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Teníamos 25 años

La noche anterior quise que hiciéramos el amor. El no quiso. Quedaría para el día siguiente. Mi juventud me hacía exigente con el sexo y el amor que sentía por él, acrecentaba mi erotismo.

El fascismo afuera, buscándolo y yo,  intentando el encuentro más maravilloso que podíamos tener. A pesar de nuestra poca experiencia, de todas las dificultades físicas, de la represión, de la gente que dormía en nuestra casa, el sexo con él era muy placentero. Por sencillo, tierno, amoroso…

Seguramente rezongué un poco y me dormí.

A la mañana siguiente me besó y se fue a trabajar prometiendo amor para esa noche.

Me recordó además, que luego del médico que me iba a controlar por una reciente operación de amígdalas, no fuera a lo de su madre.

Algo olía mal.

El Flaco no aparecía. Otro, lo había citado en casa de sus padres.

Del médico, volví a casa.

Pasaron las horas. Esperé y esperé presintiendo lo que había ocurrido. Lo habían entregado.

Muy tarde en la noche, llega mi padre. Cabizbajo, con los ojos llorosos. No necesité que dijera nada.

Me desmoroné. Lloré con desesperación abrazada a él, que también sufría.

Sabía lo que tenía que hacer. Cerrar la puerta e irme a lo de la Negra. Era el momento de poner en práctica la teoría y seguir confiando en él.

Pensar por lo que estaba pasando me desgarraba las entrañas. Ese cuerpo amado, acariciado, mío… siendo brutalmente destrozado . Temí que lo mataran, porque sabía que no iba a hablar.

De los días que pasé en esa casa, con gente que me quería y cuidaba, poco recuerdo. Según dicen, un día llegaron policías con una citación legal y me escondieron en lo que eran las catacumbas de una antigua mansión del Prado que una vez perteneciera a una embajada, pensando que iban por mí.

Yo no me acuerdo.

De allí me llevan a la casa de una familia joven, de nuestra edad, con dos nenas.

Ellos se iban a trabajar. Yo quedaba sola, sin poder hacer ningún ruido. Ni tirar de la cadena del baño. Recuerdo las nenas. Jugaba con ellas cuando llegaban. Las hijas que yo no podía tener!

Cuando se iban, me arrollaba detrás de un sofá y lloraba todo el tiempo.

¡Él no aparecía! Lo estaban torturando en cada uno de los rincones de su cuerpo que yo tanto amaba.

Un día, me escapé. Pensé dónde ir (que me recibieran a pesar de lo que había pasado) y me fui a Punta Carretas. Allí vivía el padre de mi primer novio, con el cual habíamos mantenido contacto siempre.

Querían mucho a mi esposo. Estaban muy tristes también. Me contuvieron, me cuidaron, me dieron esperanzas de que él iba a estar bien. No recuerdo cuánto estuve allí.

Lo que recuerdo luego, fue que tomé la decisión de ir a casa de mis padres. Tenía certeza de que él no hablaría.

Comenzaban las clases. No sabíamos nada de él. Su familia lo había buscado por todas partes, sin que nadie reconociera tenerlo.

Me llaman para trabajar en un Colegio. En diciembre me habían despedido de otro.

Mi estado era deplorable. Imposible concentrarme en algo más que el dolor por los dos.

Perdido por perdido, decido ir a hablar con el cura, director del Colegio. Le planteé directamente la situación. Él era polaco. Había vivido la guerra. Sabía de qué se trataba. Me dijo que el cargo era mío. Que fuera a trabajar cuando estuviera más repuesta. Y me aconsejó que no me demorara en ir, que estar con los niños me ayudaría. Otro cura más que se jugaba y se jugó varias veces por mí. Hasta que llegó la lista «negra» de maestras con esposos presos…

Tomé unos días, no sé cuántos. Ya había pasado cerca de un mes desde su caída. La desesperación crecía. Gracias a la entereza de mis viejos, lo pude sobrellevar. Ellos me alentaron a ir a trabajar, pues quedándome ahí desesperada tampoco ayudaba y hacía que aumentara la desazón que teníamos todos.

Tomé mi grupo y comencé a trabajar.

Una tarde, me avisan que me acerque a la puerta que alguien me busca.

Era el 26 de marzo. A través de un sol radiante veo la figura de su padre.

Había aparecido, estaba vivo y lo iban a procesar.

No pude quedarme en la escuela ese día. Por un lado, lo sabía vivo. Por otro sabía que vendría la cárcel.

Jamás pensé que en su decisión de protegerme, yo no iba a poder ir a visitarlo al Penal de Libertad.

Esa parte, en ese momento, no la entendí.

Pasaría una vida antes de volverlo a ver, pero no de sacarlo de mí. Eso no pudo hacerlo, ni el fascismo que nos separó, ni yo, que lo dejé.

Relato de vivencias en tiempo de dictadura uruguaya 1973

 

 

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