El Contralor de esta cada vez más extraña República de Chile S.A. tiene la insólita patudez de mandarse una frase de antología: “No podemos cerrar los ojos: la corrupción ha llegado””
Y lo dice quien debería “contraloriar” el devenir probo de la patria.
La palabra contralor significa encargado de controlar los gastos públicos, o sea, “contra-loriar” (loriar: del chileno sapear, mirar bajo la alfombra, espiar) los gastos de estamentos estatales.
Que este loriador espía venga recién a descubrir que la corrupción se apoderó de la casta política de manera impúdica es casi un chiste de mal gusto, porque lo que este James Bond subdesarrollado deja convenientemente en el olvido es que el subsecretario de minería del gobierno de su ídolo Piñera y distinguido militante de la UDI, Pablo Wagner, está preso por corrupto, lo que evidencia que la corrupción en Chile es de larga data. Basta mirar de dónde nace la riqueza de los grupos Penta, SQM y otros durante la dictadura que, curiosamente, son los principales compradores y poseedores de políticos en nuestra angosta y larga franja de desigualdades.
Al mismo tiempo, un distinguido pinochetista, Jovino Novoa, fundador de la UDI y miembro activo de la dictadura militar, involucrado hasta el tuétano en la máquina de la corruptela política de Penta, cuyos dueños están presos actualmente, exige que se arme un gran acuerdo nacional para detener esta hecatombe que se les viene encima y califica de irresponsables absolutos a todos aquellos que pregonan el “caiga quien caiga”, que no es más, pero menos tampoco, que hacer funcionar la justicia y las leyes y aplicar las penas máximas contempladas contra todos aquellos que han delinquido.
Acuerdo nacional que no pasa de ser un burdo eufemismo que esconde la premisa de tapar rápidamente todo con tierra y usar la vieja máxima de “y a otra cosa, mariposa”.
Obviamente que varios políticos de este engendro mal llamado Nueva mayoría, que no pasa de ser la vieja Concertación con el agregado de un PC deslavado en sus denuncias, se suman en mayor o menor medida a esta bizarra e indecente propuesta.
Total, todo vale en el sálvese quien pueda o en el salvemos nuestros millonarios y descontrolados sueldos mensuales con la vieja y mentirosa manipulación de que o ellos se salvan o el país cae en un populismo sin precedentes según las palabras de un ex ministro de Allende y Lagos.
Curioso, por decir lo menos, que el ex ministro Bitar use la misma alegoría de Pinochet en las postrimerías de su régimen. “Yo o el caos”, que de paso, ni él siguió y el caos nunca llegó.
Estas frases y las reuniones entre la centroderecha en el gobierno y la derecha en la oposición son intentos desesperados por mantenerse en el poder a como dé lugar, sin ningún atisbo de decencia o intentos de renunciar y darle paso a una limpieza general del sistema político chileno.
Las cifras de desprestigio de la endógena y auto reproducida casta política son impresionantes. Según la última encuesta Adimark los diputados tienen un 77% de desaprobación y el Senado un 75 %, lo que implica un descrédito absoluto de su labor, poniendo en riesgo la democracia en Chile.
No deja de ser una paradoja que el epicentro de la democracia en nuestro país esté siendo el factótum de un estado absolutamente fallido, cuyos integrantes pasaron a ser el paradigma de la ineficiencia, la corrupción y la tontera hecha cuerpo.
No puedo caer en la irresponsabilidad de meter a todos los parlamentarios en el mismo saco, porque los hay honestos y trabajadores, pero la visión popularizada es que el parlamento es una cueva de Alí Babá sin excepciones y mientras aquellos verdaderos servidores públicos no se rebelen contra sus corruptos colegas, seguirán nadando en las mismas aguas servidas que el resto.
Mientras nuestro ingenuo contralor descubre que hay corrupción y el cercado Novoa trata desesperadamente de salvarse del diluvio, la presidente de Chile da manotazos de ahogada para demostrarle al país que aún es líder y que manda en este desparramado y caótico buque, cada vez más parecido a la tragedia del Titanic con orquesta y glaciar incluidos.
Bachelet está hace rato anonadada, paralizada, golpeada, disminuida o, como mi abuelita diría: francamente turulata.
Ese turulatismo se agudizó cuando revienta el acto que involucra a su hijo regalón, quien detentaba el cargo de primer damo en La Moneda, en un escándalo nepótico y de tráfico de influencias de varios millones de dólares junto al hombre más rico de este país, haciéndola quedar a ella, la adalid del –dizque- progresismo a la chilena, la justicia y la igualdad, en lo que siempre fue tras sus silencios y sonrisa maternal: solo una política más montada en las redes del poder y el dinero que la Concertación generosa y amoralmente construyó con la derecha financiera y fáctica nacional.
Es complejo hablar de igualdad y meritocracia cuando la propia familia hace uso y abuso del poder estatal, es difícil cuando en el entorno más cercano caen como bolas de fuego las sospechas de políticos que se llenan la boca con bellas palabras de desarrollo, lucha antidictadura y disminución de la desigualdad, mientras se llenan los bolsillos con platas de connotados pinochetistas del tipo Ponce Lerou, Lavín o Délano.
O sea, estamos ante un problema grande:
Un contralor que recién descubre el hilo negro; un UDI avezado que quiere un acuerdo nacional con la Nueva Mayoría para que todos salgan del entuerto muy campantes; una presidente que va por la vida turulata entre las chambonadas de su hijo y la brutal caída en las encuestas y un enjambre de políticos manchados por la hedionda sombra de la corrupción.
Pero, como todo problema o crisis, esto puede ser una de las mejores oportunidades que tenemos los chilenos en mucho tiempo para cortar definitivamente con el lastre y las lacras que nos dejó de herencia la dictadura, siempre bien abonadas y condimentadas por los gobiernos posteriores.
Bachelet no tiene que renunciar, tiene que terminar su mandato, pero cumplir con las promesas de campaña, partiendo por una cirugía profunda a nuestra malhadada Constitución, eliminando el fuero parlamentario, impidiendo la reelección eterna de los diputados y senadores, echando a los corruptos, terminando con el negociado de las AFP, las ISAPRES y la ley del 10% del cobre para las FFAA y tal vez ahí este país vuelva a creer en la política y las instituciones como algo absolutamente necesario para dejar de ser un estado fallido y convertirnos en un estado moderno, desarrollado y con plena vigencia de la democracia.
Por Ricardo Farrú
Director El Pilín
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