La guerra en Ucrania se constituyó en un punto de controversia mundial, que está incidiendo marcadamente en la geopolítica y definiendo al menos tres posiciones que inciden en la política internacional. Mucho está cambiando en las relaciones internacionales a partir de febrero 2022. A Occidente (en tanto es definido como un concepto ideológico) le presenta un panorama que puede aceptarse resumido por la definición de Olaf Scholz, y que está teniendo una fuerte influencia en el pensamiento de quienes sostienen y mantienen –no es solo un apoyo verbal– su enfrentamiento con la invasión rusa. Ucrania y la geopolítica –La guerra en Ucrania le presenta a Occidente, en tanto situación geopolítica, un panorama claramente distinto al que existió hasta febrero 2022. Ha sido un catalizador, y la definición de Olaf Scholz, Canciller de Alemania lo recoge , está teniendo una fuerte influencia en el pensamiento de quienes literalmente sostienen su enfrentamiento con la invasión rusa. Dice Scholts: “El mundo se enfrenta a un Zeitenwende (punto de giro); un cambio tectónico de época. La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha puesto fin a una era. Han surgido o resurgido nuevas potencias, incluida una China económicamente fuerte y políticamente asertiva. En este nuevo mundo multipolar, diferentes países y modelos de gobierno compiten por el poder y la influencia.” Para Occidente, la invasión de Ucrania es el evento de mayor trascendencia en los asuntos mundiales desde la implosión de la Unión Soviética en diciembre de 1991. De su resultado depende la supervivencia de Ucrania como estado soberano, el futuro de la seguridad europea, la credibilidad de Occidente y la preservación del orden internacional basado en reglas. Esa es la lectura geopolítica en la que se apoya para conservar el orden mundial preexistente. Pero para gran parte del mundo, el conflicto de Ucrania no presagia el “cambio tectónico de época” descrito por el canciller Scholz. No es una lucha elemental entre el bien y el mal, sino una distracción no deseada que desvía la atención de prioridades más apremiantes, como el cambio climático, la inseguridad alimentaria, el alivio de la deuda y la salud pública. Pocos líderes no occidentales creen que el destino del orden internacional depende de quién gane y quién pierda la guerra, e incluso les molesta la inestabilidad que ha causado este conflicto. Con los hechos de Ucrania, Washington reforzó su lectura de dos visiones contrapuestas del orden global: una democrática y la otra autocrática. Pero esa lectura no logra calar más allá de su esfera de influencia, llamada Occidente. Para el Sur Global, la división que importa es con el Norte Global. No se trata solo de una influencia y un estatus relativo en el sistema internacional, sino también de prioridades divergentes. Es cierto, la guerra de Ucrania es un evento globalmente significativo que ejercerá una influencia duradera en la configuración del orden internacional. Se lo quiere llamar “un momento histórico fundamental”, pero lo que está en juego no la simple elección binaria entre orden y desorden. Una victoria de Putin acabaría con cualquier perspectiva de un orden internacional basado en reglas. Pero una victoria ucraniana también hará poco por la estabilidad internacional, a menos que los líderes occidentales extraigan las lecciones correctas, no solo del conflicto en sí, sino también sobre el futuro de la gobernanza global; es viable la conjetura que no serán las lecciones que quisieran recibir. La más importante es también la más contraria a la intuición: un orden viable basado en reglas ya no puede ser sinónimo del modelo internacional liberal, sino que deberá ser mucho más inclusivo y representativo del mundo contemporáneo. Hoy, Estados Unidos sigue siendo la principal potencia mundial y su influencia en el sistema internacional no tiene paralelo. Sin embargo, su dominio viene disminuyendo en las últimas tres décadas. Sus reglas son desafiadas cada vez más y con éxito, no solo por las principales potencias, como China y Rusia, sino incluso por estados más débiles; China en particular parece estar aprovechando la situación dada para avanzar en su política internacional, poniendo mojones no solo en Asia y Africa, sino también en América del Sur; “esos países de allá abajo”, supo decir Washington. ←
Dice Scholts: “El mundo se enfrenta a un Zeitenwende (punto de giro): un cambio tectónico de época. La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha puesto fin a una era. Han surgido o resurgido nuevas potencias, incluida una China económicamente fuerte y políticamente asertiva. En este nuevo mundo multipolar, diferentes países y modelos de gobierno compiten por el poder y la influencia.”
Es que para Occidente, la invasión de Ucrania es el evento de mayor trascendencia en los asuntos mundiales desde la caída de la Unión Soviética en diciembre de 1991. De su resultado depende la supervivencia de Ucrania como estado soberano, el futuro de la seguridad europea, la credibilidad de Occidente y la preservación del orden internacional basado en reglas. Esa es la lectura geopolítica en la que se apoya para conservar el orden mundial preexistente.
Con los hechos de Ucrania, Washington reforzó su lectura de dos visiones contrapuestas del orden global: una democrática y la otra autocrática. Pero esa lectura no logra calar más allá de su esfera de influencia, llamada Occidente. Para el Sur Global, la división que importa es la que tiene con el Norte Global. No se trata solo de una influencia y un estatus relativo en el sistema internacional, sino también de prioridades divergentes.
Para gran parte del mundo, el conflicto de Ucrania no presagia el “cambio tectónico de época” descrito por el canciller Scholz. No es una lucha elemental entre el bien y el mal, sino una distracción no deseada que desvía la atención de prioridades más apremiantes, como el cambio climático, la inseguridad alimentaria, el alivio de la deuda, la salud pública y más. Pocos líderes no inscritos en el orden occidental creen que el destino del orden internacional depende de quién gane y quién pierda la guerra, e incluso les molesta la inestabilidad que ha causado este conflicto.
Es cierto, la guerra de Ucrania es un evento globalmente significativo que ejercerá una influencia duradera en la configuración del orden internacional. Se lo quiere llamar “un momento histórico fundamental”, pero lo que está en juego no la simple elección binaria entre orden y desorden. Una victoria de Putin acabaría con cualquier perspectiva de un orden internacional basado en reglas. Pero una victoria ucraniana también hará poco por la estabilidad internacional, a menos que los líderes occidentales extraigan las lecciones correctas, no solo del conflicto en sí, sino también sobre el futuro de la gobernanza global; es viable pensar que no serán las lecciones que quisieran recibir. La más importante de las lecciones es también la más opuesta a la intuición: un orden viable basado en reglas ya no puede ser sinónimo del modelo internacional liberal, sino que deberá ser mucho más inclusivo y representativo del mundo contemporáneo.
Hoy, Estados Unidos sigue siendo la principal potencia mundial y su influencia en el sistema internacional no tiene paralelo. Sin embargo, su dominio viene disminuyendo en las últimas tres décadas. Sus reglas son desafiadas cada vez más y con éxito, no solo por las principales potencias, como China y Rusia y aun por arrebatos políticos desde dentro de la Unión Europea, sino incluso por estados más débiles; China en particular parece estar aprovechando la situación dada para avanzar en su política internacional, poniendo mojones no solo en Asia y Africa, sino también en América del Sur; “esos países de allá abajo”, supo decir Washington.
Los líderes occidentales han buscado legitimar el orden internacional basado en reglas, anclándolo en los principios de la Carta de la ONU. Se insiste en que tal orden no es una construcción occidental, sino universal en su aplicación. Pero pocos gobiernos no occidentales adhieren a esto; más bien, entienden que “el orden internacional basado en reglas” está impulsado por los intereses occidentales, centrado en el poder occidental y observado o ignorado por Occidente cuando así lo desea.
La invasión de Putin ha sido un fracaso. Rusia ha sufrido enormes pérdidas de hombres, material y reputación, y la guerra ha debilitado su posición en el mundo. Hoy, Moscú depende más que nunca de Pekín. La administración Biden, que había estado en problemas tras la retirada de Afganistán, se revitaliza. Los lazos transatlánticos se han fortalecido, con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) redescubriendo un sentido a su existencia y hasta una misión que cumplir Y se ha fortalecido la idea de un Occidente unitario.
Pero los políticos occidentales se enfrentan al menos a dos grandes desafíos. La más inmediata es mantener el consenso que han logrado hasta ahora, ante un Putin que no ha dado señales de retroceder pese a los reveses militares de Rusia. Por el contrario, la guerra ha asumido para Moscú la apariencia de una lucha existencial, para la que evoca premeditadamente a la Gran Guerra Patria de 1941-1945; guerra que no se podía perder, cualquiera que fuera su costo humano, y que fue muy grande: 27 millones de soviéticos, dice la historia. Su nombre fue tomado con premeditación del nombre dado por el zarismo a la invasión francesa. Y, en consecuencia, la del siglo pasado fue una guerra para la cual el stalinismo bajó mucho el tono del marxismo leninismo, para subir el del nacionalismo. Hoy, Putin es religioso practicante, actúa como nacionalista y hasta se define como tal.
A esto se agrega la convicción de Putin de que el tiempo está de su lado. En su planteo, los números absolutos eventualmente superarán la resistencia ucraniana en el campo de batalla, mientras que la “fatiga de Ucrania” erosionará la resolución occidental. En este sentido, el Kremlin se siente alentado por los llamados en algunos círculos occidentales para negociaciones de paz y compromisos territoriales ucranianos. Espera, en particular, que una victoria republicana en las elecciones presidenciales de EEUU de 2024 ponga fin o reduzca el apoyo estadounidense a Kiev.
Pero Occidente debe lograr mantener el consenso que ha logrado hasta ahora en la defensa de ese concepto, el de Occidental. El objetivo de Washington es, claramente, persuadir al mundo no occidental de que la guerra en Ucrania no es solo otro conflicto europeo, sino que afecta al futuro mismo del orden internacional. En teoría, existe consenso al respecto, particularmente cuando se trata de preservar la integridad territorial y la soberanía de los estados. Pero en la práctica, las tres votaciones de condena a la invasión en la Asamblea General de ONU, con 35, 35 y 32 abstenciones –y en la última, con dos países que antes se abstuvieron y en ésta votando en contra–, mostraron a muchos países no occidentales manteniendo una postura neutral.
Además, muchos países que votaron a favor de las resoluciones de la Asamblea General se han abstenido de imponer sanciones contra Rusia. Hasta la fecha, sólo 45 países lo han hecho, todos los cuales pertenecen o están estrechamente alineados con Occidente.
Los países no occidentales también son reacios a involucrarse porque no ven a la invasión rusa como un mal único; tal como la perciben, la invasión no es peor que otras empresas militares, como la intervención liderada por Estados Unidos en Afganistán después del 11 de septiembre, la invasión de Irak en 2003 y las operaciones de la OTAN en Kosovo en 1999 y Libia en 2011. La invasión de Irak, en particular, vio a Washington eludir a las Naciones Unidas y violar la soberanía iraquí bajo la premisa falsa de que Saddam Hussein retuvo armas de destrucción masiva. La carnicería y los disturbios posteriores fueron enormes, con casi 300 000 muertes y alrededor de seis millones de personas desplazadas.
La posición no occidental refleja la generalizada creencia de que las principales potencias se guían por intereses más que por principios morales o normas internacionales. Si Estados Unidos puede ignorar las reglas cuando lo desee, como en Irak, entonces no es de extrañar que Rusia, China u otras potencias también puedan hacerlo. Visto a través de esa lente, las apelaciones occidentales al “orden internacional basado en reglas” son egoístas e hipócritas. Para gran parte del Sur Global, las potencias occidentales no tienen derecho a lanzar tales acusaciones, dado su propio pasado colonial.
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Continuación de la columna
Los líderes occidentales han buscado legitimar el orden internacional basado en reglas anclándolo en los principios de la Carta de la ONU, insistiendo en que tal orden no es una construcción occidental, sino universal en su aplicación. Pero pocos gobiernos no occidentales adhieren a esto; más bien, entienden que “el orden internacional basado en reglas” está impulsado por los intereses occidentales, centrado en el poder occidental y observado o ignorado por Occidente cuando así lo desea.
La invasión de Putin ha sido un fiasco. Rusia ha sufrido enormes pérdidas de hombres, material y reputación, y la guerra ha debilitado su posición en el mundo. Moscú depende más que nunca de Pekín. La administración Biden, que había estado en problemas tras la retirada de Afganistán, se revitaliza. Los lazos transatlánticos se han fortalecido, con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) redescubriendo un sentido de misión. Y se ha fortalecido la idea de un Occidente unitario.
Pero los políticos occidentales se enfrentan al menos a dos grandes desafíos. La más inmediata es mantener el impresionante consenso que han logrado hasta ahora. A pesar de los reveses militares de Rusia, Putin no ha dado señales de retroceder. Por el contrario, la guerra ha asumido la apariencia de una lucha existencial, para lo que evoca premeditadamente a la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945; guerra que no se puede perder, cualquiera que sea su costo humano.
A esto se agrega la convicción de Putin de que el tiempo está de su lado; los números absolutos eventualmente superarán la resistencia ucraniana en el campo de batalla, mientras que la “fatiga de Ucrania” erosionará la resolución occidental. En este sentido, el Kremlin se siente alentado por los llamados en algunos círculos occidentales para negociaciones de paz y compromisos territoriales ucranianos. Espera, en particular, que una victoria republicana en las elecciones presidenciales de EEUU de 2024 ponga fin o reduzca el apoyo estadounidense a Kiev.
Pero occidente debe lograr mantener el consenso que han logrado hasta ahora en Occidente. A pesar de los reveses militares, Putin no ha dado señales de retroceder. Mantiene su posición con el argumento ideológico de que ésta es de una lucha existencial, similar a la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945, que no se puede perder, cualquiera que sea el costo humano. Esto, supone Moscú, dará tiempo a que los números absolutos de que es capaz Rusia superen la resistencia ucraniana en el campo de batalla, mientras que la “fatiga de Ucrania” erosionará la resolución occidental. En este sentido, Putin se siente alentado por los llamados occidentales para negociaciones de paz y compromisos territoriales ucranianos. Espera, en particular, que una victoria republicana en las elecciones presidenciales de EE. UU. de 2024 ponga fin o reduzca el apoyo estadounidense a Kiev.
El objetivo de Washington es, claramente, persuadir al mundo no occidental de que la guerra en Ucrania no es solo otro conflicto europeo sino que afecta al futuro mismo del orden internacional. En teoría, existe consenso al respecto, particularmente cuando se trata de preservar la integridad territorial y la soberanía de los estados. Pero en la práctica, las tres votaciones de condena a la invasión en la Asamblea General de ONU, con 35, 35 y 32 abstenciones, y en la última con dos países que antes se abstuvieron y en ésta votando en contra, mostraron a muchos países no occidentales manteniendo una postura neutral.
Además, muchos países que votaron a favor de las resoluciones de la Asamblea General se han abstenido de imponer sanciones contra Rusia. Hasta la fecha, sólo 45 países lo han hecho, todos los cuales pertenecen o están estrechamente alineados con Occidente.
Los países no occidentales también son reacios a involucrarse porque no ven la invasión rusa como un mal único; tal como la ven, la invasión no es peor que otras empresas militares, como la intervención liderada por Estados Unidos en Afganistán después del 11 de septiembre, la invasión de Irak en 2003 y las operaciones de la OTAN en Kosovo en 1999 y Libia en 2011. La invasión de Irak, en particular, vio a Washington eludir a las Naciones Unidas y violar la soberanía iraquí bajo la premisa falsa de que Saddam Hussein retuvo armas de destrucción masiva. La carnicería y los disturbios posteriores fueron enormes, con casi 300 000 muertes y alrededor de seis millones de personas desplazadas.
La posición no occidental refleja la generalizada creencia de que las principales potencias se guían por intereses más que por principios morales o normas internacionales. Si Estados Unidos puede ignorar las reglas cuando lo desee, como en Irak, entonces no es de extrañar que Rusia, China u otras potencias también puedan hacerlo. Visto a través de esta lente, las apelaciones occidentales al “orden internacional basado en reglas” son egoístas e hipócritas. Para gran parte del Sur Global, las potencias occidentales no tienen derecho a lanzar tales acusaciones, dado su propio pasado colonial.
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