Panamá ha recordado estos días (más precisamente el 20 de diciembre) el 24º aniversario de la última invasión norteamericana al país istmeño. Es una fecha que los latinoamericanos y caribeños no debemos olvidar. Ni esa fecha y tampoco sus antecedentes, que llegan incluso a la fundación de la República de Panamá y a la construcción del canal interoceánico, actualmente en proceso final de una considerable ampliación (mejor dicho, de construcción de una vía paralela de máxima amplitud y calado), todo ello con considerable influencia en el comercio internacional.
El gran periodista y escritor argentino Gregorio Selser elaboró en oportunidad una lista exhaustiva de todas las invasiones norteamericanas en los países de América Latina y el Caribe desde mediados del siglo XIX en adelante. En la misma, Panamá ocupa un lugar destacado. La brutal injerencia de Estados Unidos sobre la vida de Panamá se remonta al nacimiento mismo del país, originado en una partición de Colombia impuesta en 1903 por la invasión de los marines yanquis. Eran los tiempos del “I took Panama” (Yo tomé Panamá) del viejo presidente Theodor Roosevelt, el mismo que quería implantar “la política del gran garrote” (big stick). Más tarde EEUU reanudó la construcción del Canal que había iniciado en el siglo anterior el francés Ferdinand de Lesseps (el mismo del Canal de Suez) y que había sido abandonada por dificultades en la obra y epidemias que segaron la vida de cientos de trabajadores. La nueva vía fue inaugurada el 15 de agosto de 1914, al inicio de la primera guerra mundial, y en lo sucesivo la potencia imperial reinó como dueña y señora del Canal y sus aledaños.
En enero de 1964 fueron masacrados por las tropas yanquis de ocupación 21 estudiantes panameños del Instituto Nacional que cruzaron la cerca e izaron la bandera de su país, transformándose en héroes nacionales. La aspiración panameña sobre la soberanía total del canal fue promovida por el gobierno del general Omar Torrijos, que asumió en 1969 y logró firmar en 1977 con el presidente estadounidense James Carter un tratado que aseguraba la soberanía plena de Panamá sobre el Canal a fines del siglo. La invasión del 20 de diciembre de 1989, que fue declarado por el Parlamento panameño “Día de duelo nacional” tenía precisamente como objetivo revertir el compromiso de los Tratados Torrijos-Carter y extender a perpetuidad el dominio norteamericano sobre el Canal.
La invasión, una de las mayores infamias de las muchas perpetradas por el imperio en América Latina, constituyó la mayor operación militar norteamericana desde la guerra de Vietnam, epilogada cuando debieron huir a la desbandada del país asiático en vísperas del 1º de mayo de 1975. Fue lanzada por sorpresa y sin declaración de guerra, por orden del gobierno de George H.W. Bush, cercana a la medianoche del día indicado, movilizando 26 mil efectivos en el operativo “Causa Justa”. Fuerzas de tierra, mar y aire convergieron sobre diversos sitios preseleccionados, especialmente las instalaciones de las Fuerzas de Defensa de Panamá en el aeropuerto de Punta Paitilla, en el Cuartel Central, ubicado en el populoso barrio de El Chorrillo.
Los agresores estrenaron aeronaves, vehículos, armas, equipos y recursos bélicos nunca antes utilizados en combate real, como aviones Stealth F-117, invisibles a los radares, que dejaron caer bombas de 2.000 libras sobre El Chorrillo y regresaron a su base en Nevada abasteciéndose en el aire. Un ex militar que comandó una unidad de defensa, Daniel Delgado, explica en una nota titulada “La heroicidad panameña ante la invasión de Estados Unidos siempre será recordada” que “las fuerzas panameñas de defensa estaban constituidas por alrededor de tres mil hombres y todas, exceptuando la de Chiriquí, sufrieron el feroz ataque desde los primeros momentos de la invasión de 26 mil soldados estadounidenses con toda la tecnología de armamentos, algunos utilizados en Panamá por primera vez”. Los bombardeos concentrados provocaron entre 4 mil y 10 mil muertos civiles y millares de detenidos (del orden de 5 mil) entre las fuerzas de la resistencia. Precisamente, la resistencia popular determinó la prolongación de las operaciones militares, que fueron particularmente sangrientas, y multiplicaron las destrucciones, sobre todo en El Chorrillo.
Yo tuve la oportunidad de verificarlo personalmente, en una visita a Panamá y a la zona del Canal a mediados de 2007. Las huellas de la invasión estaban aún a esa altura (18 años después) claramente visibles en los muros acribillados de impactos de proyectiles. Se estimó en más de dos mil millones de dólares las pérdidas materiales.
Después de la firma de los Tratados Torrijos-Carter en 1977, el líder panameño falleció en un más que sospechoso accidente de aviación. Todas las presunciones apuntan a que fue un operativo de la CIA, de forma tal que los instrumentos de la nave fueron interferidos desde tierra y el aparato se precipitó. En el momento de la invasión, estaba al frente del gobierno el general Manuel Antonio Noriega, que se refugió en la nunciatura, pero luego fue capturado y extraditado a Estados Unidos bajo acusaciones de narcotráfico. Acto seguido, los invasores llevaron a uno de sus títeres, Guillermo Endara, a su base de Fort Clayton en la zona del Canal, y lo hicieron jurar como presidente de Panamá. Para todo servicio.
Dichas bases militares cubrían una superficie enorme. También tuve ocasión de recorrer, en el mismo viaje, esa amplia zona y sus construcciones. Desde la primera hora EEUU se había asegurado los derechos a perpetuidad de la vía fluvial, sus aledaños y sus accesos sobre los dos océanos. Allí montaron su red de bases militares y sus centros de instrucción, donde adoctrinaron a miles de oficiales de las fuerzas armadas latinoamericanas en la nefasta doctrina de la seguridad nacional y en la práctica de las torturas. Allí se formaron dictadores y golpistas militares que sembraron el terror en América Latina y caribeña a lo largo del siglo pasado. Cuando esa etapa se cerró, dichas construcciones fueron destinadas a usos civiles, como lo están hoy.
Resulta alecccionador evocar estos hechos, a casi un cuarto de siglo de distancia. La invasión originó sufrimientos inauditos al pueblo panameño, pero no logró su objetivo básico, que consistía en perpetuar el dominio yanki sobre el Canal. En efecto, a partir del último día del año 1999 quedó impuesta a plenitud la soberanía panameña sobre la estratégica vía acuática. El documento respectivo se firmó el 14 de diciembre de ese año, con la presencia del ex presidente Carter en Panamá. Antes, en setiembre de 1997, luego de 80 años de permanencia en territorio panameño, la sede del Comando Sur retornó a Estados Unidos. Y por iniciativa del presidente Martín Torrijos, hijo del general Omar Torrijos, que inició su mandato en mayo de 2004, se emprendió la magna obra de construcción del nuevo Canal, tal cual lo refrendó el pueblo panameño en el plebiscito del 22 de octubre de 2006. Ello sin duda tendrá repercusiones positivas para el desarrollo del comercio internacional.
*Periodista y escritor uruguayo
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