Creo que no he visto, a pesar de tanto viajar y conocer, una derecha más extraña que la nuestra, la chilena de (sin) corazón.
La gran gracia y habilidad de esta derecha, hay que reconocerlo con hidalguía, es su capacidad infinita para tres cosas:
1- Hacerle creer a un país que sus interés particulares, así como su visión estrecha, dogmática y pechoña, son los intereses de gran parte de nuestros connacionales,
2- Su capacidad casi infinita para corromper y cooptar, al estilo mafia, todo lo que esté a su alcance, políticos de todo ámbitos, instituciones, incluyendo las uniformadas, empresarios, etc,
3- Su gatopardismo extremo, ligado a su populismo intrínseco, que la hace aparecer con líderes, muchas veces impuestos a la conciencia nacional a través de la manipulación burda y descarada de sus medios de comunicación, que son la mayoría de ellos, para hacer creer que ellos son lo nuevo, lo progresista, lo valedero, que siempre resulta ser una peor copia de lo anterior.
Pero de ahí en adelante, su inteligencia colectiva deja mucho que desear y sus contradicciones son tan evidentes, que sería un imposible no descubrirlas si no existiera su 2° capacidad descrita, unida al extraño goce, sensual y erótico, de la otrora “centroizquierda”, ex Concertación, por asumir las puertas de Shangri La y la consiguiente lluvia de riquezas, cuentas bancarias y puestos en directorios que ese paraíso perdido ofrece.
Probablemente la cosa más rara de la derecha chilena es su evidente contradicción entre su religiosidad fanática y mesiánica, con una fijación patológica en santos, pero sobre todo en Jesús, un hijo de pobres que luchó por los desposeídos y, al mismo tiempo, el asco y el desprecio genético hacia los pobres, a quienes dicen amar, pero que con cada acción diaria, logran ampliar la pobreza, la humillación, la marginación y la muerte.
Me acabo de dar cuenta, al escribir lo anterior, que no hay tal contradicción. La derecha ama a los pobres con tal fuerza, que quiere tener siempre más, porque les sobra amor y, si no hubiera pobres, sus corazones no resistirían tanta luz divina y morirían de edema amoroso.
La otra extraña y casi patológica contradicción de esta peculiar derecha es su anticomunismo enfermizo, visceral y profundamente ignorante, ya que para ellos “comunista” es cualquiera que diga que este modelo está mal, o que se declare ateo, y estos factores dan pie a juicios sumarios y, si de ellos dependiera, volverían a abrir Chacabuco, Villa Grimaldi, 3 y 4 álamos (emblemáticos campos de concentración de la dictadura), sólo por nombrar algunos, pero la curiosidad viene cuando se habla de China, factótum hoy por hoy del comunismo, con severos tintes Stalinistas y medievales.
En ese momento el ratoncito les come la lengua y no dicen nada, van a China y alaban sus productos, sus industrias, sus carismáticos líderes, que en Korea o Cuba o Venezuela son dictadorzuelos ( en palabras de esta derecha chueca) pero que en China, por arte y magia de los grandes intereses comerciales, no son comunistas malos, sino que de los buenos, de los que no se comen los sábados una guagua a la parrilla, ni violan el sacrosanto derecho a la propiedad individual consagrado en la constitución de Pinochet/Lagos.
Y como joya de la corona, su exacerbado patriotismo. Nada les gusta más que disfrazarse de huasos para ir a pasearse a cualquier lugar poco rural, o bien, andar lleno de banderas chilenas ante cualquier ocasión, aunque destacan los 11 de septiembre, las fiestas patrias, o las banderitas en las solapas y cuanto afiche exista.
Tienen un fetiche tipo parafilia con la bandera, con el escudo, con el himno nacional y necesitan a cada instante declararle al mundo su amor infinito a los símbolos como condición sine qua non de su irrestricto e incondicional amor a la patria.
Sin embargo, el patriotismo y ese amor enfermizo a la patria desaparece ante la posibilidad cierta de vender esta misma patria al mejor postor.
Carreteras en manos extranjeras, AFP (plata de trabajadores nacionales) en manos de grupos foráneos, la gran minería del cobre, capitales extranjeros, la pesca, los laboratorios, grandes extensiones de tierras, el agua, la electricidad, todo vendido a otros países.
Pero se debe suponer que el patriotismo real, el profundo, el bueno, conlleva irremediablemente a la venta de cada pedazo de este país y son sólo los comunistas (ver definición amplia arriba) los antipatriotas que no quieren vender todo, porque son miserables y malintencionados y no entienden las enseñanzas del Mesías Jaime Guzmán, el gran ideólogo de la dictadura y sus intocables enseñanzas.
Podría seguir con sus rarezas contradictorias en DDHH, en las cosas mal llamadas valóricas, como divorcio, aborto, igualdad de género, o conceptos más básicos como “país desarrollado”, o bien hablar contra la delincuencia y tener un tejado de vidrio entero quebrado en La Moneda.
Pero eso se los dejo a ustedes.
Por Ricardo Farrú
Economista chileno
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