Luis Marcelo Perez
Se acerca un nuevo 19 de junio, fecha en que el Uruguay entero conmemora el natalicio del General José Gervasio Artigas, y el aire vuelve a llenarse de palabras solemnes. Se multiplicarán los actos, los discursos, las ofrendas florales. Pero cabe preguntarnos, con la urgencia que demanda la coherencia política y moral: ¿cómo estamos honrando hoy a Artigas en los hechos concretos? ¿Qué le estamos diciendo al Prócer cuando, mientras lo exaltamos en los podios, cerramos la Biblioteca Nacional, esa institución que encarna como pocas el resguardo de la civilización, la construcción de identidad, el patrimonio y la formación ciudadana?
Este próximo 19 de junio no puede ser uno más. No puede celebrarse de espaldas a lo que está ocurriendo. Porque José Artigas no fue apenas un símbolo militar. Fue un líder popular profundamente comprometido con los derechos del pueblo, con el conocimiento, con la educación y la soberanía cultural. Fundó la Liga Federal para defender un modelo donde la palabra tuviera fuerza política, donde los más postergados accedieran también al derecho de pensar, de leer y de decidir.
¿Qué dice de nosotros como sociedad que esa Biblioteca Nacional, donde habita buena parte del relato escrito de nuestra historia, se haya cerrado con argumentos débiles, sin informes técnicos públicos, sin planificación clara, sin la participación amplia de quienes dedican su vida a las políticas culturales, a la educación, a la preservación de la memoria?
¿Qué dice de nuestro sistema político que la medida haya sido tomada con más urgencia mediática que vocación institucional, más como puesta en escena que como política pública? Tanto el ministro Mahía como la directora Schiappapietra buscaron generar impacto en la prensa, y lo lograron. Pero hasta hoy no hay ningún plan de gestión abierto a la ciudadanía. La directora habló mucho, pero sin presentar informes. Y el ministro lanzó una frase -días después- lamentable: “¿Qué diferencia hay para el 99% de los montevideanos entre pasar por el Gaucho o por la Biblioteca Nacional?”.
Esa declaración, que banaliza el valor simbólico y social de la cultura, no solo es irrespetuosa. Es peligrosa. Porque normaliza el desmantelamiento del acceso al conocimiento como si fuera una decisión técnica más. Porque degrada lo que la Biblioteca representa: un espacio de construcción de ciudadanía, de pensamiento crítico, pero, sobre todo, de libertad.
¿Y la clase política? ¿Dónde están los contrapesos? ¿Dónde la reacción institucional? ¿Dónde el rol activo del Parlamento? Es llamativo el silencio prolongado. Aunque, apenas se conoció la noticia el 26 de mayo, surgieron voces desde todos los sectores. El senador frenteamplista -como ya expresamos- Felipe Carballo la denunció. La Facultad de Información y Comunicación (FIC), que nuclea las licenciaturas en Bibliotecología y Archivología, anunció que presentará en algo más de diez días un plan de gestión alternativo. Y la Casa de los Escritores del Uruguay, consideró que una decisión de tal magnitud debió haberse comunicado y respaldado —en el marco de una política cultural pública— con una planificación de contingencia en la que se identificaran objetivos, cronograma de trabajo, etapas de ejecución e inversión proyectada.
Son gestos valiosos, pero insuficientes si no van acompañados por una convocatoria amplia, plural, interpartidaria, con participación real de técnicos, actores sociales, sindicatos, gestores culturales, universidades y ciudadanía.
Y no olvidemos un dato histórico importante: cuando el arquitecto Luis Crespi diseñó el edificio de la Biblioteca Nacional, ni siquiera previó un depósito para diarios. Los tiempos cambian, las necesidades también. Hoy las bibliotecas requieren grandes ventanales, luz natural, condiciones de accesibilidad y tecnología. Claro que hay que repensar su estructura y hasta su reubicación. Pero repensar no es clausurar. Reformar no es aniquilar. Revalorizar no es despreciar.
Este 19 de junio, cuando pronunciemos el nombre de Artigas, deberíamos preguntarnos si él habría aceptado que el país se conforme con el deterioro de su casa de libros. Si habría tolerado que se silencie un lugar donde viven las ideas, los debates, las utopías de nuestra historia. Si permitiría que la cultura quede, una vez más, relegada y sin margen para el debate.
Artigas murió lejos de su tierra, pero vivió abrazado a un ideal de justicia, de educación y de igualdad. Defender hoy la Biblioteca Nacional es una forma concreta de mantener vivo ese legado. Es decirle a las nuevas generaciones que la historia no se olvida, que el pensamiento no se clausura, que la memoria se cuida.
Que este 19 de junio no sea un acto más de calendario. Que sea una fecha de compromiso real. Que honrar a Artigas sea también levantar la voz por la Biblioteca Nacional.
¡Viva Artigas!
¡Viva la cultura pública que no entrega sus libros, ni su memoria, ni la libertad!
Por Luis Marcelo Perez
14 de junio de 2025
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