“Crónica de una visita no anunciada // LOS 4 CHALECOS”. Cuando arrancás a militar andás con el chaleco de cashmire habano que compraste en 8 de Octubre, creyéndote el winner, el político y haciéndote el importante porque un diputado te saluda en el hall de la Casa del Partido, de la calle Martínez Trueba, entonces mirás para el costado esperando que alguien vea que el Diputado te salude y años más tarde te das cuenta que el Diputado te saluda porque los Diputados saludan a todo el mundo.
Así doblás listas, colgas pasacalles, atendés el club, y hacés todas esas cosas que están en el manual del buen militante, algunas hoy sustituidas por las redes sociales. Con suerte, unos días antes de la elección pasa rápido el candidato por el club y te dice «Vamo arriba», dos palabras con las que te emocionás hasta las lágrimas y que cuando llegás a tu casa le contás a tu madre que el candidato te habló. Ahí tenés 17 o 18 años.
Después resulta que vas creciendo políticamente y te ponés un chaleco raya tiza y corbata para mostrar que sos importante, te tomás el 125 y te bajás en la Junta Departamental donde un Edil te recibe después de esperar una horita en los corredores. No importa nada, estás en la Junta Departamental y un Edil te está escuchando (le entra por un oído y le sale por otro, el tipo está pensando que va a pedir a la confitería 25 de mayo para almorzar). De eso te das cuenta años después cuando ya tenés menos de 30.
Ya pasando los 30 la cosa cambia en la militancia, porque ya te hiciste amigo de algún dirigente de medio pelo y un Diputado te pidió colgaras carteles con su cara en las columnas de luz, palmeándote la espalda y alabando tu militancia altruísta. De ahí el Diputado se va a cenar a Rara Avis donde lo espera el segundo vice presidente del parlamento colombiano y vos arrancás a comer suela por José Batlle y Ordoñez colgando cartonplast con la carita de tu amigo «el diputado».
En esos años ya estás trabajando y te compraste un chalequito de cashmire pero de Julio Zelman.
Los cuarenta
Cumplís 40 ya te casaste y tu esposa te hace una fiesta sorpresa en un Club de Pescadores de la Playa Ramírez, donde como frutilla de la torta ella invitó a un ex senador del Partido (el tipo era segundo suplente y entró por sucesivos fallecimientos pero igual viene bien) que cuando lo ves se te transforma la cara al pensar que todos tus amigos se enterarán que sos amigo del ex Senador.
Claro que con 40 años te creés Rambo y más si a tu partido le va bien. En esa
época empezás a dejar de lado el chaleco de cashmire y tenés que tener a mano un chaleco de fuerza.
Algo cambia, ya no vas a la Junta Departamental, ya creciste, ahora te tomás el 187 y te bajás en el Palacio Legislativo, al que entrás y caminas perdido tres horas puteando al que lo diseñó porque es un kilombo hasta que al final das con el despacho del mismo diputado al que le colgaste la carita por medio Montevideo, pensando que el tipo te invitará con un café.
Después de un buen rato, en el que ni agua de la canilla te ofrecen, el tipo te recibe 5 minutos, pone cara de circunstancia atiende 3 llamadas y te dice que tiene que volver a la Comisión de Defensa. Vos te vas como perro con dos colas.
Medio siglo y el chaleco antibalas
¡Qué momento clave! Generacionalmente estás a la par de casi todos los dirigentes del partido, ya te han visto, ya hablas de igual a igual aunque no entiendas un carajo (ellos tampoco quédate tranquilo), intervenís en las asambleas en la Casa del Partido (esto último tómenlo con pinzas ya que las asambleas están un poco desactualizadas en nuestro Partido, sustituidas por Facebook).
Lo bueno de esta etapa es que el chaleco antibalas ya se te formó solo, no tenés que gastar en «La Casa del Policía». Ya te saludan apretando la mano (antes solo la arrimaban), a veces te preguntan «cómo la ves» y cuando vas a la Casa del Partido saludás a los funcionarios, ¡te reconocen!. Inclusive cuando te encontrás con ese señor de barba y traje polvoriento que hace discursos en
la Casa del Partido «al aire» y te mira, te pensás que sos importante.
Esta etapa cincuentona -como decía- te agarra con el chaleco antibalas y difícilmente alguna actitud te asombre fuera esta de opositores o propios.
Ni el chaleco me salvó
El domingo asistí a las elecciones nacionales, voté en Atlántida (donde trasladé mi credencial para no dejar el asado a medio hacer y tener que rajar para Montevideo a votar, confieso que soy cómodo o burgués para los «compañeros»).
A la salida del circuito me encontré con algunos amigos que me preguntaron
«votaste bien?» y les dije «creo que sí, mirá entregué la Credencial, agarré un
sobre vacío, entre al cuarto secreto y metí una lista adentro….creo que voté
Crónica de una visita no anunciada
Los 4 chalecos
bien». Que boludos por Dios esos langas que te dicen «votá bien», me crispan. Volví para casa. Terminé el asado de chancho con boniatos, comí y me tiré un rato, cuando me desperté ya estaban abriendo sobres. El desenlace ya lo conocen, los batllistas perdimos más de 100 mil votos en 4 años, algo que me entristeció y que solo pude superar con dos Sandy con mucho hielo.
Ya sobre las 10 de la noche más o menos se anunció que hablaría nuestro candidato Pedro Bordaberry, a quien lógicamente atendí especialmente por ser mi candidato. Pedro arrancó bien reconociendo la derrota y la pérdida de votos y anunciando un Comité Ejecutivo para el martes pasado para definir la postura del Partido Colorado. ¡Buena Pedro! me dije a mi mismo.
La alegría me duró poco, porque cuando ya estaba levantándome para servirme el tercer Sandy, el candidato hizo un «click» y anunció el apoyo personal a Lacalle por el que dijo trabajaría cada segundo o cada minuto (no me acuerdo).
Allí abandoné mi tercer Sandy y subí el volúmen de la televisión, pero más grande fue mi asombro cuando dijo «ya me voy para el Columbia» dejando a su paso a unos 300 simpatizantes «de araca».
Yo pensé que con 54 años cumplidos no iba a necesitar más el chaleco antibalas, pero después de lo que vi el domingo en el NH Columbia, me lo puse con precintos de acero. Pedro se equivocó.Como estaba des contraído me había sacado el chaleco antibalas, diga que me iluminé y me lo puse porque un rato después, asistía a una escena lastimosa en la que Bordaberry gritaba desaforado »Uruguay, Uruguay…» agarrándole la famosa banderita a Lacalle (la misma que lleva consigo desde Tacuarembó) arriba del escenario montado por los blancos en ese Hotel, totalmente desubicado.
Título original: “Crónica de una visita no anunciada // LOS 4 CHALECOS”
Por José Luis Ituño
Periodista Columnista del periódico batllista Opinar EDICION 273
joseluisituno@hotmail.com
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