Haiti bajo el yugo neocolonial

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Nada nuevo bajo el sol. Hoy, quienes gobiernan Haití procuran una nueva intervención armada ante el incremento del accionar de bandas armadas. Ellas son financiadas, como está documentado, por capitales norteamericanos; también acontece una rebelión de la policía local, que denuncia que los mandan a defender a un gobierno corrupto que los entrega a la muerte con esas mismas bandas. Y esos son solo dos de los muchos males que sufre el pueblo haitiano, que el neocolonialismo que domina, pese a mostrar su agotamiento, provoca y mantiene mientras sigue expoliando y tratando con la represión que conlleva su marcado racismo. El hombre blanco sigue sin tolerar que los primeros en liberarse en esta América hayan sido esclavos y negros.

La historia de Haití expresa la crueldad del capitalismo a tal grado que resulta difícil de entender, aun para países salidos del colonialismo, como los sucesivos gobiernos de Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y más, y posicionarse en consecuencia. Sus votos estuvieron en la aprobación de la última “misión de paz”, y los uruguayos podemos tener el orgullo de que, por no votarla, el diputado socialista Guillermo Chifflet renunciara a su banca. Tal vez ahora, que se vuelve a plantear una intervención armada que refresque el modelo de expoliación, el humanismo imbricado en nuestra cultura nos permita ver lo que enseñan más de dos siglos de historia de Haití. Estos son los hechos.

En 1914, ocho marines de EEUU sacaron la reserva de oro del banco nacional de Haití, con el argumento de protegerla. Al año siguiente, los marines invadirían Haití con el argumento de proteger las propiedades e inversiones de EEUU. Lo que se llevaron en cajas de madera los marines eran 500.000 dólares en oro, que al día de hoy es veinte veces ese valor. Con ese dinero se fundó el City Bank, según una sólida investigación de The New York Times.

Al verano siguiente, las tropas de EEUU se apoderaron de Haití y, dice el NYT, “lo gobernaron con fuerza bruta durante 19 años, en una de las ocupaciones militares más largas de la historia estadounidense”. Se fueron en 1934, pero “Haití permaneció bajo el control de los funcionarios financieros estadounidenses, que manejaron los hilos del dinero del país durante otros 13 años”.

Era necesario invadir Haití, justificó Estados Unidos. El secretario de Estado Robert Lansing describió la ocupación como una misión civilizadora para acabar con la “anarquía, el salvajismo y la opresión” en Haití, convencido de que, como escribió una vez, “la raza africana carece de toda capacidad de organización política”, cita NYT.

La investigación del NYT revisó décadas de correspondencia diplomática, informes financieros y registros de archivo, que permitieron cuestionar el argumento público de que “el país era tan pobre e inestable, que si Estados Unidos no se hacía cargo, lo haría otra potencia, nada menos que en el patio trasero de Estados Unidos”.

Lo que demostró la investigación es que a esos intereses se sumaba otra fuerza, “empujando a Estados Unidos a intervenir y tomar el control de Haití por la riqueza que prometía el asalto: Wall Street, y especialmente el grupo que en 1812 formó el City Bank of New York y luego éste devino en Citigroup”.

En 1935, el mayor general Smedley Butler, líder de la fuerza estadounidense en Haití, escribió: “Ayudé a hacer de Haití y Cuba un lugar decente para que los muchachos del National City Bank recaudaran ingresos”. Y se describió a sí mismo como ‘un mafioso del capitalismo’”.

Con ese apoyo, los estadounidenses desplazaron a los franceses del control de su ex colonia, tomaron el control político, disolvieron el parlamento, mataron a miles de personas y manejaron la economía como potencia dominante. Las ganancias se transferían a Nueva York y cuando al fin se fueron, funcionarios de Naciones Unidas describieron en 1949 al país que quedó como “tan pobre que los agricultores que ayudaron a generar las ganancias a menudo vivían con una dieta cercana al nivel de inanición”.

EEUU lo único que hizo fue desplazar a los franceses para hacer lo mismo que ellos: expoliar. Pese a haber logrado Haití la independencia en 1804, el primer país de América en lograrlo, y haber derrotado a las fuerzas napoleónicas que quisieron reconquistarlo, los barcos de guerra franceses navegaron de regreso a Haití décadas más tarde, exigiendo asombrosas cantidades de dinero bajo amenaza de guerra. Así, Carlos X de Francia les exigió 150.000 millones de francos. Hoy, la moneda de oro de 20 francos de 1820 se vende a entre 276 dólares y 500 dólares. Actualizar la cifra no parece necesario: era mucha, muchísima plata la exigida, y hubo que pagarla.

Poco después de los barcos amenazantes, vinieron los banqueros franceses, ofreciendo préstamos a un país que se había agotado por décadas de pagarle a Francia. Cobraron tanto en comisiones, intereses y honorarios que, en algunos años, las ganancias de sus accionistas franceses fueron mayores que el presupuesto de obras públicas del gobierno haitiano para todo el país. Hoy, la oposición haitiana afirma que tardaron un siglo entero en pagarle la deuda a Francia.

No fue la única expoliación francesa, El 25 de setiembre de 1880, en una recepción, el presidente haitiano Lysius Salomon anunció con optimiso que el país tendría un banco nacional. En verdad, éste fue creado por un banco parisino, Crédit Industriel et Commercial, CIC. Era aquel un momento de la historia en el que el CIC estaba ayudando a financiar la Torre Eiffel, monumento a la libertad francesa, y lo hizo ayudando a asfixiar la economía de Haití. O sea, menoscabando premeditadamente su capacidad para poner en marcha escuelas, hospitales y los demás componentes básicos de un país independiente.

Lo que se mantuvo es el argumento que justificaba y sigue justificando la intervención extranjera en Haití: el país viene siendo calificado por casi dos siglos como un desastre, un caso perdido, un indigente al extremo, sin perspectivas positivas, endeudado, carente de todo y sin ley.

Con esos mismos argumentos hubo una intervención militar en 2004 decidida por Naciones Unidas, la Minustah, o Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, que debería haber limpiado de bandas armadas con armas y elementos de EEUU. Cuando la misión finalizó, en 2017, las bandas reaparecieron como por partenogénesis, y hoy son parte de los argumentos que sustentan el pedido de quien oficia de presidente, Ariel Henry, para reclamar ante foros internacionales una nueva intervención extranjera que alargue una dominación neocolonial que, ésta sí, está agotada.

 

 

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