Precisamos seguir construyendo un inmenso frente popular, de masas, para estimular las luchas sociales y la movilización popular. Pasadas las elecciones, más allá de balances de victorias y derrotas, lo importante es comprender cómo se comportará la lucha de clases en el próximo período.
Muchos se engañan a sí mismos sólo con el comportamiento de los líderes partidarios y la forma en que ellos aparecen en los medios de comunicación burgueses. Sin embargo, en Brasil, los partidos políticos son meros instrumentos de grupos y personajes, que no siempre tienen una correlación con los intereses de clases. Después de todo, son nada menos que 34 partidos representados en la Cámara, la mayoría de ellos dirigidos por oportunistas en busca de privilegios personales o de grupos.
La verdadera lucha de clases se mueve entre las clases y sus intereses históricos. La sociedad brasileña – dominada por el modelo capitalista – es tremendamente desigual. Tenemos, por un lado, una burguesía (financiera, latifundista, comercial e industrial) compuesta por no más del 5% de la población. Algunos estudios apuntan incluso aproximadamente al 1%. Tenemos una pequeña burguesía, compuesta por alrededor del 10 al 15% de la población. Son los profesionales liberales, con altos ingresos, y pequeños comerciantes y empresarios del sector de servicios e industria, la llamada clase media clásica, que no ostenta los grandes medios de producción, pero tiene la cabeza e ideología de la burguesía. Además de tener mucha influencia en la opinión pública, por la capilaridad y número de trabajadores empleados. (Y por esto fueron los que más aparecieron en la oposición al gobierno Dilma y en la campaña electoral).
Y por otro lado, tenemos a la inmensa mayoría del pueblo – entre el 80 y el 85% de la población que son los que viven de su trabajo y que están distribuidos en numerosas categorías y sectores sociales, en las ciudades y en el campo.
En las campañas electorales, la burguesía y la pequeña burguesía siempre acaban disputándose los votos de los trabajadores, usando todo tipo de ardides y mentiras, precisamente porque la clase dominante no tiene votos suficientes dentro de su propia clase. Por esto, evitan debatir proyectos de clase en la campaña y prefieren temas ideológicos o de la corrupción, comportamiento personal, etc.
El proyecto de la clase dominante brasileña es volver al neoliberalismo, con la hegemonía total del gran capital financiero, de las empresas transnacionales y reubicar nuestra economía en la esfera dependiente de los Estados Unidos.
La clase trabajadora no tiene un proyecto claro, un programa unitario que aglutine las más diversas formas de organizarse (movimientos, asociaciones, partidos, etc.). Sin embargo, en los últimos meses, quedó en evidencia que es posible aglutinarse alrededor de la lucha por las reformas estructurales. Reformas como el cambio de la matriz tributaria, para penalizar a los más ricos. La reforma educativa, para garantizar el 10% del PBI y el acceso de toda la juventud a la universidad. La reforma agraria. La reforma urbana, que controle la especulación inmobiliaria, garantice la construcción de viviendas populares y transporte público gratuito y de calidad. Cambios en la política del superávit primario, para destinar los recursos públicos (R$ 280 mil millones por año) gastados en la actualidad en intereses bancarios, y destinarlos a la educación e industrialización del país.
Pero para alterar la correlación de fuerzas que le permita al gobierno avanzar, será necesario realizar una reforma política, que vendrá sólo a través de una asamblea constituyente, soberana, que refleje la voluntad del pueblo, y que apunte exclusivamente a cambiar el sistema político.
El gobierno está entre estos dos proyectos. Y precisa actuar inmediatamente, para demostrar, por lo menos simbólicamente, de qué lado está. Si cae en las emboscadas del PMDB, de los medios de comunicación burgueses y otros portavoces de la burguesía, y designa ministros conservadores, perderá el necesario apoyo popular. Y será un gobierno marcado por la inestabilidad, inercia y falta de credibilidad.
Por nuestra parte, los movimientos populares, precisamos seguir construyendo un inmenso frente popular, de masas, para estimular las luchas sociales y la movilización popular, teniendo como programa mínimo, urgente y necesario, la lucha por la reforma política y por las conquistas sociales, en el ámbito de las reformas estructurales.
Sin duda, 2015, será un año que promete. Con mucha movilización, disputa política e ideológica entre las clases.
Editorial del Jornal Brasil de Fato
Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte
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