Un hombre mató de dos balazos a un perro en la ciudad de Guichón (Paysandú) y no tuvo mejor idea que colgarlo en las redes. Otro, despechado, mató a su ex mujer e hirió gravemente a su actual pareja. Y para cerrar esta tríada fatal y violenta, hace dos fines de semana que la Liga Universitaria no juega por suspensiones derivadas de hechos de violencia contra jueces. Sufrimos de una epidemia de machismo brutal que lejos de hacer honor a la hombría referencial del concepto, lo denigra. ¿Dónde fueron a parar aquellos que honraban a sus mujeres, aceptaban las derrotas y querían a sus mascotas, según los casos relatados? ¿Machos, eran los de antes?
Ultraviolentos
Que la sociedad uruguaya está infectada de violencia no es nuevo, pero a pesar de irnos acostumbrando -tristemente, cada vez más- a ver casos impactantes, nuestra capacidad de asombro va disminuyendo cada día ante lo que jamás hubiéramos imaginado que podría ocurrir en nuestro país.
Unos chicos de Nueva Helvecia -no hace mucho tiempo atrás- impactaron las redes sociales con la triste imagen de una perrita a la que mataron a palos mientras la tenían dentro de una bolsa. Semejante saña en manos tan jóvenes no solo causó asco y enojo sino, también, un inmenso dolor. ¿Quién no tuvo una mascota de niño y aprendió a tener responsabilidades sobre su cuidado, compartiendo espacios lúdicos y creciendo junto a ellos?
Pero el tiempo fue cambiando hábitos, costumbres, llenando vacíos al punto del hartazgo y el empalago. Las cosas materiales se hicieron más accesibles, y las necesidades fueron mutando, cambiando de marca, de precio, de tecnologías, y la modernidad nos dejó fuera de juego casi sin darnos cuenta.
Un día sustituimos las mascotas de carne y hueso por amigos virtuales, dejamos de construir sentimientos para alimentar necesidades consumistas, y fuimos perdiendo relaciones para aislarnos en un juego egoísta sin retorno. Las familias fueron perdiendo espacio, se fueron disgregando, la palabra cedió lugar al email, al mensaje de texto, al chat. Dejamos de “encontrarnos” para “conectarnos” (virtualmente) y así fuimos perdiendo humanidad.
Aquel amigo fiel dejó de ser tal y ahora parece ser un objeto de propiedad a tal punto que nos creemos con derecho a deshacernos de él de un par de tiros o a palazos, y compartimos nuestro machismo moderno por las redes. Somos machos, tenemos “huevos” y lo publicamos donde sea…
Violencia de clase
La Liga Universitaria cuenta con equipos de estudiantes terciarios, condición indispensable para poder disputar sus campeonatos. Cualquier desprevenido podría pensar que equipos integrados por profesionales o futuros profesionales harían de los encuentros disputas sin mayores incidentes. Sin embargo, dos episodios consecutivos de agresiones contra árbitros prendieron una luz de alerta que llevó a las autoridades de la Liga a suspender las actividades por dos fines de semana con incertidumbre cierta sobre la continuidad de los campeonatos.
Un ámbito como ese también refleja que mal estamos como sociedad y que la violencia no es patrimonio exclusivo de ninguna clase social ni de género o raza. Hasta el fútbol infantil sufrió episodios que llevaron preocupación a las autoridades.
La maté porque era mía
A tal punto llegamos hoy que no hay familia que esté vacunada contra la violencia, una violencia que dejó de ser rústica o bárbara, ahora también es doméstica. La instalamos en el hogar, ya no bancamos nada de nada, usamos y tiramos… todo, hasta nuestras mujeres.
Inventamos tobilleras para protegerlas, necesitamos la amenaza de la cárcel para aceptar que no son objeto de propiedad, y menos nuestra. Es hora de entender que debemos honrar las relaciones humanas con sentimientos puros mientras duren, aceptando que un día estos pueden terminarse.
El femicidio se instaló en el Uruguay a pesar del esfuerzo por mantenerlo a raya. No hay vacuna, no hay pulsera, no hay remedio que valga para quien se resuelve a terminar de la peor manera una relación. “La maté porque era mía” dicen los «machos» uruguayos con sus manos llenas de sangre sin importar si dejan hijos sin madres o padres sin hija para desgracia de sus nietos.
Ese machismo aborrecible es una enfermedad que hay que erradicar, y para ello es indispensable construir ciudadanos que valoren la vida, que honren a sus mujeres, y – por sobre todo- que honren la vida…
el hombre sintió vergüenza,
el perro también…
El Perro Gil
elperrogil@gmail.com
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