CINE | “Otra historia del mundo”, desafío a la prepotencia

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La furibunda crítica a la prepotencia autoritaria analizada con un sesgo intransferiblemente satírico, es la propuesta de “Otra historia del mundo”, la adaptación cinematográfica de la exitosa novela “Alivio de luto”, del emblemático escritor y periodista uruguayo Mario Delgado Aparaín.

Esta película uruguaya, en coproducción con Argentina y Brasil, es dirigida y guionada por el cineasta Guillermo Casanova, recordado por “El viaje hacia el mar” (2003), elocuente cuadro costumbrista y minimalista basado en el cuento homónimo del no menos paradigmático Juan José Morosoli.

En esta oportunidad, el realizador asume el desafío de producir la versión cinematográfica de uno de los títulos referentes de la obra de Mario Delgado Aparaín, que fue publicado originalmente en 1998 y reeditado por Editorial Planeta en 2015.

Como es notorio, el relato, que está ambientado durante la dictadura en el imaginario Pueblo Mosquitos nacido de la inspiración del propio autor, narra –mediante un lenguaje explícitamente irónico y si se quiere hasta coloquial- la experiencia de lucha de un colectivo que, a su modo, apunta a la recuperación de la libertad en un contexto de prepotencia.

Como en todos los casos, la mayoría de los personajes nacidos de la prolífica pluma de Delgado Aparaín son perdedores y, por supuesto, víctimas de causalidades inexorables.

En efecto, se trata de seres grises y resignados, que observan impertérritos el transcurrir del tiempo sin ningún eventual atisbo de rebeldía, en un olvidado pueblito del Interior uruguayo, tan distante de los grandes centros urbanos como del progreso.

En este caso, el rodaje transcurrió íntegramente en locaciones del departamento de Canelones, particularmente en San Antonio y también en San Ramón, que, por tratarse de dos localidades pequeñas, otorgan singular autenticidad a la narración.

Los protagonistas de esta trama cinematográfica y novelesca son Gregorio Esnal (César Troncoso) y Milo Striga (Roberto Suárez), quienes resuelven sacudir la abulia pueblerina robándole los enanos de jardín al inefable y ciertamente caricaturesco coronel Werner Valerio (Néstor Guzzini).

Obviamente, se trata de un supremo acto de osadía, ya que el militar es el funcionario de la dictadura que opera como una suerte de interventor del lugar.

Por supuesto, al igual en que en la obra original, el oficial castrense tiene todos los ridículos estereotipos característicos del personal que ostentaba el poder durante el gobierno autoritario.

Aunque parezca inverosímil, la proclama de los secuestradores se basa en una suerte de canje. En ese contexto, según se anuncia a través de la emisora local, los enanos de jardín serán “puestos en libertad” cuando quede sin efecto la prohibición del cierre de los bares a las 22 horas.

Tal demanda, que no tiene ninguna relación con eventuales reivindicaciones políticas o sociales, es absolutamente congruente con el tono jocoso de esta farsa. Sin embargo, en la mirada de sus autores, se trata de un auténtico acto revolucionario.

El corolario del absurdo operativo es la desaparición de Striga, que alienta múltiples y ominosas lucubraciones por la presunción de un destino seguramente aciago, en un contexto de represión política e ideológica más soterrado que explícito.

El dramático episodio provoca una profunda conmoción hacia el interior de las familias, particularmente entre las hijas del desaparecido, que son Beatriz (Natalia Mikeliunas) y Anita (Alfonsina Carrolcio).

En esas circunstancias, Esnal procesa su propia rebelión, cuando decide transformarse en una suerte de referente de la comunidad, al comenzar a dictar sus “clases magistrales”, que, por supuesto, no incluyen la historia contemporánea.

Por razones obvias, el límite temático de la improvisada cátedra es el 12 de octubre de 1492, que coincide con el descubrimiento de América. La mera osadía de aventurarse en otros tiempos y circunstancias motivaría la censura y la eventual detención del fortuito educador, quien sería acusado de conspirador.

Mixturando el drama con la comedia, Casanova se sumerge profundamente en la trama de esta novela magistral de Mario Delgado Aparaín, que claramente destila ironía.

Al igual que en el caso de la producción literaria, la película explota todos los ángulos tragicómicos que tuvo sin dudas la dictadura que asoló a nuestro país durante casi doce años.

Partiendo de la premisa de humanizar la tragedia, la película indaga con humor en la peripecia de los personajes. Empero, más allá de eventuales peculiaridades, corrobora que la ausencia de libertad impuesta por la dictadura tuvo una dimensión nacional y no meramente local.

El propio protagonismo de los enanos de jardín sustraídos por el improvisado comando al azorado militar, es una suerte de metáfora sobre la pequeñez mental e intelectual de quienes detentaron el poder sin restricciones durante más de una década.

“Otra historia del mundo”, cuyo título es una interpretación simbólica de cómo es posible manipular la realidad, propone una aguda pero no menos sardónica mirada sobre un tiempo sin dudas aciago para Uruguay.

El plausible desempeño de un reparto actoral reconocido y competente, sumado a algunos importantes logros en materia de fotografía y montaje, transforman a esta película en una disfrutable propuesta de sesgo reflexivo y testimonial.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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