inequidades del apartheid.

Entre quienes abogan por esa analogía, el más importante es el Boycott Disinvestment y Sanctions Movement (Movimiento por el Boicot, la Desinversión y Sanciones), respaldado por las principales organizaciones de derechos humanos, tales como Amnesty International. Esto ha sido respaldado por sucesivas resoluciones de las Naciones Unidas que, al definir al apartheid como un crimen contra la humanidad y al sionismo como una forma de racismo, brindan una plataforma para concebir al apartheid como un problema genérico o como parte de un imaginario compartido. [ii]

La opinión que adelantamos aquí es que la opresión en Sudáfrica y en Israel/Palestina presenta parecidos similares así como diferencias fundamentales. Argumento que la analogía del apartheid no es lo mismo que una comparación rigurosa: contribuye poco a la comprensión de la causalidad o su proceso y a menos que se utilice principalmente como recurso heurístico a efectos del análisis, podría no ser una guía idónea para el desarrollo de una estrategia política. Más aún, como historiador de la Sudáfrica del apartheid, mantengo la visión de que el carácter discriminatorio de un gobierno racial en esa sociedad debe mantenerse.

Aunque la creación del Estado de Israel en 1948 coincide con la elección clave para el apartheid en Sudáfrica, en ese mismo año, muy pocos aspectos, si es que había alguno, identificaban a estos países como que tenían mucho en común como estados coloniales de asentamiento en esa época.

Desde la década de 1960 empezaron a trazarse paralelismos entre estas sociedades. Para la década de 1970, ambos países comenzaron a establecer fuertes vínculos de seguridad. Esta contribución a un rápido desarrollo de la literatura comparada da cuenta de lo mucho que las dos sociedades compartían de sus fundamentos ontológicos en el colonialismo de asentamiento (colonizadores extranjeros), al tiempo que reflejaba en su sustrato los intereses y experiencias compartidas en lo estructural y lo histórico.

La conclusión es que Israel/Palestina y la Sudáfrica del apartheid no son lo mismo pero sugiere que han sufrido un proceso de evolución convergente, esto es, la adquisición de características similares a desde puntos de partida diferentes. Este proceso  ha sido seguido por una creciente divergencia desde 1994, el año en que tuvo lugar la transición a un gobierno de la mayoría en Sudáfrica. [iii]

APARTHEID

El apartheid fue un sistema altamente específico de dominio racial que se fue construyendo durante casi un siglo de experimentación en segregación racial. [iv] El término “apartheid” se transformó en la política oficial de gobierno en 1948. Inicialmente había sido formulado por los teólogos misioneros de la Iglesia Reformada Holandesa en la década anterior como una forma para preservar las diferencias raciales y culturales dentro de un marco cristiano.

El apartheid por lo tanto potenció las políticas raciales previas e hizo de Sudáfrica la clave para el dominio y la supremacía de los blancos en la posguerra. Por buenas razones, los científicos habitualmente distinguían al apartheid de sus predecesores segregacionistas. Por si solo, este hecho invita a ser cautos en la generalización del apartheid a otros contextos. 

En su forma más conspicua, el apartheid fue practicado en una forma mucho más sistemática que la segregación racial: el fervor ideológico etno-nacionalista de los afrikaner (el grupo étnico descendiente de los primeros colonos holandeses que llegaron en 1652) impulsó el desarrollo de un Estado modernizante, servido por una burocracia leal que procuró utilizar una ingeniería social en gran escala para resolver “el problema nativo” definitivamente.

Sin embargo, el apartheid no consistía solamente en el tratamiento de los “no blancos”. Simultáneamente fue un proyecto nacional y étnico concebido para asegurar  la superioridad de los afrikaner sobre los sudafricanos de habla inglesa.

Los sudafricanos anglófonos eran vistos con sospecha por los nacionalistas afrikaner como sujetos con lealtades divididas entre el país y el Imperio Británico. Los anglo parlantes a menudo eran considerados como peligrosos liberales indignos de confianza o rechazados como promotores  de un segregacionismo lavado y deshonesto.

En tanto proyecto etno-nacionalista, el apartheid era alimentado por profundas vertientes de antimperialismo y republicanismo. En este sentido, el apartheid era un proyecto nacional y social diseñado para asegurar la supremacía blanca y específicamente la de los afrikaner.

Durante su primera década, el significado y el futuro del apartheid era incierto. Un punto clave de inflexión se produjo en 1960 con la masacre de Sharpeville cuando 69 civiles negros, residentes de un pueblo al sur de Joahnnesburg fueron muertos por la policía cuando protestaban contra las leyes de peaje que restringían severamente la movilidad de los africanos y los sometían a humillaciones rutinarias.

La condena internacional del apartheid aumentó dramáticamente en ese momento, conducida por la Asamblea General de las Naciones Unidas y apoyada por el Commonwealth Británico. En Londres, el reciente “comité del boicot” británico se transformó en el “movimiento anti apartheid”. El término prendió en parte porque apartheid era un neologismo exótico que sugería un estado de apartamiento y también porque muchos de los que lo apoyaban tenían el aroma del nazismo.

Consciente de las connotaciones negativas del término único de la panacea racial que lo llevó al gobierno en 1948, El Primer Ministro Verwoerd (1901-1966) trató de recalificarlo como una fórmula de “buena vecindad” y aún como una forma de descolonización.

FUNDAMENTOS: 1948-1967

Hoy en día todos los paralelismos parecen muy evidentes pero en 1948 pocos equiparaban el apartheid sudafricano con el Estado sionista de Israel. En verdad, ambas sociedades se veían a si mismas como enclaves de civilización europea y progreso en regiones del mundo caracterizadas por el atraso.

Más aún, ambas hacían referencia a pasajes del Antiguo Testamento que incluyen la idea del “pueblo elegido” como forma de legitimar sus ambiciones etno-nacionalistas. Sin embargo, la compatibilidad entre ambas no era ostensible en aquel entonces.

Desde un punto de vista internacional, el régimen racial del apartheid tenía preocupantes afinidades con el nazismo. Su íntima relación con el racismo legalizado estaba en manifiesta oposición con el espíritu y los principios de la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas,de 1948.

Por el contrario, la existencia de Israel como estado nacional judío era atractiva precisamente porque el nuevo estado era visto como una forma de reparación para las víctimas primordiales del holocausto nazi. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, tenía mucho que decir acerca de capitalismo, imperialismo y racismo en Sudáfrica, al tiempo que veía a Israel como un ejemplo de derechos nacionales que enaltecían los derechos humanos. [v] Ella no comparó ambos casos en forma alguna.

Herf describe el breve momento de concordia entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, acerca de la creación del estado sionista, como “el momento de Israel” [vi]. En ese preciso momento Sudáfrica empezaba a suscitar la condena internacional.

Algunos observadores podían ver al sionismo como un movimiento progresivo y al mismo tiempo rechazar al nacionalismo afrikaner como mentalidad estrecha y retrógrada. En las épocas de su formación, el sionismo  tuvo fuertes afinidades con el marxismo y con el pensamiento liberal nacionalista.

En forma notoria, había una fuerte relación de ideología socialista en los kibbutz israelíes y en el movimiento sindical Histadrut, antes y después del establecimiento del Estado de Israel (que, es importante anotarlo, no promovía la ocupación de tierras por la fuerza) [vii].

Por el contrario, los líderes derechistas del apartheid veían al liberalismo teñido de socialismo y para ellos era anatema. Nunca hubo movimiento alguno de colonos rurales en Sudáfrica que se inspirara en objetivos comunitarios socialistas.

El apoyo al sionismo no se limitaba al Occidente. Toda vez que la Unión Soviética era un implacable enemigo del dominio por una minoría blanca, Moscú se movió rápidamente para reconocer al Estado de Israel en mayo de 1948 (después cambió su apoyo político pero mantuvo el reconocimiento al nuevo estado).

Checoeslovaquia suministró una crucial ayuda militar a Israel en 1948, desafiando el embargo de armamento respaldado por los Estados Unidos. Al mismo tiempo, Checoeslovaquia se había convertido en un sólido “amigo fraternal” del Partido Comunista Sudafricano y del Congreso Nacional Africano (ANC), que amparaba a intelectuales y activistas sudafricanos de izquierda desde la década de 1950, y suministró armamento a las organizaciones de liberación en 1963 [viii].

El pensamiento antimperialista y anticapitalista arraigado en la izquierda comunista podría haber incluido a Sudáfrica y a Israel en el mismo marco conceptual pero esto no ocurrió sino hasta bien avanzada la era de posguerra y, en el caso del ANC, hasta la década de 1970.

El hecho de que el establecimiento de un Estado israelí comprendía una lucha contra el imperialismo británico era visto con simpatía por los liberales y socialistas de mentalidad internacionalista en Occidente. También había apoyo desde el Bloque Socialista [ix].

En Sudáfrica, el antimperialismo estaba complicado por el hecho de que esta tradición política, que había contado con la fuerte adhesión de laboristas y socialistas anglófonos en las primeras décadas del siglo XX, era más bien un patrimonio del nacionalismo afrikaner.

Los progresistas en Sudáfrica siempre fueron una pequeña minoría que nunca llegó al poder (aunque mantuvieron alguna influencia en las organizaciones cívicas). En Israel, en cambio, políticos que se consideraban a si mismos como socialdemócratas de izquierda alcanzaron los más altos niveles en el gobierno.

No parece haber existido vínculos sustanciales entre los partidos comunistas de Palestina y de Sudáfrica, ambos constituidos a principios de la década de 1920 y alineados en la Comintern. Las conexiones que compartían los comunistas judíos a través del Bund anti sionista, el laborismo sionista y el movimiento juvenil de izquierda Hashomer Hatzair, no promovieron un reconocimiento mutuo, aunque las dos sociedades compartían un desafío teórico común, cual era como reconciliar la cuestión nacional con la más amplia solidaridad de clase.

En Sudáfrica, la Comintern jugó un papel fundamental en la ruptura ideológica de fines de la década de 1920, que representó una transición de la lucha revolucionaria basada en el proletariado blanco a una lucha por la “república nativa” dirigida por nacionalistas africanos.

La experiencia israelí fue muy diferente, en parte por razones demográficas. El Partido Comunista Palestino demostró no ser capaz de resolver la cuestión de la “arabización” impulsada por la Comintern a fines de la década de 1920 y las tensiones se volvieron patentes durante la Revuelta Árabe de 1936 a 1939 [x].

A pesar de los interesantes paralelismos que pueden efectuarse con la “cuestión nacional”, las respectivas literaturas no parecen mencionarse entre si [xi]. Aunque comunistas pioneros en Sudáfrica, como Sideny Bunting y David Ivon Jones estaban dispuestos a ver la configuración de raza y clase en Sudáfrica como el mundo colonial en miniatura, la situación en Israel/Palestina fue tratada por la Comintern como un caso específico y fuera de serie.

Como lo explica Greenstein, los partidos comunistas sudafricano y palestino existieron en paralelo pero, según parece, no en tandem. El comunismo palestino emergió en diálogo con el nacionalismo colonial sionista. Hasta el parteaguas de 1928, el comunismo sudafricano estaba fuertemente asociado con el sindicalismo blanco pero, en su activa oposición al colonialismo y al imperialismo, el comunismo sudafricano fue capaz de alinearse con el socialismo internacional y, en forma crucial, pudo abrazar el “no racismo” como un principio central [xii].

Si el discurso de la izquierda no promovía comparaciones entre Sudáfrica e Israel/Palestina hasta el último cuarto del siglo XX, el hecho de que muchos de los dirigentes de la primera generación del apartheid mostraran marcadas inclinaciones fascistas en las décadas de 1930 y 1940 tampoco sugería afinidades naturales con el Estado de Israel.

En Sudáfrica, el auge de la derecha radical ocurrió décadas antes de la emergencia de esta en Israel. El Primer Ministro inicial del apartheid en Sudáfrica, fue Daniel Malan, un pastor y editor de periódicos cuyos seguidores eran a menudo motejados como “Mala-nazis” por su simpatías pro alemanas durante la guerra.

Por el contrario, el apoyo internacional para el Estado de Israel estaba profundamente afectado por la masacre de los judíos europeos a manos del nazismo. En la década de 1930 y principios de la de1940, había un virulento componente antisemita en el nacionalismo afrikaner. Aunque el “problema nativo” subyacía en las políticas del apartheid, la retórica populista anti judía y anti hindú era ostensiblemente aún más estridente que la ideología anti negro en esta época (aunque esto solo se debiera a que los mecanismos estructurales básicos de la jerarquía blanco/negro ya estaban sustancialmente establecidos). Las medidas anti inmigración contra los “extranjeros” (los refugiados judíos provenientes de Europa) y los ataques contra los capitales judíos se destacaban en la retórica nacionalista de los afrikaner [xiii].

En la posguerra, el antisemitismo en Sudáfrica entró en pausa en la medida en que el nuevo gobierno del apartheid se enfocó en conseguir la unidad de los blancos. La creación del Estado de Israel como un hogar para los judíos parece haber aliviado los temores de los afrikaner acerca de la emigración de judíos hacia Sudáfrica. El gobierno autorizó a los judíos en Sudáfrica a contribuir financieramente a la causa sionista. Las tensiones del antisemitismo doméstico en Sudáfrica continuaron porque muchos judíos liberales y comunistas en el país eran abiertos y visibles opositores  del apartheid.

La Junta Judía Sudafricana de Diputados y la Federación Sionista (establecida en 1898) hicieron todo lo posible para disipar los temores del gobierno sobre su lealtad. En 1953, el Primer Ministro Malan, visitó Israel, fue el primer jefe de estado internacional en hacerlo. Ben-Gurion elogió a Malan por “su contribución al mutuo entendimiento entre las razas”. Por su parte Malan elogió la atención a la tierra por los israelíes como un ejemplo que los sudafricanos podrían seguir [xiv] . Sin embargo, no quedó en el olvido que Malan había sido responsable de la ley anti judía Cuota Anti Inmigración de 1930 [xv] .

En forma incongruente, el programa israelí para la recepción de Malan, cuando habían transcurrido cinco años de la era del apartheid, incluía una exhibición de Lost in the Stars, una versión en hebreo de la adaptación por Alan Paton para la escena de Broadway de la icónica novela anti-apartheid Cry the Beloved Country. Un mes después, los dirigentes del ANC Duma Nokwe y Walter Sisulu asistieron a la misma función cuando pasaron por Israel en su viaje a China y a la Unión Soviética. Nitzan Tal y Louise Bethlehem mostraron como la recepción israelí de Lost in the Stars planteaba difíciles cuestiones acerca de la relación entre sionismo y apartheid. El comentarista israelí Azriel Carlebach destacó en ese momento que Israel podía

 estar recapitulando aspectos del apartheid [xvi]. Sin embargo esta era una visión muy estrecha.

En las décadas de 1950 y 1960 la política exterior israelí procuró cultivar fuertes lazos con países africanos. El Estado de Israel estuvo tentado de condenar al apartheid en las Naciones Unidas y en esos primeros años, era tácitamente considerado en el seno de las Naciones Unidas como una especie de árbitro moral [xvii]. Israel se posicionó como anti racista y antimperialista.

El país se aplicó en forma entusiasta al desarrollo de proyectos en partes de África, a partir de un deseo estratégico de abrir una brecha entre el África negra y el Medio Oriente árabe.

Estudiando como lanzar un movimiento guerrillero, Nelson Mandela aprendió de las luchas por la independencia de Israel así como de la luchas por la liberación de Argelia, Vietnam y Cuba. Los activistas y revolucionarios de izquierda estaban desproporcionadamente representados en el brazo armado del ANC, Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la NAción), y también en el Partido Comunista Sudafricano.

Arthur Goldreich había hecho experiencia directa de combate con Palmah contra británicos y palestinos  en 1948 antes de volver a Sudáfrica en 1954 para volverse un activo integrante del movimiento de liberación. Mandela cita a Goldreich en su autobiografía como una valiosa fuente en materia de guerra de guerrillas [xviii].

Hasta la guerra de 1967, las relaciones gubernamentales entre Israel y Sudáfrica se caracterizaban por un grado de ambigüedad estratégica. En 1948, el Primer Ministro Jan Smuts (que disfrutaba de una estrecha relación tanto con la elite política británica como con Chaim Weizmann) concedió a Israel un reconocimiento de facto mientras al mismo tiempo mantenía abierta la posibilidad de negociar un reconocimiento similar a un proyectado “Estado Árabe en Israel”.

El consulado de Pretoria en Egipto, con el apoyo de la prensa afrikans, propuso el reconocimiento de un gobierno de la Liga Árabe para Palestina. El gobierno egipcio trató de obtener la ayuda diplomática de Israel, en tanto “potencia africana” para reducir o terminar con la presencia de tropas británicas en la zona del Canal de Suez, señalando que Sudáfrica había combatido por su parte contra el imperialismo británico.

Las buenas relaciones entre la Sudáfrica del apartheid y Egipto empezaron a agriarse después del golpe de estado de Nasser en 1952. Israel trató de persuadir a Sudáfrica para declarar su oposición a Egipto en la medida en que las tensiones se volvieron rampantes en torno a Suez.  Pero Sudáfrica rechazó alinearse abiertamente con Israel teniendo en cuenta las votaciones de esta en las Naciones Unidas en su contra. La dependencia sudafricana del espacio aéreo egipcio en sus vuelos civiles a Europa fue uno de los varios factores que se tuvieron en cuenta para adoptar una cautelosa posición sobre las tensiones árabe-israelíes [xix] .

Habiéndose opuesto a condenar a Sudáfrica por la masacre de Sharpeville de 1960, Israel revirtió su posición. En noviembre de 1961 Israel votó a favor de las sanciones de las Naciones Unidas a Sudáfrica, ante el expreso desconsuelo del Primer Ministro Verwoerd que se manifestó contra esa acción “deplorable y carente de sentido”.

El Ministro de Relaciones Exteriores, Eric Loue, un pernicioso enemigo de los judíos, amenazó con adoptar sanciones a modo de retaliación[xx]. El voto fue aprobado por una amplia mayoría en el Knesset al año siguiente, y la Ministra de Relaciones Exteriores Golda Meir manifestó que “habría sido contrario a la moral judía si Israel hubiera fallado en levantar su voz contra la ‘vergonzosa iniquidad’ de la política sudafricana del apartheid”. Sin embargo, en el mismo debate, Meir apoyo precisamente el principio de “no retorno” para los refugiados palestinos [xxi].

En este rechazo, lo que subyacía exclusivamente estaba evidentemente codificado en el movimiento sindical sionista, progresista e idealista, como lo está en la notoria declaración de Meir de 1969 que, en una entrevista con un periodista británico, sostuvo: “no hay tal cosa como palestinos”.

Quiérase que no la pesquisa conceptual del colonialismo mediante asentamientos es la más opuesta como recurso de encuadramiento analítico para entender este comentario – el luminoso estudio de Areej Sabbagh-Khoury sobre el sionismo de izquierda a nivel del movimiento del kibbutz lo sugiere – permanece allí el mérito de usar la idea de Smooha sobre la “democracia étnica” para caracterizar el cerno del Estado judío de Israel, destacando también que desde que él empleó ese término, el carácter de este estado se ha vuelto notoriamente menos democrático y conspicuamente más racista [xxii].

El apartheid, con su énfasis creciente en el “consociationalism” étnico y la retórica de no tener nada que ver con la raza, trazó un camino diferente. (N. de T.: Los politólogos definen a un estado “consociational” como el que tiene grandes divisiones internas étnicas, religiosas o linguísticas pero que permanece estable debido a las consultas entre las elites de estos grupos. Los estados consociational a menudo se contrastan con los que tienen sistemas electorales mayoritarios).

La guerra de 1967 terminó abruptamente con cualquier pretensión que Israel podía haber tenido de ser un país pro africano. También condujo a que Sudáfrica, asediada por el “bloque afroasiático” en las Naciones Unidas, viera a Israel como un aliado potencial. La brecha con África se confirmó en 1973 con la Guerra del Yom Kippur y en 1976 con el Raid en Entebbe, en Kampala.

A principios de la década de los 70, Sudáfrica primero estableció una presencia consular en Tel Aviv y después la ascendió a embajada. En 1976, el Premier sudafricano B.J. Vortser (que había estado internado durante la Segunda Guerra Mundial como simpatizante nazi) viajó a Israel para explorar la posibilidad de negocios armamentísticos y otras formas de cooperación.

En la medida en que ambos eran estados paria, los gobiernos israelí y sudafricano se inclinaron crecientemente a un apoyo mutuo y fue en esta época que los lazos de las transacciones económicas y militares entre los dos países aumentaron; hacia finales de esa década había un intercambio sustancial en el desarrollo de armas nucleares y pruebas atómicas así como en tecnología misilística [xxiii].

Las analogías entre las prácticas de Israel y Sudáfrica eran raras en las décadas de 1950 y 1960 pero se volvieron más comunes a mediados de la de 1970. En 1975, la Resolución 3.379 de las Naciones Unidas que declaró al sionismo como “una forma de racismo” fue un momento clave para identificar el exclusivismo etno-nacional como principio fundacional en ambos países.

En este caso, las percepciones teóricas del intelectual nacido en Siria y educado en el Líbano Fayez Sayegh, un reportero y autor de Zionist Colonialism in Palestine (1965), demostró ser instructivo [xxiv]. Sayegh produjo un ensayo sobre la idea del colonialismo por asentamientos en Israel/Palestina al mismo tiempo que el historiador marxista francés Maxime Rodinson empezaba a desarrollar ese concepto. Así también lo hizo la Organización Socialista Israelí Matzpen.

En ese pensamiento también había claros ecos de la tesis central del Partido Comunista Sudafricano acerca de “un colonialismo de tipo especial” pero las conexiones precisas nunca fueron exploradas en detalle [xxv]. En el londinense departamento de investigación del ANC, se empezó a delinear paralelismos entre las dos sociedades a mediados de los 70, como versiones de un colonialismo por asentamientos.

¿DEMOCRACIA DE UN PUEBLO DE SEÑORES?

Uno de los reclamos más insistentes de Israel para su legitimación internacional fue su proclamado compromiso con la democracia (por lo menos dentro de sus fronteras anteriores a 1967). Sudáfrica proclamaba ser un aliado de Occidente y un enemigo declarado del comunismo pero nunca podía sostener, en forma plausible, ser democrática.

El apartheid no solamente estaba explícitamente apuntado a suprimir los derechos políticos y la ciudadanía de los negros sino que también era una sociedad cada vez más autoritaria (aunque no totalitaria) que sometía a prisión a blancos y a negros que eran considerados subversivos.

Se adoptaron medidas contra los comunistas, ataques a la libertad de expresión y asociación y manipulaciones de la constitución, así como limitaciones en lo judicial, que eran una afrenta a la mera idea de una democracia liberal. Pese a esto, una forma de gobierno parlamentario tipo Westminster se mantuvo para los blancos hasta las reformas constitucionales de la década de 1980. Esto fue caracterizado a veces como “democracia de señores” (Herrenvolk democracy) donde un gobierno único se mantuvo continuamente en el poder entre 1948 y 1994.(N de T. La democracia Herrenvolk es un sistema de gobierno en el que sólo un grupo étnico específico participa en el gobierno, mientras que otros grupos quedan privados de sus derechos).

Por el contrario, el agitado clima político de Israel y un sistema electoral de votación proporcional produjo una serie de cambios en gobiernos basados en estrechas coaliciones. La Ley Básica de Israel del 2018 tiene fuertes connotaciones de etnonacionalismo de estilo apartheid y de hecho puede excederlo.

La Sudáfrica del apartheid era un estado blanco dominado por los afrikaners pero el dominio etnonacional nunca se produjo de jure como lo hace Israel en tanto estado Judío. La distinción entre la sociedad civil en Israel y el gobierno militar en los territorios ocupados – frecuentemente citada como evidencia que el sionismo no es inherentemente racista y que la discriminación es una medida temporal que depende de la resolución de la ocupación- ha sido borrada en las últimas dos décadas. Los efectos de la discriminación israelí recae en forma desigual sobre los ciudadanos palestinos de Israel (que portan documentos de identidad azules), los palestinos de Jerusalén (con documentos azules pero sin ciudadanía) y los palestinos de la ribera occidental y de Gaza (documentos de color verde) [xxvi].

Estas afinadas distinciones administrativas hacen recordar el “sistema de pases” del apartheid. Aún así, es bueno recordar que el exclusivismo racial y la dominación fueron cocinados legislativamente en la Sudáfrica del apartheid, mientras que en Israel el panorama de la discriminación fue ocultado por una cuasi-constitución que no establecía distinciones entre árabes y judíos hasta el 2018.

La notoria Ley de Registro de la Población de 1950, en Sudáfrica, creó múltiples categorías legales de sudafricanos desde el nacimiento, basadas en obsesivas definiciones raciales que fueron reforzadas por humillantes pruebas burocráticas. Por el contrario, la discriminación entre derechos ciudadanos de los palestinos se desarrolló más lentamente y en respuesta a los expedientes de ocupación y control.

Las concesiones del apartheid a los africanos urbanos del interior, a través de la “Sección 10 derechos” fue una respuesta a una mezcla entre la escasez de trabajadores calificados, la resistencia política y el intento de estabilizar una población africana en forma permanentemente urbana sin violar la ideología del apartheid.

En el caso de Israel, la tendencia ha ido en otra dirección, en lo fundamental en una disminución creciente de los derechos de los palestinos en una forma ad hoc y frecuentemente disimulada. Por ende, si la sociedad israelí se parece cada vez más al apartheid , es importante reconocer que esta convergencia se ha producido partiendo de puntos y presunciones muy diferentes.

Se puede establecer paralelismos entre el Partido Nacional en Sudáfrica y los partidos de derecha y organizaciones israelíes (Irgun, Herut, Likud) en relación con su ultra-nacionalismo y su hostilidad al imperialismo británico, pero el Partido Nacional se mantuvo firmemente en el poder durante toda la duración del apartheid mientras que Menachem Begin perdió ocho elecciones consecutivas hasta convertirse en Primer Ministro en 1977 [xxvii].

 Apremiado por la crisis del levantamiento estudiantil de Soweto en 1976-1977, el estado sudafricano y sus principales corporaciones procuraron librar al apartheid de sus elementos más tóxicos mediante la introducción de reformas concebidas para desarrollar alianzas con sectores de las comunidades negras, de color e hindúes.

Por su parte, Israel se ha desplazado cada vez más hacia la derecha apoyándose en la conquista militar. Los derechos superiores de los israelíes sobre los palestinos (por ejemplo, en relación con los derechos de propiedad y con el “retorno”) se ha reforzado efectivamente a través de una limpieza étnica de palestinos y del racismo de la seguridad [xxviii].

Otro punto de diferencia radica en la intensidad de las restricciones raciales ideológicamente encuadradas en las dos sociedades. Los reformistas en Sudáfrica, a menudo trazaron una distinción entre “pequeño” y “gran” apartheid (el primero relativo a medidas como el acceso segregado a amenidades y el acceso a los recursos públicos tales como asientos y playas, el último relativo a las políticas centrales tales como la segregación espacial y los derechos políticos) pretendiendo que fuera posible distender ciertas restricciones raciales sin comprometer al apartheid como sistema.

Dejando de lado el hecho de que el “pequeño” apartheid redundaba en humillaciones diarias y maltrato hacia los sudafricanos negros, la distinción entre “pequeño” y “gran” apartheid no tiene correlación con la situación en Israel, tanto sea en su territorio original propiamente dicho o en los territorios palestinos ocupados. En este caso parece tener más sentido pensar en un gradiente discriminatorio, con las formas más extremas de represión que son evidentes en los territorios ocupados. Estas son consecuencia de las imposiciones que se producen día a día por la fuerza del gobierno militar más que por el desarrollo de una lógica detallada de apartheid.

TIERRA Y TRABAJO

Tanto en Sudáfrica como en Palestina, la lucha por la tierra ha sido central aunque la dinámica y los objetivos han sido muy distintos. La remoción de las tribus Khoe-San y de los africanos negros de sus tierras ancestrales fue un proceso increíblemente formalizado a posteriori a través de una legislación segregacionista.

La Ley de Tierras de 1913 expresaba la intención de la recién constituía Unión Sudafricana de mantener solamente una fracción de las áreas rurales del país para uso exclusivo de los africanos, con la promesa de aumentar la extensión de las “reservas africanas” en el futuro. Las tierras reservadas para los africanos nunca fueron suficientemente extensas para resultar sustentables; fueron concebidas para alojar conjuntos de trabajo de “reserva” a los que los agricultores comerciales e industriales blancos pudieran acceder a través de un sistema de trabajadores migrantes.

La segregación territorial no era tanto un medio para disponer del trabajo de los negros sino un dispositivo para alterar el equilibrio de las relaciones laborales en el campo. En la época del alto-apartheid de las décadas de 1960 y 1970, las reservas fueron reformuladas como Bantustanes étnicamente definidos que fueron encargados de ser una forma postiza de dar expresión a las ambiciones políticas tribales de los negros y al mismo tiempo facilitar las políticas de división y dominio.

En términos económicos, los negros se mantuvieron como parte integral de la economía de la Sudáfrica blanca e indispensables para la prosperidad de los blancos. La supremacía de los blancos era por lo tanto una característica fundamental del capitalismo racial sudafricano pero también era el reconocimiento tácito de una interdependencia.

Por el contrario, el desplazamiento y la expulsión de los palestinos de sus tierras – la tierra sin su gente – condujo a la desigualdad en Israel/Palestina. Este punto clave fue destacado por Fayez Sayegh cuando anotó que los colonialistas europeos en África, generalmente “consideraron la presencia continuada de poblaciones indígenas como ‘útiles’ para los colonos y, en tal sentido, han reservado para los nativos todas las funciones más bajas y les asignaron papeles inferiores en las sociedades dominadas por los colonos. ¡No fue así con los sionistas!… Ellos han expresado su especial “supremacía” sobre los árabes “nativos”, al principio aislándose de los árabes en Palestina y después expulsándolos de sus hogares y sus tierras” [xxix].

Tan importante resulta esta distinción para Sayegh que inmediatamente prosigue para establecer, con especial énfasis, que ni aún en Sudáfrica o en Rodesia, “el celo corriente por la exclusividad racial” y la necesidad de la expulsión física de las poblaciones indígenas ha sido tan aguda como bajo el sionismo [xxx].

Un cuarto de siglo más tarde, el clásico estudio de Gershon Shafir sobre la adquisición y la explotación de la tierra demostró como el “puro asentamiento” en Israel/Palesina, especialmente sobre bases colectivas, difería del asentamiento en colonias tales como Sudáfrica, donde la propiedad de la tierra por los blancos rara vez implicaba que ellos trabajaran len los campos [xxxi]

La remoción forzada de los árabes del nuevo Estado de Israel en 1948 fue resultado de una eliminación etnonacionalista concertada y oportunista, cometida bajo la cobertura de una guerra. Los actos de violencia e intimidación que tuvieron lugar durante la Nakba ahora son vistos como el pecado original de Israel [xxxii] .

El notorio sistema de “control de circulación” del apartheid, por el contrario, fue organizado más para controlar la movilidad laboral de los africanos que para producir una limpieza étnica, aunque había indudablemente fuertes elementos de esta última en el proceso vinculado con las remociones de población y la “consolidación” étnica de los Bantustanes.

La manipulación demográfica y el despojo fueron evidentes en pueblos y ciudades como Jaffa, Haifa y Jerusalén después de 1948 pero no en la manera completamente premeditada y sancionada estatalmente que requirió y posibilitó la Ley de Áreas Grupales (1950) en Sudáfrica.

La remoción total de presencia negra en áreas urbanas “blancas” fue alcanzada a través de una implacable y visible lógica burocrática e ideológica. Los planificadores del apartheid pusieron de manifiesto estos actos de ingeniería social e hicieron poco para ocultar sus planes.

La “desarabización” de Jerusalén Occidental empezó aún antes de 1948 como resultado de las provocaciones de la Haganah y llevada a cabo mediante la guerra y la conquista. La “unificación” de Jerusalén en 1967 también fue posible por la guerra [xxxiii] . Los planes actuales para expulsar a los refugiados palestinos de Sheikh Jarrah, en el Jerusalén Oriental ocupado, para hacer lugar a colonos israelíes sugiere que el pecado original de Israel se está perpetuando en lugar de retraerse o mejorar.

No hubo hechos comparables durante la época del apartheid. A diferencia de Israel, la Sudáfrica del apartheid no estaba impulsada por las dinámicas del expansionismo; su agresión a los países vecinos era más un asunto de sellar las fronteras contra las incursiones de movimientos de liberación exiliados.

Sin embargo no hay que olvidar que las incursiones transfronterizas y la desestabilización  de los países vecinos fueron un rasgo mayor del estado militarizado del apartheid tardío en la década de 1980, tal como lo fue, digamos, la invasión israelí al Líbano en 1982. Dicho de otro modo, las remociones masivas de población y la limpieza étnica en Sudáfrica se produjo dentro de las fronteras de 1910 del estado-nación (y Namibia) y fueron supervisadas en todos los puntos por autoridades civiles y administrativas y no por militares.

La existencia soberana de Sudáfrica dentro de sus fronteras no era cuestionada por los principales movimientos de liberación. El ANC mantuvo firmemente la posición de que su objetivo era el gobierno de la mayoría en una nación-estado unitaria.

La liberación nacional en Sudáfrica apuntaba a desmantelar los manoseados Bantustanes del apartheid, en una solución de estado único en el cual la ciudadanía común se restablecería para todos. Esto se consiguió en 1990-1994. En Israel/Palestina, sin embargo, las fronteras de la nación-estado, continuamente redefinidas a través de la guerra y la conquista, siguen siendo un problema. No hay una perspectiva de acuerdo.

Sería casi imposible volver los límites al statu quo anterior a 1967 y menos anterior a 1948. Una obsesión con mapas “de hecho sobre el suelo” y la demografía en Israel/Palestina indica una deliberada inestabilidad cartográfica del estado de Israel, aunque de hecho ha sido capaz de ocupar la Palestina histórica, más o menos dentro de los límites proclamados durante el periodo del Mandato hace cien años [xxxiv] .

Durante la época segregacionista en Sudáfrica, la política de soberanía diferencial significaba que la tierra era concedida a los africanos sobre una base comunal  a cambio de la aceptación tácita de la pérdida de derechos políticos individuales; nunca fue una condición previa para un acuerdo político como en el caso de Israel/Palestina: tierra por paz.

En la Sudáfrica del apartheid, la consolidación de las tierras tribales de hecho comprendía un aumento en los acres disponibles para los negros (a través de una mezcla de compras compulsivas y de disponer de tierras de propiedad gubernamental) para dar a los Bantustanes una apariencia de autosuficiencia e integridad territorial. Por lo tanto, mientras que en 1913 alrededor del 7% de las tierras del país fue dedicada al uso por los africanos, al final del apartheid la cantidad de tierra bajo control africano se había duplicado hasta llegar a alrededor de un 15%.

Precisamente porque las fronteras de Sudáfrica eran ampliamente aceptadas y también a causa de que la presión demográfica era mucho menos aguda que en Israel/Palestina, el razonamiento ontológico histórico o religioso (como en la idea sacralizada de “Eretz Israel” o el “derecho al retorno”) resultaba que la propiedad de la tierra no era un obstáculo fundamental para una solución política en Sudáfrica. La redistribución de la tierra es un asunto más importante en la época post apartheid y está relacionada con las fallas en la redistribución de recursos económicos, lo que es un reconocimiento tácito de la idea de que el despojo del apartheid estaba íntegramente relacionado con el capitalismo racial y la explotación.

El apartheid pretendía una incorporación selectiva de los negros en un sistema capitalista sometido a disparidades extremas de poder y derechos.  Israel/Palestina se caracteriza por una exclusión sistemática conformada por la confrontación de dos nacionalidades antagónicas sobre los derechos a la misma tierra y espacio [xxxv] .

Estos procesos continúan desarrollándose. Treinta años después de la liberación, los negros en Sudáfrica continúan sirviendo las necesidades de los blancos. En el mismo periodo en Israel, los migrantes del Sur global a menudo han sido reclutados para desarrollar tales funciones. En condiciones de crisis, el estado de Israel no tiene problemas en cortar el acceso de trabajadores palestinos. Aunque los árabes palestinos no tienen prohibido ser propietarios (como los negros lo estaban en la Sudáfrica urbana), ellos y mucho más los refugiados palestinos siguen estando privados de su derecho a recuperar la llamada “propiedad abandonada”.

El hecho de que el apartheid contara con la presencia urbana de negros por razones económicas, significa que el gobierno estaba preparado para hacer concesiones pragmáticas al distinguir, digamos, entre quienes tenían derechos calificados para residir en zonas urbanas y quienes como “outsiders” carecían de derechos.

A mediados de la década de 1980, el gobierno empezó a vender propiedades (mediante leasing) a negros de clase media en un esfuerzo para darles participación en el sistema social. Esta política introdujo un cambio considerado como una modificación mayor de un precepto clave de Verwoerd, en el sentido de que ningún negro debía residir en forma permanente en “ciudades blancas”.

Los sudafricanos blancos se mudaron a las áreas vaciadas a la fuerza de africanos, gente de color e hindúes, según los términos de la Ley de Áreas Grupales. Sin embargo, las remociones en Sudáfrica tenían más que ver con satisfacer los rígidos preceptos de la ingeniería social del apartheid  que con una necesidad de asegurar espacio para los blancos y ni que decir de los inmigrantes del exterior que reclamaban derechos, como los judíos.

El gobierno sudafricano arrasó el barrio de propietarios de Sophiatown en el Johannesburg de 1950 que era un símbolo de cultural y político de la negritud y construyó un barrio de trabajadores blancos sobre sus ruinas. En el caso del Distrito 6 de Ciudad del Cabo, el gobierno fue mayormente incapaz de persuadir a los negocios privados y desarrolladores inmobiliarios blancos de aprovechar esas tierras en esta área histórica; el Distrito 6 se mantiene como una herida visible del apartheid casi 50 años después.

Las políticas de exclusión espacial en estas dos sociedades son comparables pero significativamente diferentes en propósitos, intensidad y gradación. La segregación en las áreas rurales de Sudáfrica se mantenía mediante la construcción de “locales” o “poblados” para la gente designada como “de color” o “africana”. Las carreteras y los servicios de transporte se configuraban para mantener la separación y las poblaciones podían ser y de hecho eran selladas en momentos de tensión política y desórdenes. Pero no había retenes militares permanentes en Sudáfrica y tampoco obstáculos físicos como los enormes muros de cemento y barreras que serpentean a través de los territorios ocupados de Palestina.

SUPERVIVENCIA Y LEGITIMACIÓN

La violencia estructural y la represión eran ubicuas en la Sudáfrica del apartheid – ya fuera experimentada por los sudafricanos negros en forma cotidiana mediante las leyes de circulación o a través de remociones forzosas en procura de totalizar la consolidación de los Bantustanes – pero esas prácticas eran aplicadas por la policía y por empleados públicos y no por un ejército de ocupación.

La presencia de los militares en las poblaciones sudafricanas para controlar las revueltas en la década de 1980 marcó una escalada mayor en la represión y también introdujo en el hogar de los blancos comunes las brutales realidades de la injusticia del apartheid. A su vez esto desató una limitada pero significativa reacción en los círculos liberales y de izquierda y derivó en el surgimiento de un activismo de desobediencia civil, notablemente seguido por la Campaña para Terminar con la Conscripción.

El involucramiento del ejército sudafricano en Angola desde 1975, que el gobierno inicialmente negaba, era impopular a nivel doméstico: sirvió como causa principal para erosionar la confianza política de los blancos en el Estado seguro del apartheid. La crisis de legitimidad aumentó mucho en la década de 1980 cuando las tropas blancas del ejército fueron desplegadas dentro del país para hacer de policías en las poblaciones negras, una prueba visible de que el presunto enemigo no era la infiltración comunista sino la gente común que hacía tareas comunes.

Por el contrario, el ejército de conscriptos israelí obtiene un abrumador respaldo político entre la población (a pesar de la creciente discrepancia como resultado de la erosión de la democracia israelí),  independientemente de los que se niegan a  incorporarse a filas por razones religiosas.

Aquí hay una diferencia importante. Sudáfrica no estaba seriamente amenazada con la liquidación o, en una frase a menudo aplicada a Israel pero en forma poco frecuente al apartheid en Sudáfrica, con que los colonos ocupantes fueran “arrojados al mar”. Solamente una pequeña minoría de negros articulaban el lenguaje del Congreso Pan Africano y su brazo armado (PAC/Poqo) de “un colono, una bala” (parafraseando la exigencia del más amplio movimiento de liberación “un hombre, un voto”). Esloganes como esos eran más un asunto de retórica y posicionamiento político que un artículo de fe.

La lógica de eliminación que se escucha en ambos extremos del contexto Israel/Palestina tuvo poca resonancia en la Sudáfrica del apartheid. De hecho, la Alianza del Congreso, de la que el Congreso Nacional Africano (ANC) era el componente fundamental, procedió desde su querida premisa de la Carta de Libertades de 1955, en el sentido que “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, blancos y negros”.

El lenguaje multiracial o no racista estaba profundamente entrelazado en sus posiciones y fue reafirmado por la transición hacia la democracia después de 1990. El cristianismo también ha sido una fuerza tanto para la unidad de las razas como una fuente de división. En 1990, después de largos debates acerca de la moralidad de la “Biblia del apartheid”, la influyente Iglesia Reformada Holandesa renunció al apartheid considerándolo un pecado. Por el contrario, en el Israel contemporáneo, la apelación a la justificación bíblica del “Eretz Israel” solamente se ha vuelto más insistente y los fundamentalistas religiosos derechistas o el “Movimiento del Templo” cada vez son más intransigentes. 

Los nacionalistas afrikaner podrían haber argumentado que la suya era una “lucha por sobrevivir”, pero en este caso se estaban refiriendo a privilegios culturales y étnicos y no al derecho a vivir en el país de su nacimiento. La situación es notoriamente diferente en Israel, cuya existencia como estado sionista nunca ha sido completamente reconocida por los principales elementos palestinos y tampoco por cualquiera de las organizaciones islamistas de resistencia (la carta de Arafat a Rabin de 1993 es probablemente la excepción que confirma la regla).

Continuados ciclos de violencia y guerra en Israel/Palestina hacen que el reconocimiento estatal común – ya sea unitario o en dos estados – sea impracticable. El movimiento anti apartheid, por el contrario, procuraba derrocar la supremacía blanca y terminar con el gobierno de la minoría, pero raramente o nunca cuestionó el fundamento ontológico de Sudáfrica como país soberano y autogobernado.

 

RESISTENCIA

Esto tiene una gravitación importante en la naturaleza de la resistencia anti apartheid [xxxvi]. La lucha contra el apartheid adoptó muchas formas distintas. Comprendió a fuerzas internas y externas. Las sanciones internacionales y los boicots jugaron un papel. También lo hizo la ignominia de Sudáfrica  y su tratamiento como un estado paria.

Sin embargo, finalmente fue la dinámica política doméstica y el reconocimiento de la interdependencia racial los que fueron decisivos en la preparación de Sudáfrica para una transición política. La voluntad para negociar dependió de la movilización en el interior de ecosistemas institucionales y políticos que incluían a los sindicatos, las organizaciones cívicas y las comunidades religiosas (iglesias, mezquitas y sinagogas), así como una tendencia en culturas largamente establecidas del disenso (universidades, medios de comunicación, justicia y cultura).

A pesar de todas sus divergencias políticas y la situación de casi guerra civil a la que se llegó en la década de 1980 y principios de la de 1990 – en la medida en que el gobierno respaldó o auspició los enfrentamientos asesinos entre organizaciones políticas negras rivales – la aspiración para construir una democracia no racista en una común asociación no decayó.

Las demandas por la libertad, cristalizadas en la carismática personalidad política de Mandela, se concretaron en un movimiento efectivo que hizo del compromiso político y del pragmatismo una virtud moral y a la vez fue el preludio del extraño milagro de “la Nueva Sudáfrica”.

Para Sudáfrica, la caída del Muro de Berlín en 1989 demostró ser crítica: eliminó la justificación final del régimen del apartheid como garante del orden contra las fuerzas del comunismo, en tanto también dio un enorme empuje al internacionalismo liberal y a las esperanzas en derechos humanos globales. En Israel, el fin de la Unión Soviética tuvo poco efecto directo. En la medida en que el fin de la Guerra Fría ayudó a desencadenar negociaciones que condujeron a Oslo, también y en parte fue consecuencia de la pérdida de apoyo en el Bloque Oriental que experimentó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)·

En Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (ANC) ganó mayor legitimidad en la medida en que el espantapájaros comunista se evaporó y se abrió un espacio político para las negociaciones históricas entre partidos opuestos. Esto requirió la remoción del intransigente presidente sudafricano P.W.Botha.

La gramática de la política israelí tomó un rumbo diferente. Habiendo sobrevivido a la era de la globalización de la década de 1990, sus líderes (especialmente Netanyahu) se fortalecieron al identificarse con la política populista de los líderes autoritarios y las divisiones infligidas por la religión – en todo de acuerdo y a veces en alianza con Trump, Putin y Erdogan [xxxvii]

Los aspectos duales y complementarios de la lucha contra Sudáfrica – en el interior y en el exterior – fueron un aspecto clave de la resistencia anti apartheid. Asimismo no tienen comparación directa en Israel/Palestina, a pesar de que hay signos de que semejante confluencia se está desarrollando ahora  en la medida en que los ciudadanos israelíes protestan contra el viraje derechista de su país.

En la última década del régimen del apartheid, la oposición interna y externa empezó a integrarse bajo las banderas del ANC, a pesar de que el populismo cívico del movimiento democrático de masas dentro del país, en los 80, era marcadamente diferente del ANC en el exilio. A su vez, el ANC estaba dividido entre un brazo político-diplomático y un ala militar, Umkhonto we Sizwe (la Lanza de la Nación) que sobretodo se dedicaba a la “propaganda armada”. Los ataques a los civiles eran una rareza y cuando ocurrían tales acciones eran controvertidas  en el seno del ANC y entre sus simpatizantes radicales [xxxviii].

De últimas había quienes en el ANC insistían en que el poder solamente podía alcanzarse a través del “cañon de un fusil” pero esas voces eran minoritarias aunque simbólicamente poderosas. Los dirigentes también jugaron un papel vital. El genio político de Mandela – y su suerte – se apoyaban significativamente en su decisión de conducir la lucha armada en 1960-61 (cuando eso no tenía reales posibilidades de éxito) y después para optar por las negociaciones a mediados de la década de 1980 (cuando una solución política, aún en medio de una insurrección urbana, se volvió una posibilidad genuina).

Hay paralelismos que pueden hacerse con Arafat, pero el dirigente de la OLP nunca alcanzó la autoridad moral global que Mandela fue capaz de conseguir. En el exilio en las décadas de 1960 y 1970, el ANC estaba primariamente preocupado por mantener su presencia y legitimidad como gobierno potencial en el futuro.

Hay útiles comparaciones para hacer entre el ANC en el exilio (afectado por divisiones internas, enfrentando amotinamientos en los campos militares en los 80 y con evidencia creciente de corrupción y falta de disciplina) y la OLP en Túnez después de la invasión israelí al Líbano.

Ese era el momento en que la OLP reiteraba su reclamo de ser “un movimiento de liberación en la tradición del FLN argelino y el ANC” [xxxix]. Cuanto de este afecto era recíproco por parte del ANC, que siempre consideró a su lucha como sui generis, es difícil de asegurar. En los Territorios Ocupados, la primera y la segunda Intifada llevó la lucha directamente contra Israel en una desafiante llamarada de violencia callejera.

Estos acontecimientos en verdad invitaban a una comparación con la protesta basada en los propietarios de 1976 a 1977 y de 1984 a 1986 en Sudáfrica. En esos casos el ANC tuvo éxito en conseguir apoyo político en el seno de redes cívicas ampliamente basadas tales como el Frente Unido Democrático o el Movimiento Democrático de Masas.

Fatah, a lo largo y a lo ancho, no lo consiguió. Los palestinos “tunecinos” fueron muy criticados por apropiarse de fondos internacionales para el desarrollo para financiar ricos estilos de vida y consumo conspicuo cuando volvieron para hacerse cargo de la nueva Autoridad Palestina [xl].

El retorno de los exiliados del ANC en 1990 también produjo acusaciones de que las nuevas elites perseguían el enriquecimiento personal y estaban menos comprometidas con los principios de democracia participativa y anti racista que sus camaradas del interior del país.

Sin embargo, la evidencia de esta declinación moral en su mayoría se registró después de la transferencia del poder y el ANC fue notoriamente exitoso en absorber a todas las facciones del movimiento de liberación en el gobierno de Mandela. No cometió el error de firmar un humillante compromiso como lo hizo la OLP en los Acuerdos de Oslo. Mandela sabiamente rehusó renunciar a la lucha armada aunque respaldaba las negociaciones políticas.

El ANC no era vulnerable al rechazo político purista como lo fue la OLP, que resultó confrontada por rivales islamistas (tales como Hamas) que repudiaban los complacientes Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995. Con el colapso de estos, el “proceso de paz” resultó moribundo. Las “cartas de reconocimiento mutuo” firmadas por la OLP e Israel en 1993 fueron satirizados por los principales intelectuales y activistas palestinos, como Edward Said que los calificó como “un Versalles palestino”[xli].

Una década después, Said precisamente contrastó la disciplina y el cuidado internacional de la dirigencia del ANC (que había sido “estratégicamente muy firme y tácticamente flexible”) con la de la OLP, “exactamente lo opuesto”[xlii].

LA METÁFORA DEL APARTHEID

En la década de los 80, la producción académica doméstica debatía acerca de las similitudes estructurales que subyacían  y la posibilidad de la resolución de conflictos para una transición democrática en tres sociedades coloniales divididas entre locales y colonos: Sudáfrica, Istrael/Palestina e Irlanda del Norte [xliii].

Las fuerzas enfrentadas de los nacionalismos, los africanos y los afrikaner, el sionismo y el nacionalismo palestino y el unionismo y el republicanismo en Irlanda, no resultaban confundidos en esos análisis. Cada caso era contextualmente específico: en lugar de equivalencias morales el énfasis de la investigación se enfocaba en las comparaciones estructurales [xliv].

Desde la transición política en Sudáfrica, “apartheid se ha vuelto un significado de flotación libre, sustentado en parte por su presencia en las leyes y convenios internacionales”. En 1973, la Asamblea General de las Naciones Unidas definió al apartheid como un crimen contra la humanidad en virtud de “los actos inhumanos cometidos con el propósito de establecer y mantener el dominio de un grupo racial de personas sobre cualquier otro grupo racial de personas oprimiéndolas sistemáticamente”.

La convención resultante se puso en práctica tres años después. En 1998, el Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional (que se volvió vigente en el 2002) prosiguió con una definición (Arts. 7/8) de apartheid como un crímen “cometido en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas por un grupo racial sobre cualquier otro grupo racial o grupos y cometido con la intención de mantener dicho régimen”.

Sin embargo, la resolución no mencionó a Sudáfrica. Hasta entonces nadie y ningún estado ha sido condenado bajo ese estatuto, y menos de todos Sudáfrica, que en su lugar optó por una Comisión de Verdad y Reconciliación como medio catártico ecuménico de unir a la nueva nación.

Es notable, como lo señala el experto jurista John Dugard, que la Sudáfrica post apartheid no es y no ha sido parte de la Convención de las Naciones Unidas sobre Apartheid, de 1973 (aunque haya sido firmante del Estatuto de Roma) [xlv]. El apartheid, en la ley internacional, parece estar desvinculado de Sudáfrica en si misma.

Las definiciones legales del apartheid solamente tienen una utilidad limitada: tienen influencia política y moral pero no deberían ser tratadas como verdades sociológicas e históricas inmanentes. Tampoco hay un acuerdo entre juristas en la materia.

En un informe del 2020 ampliamente citado de la organización de derechos humanos Yesh Din, el abogado Michael Sfard afirma que el crimen de apartheid es practicado en la Ribera Occidental ocupada. Aunque originario de Sudáfrica, el apartheid es “ahora un concepto legal independiente con una existencia propia, que puede existir aunque no está basado en una ideología racista”.

Este reclamo expansivo es calificado por la distinción que Sfard traza en las condiciones en los territorios ocupados y las que corresponden a Jerusalén Oriental y los pueblos y ciudades dentro de las fronteras de Israel previas a 1967. La opinión acerca de si Israel es o podría ser un régimen de apartheid depende de esas distinciones [xlvi].

A la inversa, el abogado sudafricano y fiscal internacional de derechos humanos Richard Goldstone, que dirigió la comisión investigadora de las Naciones Unidas sobre el conflicto en Gaza en 2008-2009, era de la firme opinión en el 2011 que “en Israel no hay apartheid. Nada allí se acerca a la definición de apartheid de acuerdo con el estatuto de Roma de 1998” (mucho depende de la preposición “en” {Israel} porque concede que “la Orilla Occidental es más compleja”) [xlvii]

Estas son opiniones legales fuertemente influidas por concepciones sociales y políticas, así como también por experiencias personales de Sfard y Goldstone. Como observa el antropólogo legal Richard Wilson, el uso de la historia por los abogados no promueve necesariamente una comprensión histórica profunda, por todo el peso de los juicios en cortes como las de Nuremberg o La Haya [xlviii].

El término “apartheid” sigue multiplicando y expandiendo su uso. Ahora se aplica al tratamiento de los Uyghures en China y a las alegaciones de genocidio perpetrado contra los Rohingyas en Myanmar y, en forma creciente, hacia el gobierno de Israel. El término ha sido adaptado a los Estados Unidos (que tiene su propia terminología expresiva) y aplicado también a las políticas ambientales y a la distribución de las vacunas para el Covid.

Las razones por las que “apartheid” ha sido usado tan indiscriminadamente merecen consideración. Muy probablemente, la idea de que el apartheid fue superado en Sudáfrica con la notable asistencia e intervención de la comunidad internacional ayuda a explicar su atractivo como modelo para una movilización y acción internacional.

Con respecto a Israel/Palestina, donde el conflicto parece imposible de manejar, el éxito putativo de las sanciones internacionales contra Sudáfrica es citado frecuentemente como un modelo para el movimiento BDS (Boicot, desinversión y sanciones) apuntado a Israel [xlix].

El boicot y las sanciones fueron solamente un aspecto de la presión aplicada sobre el gobierno sudafricano: “una herramienta suplementaria utilizada por una poderosa movilización masiva para la liberación en una lucha  estratégicamente conducida” [l]. La permanente deslegitimación del apartheid en la mente de sus propios partidarios también fue importante. No es fácil repetir el aparente suceso del movimiento anti apartheid.

Las teorías del dominó eran erróneas con respecto al comunismo durante la Guerra Fría y no existe buena base para creer que el moralismo del dominó pueda funcionar. Las esperanzas de que el “testigo” de los derechos humanos pueda pasar del estado paria redimido de Sudáfrica a una Palestina que todavía no ha sido liberada podrían estar desubicadas.

Bajo la presidencia de Mandela y aún un poco después, Sudáfrica procuró mantener una juiciosa aproximación al Medio Oriente, que incluía estrechar acuerdos diplomáticos y cooperativos en asuntos relativos al comercio, la ciencia y la cultura, que se firmaron entre 1995 y 1996. Una década más tarde, en el 2006, la Guerra del Líbano  provocó intensas críticas a Israel en Sudáfrica.

El Presidente Mbeki le dio la bienvenida a Sudáfrica al Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas ese mismo año y dio su apoyo a la solución de dos estados, al tiempo que elogiaba los esfuerzos de paz de Rabin y Arafat [li]. Esta cauta aproximación, sustentada en la idea de que Sudáfrica podría facilitar la paz en Medio Oriente apoyándose en su propia experiencia histórica, no sobrevivió por mucho tiempo.

Bajo la presidencia de Zuma, muchos antiguos dirigentes del ANC comparaban el tratamiento israelí a los palestinos a la vida que se llevaba bajo el apartheid y un veterano judío del ANC, nacido en Israel, Ronnie Kasrils apoyaba el boicot académico a las universidades israelíes a causa de “su complicidad en el sistema israelí de apartheid”[lii]. En el 2018, Sudáfrica retiró su embajador en Israel por tiempo indeterminado a causa de los choques en la frontera de Gaza.

Los esfuerzos para universalizar el significado de apartheid son anteriores al fin de ese régimen. En 1984, el filósofo francés Jacques Derrida dijo que el apartheid era “la última palabra del racismo”. Con ello quería decir que era “el  objetivo final del racismo en el mundo” y “el último de muchos”.

Sus dichos fueron contestados por los académicos sudafricanos Anne McClintock y Rob Nixon, que argumentaron que el borronear diferencias y significados  tenían el efecto de “conferirle al solo término apartheid una autonomía y vigencia espurias”.

Derrida replicó, apuntando a que las acusaciones de que la generalización de “apartheid” era histórica y políticamente inadecuada solamente operaba en sus cabezas: para Derrida la permanente realidad histórica radicaba en que lo esencial del apartheid se mantenía en pie y que el valor condenatorio de esta palabra clave en el discurso internacional justificaba su uso continuado. Aquí se puede traer a cuento una comparación con la definición de Mahmood Mamdani sobre el apartheid “como la forma genérica del estado colonial en África”[liii].

El impulso para ver al apartheid como el arquetipo de la sistemática explotación racial tiene un obvio atractivo por razones legales, políticas y morales. Bakan y Abu Laban desarrollan un buen argumento para la comparación entre Israel/Palestina y Sudáfrica, al tiempo que señalan que la comparación debería permitir las diferencias.

Concluyen que la propuesta de su ejercicio “no solo está asentada en una sólida ciencia política comparativa como metodología sino también en el potencial que ofrece para avanzar en un movimiento de solidaridad global e inspirar un movimiento de igualdad, paz y justicia en el Medio Oriente” [liv].

La antropóloga Julie Peteet ubica a Israel/Palestina y a Sudáfrica en una amplia categoría de colonialismo de asentamientos y está por lo tanto preocupada en destacar las diferencias dentro de sus familiares parecidos. Ella concluye que “el trabajo de comparación” es fundamentalmente valioso en virtud de “el espacio que abre para nuevas formas de conceptualizar y criticar las corrientes formulaciones de excepción”[lv].

Aún así es valedero recordar el sardónico señalamiento de Donald Akenson, quien en su comparación entre los asentamientos en Israel, en Sudáfrica y en Irlanda del Norte, señala que ninguno de los grupos en cuestión les complacía ser comparados entre si [lvi] . Para los movimientos de liberación, la solidaridad es atractiva aunque no lo es si compromete el carácter distintivo de su propia lucha.

CONCLUSIONES

Mientras no hay buenas razones para ser propietario del término “apartheid”, surgen problemas políticos y conceptuales cuando el término es apropiado para efectos retóricos o movilizadores. Al apoyarse sobre todo en definiciones legales se corre el riesgo de intercambiar la comprensión histórica por consensos técnicos negociados. Es dudoso que las atribuciones de ‘recorte y pegue’ de “apartheid” ayuden a entender los conflictos sociales fundamentales y mucho menos a desarrollar estrategias para superar profundas inequidades. En Sudáfrica, los debates académicos y políticos acerca del significado preciso del apartheid jugaron un papel clave en la forma en que se diseñaron campañas para superarlo movilizadas a través de la “política de la praxis”. Esto quiere decir, como el subsecretario de relaciones exteriores del ANC Aziz Pahad puntualmente advirtió, que “la lucha  debe ser contra un sistema y no contra un pueblo o una religión” [lvii].

Los académicos no pueden tener la esperanza de determinar la forma en que las palabras y las frases se despliegan en los contextos políticos pero pueden proponer útiles calificaciones, cuestiones y refinamientos. Para invocar una analogía diferente, uno podría resistirse a ver a “nazismo” como un término aplicable en general, porque se refiere a un régimen específico en una época específica, mientras que sería más aceptable el uso del término más flexible “fascismo” (o “fascista”), que ha sido adoptado con diversas variantes en Europa y América Latina y se refiere tanto a un estilo político y afecta también a estatutos o prácticas específicas. Por ende, emplear “apartheid” como un adjetivo (igual que “como el apartheid”) puede tener más sentido que utilizarlo como un nombre abstracto.

El apartheid podría ser o no ser “el colmo del racismo” del siglo XX, para citar de nuevo a Derrida. Israel puede de hecho estarse excediendo en la opresión y discriminación al estilo del apartheid tardío, no solamente por la amplitud con que emplea la ingeniería social y espacial y las técnicas integrales de vigilancia digital, que no estaban disponibles para los blancos en Sudáfrica.

Los niveles de violencia, venganza y derramamiento de sangre en Israel/Palestina exceden en mucho a los de Sudáfrica excepto, tal vez, en el periodo 1984-1994. El papel de los militares en Israel/Palestina ha sido permanente desde 1948; en Sudáfrica, por el contrario, la policía predominó a través de la década de 1960 y fue solamente desplazada, junto con el gobierno civil, por los segurócratas militarizados en los 80 [lviii].

También vale la pena señalar que, mientras la economía de Sudáfrica ingresó en una prolongada declinación desde mediados de la década de 1970, impulsando a los formadores de opinión a pensar seriamente en reformas estructurales, la economía de Israel se volvió inconmensurablemente más fuerte en el mismo periodo y su política insolentemente derechista y extremista. La influencia de la “Biblia del apartheid”  llegó al cenit en la década de 1960 pero para los 80 los principales teólogos tanto criticaban como apoyaban al apartheid.

Por el contrario, en el Israel de esa época, las voces religiosas de la derecha judía eran palpables y un factor creciente en la política. La discriminación racial de tipo apartheid en la contemporánea Israel/Palestina puede, en ciertos aspectos, ser aún más potente de lo que fue en Sudáfrica, donde la capacidad de la minoría blanca para dominar a la mayoría negra nunca fue total.

Vistas en el tiempo, en profundidad y a la distancia, las dos sociedades pueden ser consideradas como imágenes a espejo la una de la otra. De todos modos, no tenían mucho en común en 1948, cuando el dominio blanco en Sudáfrica no estaba genuinamente amenazado, mientras que una nueva dominación sionista que luchaba por su existencia se volcó hacia la limpieza étnica.

El apartheid alcanzó su auge alrededor de 1967 (Verwoerd fue asesinado el año anterior), después de eso Israel era visiblemente mucho más poderoso y también empezaba a parecerse más al tipo apartheid. Informes recientes y detallados de Amnistía Internacional y Human Rights Watch  agregan peso a la idea del apartheid israelí, por lo menos por tratar los Territorios Ocupados en conjunto como en Israel propiamente dicho, un movimiento que produce un creciente sentimiento como de evisceración del “proceso de paz”  que hace borrosa la diferencia entre una subordinación temporaria o permanente [lix].

La incesante represión de los palestinos dentro de las fronteras de Israel y más allá hace que resulte muy convincente la comparación con Sudáfrica, un ejemplo impactante fue la brutal respuesta a los deudos que participaban en el sepelio del periodista palestino asesinado Shireen Abu Akleh en el año 2022, un acontecimiento que recuerda los ciclos de violencia politizada-funerales-violencia en la Sudáfrica de los 80.

La creciente represión anti democrática en nombre del sionismo ha persuadido al veterano periodista sudafricano e israelí Benjamín Pogrund en revisar su insistencia de larga data en el sentido de que Israel no era un estado de apartheid: “ahora estoy siendo testigo del apartheid bajo el cual crecí”[lx].

La violencia política masiva no era, sin embargo, una característica del estado temprano del apartheid, a pesar de su ubicua represión administrativa y policial. La década y media que siguió al levantamiento de Soweto estuvo tachonada de violencia y esos hechos se convirtieron en un catalizador para las reformas concebidas para hacer de Sudáfrica un régimen de apartheid más y más liviano.

La trayectoria de Israel/Palestina parece ir en la dirección opuesta  en la medida en que poderosos elementos en cada bando hablan de victoria total y alimentan fantasías de eliminación de sus adversarios. Israel/Palestina (o Israel-Palestina) y Sudáfrica por lo tanto presentan un evidente caso de evolución convergente, con 1967 como punto de inflexión y los mediados de los 70 como un periodo conducente a la resistencia masiva en ambas sociedades.

Sin embargo, esta convergencia tiene menos que ver con similitudes estructurales que con la percepción externa de las graves injusticias y la desigualdad sistémica. La década de los 70 fue un periodo definitorio para Pretoria y Jerusalén en la corte de la opinión internacional, en la medida en que el anticolonialismo y el anti racismo globales operaron para deslegitimar a Sudáfrica y a Israel y a tratarlos crecientemente como estados paria. Hoy en día el caso de Israel/Palestina podría ser concebido como una instancia de “neo apartheid”: no el fenómeno original sino una elaboración de la versión familiar, con la importante advertencia, en palabras de Francesco Chiodelli, “si el apartheid es todo, tal vez es nada” [lxi].

Por Saul Dubow

 

Palestine/Israel Review (2024) 1 (2): 257–288. /https://doi.org/10.5325/pir.1.2.0001

Este trabajo se ampara en Creative Commons Attribution CC-BY-NC-ND . Es un artículo de acceso libre que puede ser usado en forma irrestricta, distribuido y reproducido en cualquier medio, siempre que el trabajo original sea adecuadamente citado.

Esta traducción al español fue realizada por Fernando Britos V. el 10/6/2025.

Las notas finales se mantienen según el original en inglés. Es de destacar que Saul Dubow concibió, escribió y presentó este trabajo antes del 7 de octubre de 2023.

 Saul H. Dubow, (nació el 28 de octubre de 1959) es un historiador y académico sudafricano que se ha especializado en historia de Sudáfrica en los siglos XIX y XX. Desde el año 2016 es profesor de la Cátedra Smuts de historia del Commonwealth Británico en la Universidad de Cambridge y profesor investigador del Magdalene College en Cambridge.  Antes fue profesor en la Universidad de Sussex y en la Universidad Queen Mary, Universidad de

[i]   I am grateful to Professor Amal Ghazal, whose invitation to a conference on “Settler Colonialism, Indigeneity and the Palestinian–Zionist Struggle” in Doha, 2022, challenged me to think seriously about the parallels between South Africa and Israel in a systematic way. I owe much to conversations with Paul Betts about comparative history. I wish to thank Andrew Arsan, Richard Drayton, Rebecca Hodes, Victor Kattan, Jeremy Krikler, Scott Malcomson, Miri Rubin, Hana Sleiman, Kim Wagner, and Tal Zalmanovich for valuable comments on successive drafts of this essay. Anonymous reviewers of this article saved me from errors and gave me much to think about. This article was conceived, written, and submitted prior to 7 October 2023.

[ii]   For recent instructive examples drawn from a large literature see, e.g., A. Bishara, Palestine: Matters of Truth and Justice (London: Hurst, 2022), Chap. 8; R. Zreik and A. Dakwar, “What’s in the Apartheid Analogy? Palestine/Israel Refracted,” Theory and Event 23, 3 (2020), 664–705.

[iii] A. Clarno, Neoliberal Apartheid: Palestine/Israel and South Africa after 1995 (Chicago: University of Chicago Press, 2017).

[iv]  For more details and discussion see S. Dubow, Apartheid 1948–1994 (Oxford: Oxford University Press, 2014).

[v]   H. Arendt, The Origins of Totalitarianism (New York: Harcourt Brace, 1951).

[vi]  P. J. Herf, Israel’s Moment (Cambridge: Cambridge University Press, 2022), 69.

[vii]   On the limits of Zionist egalitarianism, see, e.g., Z. Sternhell, The Founding Myths of Israel: Nationalism, Socialism, and the Making of the Jewish State (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1998) and A. Sabbagh-Khoury, Colonizing Palestine: The Zionist Left and the Making of the Palestinian Nakba (Stanford, CA: Stanford University Press, 2023).

[viii] T. Lodge and M. Oralek, “Fraternal Friends: South African Communists and Czechoslovakia, 1945–89,” Journal of African History 61, no. 2 (2020), 226–29.

[ix]  J. Krikler, “Moral–Historical Questions of the Anti–Israel Boycott,” Boycotts Past and Present, ed. D. Feldman (2018), 311–31; Herf, Israel’s Moment, 8.

[x]   Cf. M. Budeiri, The Palestine Communist Party 1919–1948: Arab and Jew in the Struggle for Internationalism (London: Ithaca, 1979) and T. Lodge, Red Road to Freedom. A History of the South Africa Communist Party 1921–2021 (Auckland Park, South Africa: Jacana, 2021)

[xi]    An exception is B. Neuberger, “Nationalisms Compared: ANC, IRA and PLO,” The Elusive Search for Peace, ed. H. Giliomee and J. Gagiano (Cape Town: Oxford/IDASA, 1990), 54–77, 67–70, who argues that communist influence in the ANC has been deeper than in the PLO, with the result that the ANC has been more inclined to talk about socioeconomic goals and to entertain multiracial cooperation rather than exclusive nationalism.

[xii]   R. Greenstein, Anti-colonial Resistance in South Africa and Israel/Palestine: Identity, Nationalism, and Race (Abingdon: Routledge, 2022), 20, 58–59. Matters were not made easier by the existence of rival Jewish communist groups.

[xiii]   M. Shain, A Perfect Storm; Antisemitism in South Africa 1930–1948 (Johannesburg: Jonathan Ball, 2015).

[xiv]  S. Robinson, Citizen Strangers: Palestinians and the Birth of Israel’s Liberal Settler State (Stanford, CA: Stanford University Press, 2013), 51, fn. 139; D. Brown, Against the World: A Study of White South African Attitudes (London: Collins, 1966), 192.

[xv]   M. Shain, “Paradoxical Ambiguity—D. F. Malan and the ‘Jewish Question,’” Transactions of the Royal Society of South Africa 72. no. 1 (2017), 63–74.

[xvi]   N. Tal and L. Bethlehem, “South African Text, Zionist Palimpsest: Israeli Critics Read Alan Paton’s Cry, the Beloved Country,” Journal of Modern Jewish Studies 19, no. 4 (2020), 450–471; Robinson, Citizen Strangers, 52–53.

[xvii]   I owe this point to Paul Betts.

[xviii]   Arrested in 1963, along with the ANC high command, Goldreich escaped from prison and fled to Israel. According to Chris McGreal, who interviewed Goldreich for The Guardian, “There was a time when he believed the young Jewish state might provide the example of a better way for the country of his birth. As it is, Goldreich [now] sees Israel as closer to the white regime he fought against and modern South Africa as providing the model. Israeli governments, he says, ultimately proved more interested in territory than peace, and along the way Zionism mutated.” C. McGreal, “Worlds Apart,” The Guardian (6 February 2006), available at https://www.theguardian.com/world/2006/feb/06/southafrica.israel.

[xix]   F. J. Nöthling, “East of Suez, South of Agulhas,” ed. T. Wheeler, History of the South African Department of Foreign Affairs 1927–1993 (Johannesburg: SAIIA, 2005), 447–78.

[xx]   “Premier Lashes Israel,” Rand Daily Mail (23 November 1961).

[xxi]  “Golda Meir Defends Israel’s Condemnation of South Africa at U.N.,” Jewish Telegraphic Agency Daily News Bulletin (15 November 1962), available at https://www.jta.org/1962/11/15/archive/golda-meir-defends-israels-condemnation-of-south-africa-at-u-n.

[xxii]    Meir interviewed by F. Giles, “Golda Meir: ‘Who Can Blame Israel?’” Sunday Times (15 June 1969); Sabbagh-Khoury, Colonizing Palestine; S. Smooha, “Ethnic Democracy: Israel as an Archetype,” Israel Studies 2, no. 2 (1997), 198–241.

[xxiii]   S. Polakow-Suransky, The Unspoken Alliance: Israel’s Secret Relationship with Apartheid South Africa (New York: Pantheon, 2011).

[xxiv]     F. A. Sayegh, Zionist Colonialism in Palestine (Beirut: PLO, 1965); N. Fischer, “Palestinian Non-violent Resistance and the Apartheid Analogy,” Interventions (2020), 6–9.

[xxv]    A. Sabbagh-Khoury, “Tracing Settler Colonialism: A Genealogy of a Paradigm in the Sociology of Knowledge Production in Israel,” Politics and Society 50, no. 1 (2021), 44–83; Greenstein, Anti-colonial Resistance.

[xxvi]     My thanks to Hana Sleiman for clarifying this point.

[xxvii]   I am grateful to Victor Kattan for his suggestions here.

[xxviii]    Robinson, Citizen Strangers, 8, 47.

[xxix]     Sayegh, Zionist Colonialism, 24

[xxx]    Sayegh, Zionist Colonialism, 24.

[xxxi]    G. Shafir, Land, Labour and the Origins of the Israeli Palestinian Conflict, 1882–1914 (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), Chap. 7.

[xxxii].    Benny Morris’s pioneering work on the subject of the 1948 expulsions is now mired in controversy, partly because of his own shifting political position. For some of the most up-to-date thinking, see A. Confino, “The Nakba and the Zionist Dream of an Ethnonational State,” History Workshop Journal 95 (2023), 131–53.

[xxxiii]    N. Krystall, “The De-Arabization of West Jerusalem 1947–50,” Journal of Palestine Studies 27 (1998), 5–22.

[xxxiv]     Again, thanks to Hana Sleiman for clarification.

[xxxv]     R. Greenstein, Genealogies of Conflict: Class, Identity and State in Palestine/Israel and South Africa (Hanover, NH: Wesleyan University Press, 1995), 263; cf. R. Greenstein, “Israel, Palestine, and Apartheid,” Insight Turkey 22, no. 1 (2020), 73–92.

[xxxvi]    See M. Mamdani, “The South African Moment,” Journal of Palestine Studies 45, no. 1 (2015), 63–68; Krikler, “Moral–Historical Questions.”

[xxxvii]    G. Rachman, The Age of the Strongman (London: Bodley Head, 2022).

[xxxviii]  J. Cherry, Umkhonto we Sizwe (Auckland Park, South Africa: Jacana, 2011), 54–57.

[xxxix]   A. Shatz, “Palestinianism,” London Review of Books 43, no. 9 (2021), available at www.lrb.co.uk/the-paper/v43/n09/adam-shatz/palestinianism.

[xl]  J. L. Gelvin, The Israel–Palestine Conflict: One Hundred Years of War (Cambridge: Cambridge University Press, 2014), 242.

[xli]  E. W. Said, “The Morning After,” London Review of Books 15, no. 20 (1993), 3, available at https://www.lrb.co.uk/the-paper/v15/n20/edward-said/the-morning-after.

[xlii]   E. W. Said and M. Rabbani, “Symbols versus Substance: A Year after the Declaration of Principles,” Journal of Palestine Studies 24, no. 2 (1995), 60–72, 71. On the fundamental imbalances baked into Oslo, see, e.g., R. Khalidi, “The United States and Palestine,” The Future of Palestine and Israel, ed. A. Farouk-Alli (Midrand, South Africa: Institute for Global Dialogue, 2007), 272–98, 283–85.

[xliii]    S. Greenberg, Race and State in Capitalist Development: South Africa in Comparative Perspective (New Haven, CT: Yale University Press, 1980); D. H. Akenson, God’s Peoples: Covenant and Land in South Africa, Israel, and Ulster (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1992); H. Giliomee and J. Gagiano (Eds.), The Elusive Search for Peace (Cape Town: Oxford/IDASA, 1990); A. Guelke, “The Political Impasse in South Africa and Northern Ireland,” Comparative Politics 23, no. 2 (1991), 143–62; T. G. Mitchell, Native vs. Settler: Ethnic Conflict in Israel/Palestine, Northern Ireland and South Africa (Westport CT: Greenwood, 2000).

[xliv]   For a discussion of ethical and moral equivalences, also with a strong sense of structural comparisons, see D. Glaser, “Zionism and Apartheid: A Moral Comparison,” Ethnic and Racial Studies 26, no. 3 (2003), 331–51; P. Beinart, “A Jewish Case for Palestinian Refugee Return,” The Guardian (18 May 2021), https://www.theguardian.com/news/2021/may/18/a-jewish-case-for-palestinian-refugee-return

[xlv]   J. Dugard, “Convention on the Suppression and Punishment of the Crime of Apartheid,” United Nations (2008), https://legal.un.org/avl/ha/cspca/cspca.html. Israel did not sign the 1973 Apartheid Convention.

[xlvi]    M. Sfard, “The Occupation of the West Bank and the Crime of Apartheid. Executive Summary,” Yesh Din (2020), https://www.yesh-din.org/en/the-occupation-of-the-west-bank-and-the-crime-of-apartheid-legal-opinion/. In contrast, the Israeli human rights organization B’Tselem argued in 2021 that “The Israeli regime enacts in all the territory it controls (Israeli sovereign territory, East Jerusalem, the West Bank, and the Gaza Strip) an apartheid regime.” B’Tselem, “A Regime of Jewish Supremacy from the Jordan River to the Mediterranean Sea: This Is Apartheid” (12 January 2021), https://www.btselem.org/apartheid.

[xlvii]    R. Goldstone, “Israel and the Apartheid Slander,” New York Times (31 October 2011), https://www.nytimes.com/2011/11/01/opinion/israel-and-the-apartheid-slander.html; cf. J. Dugard, Confronting Apartheid: A Personal History of South Africa, Namibia and Palestine (Auckland Park, South Africa: Jacana, 2018).

[xlviii]    R. A. Wilson, Writing History in International Criminal Trials (Cambridge: Cambridge University Press, 2011).

[xlix]   See for example, Krikler’s insightful “Moral–Historical Questions.”

[l]L. Jones, “Sanctioning Apartheid: Comparing the South African and Palestinian Campaigns for Boycotts, Disinvestments and Sanctions,” Boycotts Past and Present, ed. D. Feldman (Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2018), 197–217.

[li]  T. Mbeki, “Toast Remarks of the President of South Africa, Thabo Mbeki, in Honour of His Excellency, the President of the Palestinian National Authority, Mahmoud Abbas, at Tuynhuys, Cape Town, 31 March 2006,” https://www.gov.za/news/t-mbeki-toast-remarks-honour-president-palestine-31-mar-2006.

[lii] B. Mbete, “Twelfth Annual International Israeli Apartheid Week Campaign,” presented at Stellenbosch University (11 March 2016), https://www.gov.za/speeches/israeliapartheidweek-iaw-campaign-11-mar-2016-0000; N. Pandor, “Palestine Solidarity Forum” (14 March 2018), https://www.gov.za/news/speeches/minister-naledi-pandor-palestine-solidarity-forum-14-mar-2018; R. Kasrils, “South Africa’s Israel Boycott,” The Guardian (29 September 2010), https://www.theguardian.com/commentisfree/2010/sep/29/south-africa-boycott-israel.

[liii]   M. Mamdani, Citizen and Subject: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1996). This discussion is adapted from my Apartheid 1948–1994, 283.

[liv] A. B. Bakan and Y. Abu-Laban, “Israel/Palestine, South Africa and the ‘One-State Solution’: The Case for an Apartheid Analysis,” Politikon 37, nos. 2–3 (2010), 331–51.

[lv]  J. Peteet, “The Work of Comparison: Israel/Palestine and Apartheid,” Anthropological Quarterly 89, no. 1 (2016), 247–81.

[lvi]  Cited in Mitchell, Native vs. Settler, 4.

[lvii]   A. Pahad, “The Israeli–Palestinian Conflict: A South African Perspective,” The Future of Palestine and Israel, ed. A. Farouk-Alli (Midrand, South Africa: Institute for Global Dialogue, 2007), 333

[lviii]   The South African security police were notorious and often acted with impunity, but mostly against those they defined as political enemies of the state.

[lix]  Amnesty International, “Israel’s Apartheid against Palestinians” (1 February 2022), https://www.amnesty.org/en/latest/campaigns/2022/02/israels-system-of-apartheid/.

[lx] J. Pogrund, “I Have Long Rejected Claims That Israel Is an Apartheid State. Now I Believe That Is Where It Is Heading,” The Guardian (19 August 2023), https://www.theguardian.com/commentisfree/2023/aug/19/israel-apartheid-state-south-africa-netanyahu.

[lxi]   F. Chiodelli, “The Concept of Neo-apartheid (Cities): In Defense of Its Restrictive Use,” Society and Space (14 March 2022), https://www.societyandspace.org/articles/the-concept-of-neo-apartheid-cities-in-defense-of-its-restrictive-use.

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.

Otros artículos del mismo autor: