Un año de guerra en Ucrania, provocó 300.000 muertos

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El 24 de febrero se cumplió un año de la invasión de Rusia a Ucrania, la que provocó el conflicto bélico de mayor envergadura desde la Segunda Guerra Mundial y más de 300.000 muertos, además de millones de desplazados y refugiados. La acción liderada por Putin, lo que no necesariamente quiere decir por la población rusa, es una derivación de un proceso que inició mucho tiempo atrás.

De hecho, no se puede dimensionar apropiadamente la decisión tomada por el presidente ruso si la misma no se enmarca en el impactante debilitamiento que vivió Occidente desde 2001 cuando ocurrió la caída de las torres gemelas. Naturalmente que dicho atentado no es suficiente para explicar la guerra en Ucrania, la que tiene orígenes históricos, geopolíticos, sociales, culturales, económicos y religiosos, entre otros; pero sí es el inicio de una etapa de inestabilidades que muestran vínculos indirectos con la realidad actual.

Por otro lado, el accionar de Rusia debe llevar a Occidente a una profunda reflexión, especialmente a las principales potencias, que, ocupando un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, están a cargo de velar por la paz y la seguridad internacional. En ese sentido, no puede pasar desapercibido lo que ocurrió en el año 2014, cuando Putin anexó la Península de Crimea luego de los resultados de los referéndums en Crimea y Sebastopol, para luego replicar el mismo ejercicio en Donetsk y Lugansk, regiones que, si bien no invadió, sí fomentó un proceso de desestabilización que causó miles de muertos (más de 15.000 de acuerdo con Naciones Unidas).

Ignacio Bartesaghi

Debe reconocerse que más allá de la Resolución 68/262 de la Asamblea General de la ONU (condena que en su momento fue votada por 100 países, un número muy inferior al alcanzado en las resoluciones aprobadas en 2022 y 2023) y, de las declaraciones de las principales potencias sobre la ilegalidad de la anexión, en su momento, se trató de una reacción que adoleció de la suficiente firmeza.

Es más, ya no solo no se reaccionó con dureza frente a la magnitud de la decisión tomada por Putin, sino que el camino seguido en los años siguientes buscó contener la expansión del conflicto, pero sin debatir profundamente sobre cómo reparar el daño sufrido por Ucrania. Con el liderazgo de Alemania y Francia, se logró cierta contención de las ambiciones rusas con la firma de los Protocolos de Minsk, acuerdos que de todas formas no evitaron las miles de muertes que provocó la guerra civil desatada en la región del Donbás.

Como es sabido, luego de la anexión de la Península de Crimea las relaciones de Rusia con algunos países europeos se profundizaron en lugar de distanciarse. Un ejemplo de ello es la construcción del gasoducto Nord Stream II, que comenzó en el año 2018. Los hechos podrían indicar que nada menos que Alemania, junto con otros países europeos, no calibraron apropiadamente la estrategia de Putin en Ucrania, entendiendo que la potencia energética era un socio confiable que respondería sin reparos a la demanda europea de gas. El resultado final de esta decisión es por todos conocida.

Un repaso de las definiciones tomadas por Putin en su política internacional, aportan información más que suficiente para alertar sobre las aspiraciones rusas. Cabe recordar la segunda guerra ruso – chechena en 1999 (ya Putin como primer ministro), la anexión de Osetia del Sur y Abjasia en 2008, la intervención en Siria en 2015, en Bielorrusia en 2020, su participación en la guerra entre Armenia y Azerbaiyán en el mismo año y, el envío de tropas a Kazajistán en 2021. Se trata de una conducta repetida, antes y después de la primera intervención rusa en Ucrania que fue complementada por un enorme crecimiento en la inversión en armamento.

El accionar de Europa en este episodio es sorpresivo, pero también es justo encuadrarlo en una realidad más compleja explicada por el debilitamiento del sistema internacional en su conjunto, con un amplio cuestionamiento social al rol del Estado y de las organizaciones internacionales en general. Además, la estrategia rusa no puede separarse de lo acontecido a nivel interno en Ucrania, con evidentes responsabilidades de los líderes de turno y la cambiante política respecto a sus intereses internacionales (como es el caso del accionar del presidente Yanukóvich).

Con la llegada al poder de Zelenski, la política de Ucrania sí tomó un rumbo claro de alejamiento de Rusia y acercamiento a la Unión Europea, lo que agravó la guerra civil en el Donbás y aceleró los planes de Putin. Responsabilidades La complejidad del conflicto y sus diversas aristas no impiden ser claros en algunas definiciones, especialmente si se toma como base de análisis el derecho internacional.

El 24 de febrero de 2022 Putin invadió un país soberano, violando flagrantemente los principios de las Naciones Unidas y la integridad territorial de Ucrania. Su amplia operación militar en el país europeo ha violado de forma extendida los derechos humanos, lo que fue largamente demostrado. Con el tiempo se podrá discutir qué efectos tuvo en las preocupaciones de seguridad del mandatario ruso la sucesiva ampliación de la OTAN y la expansión de la Unión Europea hacia los países de Europa del Este.

Ahora bien, debe dejarse en claro, que un Estado tiene la soberanía y la legitimidad para ingresar a una organización internacional -si es aceptado y cumple los requisitos de ingreso-, lo que no quiere decir que ese accionar pueda acarrear consecuencias geopolíticas. A su vez, la expansión de las dos mencionadas organizaciones reflejó un proceso histórico pautado por la desintegración de la URSS.

Por cierto, la seguridad nacional debilitada por el desmembramiento de la Unión Soviética es la principal defensa de Putin a la hora de explicar su accionar en el país europeo, a la que le adiciona el genocidio de la población rusa en Ucrania, algo que fue descartado por la Corte Internacional de Justicia.

Más recientemente en su discurso del Estado de la Nación de este mes de febrero, Putin acusó a Occidente de atentar contra los valores fundamentales, por lo que agrega otros componentes adicionales a los orígenes del conflicto.  Independientemente del debate sobre el nivel de apoyo con el que cuenta Putin en su entorno más próximo y en el ejército, realidad que no es fácil de confirmar, en el desarrollo de la guerra, su particular liderazgo y ambiciones de revisionismo histórico (con un mezcla entre la restauración de la URSS y el imperio ruso) son también parte del análisis y le agregan a la discusión componentes de que superan por mucho el marco de las relaciones internacionales, otorgándole aún mayores niveles de impredecibilidad al desenlace de la guerra.

Desarrollo del conflicto Tras conmemorarse un año de la nueva invasión a Ucrania, se pueden extraer algunas conclusiones. Rusia no logró cumplir con una operación que imaginó sería rápida y eficaz, lo que se explica tanto por una subvaloración de la capacidad militar de Ucrania, como por una sobrevaloración de sus propias fuerzas.

Además, Rusia no esperaba la rápida reacción de Estados Unidos y de los países europeos, los que han demostrado un enorme compromiso con Ucrania, desplegando apoyos multimillonarios en armamento, además de aplicar contra Rusia el nivel de sanciones más amplio de toda la historia. Más allá del debate sobre los éxitos o fracasos de la operación rusa, lo cierto es que el daño sufrido por el pueblo ucraniano ya es irreparable (muerte de civiles y destrucción masiva de su infraestructura), como así también lo es el de las familias de los miles de soldados ucranianos y rusos caídos en combate.

En este año de conflicto, los episodios han adquirido un ritmo frenético, los que van desde la inicial ofensiva rusa en cuatro frentes simultáneos, el posterior repliegue de las fuerzas invasoras, los incidentes de alto riesgo en la principal planta nuclear de Europa (Zaporiyia), los ataques aéreos con misiles rusos en ciudades como Kiev y Járkov, el atentado en el puente de Kerch en Crimea, los cruentos enfrentamientos en la ciudad de Mariúpol, las batallas a muy pocos kilómetros de la frontera de la OTAN o la constatación de la violación de los derechos humanos en las ciudades de Bucha e Irpín, una vez concretada la retirada del ejército ruso.

Ucrania ha logrado contener a Rusia, la que incluso llegó a la propia Kiev en los primeros meses de la invasión. Más recientemente, las operaciones están concentradas en la región del Donbás, no sin dificultades, Ucrania ha impedido el control total de ese estratégico territorio por parte de Rusia (salida al Mar Negro y una zona muy rica en producción agrícola y recursos naturales). Ahora bien, la capacidad militar de Rusia es conocida y su fuerza de destrucción es real (especialmente con el lanzamiento de misiles) y amenaza de forma constante a las ciudades más pobladas del país invadido.

Los recientes anuncios realizados por Putin respecto a la suspensión de la participación de Rusia en el acuerdo Nuevo START para controlar el armamento nuclear, es otra señal de preocupación internacional y un evidente mensaje respecto al poder militar ruso. Los diversos episodios vinculados con el desarrollo de la guerra también son de índole económico, ya no solo en lo que refiere a los niveles de destrucción sufridos por Ucrania y 4 los impactos de las sanciones en la economía rusa, sino también por lo acontecido a nivel internacional en los primeros meses de iniciado el conflicto en la evolución del precio internacional de algunos productos en los que Rusia (en algunos casos también Ucrania) es un jugador global, lo que derivó en un aumento de la inflación a nivel mundial. En los últimos meses los precios de algunos bienes han bajado y las presiones inflacionarias disminuyen por las magras perspectivas económicas esperadas para el 2023 para Estados Unidos y la Unión Europea.

Otro de los impactos estructurales tras cumplirse un año de la guerra en Ucrania tiene que ver con la matriz energética de la Unión Europea, que debió en un tiempo récord dejar de comprarle el gas y el petróleo a Rusia, con la enorme dependencia que la gran mayoría de los países miembros tenía con ese país (antes de la guerra el 40% del gas adquirido por el bloque era de origen ruso).

El rol de los principales actores internacionales Con la guerra en Ucrania podría decirse que se da un renacer de Occidente, que tras décadas de debilitamiento logra finalmente recuperarse en el escenario global. Si bien por momentos con altos y no recomendables niveles de retórica, tanto Biden, como los líderes europeos (incluidos Josep Borrell y Úrsula von der Leyen) han mostrado mesura y una adecuada gestión del conflicto. La principal potencia a nivel mundial, la propia OTAN (que estaba cuestionada y debilitada pocos años atrás) y la Unión Europea están saliendo fortalecidas de este conflicto. En el caso de la OTAN, incluso con el histórico ingreso de Suecia y Finlandia concretado en la Cumbre de Madrid (a la espera de la posición final de Turquía).

En definitiva, todo parece indicar que en esta guerra se entrecruzan muchos otros intereses, especialmente en un contexto donde múltiples conflictos internacionales están latentes. Las principales potencias occidentales entienden que su desempeño en el mismo es una señal para muchos otros países que podrían estar pensando en emprender planes de similares características.

Los mensajes transmitidos también tienen que ver con los valores, en especial los democráticos y el respeto de los derechos humanos, los que son recalcados permanentemente por los principales líderes. La guerra en Ucrania evidenció los cambios en el sistema internacional a nivel de actores, en especial por el rol jugado por China e India, pero también por el enorme grupo de países que no se han posicionado respecto al conflicto o que muestran posturas poco claras y algo tímidas.

Esta realidad no solo es evidente en Asia Central, también en los países africanos (muchos de los cuales dependen del trigo exportado por Rusia) y en la propia América Latina, donde ya sea por la dependencia de los fertilizantes o por la presencia política y económica en varios países de la región, se está lejos de alcanzar una posición común frente a una condena a Rusia. 5 El caso de China merece una mención especial, debido a que las dinámicas internacionales marcadas por el enfrentamiento geopolítico y geoeconómico entre Estados Unidos y China llevan a enormes simplificaciones a la hora de analizar las políticas seguidas por esta última potencia.

Si bien China no condenó directamente la invasión de Rusia a Ucrania (incluso absteniéndose en las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas), lo que era esperable y es parte de su política internacional, la potencia asiática no ha apoyado a Rusia en su decisión de invadir Ucrania. Además, no parece razonable pensar que se registre un mayor involucramiento de esta potencia en el conflicto, como lo asevera el secretario de Estado de los Estados Unidos.

Una guerra de esta duración y con posibles derivaciones en incidentes de un orden mayor (como un potencial conflicto nuclear), no favorecen los intereses globales de China, especialmente los económicos, ya que los vínculos de la potencia asiática con Estados Unidos y la Unión Europea son de central importancia para la economía China.

Ahora bien, esto no quiere decir que, una vez desatado el conflicto, China registre ciertos beneficios, los que se asocian a intereses económicos (mayor dependencia de Rusia a la economía china) y geopolíticos en el marco de un enfrentamiento directo con Estados Unidos, o en su evidente proceso de construcción de una institucionalidad paralela a la creada en el período de posguerra (Organización de Cooperación de Shanghái, los BRICS, los bancos de financiación, la propia Iniciativa de la Franja y la Ruta, así como la internacionalización del Renminbi).

Además de una guerra de desastrosas consecuencias humanitarias, debe reconocerse que los acontecimientos sufridos por el sistema internacional en las últimas décadas están marcando algunas de las posiciones de los principales actores. Como fue recientemente señalado por Josep Borrell, “esta guerra no es entre Occidente y Rusia”, ya que sus consecuencias afectan a toda la comunidad internacional. La inteligente apreciación del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, alerta sobre el riesgo de que dicha categorización del conflicto derive en alentar la continuidad de la guerra por fenómenos que son de más largo alcance.

El camino hacia la paz Varios primeros mandatarios, comenzando en su momento por el ahora ex primer ministro Boris Johnson y culminando con la reciente y muy simbólica visita de Biden, han visitado Kiev para demostrar un apoyo irrestricto a Ucrania, pero sin plantear el impulso de las conversaciones de paz. Las principales potencias occidentales exigen la rendición total de Putin y su retirada del territorio ocupado, lo que llevó a Zelenski a aumentar la apuesta, valorando incluso en la recuperación de la Península de Crimea perdida en 2014.

Paralelamente, frente al permanente bloqueo del Consejo de Seguridad por la capacidad de veto de algunos de sus miembros, las resoluciones aprobadas en 2022 y la más reciente de febrero de 2023, indican que la amplia mayoría de los países reclaman por la paz (en la 6 última resolución aprobada, nada menos que 141 miembros solicitaron el cese de las hostilidades y la retirada de las tropas rusas del territorio ucraniano). En contrapartida, Rusia ha logrado señales de parte de otras potencias como China e India, las que, si bien no apoyan de forma expresa el accionar de Putin, han colaborado con la compra de los productos rusos que ya no pueden ser colocados a nivel internacional.

Por su parte, el secretario general de Naciones Unidas visitó Moscú y Kiev, buscando equilibrios que necesariamente dejen abierta la posibilidad de entablar un diálogo, como el referido a sostener las operaciones de barcos cargueros con destino a África desde el puerto de Mariúpol controlado por Rusia y, de esa forma, evitar una crisis alimentaria global. En cuanto al impulso de las conversaciones de paz, hay que destacar el intento de Turquía y su fórmula de diez puntos para acabar con el conflicto, la que finalmente no prosperó. Más recientemente, China adelantó en la Conferencia de Seguridad de Múnich que presentará una propuesta, la que ya habría sido entregada a Putin por el jefe de la Diplomacia china Wang Yi en su reciente visita a Moscú y se hizo pública al cumplirse un año de iniciada la guerra.

Otros líderes como Macrón, han sido claros en que la humillación de Rusia no es el camino, planteando la necesidad de una salida negociada al conflicto, posición similar a la seguida por el presidente de Brasil, que también ha intentado impulsar el diálogo de paz. En términos aspiracionales, no deberían existir diferentes opiniones sobre la ilegalidad del accionar de Putin, lo que además tendría que verse reflejado en una condena de parte de toda la comunidad internacional. Ahora bien, tampoco debe simplificarse la complejidad del conflicto y su difícil resolución, especialmente porque el mismo podría transformarse en un instrumento óptimo para alcanzar otros fines.

En ese sentido, es necesario priorizar de forma urgente las conversaciones de paz, aceptando que su resultado no será justo para Ucrania, pero sí posible, pensando en un plazo de tiempo mayor a la era de Putin y apostando a que se concrete una transición política y fundamentalmente social más moderada en dicho país. Sostener un conflicto activo de estas características por mucho tiempo más, podría generar incidentes mayores, además de fomentar la aparición de muchas otras disputas latentes con impactos de mayor consideración a los de la guerra en Ucrania (como una eventual confrontación con Corea del Norte, un incidente entre Estados Unidos y China por Taiwán o una colisión con Irán).

La nueva carrera armamentista que se vive a nivel global, incluso en países que por razones históricas tenían limitada esta posibilidad, así como la enorme explosión de nuevas coaliciones militares y de seguridad entre diversos actores (AUKUS, QUAD y el relanzamiento de Five Eyes, entre otros) no son buenas señales. En este marco de fragilidad, la cooperación entre las principales potencias debe imponerse sobre el enfrentamiento, para de esa forma marcar los nuevos límites que el debilitado sistema internacional no ha logrado sostener.

Nuevos consensos serán necesarios y asumir los cambios estructurales en curso también, para posteriormente abrir un profundo debate sobre la necesaria reforma de los organismos internacionales y el rol del Estado en una nueva gobernanza global.

Por Ignacio Bartesaghi
Instituto de Negocios Internacionales Universidad Católica del Uruguay

 

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