Carta al Presidente Lula y la microfísica del poder

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Lo que usted hizo en Brasil fue una revolución. No una Revolución Francesa, que guillotinó cabezas de la realeza para exigir en la marra libertad, igualdad, fraternidad. No, usted no cortó cabezas, ni expulsó ricos de sus propiedades privadas como la Revolución Rusa, tampoco robó el ahorro de las clases acomodadas (como aquel presidente electo en Brasil en 1989 robó). Usted mantuvo las élites ricas y contentas, pero fue revolviendo día tras día en los mecanismos de poder que excluían perversamente a los pobres de nuestra sociedad y negaban lo que todo país decente debía garantizar: su ciudadanía, es decir, su dignidad.

Por eso, de inicio, sus pequeños gestos, sutiles, poco salían en los periódicos, pero sacudían gradualmente las estructuras viciosas del poder. Yo soy lectora de Michel Foucault y atestiguo que usted hizo algo genial, de modo intuitivo, en la práctica, en un país periférico y violento, mucho de lo que ese célebre filósofo francés teorizó sobre micropoder. Usted modificó, programa después del programa, la microfísica del poder en Brasil.

Explico cómo: al principio usted abrió crédito para ayudar a los pobres a comprar electrodomésticos básicos; subsidió la compra de pinturas y materiales para que construyesen sus casas; creó el Banco Popular, ligado al Banco do Brasil, permitiendo que pobres tuvieran cuenta en banco; llevó luz eléctrica a los rincones rurales más atrasados por la oscuridad (Luz para Todos); creó el Bolsa Familia, sacando a 36 millones de brasileños de la miseria y obligando a sus hijos a volver a la escuela; llevó agua para millones de brasileños que sufrían con la sequía en el interior semiárido (programa Cisternas, premiado por la ONU); inventó MCMV, la entrega de viviendas de Brasil; creó Farmacias populares que vendían medicamentos con descuentos para la población de bajos ingresos; implementó cotas raciales y sociales en universidades, contribuyendo para que jóvenes negros y / o venidos de escuelas públicas pudieran estudiar y en el futuro tal vez escapar de ser asesinados en las calles de Brasil; implantó el Prouni (Universidad para Todos), ofreciendo becas para alumnos de bajos ingresos a estudiar en facultades particulares; aumentó el salario mínimo por encima de la inflación; etcétera

No me he beneficiado personalmente de ninguno de sus programas sociales, querido presidente. Soy brasileña privilegiada, nacida en una clase media de la zona sur carioca. En el caso de que se trate de una persona que no sea de su familia, no es la primera vez que se hace el trabajo. Y es justamente por eso, por todo lo que he leído, he visto y aprendido, sobre todo en Francia donde he vivido durante años, que puedo decir: países europeos sólo se desarrollaron porque aplicaron y aplican proyectos como los suyos. En Francia, por ejemplo, el salario mínimo es de unos 4.000 (gracias a décadas de huelgas y manifestaciones de trabajadores «vándalos» por mejores salarios); el seguro de desempleo dura de dos a tres años para que el desempleado no caiga en la miseria; hay «locaciones sociales» que garantizan una vivienda a los menos privilegiados; todos los medicamentos recetados en los hospitales públicos son dados o subsidiados por el gobierno etc.

El problema es que cuando una parte de la élite brasileña visita París, sólo ve la gran belleza. Finge no ver que aquella belleza sólo se sostiene gracias a la aplicación justa de impuestos. Sí, las clases más acomodadas allí tienen conciencia política, saben que el equilibrio social depende de ellas. En Brasil no.

Sí, es difícil entender la mentalidad de los que asistieron a los mejores colegios privados de Brasil. Hasta entiendo, ya que yo misma he curado uno de los mejores colegios privados de Río y no he aprendido gran cosa. Allí no había disciplinas como Literatura o Filosofía, por ejemplo, que nos ayudarían a tener un pensamiento más crítico. Qué pena.

Sólo aprendí lo que era el mundo cuando empecé a encarar la miseria de mi país de frente en vez de girar la cara al pasar por ella en la calle. Todavía en la adolescencia participé de un grupo que daba comida para los sin techo en Río y pude oír sus conmovedoras historias de vida. Después vendré a periodista y pasé a escuchar a más personas, de los más variados orígenes, de las favelas, de los interiores, y sus justas reivindicaciones.

Por lo tanto, sepa, que no sólo el pueblo beneficiado por sus programas sociales está a su lado. Somos muchos escritores, artistas, profesores de escuelas y universidades, personas premiadas, con títulos, de las más diversas profesiones. Justamente por haber leído tanto (libros, no sólo periódicos y revistas), viajado, justamente porque conocemos a Brasil profundo, entendemos la grandeza de lo que usted ha hecho. Nosotros también somos ese pueblo.

Por otra parte, hay numerosos políticos, historiadores, intelectuales extranjeros en las mayores universidades de Europa que también lo admiran. Y se escandalizan, por ejemplo, cuando oyen comentaristas brasileños decir de forma tan elitista que el elector de Lula es «povão», «nordestino», «ignorante», «petista», «lulista», «petralha», «fanático». Intelectuales extranjeros chocan con la criminalización de pobres, negros, indios y de la propia izquierda en Brasil. Y también se chocan cuando lo burlan de «populista», como si usted usara al pueblo. Pero ahora, el señor es el pueblo.

En el más, no entraré en el mérito de su juicio. Primero porque no creo en condenación sin pruebas. Según por qué desde el golpe de 2016, que sacó del poder a una presidenta elegida por el pueblo, desde el día en que quedó probado (¡y grabado!) La colusión entre los Poderes «con el Supremo, con todo», no creo más en nuestras instituciones.

Por supuesto que la Lava Jato es importantísima para el país, pero el partidismo selectivo y el gusto por el espectáculo la disminuyen. Tal vez por eso grandes juristas extranjeros han apuntado fallas absurdas en el proceso que lo condenó.
Como dijo el abogado inglés Geoffrey Robertson en una entrevista reciente a la BBC de Londres, “Brasil tiene un sistema de acusación totalmente superado, en el que el juez que investiga y supervisa la investigación, ¡es lo mismo que juzga el caso – y sin un jurado! «. Otro jurista dijo lo mismo en un artículo en el diario The New York Times. En fin, ¿cómo creer en una justicia personalista, que en un abrir y cerrar de ojos puede bordear el ajusticiamiento?

En esas horas me acuerdo de lo que decía Foucault: «Prender a alguien, mantenerlo en la cárcel, privarlo de alimentación, de calentamiento, impedirle salir, hacer el amor, etc., es la manifestación de poder más delirante que se puede imaginarse. (…) La prisión es el único lugar donde el poder puede manifestarse en estado puro, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral.

Sabes, cuando la persecución al señor comenzó en los medios, me acordé de Betinho. Casi nadie más se acuerda de él, el sociólogo Herbert de Souza, que creó asociaciones de combate al hambre y de investigación sobre el sida en los años 1990, cuando los programas sociales del Estado eran insignificantes. Pues bien, ese tipo, que debía ser coronado por su esfuerzo descomunal por los pobres, un día despertó siendo linchado de la forma más violenta por la prensa por haber recibido donaciones de bichos. Los «puros» del país lo atacaron de todos lados, luego él, «el hermano del Henfil» ex-exiliado, hemofílico y seropositivo, tan magro, pelusa de gente, uno de los pocos a combatir el hambre en Brasil. Pero no, para los «puros», nada de lo que él hacía por los pobres compensaba ese gran «error». Como si en Brasil hubiera dinero realmente «limpio».

Es, pues, los «puros», los que no entienden la complejidad de las luchas, los que cierran los ojos hacia las faltas de los ricos pero linchan al niño de calle de la esquina, los que defienden una ética que ellos mismos no tienen en el día a día, enrollados en sus intrigas, favoritismos, evasiones de impuestos, corrupciones de todo tipo. De mis andanzas por los bastidores del poder, puedo decir: los «puros», apenas despiertan, ya lotean el alma.

Por supuesto, que usted, además de los aciertos, también cometió errores. ¿Quién no se equivoca? Confieso que al principio de su gobierno extrañé, por ejemplo, su alianza con la escoria de la política brasileña (PMDB, etc.). Pero pronto entendí que sin eso ninguno, ninguno, ninguno de sus programas que revolucionaron Brasil sería aprobado. No sin ese toma-allí-da-acá, no sin el cafecito con el enemigo. Sueño sí con una política pura, pero ¿cómo, ¿cuándo, si nunca, nunca, nunca fue así en este país?

No voy, pues, a enumerar sus errores porque sus aciertos los superan inmensamente. Sólo a partir de su gobierno entendí que la política puede mucho más que el asistencialismo. Mientras mis amigos y yo dábamos 50 calentitos en una noche a los sin techo de Río, el señor, con nuestros votos, sacaba millones de la miseria. Millones de brasileños.

Usted creyó ante todo en la política, no en revoluciones sangrientas radicales, para cambiar Brasil. Y cambió. No soy «lulista» ni «petista» (nunca me asocié a partido alguno), mucho menos «petralha». Pero, gracias al señor, ahora yo y millones de brasileños pasamos a creer en la política. Y sólo por eso vale luchar.

En el momento en que el presidente de izquierda retomó el rumbo de ese Brasil desgobernado por la colusión entre Poderes y donde, debido a la corrupción, la ligereza y el partidismo de las instituciones, las ideas fascistas se proliferan como bacterias.

Un gran abrazo
Luciana Hidalgo*

(*) Prestigiosa y laureada escritora brasileña.

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