Lo conocí desde la cuna, era mi hermano

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“…yo no digo que es mentira.
Yo creo que, a lo mejor, ha sido
el único gran secreto en su vida”.

Canelones 2013 – Víctor Mancebo, amigo desde la cuna de Julio Sosa, el «Varón del tango», recibe a La ONDA digital en su casa de Las Piedras, ciudad natal de los dos. En un dialogo intenso y extenso este pedrense de 88 años habla de la vida y la historia personal y profesional de su entrañable amigo Julio, que en gran medida es también la suya. Historia aun llena de interrogantes. Lo que sigue es un resumen del diálogo mantenido con Mancebo.

– ¿Cómo conoció a Julio Sosa?
– Esa es la primera pregunta que me hacen en general los periodistas o en todos las circunstancias que he hablado de este tema Y yo siempre contesto de la misma manera, porque exactamente fue así: yo a Julio lo conocí desde la cuna.

-¿Por qué se conocieron desde la cuna?
– Porque mi madre y la madre de Julio eran lo que comúnmente y antiguamente, se le llamaban “sirvientas” de una casa. Mi madre era cocinera y la madre de Julio era mucama.

-¿Acá, en Las Piedras?
– Acá, en Las Piedras. Cuando mi madre iba a trabajar, a mí me llevaba y a Julio lo llevaba la madre y nos acostaban en la misma cama en el cuarto de servicio, a pesar de que yo tengo casi un año más que Julio. Yo ya caminaba y Julio recién nacía, de manera que desde la cuna nos conocimos.

MACEDO - JULIO SOSA

– Por lo tanto compartieron la vida desde esos días de niños muy pequeños…
– No tanto. Compartimos ese primer período de nuestra vidas, el hecho de estar juntos un tiempo mientras nuestras madres trabajaban. Luego, en la edad de la escuela, nos separamos.

– ¿Se cambiaron de barrio?
– No, no. Vivíamos en Las Piedras, pero era ese tipo de niñez en donde estábamos lejos y no nos acercábamos porque éramos niños. Una vez que Julio termina la escuela y yo también, o sea, 13 o 14 año nos volvimos a encontrar.

– ¿Él terminó la escuela?
– Él terminó y yo no. Yo fui hasta 5°. A partir de esa edad sí nos juntamos, a los 13 o 14 años, y no nos separamos hasta el día de su muerte. Fuimos muy amigos, muy compañeros, compartíamos todo. Inclusive, en algún momento, estuvimos juntos trabajando en una orquesta, en la orquesta del maestro Carlos Gilardoni, que fue el primer maestro que tuvo Julio, la primera orquesta en la que participó Julio acá, en el Uruguay.

-¿Usted también incursionaba en la música?
– Sí. Le cuento cómo fue. En ese andar con Julio por todos los recreos y por todos los lugares que actuaba. Porque acá, en Las Piedras, se le llamaba “recreos” a los lugares donde se hacían concursos de tango. Había 14 o 15 de este tipo, hoy concursabas en un recreo y al otro día en otro y en otro y se hacía como un concurso general del cual él – varias veces – resultó ganador, con 14 años. Y hasta una vez recibió un premio de $10.

-¿Siempre cantando tangos?
-Sí, Desde niño. A partir de la escuela ya cantaba. Lo hacían cantar en el colegio. En alguna oportunidad también fue a Montevideo a concursar en una radio, en un programa que se llamaba “Caramelos Surtidos”. Él ganó ese concurso. Y después en los “recreos” de Las Piedras. A partir de ahí lo escucha cantar el maestro Carlos Gilardoni y lo invita a cantar en su orquesta. Carlos Gilardoni era de La Paz y tenía una orquesta que llegó a trabajar mucho en los bailes de Canelones e, inclusive, en Montevideo y en Salto.

Como andábamos juntos, Julio me dice: “Mirá, el maestro Gilardoni me propone cantar en la orquesta. ¿Me acompañas?” Y le dije que sí. Fuimos una tarde – allá por el 46 – al ensayo de la orquesta y cuando él dio la prueba que tenía que dar – a pesar de que él no estaba acostumbrado a cantar con orquesta, porque él siempre había cantado con guitarra -, a partir de ahí sale contratado por el maestro Gilardoni para trabajar con la orquesta.

Cuando salimos del ensayo comentando, me dice: “¿Por qué no te venís conmigo a la orquesta para anunciar?”. Al maestro Gilardoni se le había ido el anunciador. Y le digo: “No, Julio, ¿cómo voy a ir?”. Y él me dice: “No, no. Deja que yo le hablo al maestro”. Y de ahí me incorporé a la orquesta y luego – con los años – fui músico de la orquesta, también.

Carlitos Gilardoni hace ya 10 años que murió, pero también con él siempre mantuve la amistad durante toda la vida. Luego Julio – en un momento – deja la orquesta y hace dos temporadas en Punta del Este: una con la orquesta de Epifanio Ahunchain y otra con el “Toto” D’Amario. Una vez terminado el verano del 49, Julio decide hacer su viaje a Buenos Aires.

-¿Qué edad tenía?
– Julio cuando viaja a Buenos Aires tenía 23 años.

– Retrocedamos algo en el tiempo. En la adolescencia, se dice que él fue vendedor de bizcochos…
-Sí, pero también hay algunas de esas versiones que son inventadas. No por él, pero hay gente que repite y dice que hizo tal o cual cosa, sin mucho fundamento.

– Pero, ¿es cierto que vendía bizcochos en la plaza de Las Piedras?
– Si, es cierto y él mismo lo cuenta en su biografía. Hay una cosa muy importante: la crianza de los niños – antiguamente – era distinta. Los niños estaban en su casa con su padre y su madre y el que salía a trabajar, siempre, era el padre. Y Julio salía con su padre a ayudarlo. El padre era un peón rural y los trabajos que hacía no eran – precisamente – muy delicados. Por eso se dice que Julio podó árboles, porque si el padre podaba árboles, Julio lo ayudaba.

– Ya que estamos con el tema del padre, se dice que él no era hijo de ese señor, que era hijo de Lisandro Carámbula, juez de paz por aquella época…
– Se dice, pero hasta que no se demuestre lo contario…

-¿Usted no lo cree? Pero el intendente que lleva el mismo apellido, lo ha reconocido.
El intendente sí. Pero usted, para reconocer una cosa, tiene que ir primero a la base para hablar de una cosa. Una cosa son los rumores y otra cosa es la verdad. La verdad, ¿cuál sería para usted?

– Hoy lo que diga una investigación científica
– La verdad sería un ADN. Ese es el camino de la verdad.

– Pero eso, ¿lo han querido hacer?
– No, todavía no se ha intentado. Pero el día que se intente, entonces sí. Si el ADN dice que Julio no era de la sangre de Sosa, entonces sí. Ahí sí se puede decir que Julio no era hijo de Luciano Sosa. ¿Me entiende?

– Pero usted como amigo, ¿vio alguna cosa, desconfió alguna vez?
– No, nunca. Nunca en mi vida.

– Porque se dice que él siempre hablaba de la madre, pero no del padre.
– No, ¡cómo no! Don Luciano era el padre de él. Si es cierto eso que se dice de que Julio no era hijo de Luciano Sosa y que era hijo de Lisandro Carámbula, hay que demostrarlo primero. A mí me lo han dicho varias veces. Inclusive, en una reunión con Marcos Carámbula – con quien nos reunimos frecuentemente – y tocando ese tema, hace ya muchos años, me dijo que quería hacer un ADN. Y yo le pedí por favor que no lo hiciera en ese momento, por respeto hacia la hermana de Julio que todavía vivía.

-¿Ahora ha muerto?
– Ahora murió y, tal vez, ahora sí sería el momento. Pero hay cosas que se deben empezar por la cabeza y no por la cola. Hace unos días también le manifesté esto al autor de un libro que estuvo aquí en mi casa, “si dicen que Sosa no era el padre de Julio que hagan un ADN, ya que existen todas las facilidades para hacerlo”. Y, a partir de eso, se sabría verdaderamente todo.

– Pero le quiero decir que hay dos cosas que se manejan en este sentido y que llaman la atención: una es el parecido físico, hasta en detalles con Lisandro Carámbula y el segundo es que, en la familia Carámbula eran casi todos músicos. ¿Usted coincide con que esas características se daban?
– ¡Yo viví con la familia Carámbula! Lisandro Carámbula – su señora se llamaba Felipa – tenía una hija que se llamaba Francia, el otro Roberto, el otro Lisandrito. Yo viví con ellos todo el tiempo. Inclusive compartí de niño con ellos y todos tocaban algún instrumento, eso es así: Francia tocaba el piano, el otro tocaba la guitarra. Eran todos músicos. Pero una cosa es la música y otra es tener vocación para cantar.

– Y físicamente, ¿hay alguna relación? ¿Usted lo veía más o menos parecido a Lisandro?
-No sé. Yo era muy niño y no me detenía a observar.

– Ya que usted ha sido tan generoso y amable en recibirme en su casa y hablar con tanta amplitud sobre este tema, quiero ser bien preciso con usted y trasmitir bien en este tema. Porque este tema se ha convertido en “el tema”.
– ¿Cuál?El de si Julio es hijo o no de Lisandro Carámbula.

– Se está escribiendo un libro.

– Le hago la pregunta desde otro ángulo; ¿usted no da una opinión definitiva porque tiene respeto y amor por su amigo?
– ¡Lógico! Para mí, Julio, no era el gran cantor, el que triunfaba. No era eso. ¡Julio era mi hermano, mi compañero de vida, convivimos toda la vida! Si Julio triunfaba, para mí era una gran alegría. Un día veníamos de Buenos Aires en el auto y me dice: “¿Te gusta cómo estoy cantando?”. Él se había operado ya de la garganta y tenía una nueva voz, muy buena, esa voz grave que tuvo al final. Y le digo: “Es una belleza como cantás, pero no sos el tipo de cantor que me gusta”. “Y, ¿quién te gusta?”. “Me gusta Roberto Rufino”, le dije. ¡Y se lo decía a él!

– ¡Era muy duro eso!
– ¡Pero yo se lo decía a él! Y, ¿sabes lo que me contestó? “Rufino es el mejor cantor de Buenos Aires y lo que hace Rufino con la voz, no lo puede hacer ningún cantor en el mundo entero”. Y yo me atrevía a decirle eso porque – para mí – no era el cantor.

– Claro, pero con la misma sinceridad que le he planteado esto, le digo lo siguiente: es muy llamativo que usted como “hermano”, como alguien tan cercano a él, que convivió, él nunca le haya manifestado nada sobre esto.
– No. Ni creo que se lo haya manifestado a nadie. Si esto que se comenta es cierto, hay una manera muy fácil de descubrir la verdad. Recurrir a la ciencia.

– En eso usted tiene una gran razón y yo la comparto. Pero la otra parte, la parte subjetiva del ser humano, es la que me intriga encontrar que este tema entre ustedes nunca se planteó.
-Yo creo que – a lo mejor – haya sido el único gran secreto en su vida. Sin embargo Fabio Zerpa dijo que a él se lo había confesado.

– Pero es de desconfiar. Si a usted, que convivió con él de niño y de mayor…
– Si, si. Todas las confidencias. Julio iba y salía con una “pollera” y venía y se sentaba y me contaba todo.

– Usted dice que – quizás – sea el gran secreto de él y se lo llevó a la tumba.
-Para mí, fue el único secreto de su vida que tuvo y que se fue con él.

– Usted ha dicho que conoció a la familia Carámbula…
– Sí, los conocí a todos. Conviví con ellos.

– Cuando ustedes eran niños y jóvenes, ¿esta versión usted la escuchó?
– No, nunca. La empecé a sentir después de la muerte de Julio.

– Entonces, ¿no será que eso es un argumento para ver que es mentira?
– No, yo no estoy diciendo que es mentira, ¿eh?

– Pero qué casualidad, que se empieza a hablar de este tema después de su muerte.
– Claro. Porque si es cierto que existe la verdad, es raro que nadie se haya atrevido. Tal vez sea por respeto – no a él – sino a la familia Carámbula, porque él era el Juez de Paz de Las Piedras. En aquel tiempo ser Juez de Paz, ser comisario o ser boticario, era ser el dueño de Las Piedras.

Dicen que fue el propio Lisandro Carámbula quien casó a la madre y padre de Julio.
Es cierto. Sí, es cierto.

– Y la madre de él, ¿trabajó en lo de Carámbula?
– Le reitero que era la mucama. Era una niña, joven, de todas manera ella ya tenía a Tula, la hermana, porque Tula es mayor que Julio.

– O sea que ella ya era casada.
– No sé, pero sí, creo que sí. Porque en aquel tiempo, no existía vivir en pareja. ¡El no estar casado era una revolución!

– Entonces cuando llega a trabajar a esa casa ya era madre de una niña…
– Si, tenían a Tula. Y después nace Julio. Hay un montón de versiones entorno a esta historia. Historias que cobran fuerza al morir Julio, hubo alguien que en determinado momento toma el tema que es Marcos Carámbula, y empieza a movilizar esto.

– Pero, ¿con que intenciones?
– Yo eso no lo sé. Marcos, para mí, es un gran amigo. ¡Yo lo adoro a Marcos! Aunque no lo quiero como político, ¿eh? Yo soy apolítico. Tengo 88 años y en 88 años nunca me fui a sentar a un club político para que me den trabajo.

– Entonces, ¿usted dice que el que promovió esta discusión fue Marcos Carámbula, el hoy intendente?
-No, quizás esto se venía pergeñando desde antes, pero él le dio vida, tanto es así que Marcos mandó hacer un libro.

– ¿Pero usted dice apreciar a Marcos y tiene aquí en su casa fotos con Marcos…
– A Marcos, de toda la vida. Y también al padre.

– Felisberto.
– Felisberto.

– Felisberto, ¿qué era del juez?
– Vendría a ser sobrino.

-¿Y Berugo?
– Berugo es hijo de Roberto Carámbula, que era hijo de Lisandro.

-¿O sea que el juez era el abuelo de Berugo?
– Exacto. El juez era el abuelo de Berugo. Hay un montón de coincidencias, pero le vuelvo a repetir: en lugar de agarrar las cosas por la cabeza, las agarran por la cola. Y eso está mal.

– Lo real es que usted es un testimonio vivo y muy significativo en la vida de Julio Sosa por haber compartido la “vida desde la Cuna?
– Por eso mismo le digo; no sé, si esto es cierto. Porque hoy se hacen cada historias… Yo compartí los 38 años de la vida de Julio con él y le puedo decir que era un tipo especial. Se publicó un libro en el que se decía que Julio era rebelde y sí, como no, tenía sus rebeldías.

– ¿Qué quería decir que tenía rebeldías?
– Que era un tipo difícil de tratar. Se decía que era medio alocado y no, no era así. Era un producto de su infancia, de sus carencias y de muchas frustraciones. Imagínese que Julio se casa con su primer mujer a los 16 años y a poco tiempo se separan.

– ¿Acá en Las Piedras?
– Si, acá en Las Piedras. La primera señora que tuvo y su primer casamiento fue a los 16 años y, para solventar los gastos de su casamiento, tuvo que rifar una oveja. Ese casamiento caminó muy poco. La inexperiencia de la vida rompió un dique y para él fue una frustración muy grande, porque se casó enamorado y ella era una niña, también. Pero Julio descubre, al poco tiempo de casado, que ella lo engañaba. Y para un niño de 16 años, enamorado de su mujer, eso fue una tormenta y lo destroza anímicamente. De hechos como este en la vida de Julio viene el origen de su rebeldía, unido a la pobreza y a toda otra serie de limitaciones.

– Porque era un pueblo chico y él veía que todos los otros niños tenían todas las cosas que a él le faltaban.
– ¡Seguro! ¡Hay tantas cosas para contar de Julio! en ese sentido.

– Cuénteme alguna de estas cosas con respecto al Julio Sosa niño.
– Yo tenía la oportunidad de viajar cuando quería a Buenos Aires y estar con él los días que quisiera, porque yo siempre trabajé como patrón en mi empresa de albañilería, y además, era el único soltero que iba quedando de la “barra”. Yo me casé medio veterano ya. Entonces lo llamaba y le avisaba que me iba para allá y él me estaba esperando, puntualmente, en el aeropuerto de Buenos Aires. Y, por lo general, me quedaba en su casa un par de días, pero una vez estuve dos meses. Y ahí era donde se producía el reencuentro y de ponerme al día de todas sus cosas. Y la tercera mujer que tuvo Julio era una mujer maravillosa.

-Él se había casado con una extranjera. ¿Era ésta?
– Si, Nora, Pero ésta no era. Allí salíamos, hacíamos la noche con Julio cuando él iba a cantar y terminábamos en Los Carritos de la Costanera y por todos lados. En la mañana – yo tenía mi cuarto de huéspedes en la calle Helguera, en Villa del Parque – y nos poníamos a tomar mate con Susana, su esposa. Y ella ya me empezaba a contar sus cosas: Julio le era muy infiel y ella lo sabía…

– ¿Y ella era argentina o uruguaya?
– Ella era argentina, era partera, fue la mujer con quien más tiempo convivio – 11 años – y quizás, ella haya sido el puntal de la carrera de Julio. A pesar de que dos por tres lo agarraba en algún zafarrancho.

Le cuento lo del niño. Un día le pregunto a Susana cómo andaba Julio y cómo se estaba portando y me cuenta que cada vez peor. Resulta que hacía poco estaba trabajando en un lugar nocturno con la orquesta de Armando Pontier. Cobró el sueldo y ese sueldo estaba destinado a pagar la casa – que todavía la estaban pagando -, la cuota del auto y la cuota de un anillo muy valioso que tenía él. Y se apareció con una caja enorme con un trencito de un valor considerable. Y ella le dice: “Julio, ¿cómo vas a comprar eso? Sabes que debemos la cuota del auto, la cuota de la casa, que necesitamos el dinero”.

Ellos vivían en una casona grande y él lo armó en el medio de una de las habitaciones y se puso a jugar con él. ¡Ahí estaba el niño! Lo tuvo dos días y luego lo envolvió nuevamente y se lo regaló a un ahijado que él tenía. ¡Era un tipo de una ternura extraordinaria!

– ¿Ganaba mucha plata en esa época?
– Ganaba, pero aunque ganara, nunca la guardaba. Le cuento otra anécdota. Cuando él vivía en Banfield – vivió a dos cuadras de la estación de Banfield – ella, siendo partera, se dedicaba a hacer abortos junto a unos médicos y ganaba mucha plata. También en esa casa yo tenía un cuarto para mí. Era el cuarto que tenía para cuando íbamos los amigos, porque a él le encantaba recibir a los amigos. Y un día en esas mateadas, Susana me cuenta que por primera vez en 10 años de convivencia con Julio, tenía la satisfacción de que él había aportado para los gastos de la casa. O sea que nunca le había alcanzado el sueldo, porque él lo gastaba. Él lo gastaba y no sabía ni cómo ni dónde.

– Dicen que le gustaban los autos lindos.
– No. El auto verdaderamente lindo fue el último. Los otros eran más o menos. Primero tuvo un “ratón” de esos y ahí fue donde se quebró la rodilla y se la hicieron de platino.

– ¿En un choque?
– Sí, en un choque contra un camión se quebró. Después tuvo el De Carlo, luego un Isetta y una motoneta, también. Por ahí aparecen algunas fotos de él en una motoneta en la que se trasladaba a los lugares nocturnos, donde cantaba.

– No sé si es el del final, pero es muy lindo para la época—
Uno rojo. Un DKW Junior, que le costó mucha plata en aquel momento y era un coche muy poderoso. Él no estaba acostumbrado.

– ¿Usted que lo vió actuar muchas veces en Buenos Aires cuénteme como era en el escenario?
– Si, si, como no. Yo hice giras con él. Una vez hice una gira de cinco meses.

– ¿Cómo era la reacción de la gente?
– ¡Espectacular! Julio llegaba a los bailes y ¡era una cosa bárbara! Inclusive tuve oportunidad, al compartir giras con él – no tanto en Buenos Aires -, donde llegábamos a los pueblos e íbamos, primero, a una confitería y después al liceo o a la radio y luego a los bailes o a alguna actuación o show y era increíble la recepción en todos lados. Tuve la oportunidad de ir a Rosario de Santa Fe, a un recital que dio en el teatro “De la Comedia”, que es un teatro de cuatro pisos, con una capacidad para 5 o 6 mil personas y estaba de bote a bote. Con la orquesta de Pontier, en ese tiempo.

-¿Y vinieron las grabaciones, también?
– Sí, las grabaciones siempre existieron. Pero el boom de las grabaciones fue con Leopoldo Federico, porque él ya era solista, era Julio, acompañado por la orquesta de otro. Ya no era el cantor de la orquesta de Pontier, ni de Rotundo.

Porque los que lo llevaron y le consiguieron una orquesta para acompañarlo, fue la Columbia, porque era record de venta de discos, aún con Pontier. ¡Y ahí es donde explota su fama! A partir de ahí comienza la venta masiva de discos. ¡Fue un momento de tocar el cielo con las manos!

– Había crecido como artista…
– Ah, sí, Julio siempre fue una persona muy inteligente y en permanente desarrollo. Él nunca estudió idiomas, pero si le tenía que hablar en inglés le hablaba en inglés, si le tenía que hablar en alemán, le hablaba en alemán.

-¿Era buen lector?
– Sí, sí. Él también escribió un libro de poesías, y hay que profundizar en ese libro. Casi la mitad del libro, es la vida de él. Son opiniones muy propias, lo que quiere decir que es en parte, su vida misma.

– Sí, al leerlo me llamó mucho la atención el primer poema, en el que no habla de los padres. Hace todo un juego poético muy enigmático, sobre el hecho de que fue un “error erótico” su nacimiento.
– Sí, hay un montón de frustraciones en la vida de él. ¡Julio ya quería llegar, ya quería saltar a la fama! Esos años que estuvimos con la orquesta de Gilardoni, siempre compartíamos las madrugadas con Julio sentados en una vereda, a veces… ahí se ponía a hablar y me decía que le gustaría irse a cantar en Buenos Aires. Todo eso que él llegó a hacer en Buenos Aires, ya lo soñaba y en parte lo tenía planificado.

– ¿Siempre pensaba en el canto?
– Ah, sí. Siempre como artista, como cantor. ¡Era una vocación plena! ¡la traía adentro!

– ¿Y tenía facilidad para memorizar las letras?
– ¡Ah! ¡Era una cosa tremenda! Por eso siempre digo que era un tipo con un cerebro avanzado para la escena. Por ejemplo, el recitado de “La Cumparsita”, ¡es la vida de él! ¡Exactamente! Y hay un montón de gente que cree que era de él y no es de él. Es de Celedonio Flores. Pero estando con la orquesta, parece que fue a un lugar donde trabajaban también los del “Club del Clan”. Y la euforia del “Club del Clan” y una orquesta típica metida dentro del “Club del Clan”, lo indujo a que le dijera a Leopoldo que bajara el volumen de la música para hacer un recitado. ¡Y fue una bomba! ¡Y la gente se lo pedía una y otra vez, a muerte!

– Por esa época él se había casado con una señora que no era argentina.
– Primero se casó con Aída Acosta. Segundo, se casó con Nora Edith Ulfeldt, con quien tuvo una hija. Y tiene un nieto de ese matrimonio.

– ¿Y ellos viven todavía?
– Si, si. Martín, el nieto de Julio, viene muy seguido a mi casa. Estuvo hace unos seis meses a visitarme.

– ¿Tienen algo que ver con la música?
– No, nada. Para nada. Él vino a relacionarse. Es una historia un poco larga, porque él no lo aceptaba al abuelo porque su madre, nunca lo quiso a Julio. Esa es una rebeldía de la vida de Julio. Porque cuando la hija tenía dos meses, Julio se separó de la señora – Nora Ulfeldt – y la familia no lo dejaba ver a la hija. Tanto es así que en una oportunidad – la señora con su hijita – estaban radicadas en Comodoro Rivadavia y Julio se enteró que estaban allí y llevó su orquesta a Comodoro Rivadavia por 10 o 15 actuaciones. Entonces, viaja a Comodoro Rivadavia para poder ver a su hija e, inclusive, le llevaba una cadena de oro y una serie de regalos. Cuando llega a Comodoro Rivadavia, se entera que a la hija la habían sacado fuera del país para que él no la viera. Ahí, canceló todo y perdió – en aquel tiempo – mucha plata por esas actuaciones.

– ¿Esa hija no lo buscaba no tenia buena relación con Julio?
– Nunca llegó a acercarse, a tener una buena relación con él. En una oportunidad él cuenta algo de que – alguna vez – tuvo la oportunidad de estar con ella, porque parece que el abuelo – el padre de la señora – se la llevaba. Julio iba a las escuelas y tenía prohibido que la viera. Y esa fue una de las amarguras y de las frustraciones muy grandes de Julio. Quizás, unida a todas las cosas, a todo lo que lo rodeaba. El dolor más grande era no poder tener la hija con él.

– ¿Y quién cobra los derechos de autor?
– Ella. Cobra los derechos de intérprete, no son derechos de autor. Porque Julio no fue autor.

-¿Debe ser mucha plata?
– ¡Si, fue mucha plata! No sé ahora, porque eso se cobra en razón de cada vez que se pasa la grabación. Pero igual, creo que es muy buena plata la que cobra. El que tiene que ordenar el pago es Leopoldo Federico, que es el presidente de A.A.D.I. Hace poco estuvo acá y lo declararon “Ciudadano Ilustre de Canelones”

– Luego es que se casa con esta tercera señora, a quien usted conoció y compartió una amistad de muchos años.
– Con Susana él formó una pareja de muchos años y después se casaron acá, en Las Piedras. Porque él no se podía casar, porque en Buenos Aires no había ley de divorcio. Cuando Perón sube a la presidencia – por segunda vez – lo primero que hace es implantar la Ley de Divorcio. Todos – más o menos – 10000 o 20000 personas se divorciaron. Pero una vez que Perón fue sacado de la presidencia, la ley volvió a quedar nula. Bajo ese amparo de la ley de Perón, Julio se divorció y vino a Las Piedras y se casó con Susana.

– ¿Y esa fue su compañera hasta su muerte?
– Si, hasta la muerte.

– Volviendo a su vida en Las Piedras me dicen que cantaba en un café que había sobre la plaza – y que se juntaba mucha gente a escucharlo. ¿Eso es cierto?
– Enfrente a la plaza de Las Piedras. El café “El Continuado”, se llamaba. Un bar que permanecía abierto las 24 horas.

-Y ahí, ¿él cantó?
-¡Toda la vida! Era el punto de reunión de él. Nosotros terminábamos los bailes y veníamos del lado de Canelones y nos bajábamos en Las Piedras y veníamos al bar “El Continuado” y a esa hora – 3 o 4 de la mañana – recién cenábamos. Había una parrilla y ahí comíamos y, terminado eso, ese era el punto de reunión.

– ¿Había un guitarrista que lo acompañaba?
– No, cantaba a “capela”. Tenía muy buen oído, nunca desafinaba. ¡Era perfecto! Y ese era el punto de reunión.

-Y luego ya cuando estaba en Buenos Aires él venía ¿Cantaba para los amigos en ese lugar ?
Cuando él venía de Buenos Aires y pasaba 4 o 5 días acá, él recalaba ahí, de tardecita. Él no era muy de cantar. Más bien, era un tipo de contar cuentos. Era un tipo muy humorístico, muy especial.

– Me dijeron que cuando él era joven, no lo dejaban entrar en el “Club Juventud” y que después – cuando fue famoso – sí lo dejaron entrar. ¿En qué época fue eso? ¿Es cierto?
– El maestro Carlos Gilardoni tenía la orquesta y Julio cantaba con él. Entonces, para nosotros, todos los músicos – los jóvenes -, el sueño dorado era ir a tocar al “Club Juventud” o al “Club Solís” de Las Piedras. Eran los dos lugares “pitucos” de Las Piedras, pero nunca teníamos acceso a eso. No nos contrataban porque – a lo mejor – nos consideraban una orquesta de baja calidad. En un momento dado viene el maestro Gilardoni y nos dice que le parece que íbamos a hacer un baile en el “Club Juventud” y ¡estábamos todos enloquecidos! Pasan los días y – como esto quedó un poquito en el silencio – uno de los componentes de la orquesta le pregunta en qué había quedado el baile en el “Club Juventud”. Y el maestro le responde que quisieron contratarlo, con la condición de que fuera sin Sosa y él respondió que no, que su cantor era Sosa. Y cuando preguntó porqué no aceptaban a Sosa, le respondieron que era una persona de “mal vivir” y poco grata. A raíz de eso, Julio se entera y le escribe una carta a la comisión directiva, muy bien escrita, muy bien redactada, explicándoles un montón de cosas. Tanto es así que si uno le preguntaba a Julio luego de 20 años de haber ocurrido eso por esa carta, él se la decía de memoria. En esa carta él pedía una reunión y nunca le contestaron nada.

Y entonces se presentó personalmente un día que sabía que estaban reunidos – estaba donde ahora está el cine “18 de Mayo” – y el portero no lo dejó entrar y, ahí, pateó la puerta y entró puertas adentro y relajó a todo el mundo y les dijo todo lo que les tenía que decir. Pero la vida cambia, los clubes cambian, las personas se van. Un club no es una persona, ni dos, ni tres…

– Bueno, pero es una institución, es una historia.
– Es una historia, por supuesto. Una historia muy ingrata, muy fea. Porque cuando él viene contratado por jabón “Torino” en el 64, uno de los lugares donde vino a actuar con la orquesta fue en el “Club Juventud”, ya donde está ahora.

– ¿Con qué orquesta?
– Con la orquesta de Leopoldo.

– ¿Pero alguno de aquellos que lo habían prohibido, estaba ahí?
– Bueno, si existían, ya no estaban más adentro del club ni en la directiva. Por eso le digo: la vida no es a veces ni un club ni una institución. Son las personas que pasan, con sus personalidades, con su forma de ser.

– Pero la anécdota muestra un hecho muy injusto
– Sí. Además, él era muy proclive a reaccionar contra las injusticias. Él, por ejemplo, si iba en el auto y veía que le estaban pegando a un perro – y yo lo vi – se tiraba del auto, agarraba al perro y le pegaba una piña al tipo que le estaba pegando al perro y se llevó al perro para su casa.

-¿Acá o en Buenos Aires?
– En Buenos Aires. ¡Era la personalidad de él! Quizás alguna persona lo tome como alguien de un carácter distinto, o un carácter agresivo. ¡Pero no es agresividad! Era reacción ante cualquier injusticia.

– Quizás, afloraban esa niñez muy dura que había tenido…
– ¡Cómo no! Seguro. Todo lo que él había metido adentro en su niñez, esa angustia de querer tener cosas y no poder…

– ¿Él llegó a dormir en la calle?
– No, no. Eso no. Le cuento por qué. Hace poco, en una reunión cuando se inauguró “La Pasiva” de Buenos Aires, se donó un busto de Julio y fue una cantidad de gente de acá. Yo también fui, pero fui por las mías, no con ellos. Y habló un montón de gente. Y cuando yo escucho que la gente no dice la verdad o que disfraza algo, o que mienten, o disfrazan las cosas – a lo mejor – para tener notoriedad, para sacarse cartel. Entonces, escuché a una persona que dijo que una noche había tenido que dormir con Julio en una plaza, porque ni él ni Julio tenían para pagar la pensión.

¡Julio nunca vivió en una pensión! Julio vivió en una pensión – yo la conocí – pero nunca la tuvo que pagar. Que Julio hubiera acompañado a esa persona, puede ser. Hace poco se lo dije a Jorge Dimov, el autor del libro, acá en casa. Le dije que habían muchas mentiras en torno a Julio. Por ejemplo, el señor Fabio Zerpa – que para muchos es una personalidad – ¡para mí es el dueño de la mentira!

Porque primero, tiene a media Argentina engatusada con esto de los ovnis y ese día habló allí y se nombró muy amigo de Julio. Y ahí no lo dijo – porque si lo hubiera hecho, yo lo habría parado -, pero llegó a decir que con Julio habían llegado a dormir en una plaza. ¡Y son mentiras! ¡Es una mentira absurda! Y yo se lo dije a Dimov y Dimov me miraba como diciéndome: “¡Es Fabio Zerpa!”. ¡A mí no me importa que sea Fabio Zerpa! A mí lo que me interesa es que no se distorsione la personalidad de Julio.

– ¿Él vivía lejos del centro de Las Piedras?
– No. Él vivía en la calle José Pedro Varela, a unas diez o doce cuadras de acá. Luego – por una circunstancia – Julio pasa a vivir en mi casa. Vivió un año en mi casa, lo llevé yo. Cuando Julio actuaba con la orquesta de Carlitos Gilardoni en el año 47 – más o menos – muere el padre de Julio. Todo el pleno de los componentes de la orquesta fuimos al velorio – en esos tiempos se velaba a la gente en las casas – y en el momento en que estábamos velando al padre de Julio, llega el actuario del juez a darles el lanzamiento, no el desalojo, el lanzamiento, a sacar todas las cosas a la calle.

– ¿Porque la casa no era de ellos? ¿Vivían en una casa alquilada?
– Sí, alquilaban. Por lógica, suspendieron el lanzamiento por 24 horas, para darles lugar a que se efectuara el sepelio. Y entonces le pregunto a Julio: “¿Y cómo se arregla esto, Julio?”. Y me contesta: “Mirá, mamita y Tulia se van a vivir con mi tía”. “¿Y vos? Bueno, y vos te venís para casa”. Y ahí fue donde Julio pasó a vivir en mi casa, que estaba en la calle Batlle y Ordóñez, que en aquel tiempo era Florida y hoy es Elías Regules, en esa esquina. Era un cuarto de manzana, porque era la panadería vieja de los Mancebo y ahí vivía mi padre y yo vivía con él, porque mi padre era separado. Y allí estuvimos con Julio, compartiendo un año.

– Y la mamá se fue a vivir con la tía y la hermana.
– Sí. Hasta que después, cuando él viaja a Buenos Aires, le compró la primera casa a la madre. Esa sí está un poquito lejos de acá. Un amigo le vendió la casa a pagar en cuotas, cosa que él pagó religiosamente. En la segunda casa intervine yo. En el año 64 él mandó a la señora dos meses antes a comprar una casa en Las Piedras y viene Susana y me dice que Julio quiere comprarle una casa a la madre. Bueno, conseguimos una casa y le hice hacer las reformas con mis operarios. Tanto es así que él llega el 3 de octubre al aeropuerto de Carrasco y había un ómnibus esperándolo. Lo traen y se para frente a la casa y se pone a llorar como una criatura. Y me abraza y me dice: “¿Con qué te voy a pagar todo esto?”. El sueño dorado de la vida de él era ese: comprarle una casa a la madre.

Cuénteme de la madre. ¿Cómo era la madre?
– La madre era una mujer tipo italiana, muy chapada a la antigua. Una mujer con un montón de rebeldías, también. Un poco falta de cultura.

– Quizás, no habría podido ir a la escuela.
– No lo sé. Le cuento una pequeña anécdota: Julio vivía en mi casa y trabajaba en “Embassy”, un cabaret de la Ciudad Vieja. Iba a cantar todas las noches y se venía – en aquel tiempo existían los micros que venían a Las Piedras – a las 4 de la mañana y dormía todo el día. Se levantaba a las 3 o las 4 de la tarde y ya se preparaba y se iba para el centro. Había lugares donde se cantaba – estaba el viejo “Tupí Nambá” y otros lugares – y después se iba a cantar a su trabajo. Entonces Anita – su madre – venía de mañana y se paraba frente a mí y me decía:
-“¿Y el vago?”.
-“¿Qué vago, Anita?”.
-“El vago de mi hijo”
-“Julio está durmiendo, porque anoche…”
-“¡Ah, fue a cantar! ¿Y qué se cree, que con cantar tangos y andar metido en esas cosas va a mantener una familia el día que se case? ¡Es un vago mi hijo!”
Y, el vago, terminó siendo un triunfador y le dio a la madre todo. El punto de mira de él era darle a la madre todo lo que la madre precisara, desde que partió de acá.

– ¿Y cómo era la relación de él con la hermana?
– Buena. Porque la hermana vivió siempre con los padres y Julio ya – a partir de un determinado momento – fue una persona más abierta de la familia.

– Y la hermana, ¿tuvo hijos?
– No, nunca se casó. Tuvo algún novio, pero nunca se casó.

– Y la hermana, ¿lo visitó en Buenos Aires?
– ¡Si! Él la llevaba y pasó un año o dos con él allá. Y a la madre también. A la madre la llevó a Buenos Aires porque la madre tenía problemas en la vista y la hizo operar en Buenos Aires, con un médico amigo. Si, todo era óptimo, perfecto. A pesar de que puedan existir cosas de las que – a veces – la gente habla. Cosas que se dicen y que no tienen ningún sentido. Por ejemplo: un día yo voy al Centro Cultural “Carlitos” y estaba hablando un señor, Toyos, – que dicen que es periodista – pero empezó a decir tantas estupideces que yo me levanté y me fui. Y me dice uno: “¿cómo, te vas?”. “Si, me voy. ¡No puedo soportar que una persona diga tantas cosas inventadas!”. Por eso le digo: esto es una cosa muy seria, ¿eh? ¿Cómo puede una persona inventar una historia de Julio? ¿Para qué? En ese sentido hay un libro que cuenta todo barbaridades de Julio, cosas que supuestamente Julio hacía y que las plasmaron todas en un libro.

– ¿Cómo qué?
– Todas las reacciones que tenía Julio, porqué él reaccionaba de tal o cual manera. Entonces, un amigo mío de Buenos Aires que tiene la mayor cantidad de cosas de Julio, muy amigo de la casa – tiene todo un museo sobre Julio – me trajo ese libro para que lo leyera y le diera mi opinión. Lo leí dos veces y, cuando viene este muchacho me pregunta qué me había parecido el libro. Y a su pregunta de qué me había parecido, le dije que tenía razón, que todo lo que dice el libro de Julio es cierto. Y me dijo que había una disconformidad del nieto y yo le contesté que tenía razón en no estar conforme, porque todo lo que decía ahí era cierto, pero que yo no lo escribiría, ni lo diría. Es como que yo saliera a decir que Julio no era hijo de Luciano. A mí no me cabe. Por eso le digo: hay cosas que tienen que empezar, no por la cola, sino por la cabeza.

– Hay una versión de que los argentinos no querían entregar el cuerpo de Julio. ¿Eso es cierto?
– Porque era la voluntad de Julio. Julio había pedido que si algún día a él le pasaba algo, que no lo sacaran de Buenos Aires, porque Buenos Aires le había dado todo.

-¿Y?
– Lo robaron.

-¿O sea que usted no participó en eso?
– No, yo estaba viviendo en Buenos Aires. Estuve 17 años viviendo allá. Yo me fui en el 75 a trabajar a Buenos Aires y volví en el 92. Y cuando sacaron el cuerpo, yo estaba viviendo en Buenos Aires y me enteré por los diarios argentinos.

-¿Usted nunca hubiera hecho eso?
-No sé. A lo mejor, sí. Porque tenerlo en Las Piedras es una cosa muy linda. Pero Julio era un tipo de una sola palabra.

– ¿Pero entonces fue una violencia enorme?
-Seguro. Fue una cuestión política. Ahí hubo una serie de cosas complejas…

– ¿Pero eso fue en el tiempo de los militares?
– No, ya había terminado. Pero anduvo muy cerca del proceso de los militares, no lo tengo muy claro.

-Pero dicen que hicieron una cosa casi clandestina para traerlo.
-Seguro. Estaba todo fraguado y hubo plata de por medio, lo que comúnmente se llama soborno.

– ¿Y dicen que estuvo un tiempo en el cementerio en un lugar que se llama “El Molino”?
– Seguro, en el “Molino de Bosch”. Pero ahora, se hizo el mausoleo.

– Pero dicen, incluso, que estuvo en malas condiciones.
-Si, si. Se estaba deteriorando todo. El cajón, inclusive.

– ¿En el tiempo de Carámbula como Intendente?
No. El mausoleo comienza en la época del anterior Intendente. Primero que nada se dona el espacio, la parcela. Una vez donada la parcela, mediante otras donaciones, se fue consiguiendo material hasta que la obra avanza hasta un metro de pared. Y ahí permaneció cinco o seis años. Era Tabaré Hackenbruch el Intendente. Entonces, eso no avanzaba, a pesar de que había gente que estaba interesada, cosa que tendría que haber sido al revés. Porque Tabaré Hackenbruch conocía a Julio desde niño e, incluso, había hasta alguna amistad con él. Por eso le digo. A mí lo político no me interesa, porque todo tiene que ser por algo dentro de la política.

– Con intereses.
– Sí. Nunca se utiliza el corazón. Entonces no avanzaba. Ahora, con Carámbula como intendente, se reflota el asunto y se avanza. Y ahí está el porqué de que Marcos haya abordado esto y creo que es así. Si es cierto lo que se comenta…

– ¿Usted cree que lo hace de corazón?
– No, lo hace porque tiene que hacerlo. Tiene que ser así. Aparte, hay un amor por el ídolo, por lo que hizo Julio. Porque nadie le puede discutir a Julio que lo que él hizo por Las Piedras, no lo han hecho muchos políticos en el mundo, ¿no?

– Dicen que también hubo otra polémica por la estatua. Que la gente quería que la estatua estuviera en la plaza y la pusieron en una esquina.
– Seguro. Y está en una esquina. Siempre se habló de llevarla al cementerio, como está Gardel. Esto se desechó. Después se habló de la avenida y tampoco. Pero hubo una persona que quería colocarla frente a su casa y ahí fue que se colocó donde está. Bueno y está bien. Está mirando a la plaza, está en la esquina en donde existía el Banco, que ahora es el juzgado. Yo creo que esos son pequeños detalles de la cosa.

– La historia grande es la otra, la del corazón.
– Sí. Hay mucha cosa, mucha cosa. Si Julio viviera, con su forma de ser, con su lealtad, con su sinceridad, hoy en día agarraría y juntaría mucha gente – que eran amigos de él – y los pondría cabeza con cabeza y los dejaría como una torta. Porque a Julio lo utilizaron y lo siguieron utilizando, después de muerto.

– Entonces, yo me llevo la idea de que hay como dos historias
– Sí, puede ser.

– Exactamente, ¿cuándo se va él a Buenos Aires y por qué se va en ese momento?
– Él termina una actuación en Punta del Este con el Toto D’Amario y acá, ya las cosas empezaban a ponerse feas para el tango. No había trabajo. Además acá, en el Uruguay, sobrevivió Racciatti, sobrevivió Oreiro. Pero después, en general no sobrevivían. Se ganaba “chauchas y palitos”. El salto era Buenos Aires. Para el uruguayo o para un chileno o para cualquiera, pisar la Argentina en el espectáculo, ¡era como ir a Hollywood! Y a todos les encantaba. Julio estaba deseoso de ir. Le cuento cómo Julio ingresa a Buenos Aires y que – a veces – se habla de que Julio pasó necesidades. ¡Julio nunca pasó necesidades! ¡Julio entró por la puerta grande a Buenos Aires!

– Dígame, ¿el fue por un concurso?
– No, no. Julio decide irse a Buenos Aires después de una época en que aquí no había trabajo. Se juntaron unos pesos. Tanto es así, que cuando él llegó a Buenos Aires no tenía plata para pagar el taxímetro que lo trasladó desde la…

– Dicen que él contó eso del taxista.
– Él lo cuenta porque él buscó al taximetrista. Porque cuando ingresó a la casa a pedirle plata a la persona para pagarle al taximetrista, cuando bajó no estaba el taxi. Y nunca más lo pudo ubicar.

– ¿Ustedes juntaron la plata para que él viajara?
– Seguro. Se hizo una comida en “El Continuado”, se juntó la plata y se reunieron 80 pesos de aquel tiempo y se le compró la ropa. Cuando él vivía en mi casa, él cantaba en Montevideo y venía de madrugada. Una noche aparece con un amigo, un muchacho joven y me llama, tipo a las 3 de la mañana y me dice: “Víctor, traje un amigo a dormir en casa. ¿Tu padre no se enojará?” “No Julio, ubícalo. ¡Qué se va a enojar, papá!”. Y así fue. Mi padre – gracias a Dios – no decía nada. Ese muchacho se llamaba Rogelio Gasalle y era hijo del dueño de una pensión muy grande en la calle Córdoba y Rawson de Buenos Aires. Era un muchacho joven que se había peleado con la mujer y se había venido para Montevideo. Al muchacho le gustaba cantar y cae al cabaret y se pone a hablar con Julio y cantó en el cabaret y no tenía adonde ir. ¡Con plata, eh! Pero no tenía adonde ir porque no conocía a nadie. A los quince días de venirse Rogelio de su casa y de dejar a su mujer, aparecen los padres de Rogelio en casa a buscarlo. Y se lo llevaron. Pero antes de irse Rogelio Gasalle le dijo a Julio que el día que fuera a Buenos Aires iba a tener un dormitorio para él con todo el confort. Entonces Julio llega a Buenos Aires, a la calle Córdoba y Rawson y se acomoda perfectamente allí.

– ¿O sea que llegó ya instalado?
– Exacto. Hay gente que dice que pasó necesidades. Julio se fue de acá en el mes de junio. Y yo y otro amigo de él fuimos en noviembre a Buenos Aires a verlo. Y ya Julio no vivía en la pensión. Pero el cuarto de él estaba. Entonces Rogelio Gasalle nos dio ese cuarto, para que no fuéramos a ningún hotel ni nada. Julio ya vivía con una mujer del cabaret, en plena calle Corrientes, en un apartamento. Por eso le digo, son todas…

– Especulaciones.
– No sé.

– Víctor, yo le agradezco este diálogo y espero que usted escriba, algún día, un libro.
– No, no (risas). Yo ya estoy entrando en los libros de todos.

– Bueno, y yo espero contribuir con esa historia suya, porque voy a publicar exactamente lo que usted me acaba de contar.
– Está fenómeno. A mi no me gusta que se distorsionen las cosas y menos después de muerta una personas. Quien hubiera tratado a Julio se hubiera encontrado con un ser de una gran humanidad y con una profunda ternura. A él lo que le encantaba era recibir a sus amigos. Cuando yo iba, me atrapaba y tengo varias anécdotas. Un día estaba en la casa escuchando discos de él y él estaba durmiendo en la planta alta y se levantó – alrededor de las dos de la tarde – y se tiró en el suelo a charlar conmigo en el patio. Yo ya hacía dos meses que estaba allá y le dije que me iba al otro día y me pedía que me quedara unos días más. Le dije que no podía, que tenía gente trabajando y que tenía que atender un poco mi negocio. Y al rato me dice: “No, mañana no te podés ir, porque mañana voy a grabar “Madame Ivonne” en Columbia y quiero que estés conmigo”. “Si, pero ya saqué el pasaje”. Y cazó el teléfono y… entonces fuimos a Columbia al otro día y después que salimos de allí conocí una cosa muy importante, que es cómo se graba. Si hay cantores que desafinan y hay cantores que cantan mal, no puede existir eso. Porque el cantor canta aparte de la orquesta, se graba primero la orquesta y a la orquesta la perfeccionan de tal manera que es imposible que el cantor cante mal. Porque el cantor se pone los auriculares y escucha a la orquesta y puede bajarla y subirla a cómo le quede mejor.

– ¿Y Julio cantaba de una?
– ¡Ah! Mire, él grabó un disco de folklore con Arbelo, que era uno de los guitarristas de Magaldi (hijo) y Arbelo decía que nunca había visto una cosa igual.

– Es poco conocido el hecho que tuviera un disco de folklore.
– Sí, porque fue una forma de – como él decía – hacerle un homenaje al folklore sureño. Y Arbelo contaba que Julio venía, ajustaba los tonos, se iba al bar a tomar un café y volvía y comenzaba a cantar y se grabó el disco sin ensayos ni nada.

– Mancebo, una última pregunta: ¿cuál es el tango que más le gusta, cantado por Julio Sosa?
– “Tengo miedo”. Cuando yo fui a visitarlo por primera vez a Buenos Aires él nos llevó en la noche – a mi y al “Pardo”, el amigo de nosotros – a un baile que se llamaba Club “Unidos de Pompeya”, que está en Pompeya y aún existe el club. Era un lugar donde cabían 500 parejas. En ese tiempo cantaba con él Alberto Podestá y Julio hacía tres meses que había ingresado a la orquesta de Francini y Pontier, Podestá ya hacía como dos años que estaba con Pontier. ¡Y Podestá era Podestá! En alguna de las cartas que me mandaba Julio alguna vez me dijo: “Tengo la suerte de estar cantando con el mejor cantor de Buenos Aires”. ¡Quién iba a decir! Porque Podestá aún vive. Y cuando se termina el baile, el anunciador presenta para el final a Alberto Podestá en su máxima creación, cantando “Alma de Bohemio” y en el bis, Julio Sosa haciendo “Tengo Miedo”. Se hacía la primera parte toda entera y la segunda, la mitad. Julio tuvo que hacerlo tres veces el tango y Podestá, dos. Y hacía tres meses que estaba en la orquesta. ¡Aquel muchachito de Las Piedras! Eso muestra claramente lo que llegó a ser Julio y lo que iba a ser, con el tiempo.

Entrevista a Víctor Mancebo

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