La obsesiva búsqueda de una madre que pretende restañar las heridas afectivas provocadas por la separación de su pequeño hijo, es la conmovedora temática reflexiva que propone “Una vida lejana”, la coproducción franco-uruguaya del realizador galo Oliver Peyton.
Este film, que fue rodado en Francia y en locaciones de Montevideo y Florida, plantea un conflicto habitual en las parejas separadas, que suelen transformar a sus hijos en víctimas de sus desavenencias.
Por más que el planteo argumental es bastante convencional, el abordaje de este controvertido tema transforma a este film en un drama que admite más de una lectura hacia la interna de las sociedades contemporáneas.
La película, que se inspiró en una historia real sucedida en el entorno del director Oliver Peyton, se iba a rodar inicialmente en la Argentina. Sin embargo, el encuentro entre el cineasta y Fernando Epstein, productor responsable de Mutante Cine, resultó determinante para modificar la escenografía y filmar en nuestro país.
No en vano Epstein es un personaje referente de la actividad audiovisual en nuestro país, cuya primera experiencia en largometrajes como productor ejecutivo y montajista fue nada menos que en la exitosa “25 Watts” (2001).
Luego, fundó Control Z, participando en proyectos cinematográficos tan significativos y transcendentes como “Wisky” (2004), “La perrera” (2006), “Acné” (2007), “Gigante” (2009), “Hiroshima” (2010) y “Tanta agua” (2013).
Esta narración, que se desarrolla por supuesto en dos países separados por miles de kilómetros de distancia y por radicales diferencias culturales e identitarias, está marcada por los estragos provocados por los conflictos afectivos de los adultos y cómo estos influyen en la crianza de los niños.
En tal sentido, se trata de un drama realmente entrañable, potenciado por la intransferible fractura emocional que supone la distancia entre una madre y su hijo.
Obviamente, esta es una temática que sin dudas remueve, en un tiempo en el cual los lazos filiales suelen estar condicionados y a menudo hasta contaminados por la falta de compromiso.
En ese contexto, la protagonista de este film es Sylvie (Isabelle Carré), quien se propone viajar a nuestro país con el propósito de recuperar a su pequeño vástago Felipe (Dylan Cortes), de apenas 11 años, quien fue secuestrado por su padre Pablo luego de consumado el divorcio.
Esta coyuntura deviene inexorablemente en una situación de confrontación, con el pequeño como involuntario protagonista de un enojoso y exacerbado diferendo.
El planteo inicial de “Una vida lejana”, cuya traducción del francés es “Una vida en otro sitio”, propone reflexionar sobre una separación no consensuada como toda la carga traumática que ello obviamente supone.
En ese marco, la trama cinematográfica se adentra en los más íntimos sentimientos de los protagonistas, que son -más allá de eventuales subjetividades- todos muy legítimos.
Al respecto, el arribo de la madre a Uruguay para buscar a su hijo a quien se propone repatriar a Francia, comporta un punto de quiebre en el meollo del diferendo por la tenencia del niño.
Empero, la mujer no emprenderá este operativo de presunto “rescate” en solitario, sino en connivencia con el asistente social Mehdi (Ramzy Bedia), quien la ayudará en su propósito de recuperar a su hijo.
La idea es que el hombre conozca las rutinas y se integre al entorno del chico, a los efectos de encontrar el momento propicio para concretar lo planeado.
La primera parte del relato transcurre en Montevideo, donde la protagonista comienza a elaborar el plan para reencontrarse con el niño y ulteriormente regresar a Francia.
Por supuesto, el proyecto está cargado de complejidades, porque el hijo está viviendo en Florida, con su tía (la actriz argentina María Dupláa) y su abuela (Virginia Méndez).
Como para el niño estas dos mujeres son familia y con ellas vive un presente de felicidad y contención afectiva, el emprendimiento se transforma naturalmente en una batalla desigual.
En esas circunstancias, recuperar a Felipe y trasladarse con el a Francia supondrá también una suerte de secuestro, que bien puede violentar la voluntad del pequeño y hasta provocarle una suerte de trauma.
Esta indeseable contingencia genera en la protagonista un auténtico dilema moral, en cuyo contexto su vida sentimental muta inexorablemente en condena.
Está en juego nada menos que el instinto maternal de la atribulada mujer, que en este caso concreto está seriamente jaqueado por la más amarga de las frustraciones.
Este es un drama entrañable y a la vez intimista, que explora uno de los tópicos más traumáticos del presente: el destino de los hijos cuando una pareja decide separarse.
Desde ese punto de vista, Oliver Payton, que además de director funge como guionista, construye un relato tan intimista como entrañable y minimalista, que para nada incurre en excesos ni en eventuales efusiones melodramáticas.
Este es un film sobrio que destila realismo, en tanto Florida, que es la escenografía espacial donde interactúan los protagonistas y algunos personajes reales del lugar, está retratada con superlativa autenticidad.
La universalidad del tema abordado transforma a “Una vida lejana” en una película sensible y a la vez removedora, que reflexiona sobre las relaciones humanas y el conflicto originado por la colisión de los afectos.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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