De revolucionario ocultista y ‘hippy’ a gurú de la autoayuda. Ha vendido más de 150 millones de libros en todo el mundo. Tiene una fortuna valorada en unos 18 millones de dólares, aunque sus inversiones en apartamentos y fondos de inversión parecen señalar a una cantidad sensiblemente más elevada. Si imprimiésemos todas las imágenes motivadoras que llenan la red con sus frases y las pusiésemos una detrás de otra, el ser humano podría llegar a Saturno y volver unas cuantas veces. Pero, a pesar de ser una celebridad internacional, pocos conocen la verdadera historia del joven Coelho, plagada de experimentación sexual, drogas alucinógenas y samba psicodélica.
Es difícil averiguar dónde comienza el verdadero Coelho y termina el mito, dependiendo de si creemos a las fuentes originales o si damos completa validez a la voluminosa biografía que el compatriota del brasileño Fernando Morais publicó en 2008 bajo el nombre de El mago: la extraordinaria historia de Paulo Coelho (Rayo). En él, el de “satanista” es uno de los apelativos más cariñosos que recibe el autor de El alquimista. Como ocurre con Led Zeppelin o los Rolling Stones, las historias escabrosas –entre las que se encuentra un encuentro sexual deliberadamente realizado ante un paralítico– abundan en la biografía, redactada a partir de 200 diarios y 100 cintas que Coelho había acumulado a lo largo del tiempo.
Una juventud turbulenta
Que Coelho nació hace 67 años en Río de Janeiro –concretamente, el 24 de agosto– parece fuera de toda duda. También, que sus padres, un ingeniero y una museógrafa, no se lo pusieron nada fácil cuando a la edad de los 14 años, decidió ser escritor, inspirado por las obras de novelistas como Henry Miller o Jorge Luis Borges, pero también por las revolucionarias ideas de Karl Marx o Friedrich Engel. Todo lo que no fuese seguir la senda trazada de antemano por sus progenitores y que le debía conducir a ser ingeniero era considerada una excéntrica rebelión.
De ahí que, a la edad de 16 años, fuese enviado por primera vez a un psiquiatra. En vista de que ello no era suficiente, a los 19 dio con sus huesos por primera vez en el psiquiátrico, donde, como ocurrió con Lou Reed, fue sometido a una terapia de electroshocks. Entre las paredes del centro tuvo lugar su primer encuentro con las drogas psicodélicas, administradas para subsanar su pertinaz timidez. “Paciente con personalidad esquizoide”, rezaba el perfil clínico de Coelho. “Rechaza el contacto social y emocional, y es incapaz de expresar sentimientos o sentir alegría”. El futuro escritor se escaparía del centro tres veces hasta que, finalmente, un doctor decidió ponerlo en libertad. En una sentencia muy propia de su autor, este reconocía haber perdonado a sus progenitores: “Ocurre todo el tiempo con el amor; cuando amas a alguien, quieres que cambie, que sea como tú. Y entonces puede ser muy destructivo”. Hasta el punto de estar a punto de acabar con su estabilidad mental.
Coelho saltó de la sartén a las brasas. Eran los años de la dictadura militar que duró dos decenios, hasta 1985. Un marco no muy propicio para un joven revolucionario que, tras pasar brevemente por la Facultad de Derecho, quería experimentarlo todo. Entre ello, las drogas: “cuando me uní al movimiento hippy y comencé a tomar toda clase de drogas, también sabía que algún día escribiría los libros que estoy escribiendo hoy en día”, reconoció a Süddeutsche Zeitung Magazin. El Che, Marx y Engels seguían figurando entre sus referencias, a las que comenzaron a añadirse referencias más esotéricas, lo que le llevará a fundar publicaciones que abordaban temas esotéricos y ufológicos como A Pomba o 2001.
Se convierte entonces en un icono de la contracultura no tan lejano a Alejandro Jodorowsky o Kenneth Anger, con su mezcla de ocultismo, drogas y música expansiva. Durante dicha época, escribe la frase “sumergirme en la magia negra es, para mí, el último recurso contra la depresión y la angustia”. Una enseñanza que poco tiene que ver con las que propugnaría décadas más tarde y que, aunque reconocerá como suya tiempo después, señalará que la pronunció una persona muy diferente: “Las razones que me llevaron a la magia negra pertenecen a mi pasado”. “Fascismo espiritual” fueron las palabras que utilizó para definir sus coqueteos con organizaciones escatológicas, que sirvieron de inspiración para Las valquirias (1992).
Los convulsos años setenta
Es uno de los artículos publicados en A Pomba lo que conduce al músico Raul Seixas a contactar con Coelho en el año 1972, lo que dará inicio a una de las ententes más peculiares del underground brasileño. Más allá de las diversas historias que vinculan a Coelho y su nuevo amigo con la Ordo Templis Orientiis fundada por Aleister Crowley, lo cierto es que el futuro novelista comenzaría a afilar su pluma en canciones como «As Minas do Rei Salomao», «A Hora do Trem Passar» o «Cachorro Urubu», canciones que comenzaron a inquietar a las autoridades militares que, como es habitual, entendían entre poco y nada de esos jóvenes libertinos.
Producto de esos inventos fue la “soziedade alternativa” que seguía el principio de Crowley: “hacer lo que quieras debe ser toda la ley”. Se trataba de una especie de comuna artística itinerante, a pesar de que tenía una vocación más espiritual que material. Entre sus proyectos se encontraba la creación de Cidade de Estrelas, en Minas Gerais, que serviría como sede al colectivo. Curiosamente, el pasado año, Bruce Springsteen interpretó en directo en Brasil Soziedade alternativa, la canción de Seixas coescrita con Coelho que resumía su visión del mundo y que incluía versos como el anteriormente citado de Crowley o “todo hombre y mujer es una estrella”.
No es el único documento que ha pervivido de aquel episodio de la contracultura brasileña. El manifiesto de la sociedad aún se conserva, y expresaba en forma de decálogo algunos de los principios por los que se regía. Entre ellos se incluían reivindicaciones cercanas a la abolición de la propiedad privada (“el espacio es libre, todos tienen derecho a ocuparlo” o “tomar cosas es libre; todos tienen derecho a alimentarse del trigo de la creación”); el comunismo (“el tiempo es libre; todos tienen derecho a vivir su tiempo, a cumplir sus promesas y esperanzas” o “todos nosotros somos escritores, amas de casa, patrones y empleados”), así como referencias veladamente mágicas (“el gran milagro será que todos seremos capaces de caminar sobre la Tierra”). Enseñanzas no tan lejanas a las que ha propugnado en sus libros Coelho, y que tienen un origen mucho menos conservador del que muchos piensan. ¿Es la autoayuda coelhiana revolucionaria en su origen?
La tensión creciente organizada por la sociedad provocaría que, en el año 1974, Coelho fuese secuestrado a plena luz del día en Río de Janeiro por un comando de la DOI-CODI, el servicio de inteligencia que durante la dictadura se encargó de eliminar la disidencia en el país sudamericano. “El taxi en el que viajaba con mi mujer fue detenido por varios vehículos civiles”, explicó Coelho en la entrevista en SZ. “Fuimos golpeados, sacados del coche y nos pusieron capuchones negros en nuestras cabezas”.
Torturas en la Brasil militar
El escritor explica que fueron víctimas de dos tipos de torturas. Una de ellas, física: “Me tuve que desvestir completamente y fui sometido a electroshocks”, explicó. “Aunque era pura crueldad, la tortura psicológica era aún peor”. Coelho era introducido en una pequeña habitación congelada y completamente a oscuras en la que, periódicamente, sonaba una alarma. Poco a poco, comenzó a sentir cómo caía en la locura. A pesar de ello, no delató a ninguno de sus compañeros.
Las consecuencias de las torturas se dejarían notar durante mucho tiempo. Durante las semanas que siguieron a su liberación, el escritor no se atrevió a salir de casa. Pensaba que estaba siendo perseguido y, su teléfono, pinchado. Durante tres años, no pudo sacudirse de encima la sensación de que aún seguía preso en la celda. Este episodio acarrearía también graves consecuencias para su primer matrimonio, que terminaría poco después de ser liberados.
“Perdí todo el respeto de mi mujer debido a mi comportamiento en la cárcel”, ha confesado. Como él mismo reconoce, no contestaba a las llamadas de auxilio de su esposa por miedo a que, al quebrantar la prohibición de articular palabra, los militares tomasen represalias. Ello provocó que, al ser liberados, le reprendiese por su cobarde comportamiento –algo que Coelho ha reconocido en repetidas ocasiones– y le comunicase que, como él mismo había hecho, jamás le iba a volver a dirigir la palabra.
El autor de Adulterio conoció en 1980 a la artista Christina Oticica, con la que lleva casado más de tres décadas y que provocó un cambio sustancial en su vida después de un lustro trabajando en la industria musical. Pero el verdadero Coelho nació en 1986, después de que un extraño le convenciese en una cafetería de Ámsterdam de que debía realizar el Camino de Santiago. Una experiencia que cambiaría su vida y que le llevaría a escribir El peregrino. El resto es historia. Hoy en día, Coelho disfruta acudiendo al Foro Económico de Davos, del que se declara “un gran fan”, y donde ha aprendido que “los que toman las decisiones tienen los mismos problemas que tú o yo”.
Por Héctor G. Barnés
Columnista y contenido El Confidencial
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