“Tuya”: La cómplice infidelidad

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La infidelidad como tensión, engaño, desencanto, inminente ruptura y hasta como práctica de complicidad, es la materia temática de “Tuya”, el filme argentino del realizador Edgardo González Amer.

Esta película se inspira en la novela homónima de Claudia Piñeyro, autora, entre otros títulos, de “Las viudas de los jueves” y “Betibú”, que también fueron adaptadas al cine.

Al igual que esos dos textos, “Tuya” hurga en las costumbres y disfuncionalidades de la burguesía media, que, más allá de eventuales conflictos, le rinde pleitesía a la cultura de las apariencias.

Ese es el caso del matrimonio integrado por Inés (Andrea Pietra) y Ernesto (Jorge Marrale), quienes mantienen un vínculo rutinario y bastante agotado.

No obstante, en esta clase social la estrategia es siempre el encubrimiento de los conflictos, aunque para ello deban montar una teatralizada puesta en escena cotidiana.

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Es precisamente en este tinglado de sentimientos ambiguos con fachada de “normalidad” que se desarrolla la trama argumental de “Tuya”, un título sin dudas sugestivo que habilita un considerable margen para la reflexión.

Casi desde el comienzo, el relato aporta las claves del ulterior desarrollo de la historia, cuando la frágil y artificial mansedumbre del hogar es sacudida por una misteriosa carta dirigida al cabeza de familia, que es descubierta accidentalmente por su esposa.

La misiva, que carece de remitente, luce un corazón dibujado con rouge, cruzado por un lacónico “te quiero” y firmada por “tuya”.

Hasta allí no hay sorpresas: se trata de un cuadro de infidelidad, que la mujer debe procesar a su modo, acorde con las demandas de un contexto complejo, particularmente por el rango social de la familia.

Esta emergencia pone en tela de juicio la propia moral de la engañada, quien, pese a la humillación, evita toda confrontación con su esposo y mastica su desdicha en silencio.

Pese a que en el comienzo el film se perfila como una suerte de tradicional triángulo amoroso -con su correspondiente componente de desencanto- la ulterior evolución de la narración corrobora que el asunto es bastante más complejo.

En esas circunstancias, en lugar de hacer estallar la relación, la protagonista investiga a su marido, con el propósito de descubrir una verdad que intuye desde lo más íntimo, a partir de una prueba documental que despierta razonables sospechas.

En ese contexto, se transforma en testigo de una situación violenta entre el hombre infiel y su presunta amante, que deviene en la muerte de la mujer.

Por supuesto, esa dramática contingencia pone nuevamente a prueba la capacidad de resistencia de la engañada, pero lo que es más importante aún, su instinto de conservación y su doble moral de impronta burguesa.

En efecto, en lugar de denunciar el crimen, la protagonista se siente si se quiere más aliviada con la desaparición de su competidora y hasta encumbre el delito.

Como si no fuera suficiente, la familia padece otra situación traumática: el embarazo no deseado Laly (Malena Sánchez), una hija de 17 años de edad.

Por supuesto, la joven mantiene la situación en la más absoluta reserva, a los efectos de evitar una confrontación directa con sus padres y el siempre ofensivo “qué dirán” del entorno social.

Para colmo de males, irrumpe en escena Charo (una inexpresiva Juana Viale), la ignota sobrina de la muerta, cuyo cadáver -que es la prueba del delito- yace en el lecho de un lago.

En ese marco, ese cuadro de infidelidad con repercusiones insospechadas en el ámbito doméstico, deviene en un thriller que apela por momentos a los mejores recursos del género policial.

Empero, más allá de su mero formato, aunque no siempre lo logre, el film apuesta fuerte al retrato de un estrato social que oculta recurrentemente sus miserias detrás de una fachada impenetrable, como si las familias que ostentan este statu quo actuaran con la lógica de las corporaciones.

Aquí la clave es la preservación de los privilegios, evitar la censura social y, por supuesto, la condena judicial por la comisión de un delito en complejas circunstancias.

Mixturando con destreza el conflicto generado por la infidelidad con la trama policial y la ácida crítica social, Edgardo González Amer construye un rompecabezas por momentos enrevesado, pero que igualmente conserva la tensión requerida.

Aunque el desenlace resulta algo decepcionante y hasta reñido con la plausible dinámica del relato, “Tuya” es un digerible pasatiempo, con buenas actuaciones protagónicas, una adecuada construcción argumental y un atinado retrato humano.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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