CINE: clásicos redivivos / El impune poder del crimen organizado

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En un nuevo e innovador acierto, el complejo exhibidor Movie Center prosiguió con su política de reestrenos de grandes clásicos de la cinematografía universal, ratificando el éxito de las exhibiciones de obras maestras tan emblemáticas como “2001, Odisea del espacio” y “Naranja mecánica”, del desaparecido realizador británico Stanley Kubrick, a las cuales ya nos hemos referido en entregas anteriores.

En este caso, se trata de “El padrino” (1972) –a medio siglo de su estreno mundial- y su secuela, “El padrino 2”, dos de los más taquilleras y admiradas producciones del tan paradigmático como talentoso realizador Francis Ford Coppola.

Por supuesto, este ya legendario cineasta estadounidense atesora en su prolífica obra otras joyas que permanecen tatuadas en la memoria de los cinéfilos más empedernidos, como “El padrino 3” (1990), “La ley de la calle” (1983), “Jardines de piedra” (1987), “La conversación” (1974), “Apocalipsis ahora” (1979) y “Drácula” (1992), entre tantas otras entregas de su personal e intransferible autoría.

Empero, más allá de eventuales disensos, “El padrino” y “El padrino 2” constituyeron y aun constituyen películas referentes. De allí el justificado elogio a Movie Center por reponer ambas producciones, para permitir a las nuevas generaciones visionar estas dos auténticas alhajas artísticas, en salas equipadas con tecnología de elite, confortables butacas y sonido Dolby, que permite disfrutar a pleno de este menú imperdible.

Por supuesto, la oportunidad de reencontrarnos con la magia del cine en esas condiciones de superlativa calidad, que ya vimos en nuestra adolescencia en otro contexto, nos permitió un disfrute realmente singular.

Estos títulos referentes del siempre exitoso cine de mafiosos sicilianos trasplantados a las calles de las vasta urbes de Estados Unidos, afincados allí y fundar imperios del delito, son una rutina recurrente de Hollywood.

Sin embargo, estas dos películas, inspiradas en la obra original del novelista Mario Puzo, nos permiten internalizar y hurgar en el corazón mismo del universo mafioso de elite, pero también en el sentido de clan familiar tan proverbial para los italianos.

Empero, tanto el texto original como las realizaciones en el inspirados, desnudan- con rigor y sin concesiones- el poder del dinero y el apócrifo mito del sueño americano, que tan sutilmente nos ha vendido el imperio.

En efecto, ese paradigma impoluto, hijo de la mentira, es uno de los más potentes sustentos de la historia original creada por Puzo y adaptada por el realizador a la pantalla grande.

Además de un policial realmente emblemático, “El padrino” es ciertamente cine de denuncia, que cuestiona a una potencia mundial que tiene poco de paraíso y mucho de infierno.

No en vano, la historia revela la corrupción generalizada que compra políticos, magistrados y policías, el espíritu militarista del país y las miserias subyacentes de una sociedad cosmética en la cual conviven, simultáneamente, la pobreza y la miseria.

Ese caldo de cultivo permite que la mafia compre mano de obra barata y matones a sueldo, que, a la sazón, se transforman en los brazos ejecutores de horrendos crímenes que, a menudo, quedan impunes por mera desidia y complicidad.


El personaje protagónico de “El padrino” -Vito Corleone (Marlon Brando) – que es ambientada a fines de la década del cuarenta y principios del la del cincuenta en plena post-guerra y en el furor de la guerra fría- es una suerte de rey sin corona, multimillonario y adorado por familiares y empleados, a quienes ampara como si fueran sus ahijados. Obviamente, todos acatan sus órdenes como si se tratara de un dios, porque él sabe recompensar la lealtad como si se tratara de una religión sin iglesia.

Obviamente, sus lugartenientes son sus hijos Sony (James Caan), un delincuente temperamental, irracional y violento, Tom (Robert Duvall)- que es abogado, consejero e hijo adoptivo, Fredo (John Cazale), un joven pusilánime y mujeriego, y Michael, un desconocido Al Pacino que ya comenzaba a mostrar sus dotes actorales, quien no comparte ni aprueba los espurios negocios de su padre. La familia la completa Connie (Talia Shire), una mujer apasionada y algo desquiciada, que contrae enlace con un hombre que no integra el clan, tan infiel como violento.

En tal sentido, el suntuoso casamiento al cual concurren empresarios, políticos, mafiosos, policías y hasta jueces a comienzo del relato, constituye un cuadro de maravillosa belleza visual en la cual sobresalen el luminoso colorido y la añeja tradición de los italianos inmigrantes. Sin embargo, entre cantos y tarantelas, en el interior del despacho de capo mafioso se celebra la liturgia de la lealtad, que mixtura el agradecimiento con el crimen y la recompensa.

En este caso, a diferencia de lo que podría suponerse, estos mafiosos tienen honor y, en el caso de Vito Corleone hasta ética, en tanto se niega rotundamente a ingresar en el lucrativo negocio del narcotráfico, tentado por el peligroso y perverso delincuente italiano Virgil Solozzo (Al Lattieri).

Este soberbio film de más de tres horas de duración ambientado en Nueva York y Sicilia, denuncia toda la podredumbre de una sociedad asolada por la corrupción y el delito de cuello duro.

En ese marco, la clave es la lucha por el poder entre mafias rivales, que pugnan por apropiarse de los territorios y los negocios más suculentos. En tal sentido, abundan también las traiciones y la deslealtad, de sórdidos delincuentes que se venden al mejor postor y no respetan los códigos de la familia.

En “El padrino” abundan naturalmente las escenas de violencia despojadas de eventual truculencia, como la secuencia de los últimos diez o quince minutos, en la cual se plantea, con agudeza, un problema moral que cuestiona a la propia religión. En efecto, mientras Michael –el nuevo capo mafioso tras la muerte de su padre- oficia de padrino de su sobrino y ante el sacerdote que lo interpela adjura del mal, de los pecados y de las prácticas deleznables, se desata una auténtica masacre y un ajuste de cuentas de reales proporciones.

Ese auténtico baño de sangre, que emula a una tragedia del célebre dramaturgo William Shakespeare, es tal vez, por la inconmensurable calidad técnica de su fotografía, su música, los lujos de montaje y el manejo del suspenso y la tensión dramática, una de las secuencias cinematográficas más famosas de la historia del cine y una auténtica joya artística.

“El padrino”, más allá de una excelente historia soberbiamente filmada y de sus lujos formales, ofrece también un reparto actoral de lujo, con un Marlon Brando en la cima de su estatura histriónica, un Al Pacino soberbio por su composición dramática plagada de dualidades y un James Caan desarrollando todo su potencial actoral, entre otras estrellas de singular talento, como una muy joven pero ya promisoria Diane Keaton. No en vano, el film cosechó varios premios Oscar, entre ellos los de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor protagónico.

En tanto, “El padrino 2”, que es una secuela del film original y también cosechó varias estatuillas doradas, es una suerte de continuación de la historia original, cuyo protagonista es Michael Corleone, el nuevo padrino encarnado por Al Pacino.

La narración discurre entre el pasado y el presente, evocando a un Vito Corleone joven, en este caso encarnado por Robert de Niro, quien por su interpretación obtuvo el Oscar al Mejor Actor de Reparto.

En este caso, la película está ambientada en los Estados Unidos pero también en la Cuba pre-revolucionaria, transformada por el dictador Fulgencio Batista en un auténtico prostíbulo de lujo contaminado por el dispendio, el lujo, el juego, el autoritarismo y el crimen organizado.

Sin alcanzar la intensidad dramática de “El padrino”, “El padrino 2” es igualmente una película de superlativa calidad artística, en la cual también abundan la violencia, la traición, la venganza, la corrupción, el crimen organizado, la impunidad y un Poder Judicial apócrifo, venal y permisivo, con el trasfondo de una revolución cubana que modificó radicalmente el mapa político de una isla asediada y bloqueada, hasta hoy, por el imperialismo estadounidense.

Como en el largometraje original, no faltan la denuncia sobre el poder económico del delito organizado y la degradación de una sociedad norteamericana que vende hacia el exterior un modelo idílico que realmente no existe.

En este film, vuelve a sobresalir nítidamente la inconmensurable interpretación protagónica de Al Pacino, junto a Robert  de Niro, al frente de un reparto actoral parejo, profesional y destacado, todo bajo la experta batuta artística de un maestro mayor como el gran Francis Ford Coppola.

Medio siglo después, en lo personal fue un placer reencontrarnos con dos clásicos de superlativa estatura creativa, en salas dotadas de la más sofisticada tecnología de vanguardia, que permitieron disfrutar a pleno a los cinéfilos de más de una generación.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

 

 

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