Es difícil estar en una situación crítica, y más aún resolverla adecuadamente, pero ahí es cuando se ven, realmente, a los profesionales, esos que se capacitan para atender ese tipo de situaciones. No pareció el caso de la reciente acción policial que culminó con un disparo –con munición letal- ante un individuo que esgrimía –es cierto- un machete de forma amenazante. Si esto que les relaté por último lo hubiesen leído simplemente, seguramente les hubiera parecido adecuada la respuesta policial pero en este siglo de las comunicaciones donde cada uno de nosotros cuenta con un aparatito que tiene cámara de video de alta definición, entonces la cosa cambia y la imagen tira abajo todo relato posible. Ahí, video mediante, nos erigimos en jueces y testigos infalibles.
Y a estar por lo que vimos en un video grabado desde un ómnibus y en primer plano, la secuencia deja la impresión de una desmedida respuesta policial tomando en cuenta la escena misma donde el agresor daba muestras inequívocas de un estado de desequilibrio producido por la ingesta de alcohol o –incluso- de una patología mental que requería otra respuesta mucho menos violenta, que lo contuviera y pusiera fin a su agresiva y errática conducta. No fue solo un policía, al menos fueron tres (algunos testigos daban cuenta de un cuarto), que pudieron y debieron intentar otro tipo de maniobra a la hora de reducir a un agresor alterado que daba muestras de un desequilibrio notorio y una peligrosidad que podía atenderse usando otros métodos o aplicando otras estrategias.
Un capítulo aparte para los comentarios que acompañaron las imágenes, algunos de compasión y cierta empatía por la debilidad aparente del ofensor, pero otros… muchos, de celebración por la violenta resolución del episodio. Una muestra latente de la grieta que empieza a afectarnos como sociedad y de la cual dejamos evidencias claras con episodios como estos.
Mensajes fallidos
Episodios como este dan cuenta de una mala señal por cuanto los receptores de los mensajes que emiten las autoridades actúan conforme a los mismos exponiéndose a responsabilidades que nadie les advirtió convenientemente. En efecto, con la LUC se hizo ley la presunción de la legítima defensa en el accionar policial, algo que desaconsejaba la cátedra de Derecho Penal de la UDELAR – encabezada por el Dr. Aller- quien recomendó no innovar en ese aspecto por cuanto el accionar policial no se escuda en el instituto de la legítima defensa sino en el del cumplimiento de la ley.
En el caso de marras será trabajo para la justicia dirimir la pertinencia del uso del arma de reglamento para contener la agresión a la que se enfrentaba el policía que disparó con su arma de reglamento. Con el agregado de la existencia de material filmado que permite ver la acción completa y evaluar la peligrosidad del atacante junto con el riesgo al que se exponían los policías. Todo parece indicar que el ofensor estaba bajo el efecto del alcohol al que –seguramente- se le agrega alguna patología mental que lo evidenciaba en un andar errático y poco ágil a la hora de esgrimir el machete con el que amenazó a los uniformados.
Reitero que no es fácil medir la pertinencia de una respuesta con el diario del lunes y desde la comodidad del ordenador, hasta siendo un simple espectador de la escena podemos tener diferentes opiniones pero a la hora de tomar una posición nos debe pesar la proporcionalidad de la respuesta ante la amenaza. Y es en ese punto que debemos detenernos un instante para discernir si la misma fue adecuada o ajustada a la peligrosidad del atacante. Todo parece indicar que más allá de los comentarios que se pueden escuchar en el video viralizado o en los cientos que se dispararon en las redes, el peligroso ofensor no era merecedor de un tiro a quemarropa con una 9 mm, y mucho menos al pecho con el consiguiente riesgo de vida.
Y en ese último punto me quiero detener, ¿tan poco importa la vida de una persona como para escuchar alabanzas al accionar policial porque abatió de un tiro en el pecho a quien intentó agredirlo sin que se utilizaran otros medios de disuasión antes que el uso del arma de reglamento? Entre tanta violencia escrita pude leer algunos comentarios que merecen atención como el que se preguntaba si no están los escudos para estos casos, o el gas pimienta, o ensayar una táctica entre varios para rodearlo –y hasta cansarlo mismo, ya que no daba muestras de tener mucho vigor- de manera de reducirlo minimizando los riesgos para todos, incluido el atacante.
Lo cierto es que la forma de reducirlo y la posterior detención del mismo llevó a sumar más críticas que elogios, por lo menos de quienes todavía conservan una sensibilidad humanista en medio de tanta crispación y violencia manifiesta.
También se percibe un trato mediático distinto que hoy se alinea con el accionar policial, no hay titulares que condenen de antemano la acción de los uniformados – lo cual nos parece correcto, lo extraño es que hasta el 1º de marzo era otra la forma de desglosar este tipo de casos poniendo a la policía bajo sospecha siempre. Quizás buscando afectar –por elevación- a las autoridades de entonces, las que lejos de lo que afirmaron quienes hoy nos gobiernan, dieron respaldo a los uniformados que actuaban conforme a la ley, siempre.
Como ocurriera en ocasión del abatimiento de un hombre en Paso de la Arena que circulaba con un auto denunciado como robado y fuera perseguido hasta una finca donde se escondió. En el lugar, y tras la autorización de su hija, los uniformados pudieron encontrarlo, no sin resistencia de su parte. El hombre salió munido de unas cadenas y atacó a los policías que pidieron apoyo de inmediato; luego saldría esgrimiendo dos machetes y atacó a una mujer policía junto a otros efectivos hasta que fue abatido, llevando a 11 policías ante los estrados judiciales para dilucidar responsabilidades en el caso.
La diferencia entonces fue que esos policías filmaron todo el procedimiento con sus cámaras personales y esas filmaciones fueron las que dieron sustento probatorio de su accionar ante un agresor que puso realmente en peligro la vida de varios de los uniformados que intentaron reducirlo. El hecho ocurrió en enero de 2019, en Paso de la Arena y fue objeto de varios informes de prensa.
Cada caso tiene sus aristas y estos no son la excepción de ninguna regla; solo son ejemplos de una realidad que a pesar del tiempo se reitera con sesgos parecidos pero que pueden tener una fundamentación diferente, a partir de mensajes fallidos que pueden dar lugar a respuestas desmedidas.
A esta agresión y posterior respuesta policial de la que hicimos referencia al principio, se le suman las denuncias de exceso policial en varios puntos del país ante la exhortación para disolver aglomeraciones, fundada en la emergencia sanitaria que sufre el país y el mundo. Esos encontronazos entre la Policía y la sociedad civil no pueden ser la tónica de este tiempo, no puede ser la actitud de la Policía la del enfrentamiento autoritario sin diálogo previo; así como tampoco puede ser la respuesta de la sociedad la rebeldía “per se”, sin entender los riesgos de una pandemia que nos cambió los hábitos y costumbres a todos. Por eso es que urge que tanto el Ministerio del Interior como la Policía misma, hagan públicos los protocolos de actuación que rigen en la exhortación a no aglomerarse en los espacios públicos. Así como es necesario unificar criterios a la hora de hacer recomendaciones ya que el propio GACH exhorta a superar el “quedate en casa” como forma de enfrentar al Covid-19, al tiempo que sugiere formas de hacerlo que permitan mantener el control epidemiológico. Algo que necesariamente habrá que coordinar muy bien y explicar mejor para que la sociedad lo entienda y lo ponga en práctica. Y, por supuesto, sin que hayan inequidades a la hora de su aplicación, sin discrecionalidades de ningún tipo.
Como todo en la vida, no hay una sola verdad que valga, hay que construirla juntos de manera que nos permita mejorar una convivencia que se ha visto afectada por el aislamiento, el recorte de las libertades que nos impuso la pandemia, el ejercicio de esa libertad responsable de la que tanto habla el Gobierno y para la que reclamamos equidad a la hora de medirla. Porque hasta ahora, la discrecionalidad para disolver algunas aglomeraciones antes que otras ha sido una regla en muchos puntos del país con casos por demás probados y difundidos por las redes sociales por los propios protagonistas.
Las mismas redes que demonizaron a un pobre viejo que a gatas esgrimía un machete y un cajón de madera, mientras se tambaleaba infundiendo temor -y vergüenza- a simples espectadores de una sociedad violenta y decadente, que desafina resolviendo sus conflictos apelando al empleo de más violencia…
el hombre desafiaba la turba,
el perro miraba atado al carro…
Por Julio Fernando Gil Díaz – El Perro Gil
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