Antes de la segunda ronda de las elecciones regionales en Francia del domingo, la mayoría de las predicciones sugerían que cinco o tal vez seis de los gobiernos regionales de ese país caerían en manos del Frente Nacional (FN). Pero los franceses recobraron la compostura y fueron a votar con un nivel de participación que nadie esperaba. Así, un partido xenófobo y racista, hostil a todo lo esencial al espíritu y la grandeza de Francia, fue derrotado en todas las contiendas que supuestamente ganaría.
Algunos mostrarán sorpresa frente a este extraño país, que nunca se engrandece tanto como cuando está al borde del precipicio. Se preocuparán —y harán bien— porque fue necesaria una situación de peligro extremo, una auténtica amenaza para el país, para que los franceses recuperan el sentido y tomaran el camino de la razón. Y lamentarán que los franceses no sean el tipo de gente prosaica que puede ser ella misma a velocidad crucero normal, sin tener que escuchar el silbido de una bala de cañón en las proximidades. Pero así son las cosas.
Y yo, como muchos otros, no intentaré ocultar mi satisfacción al ver a los petulantes sinvergüenzas del FN dispersarse y recuperar el registro de su lenguaje histórico, su voz auténtica: la del odio y la furia de la turba. Esta fue verdaderamente una victoria de la república, un triunfo de la resistencia popular.
Los franceses entraron en acción masivamente para afirmar que no querían que la banda de Le Pen se apropiase de sus regiones. Esa es la lección más importante que dejan las elecciones del domingo, y resulta tranquilizadora. Pero, ¿qué llevó al país a rectificarse?
Obviamente, nada ocurrió entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones que solucionara el «malestar» de los franceses. Tampoco hubo promesas destacables en respuesta a las «preguntas difíciles» que plantearon los votantes del FN tan solo una semana antes.
No. Lo que vimos fue una oleada moral entre los franceses, un acto de autodefensa del cuerpo político.
Entre ambas vueltas, una simple idea se instaló en el electorado: el Frente Nacional puede cambiar su fachada todo lo que quiera, pero nunca ha sido, no es, y jamás podrá ser un partido normal. ¿Durante cuánto tiempo han insistido las autoridades morales y políticas de Francia en que la «estigmatización» del Frente Nacional no funciona, que fortalece al partido en vez de debilitarlo? Bueno, ese concepto estaba errado hace 20 años y aún lo está.
No es posible repetir lo suficiente que cuando la derecha y la izquierda morales han sido fuertes, cuando grupos como SOS Racisme fijaron límites claros y visibles, el FN fue contenido en las urnas. Pero cuando esos límites se desdibujan, cuando los diques crujen y los guardianes antirracistas se dejan intimidar o bajan la guardia, el FN trata de acomodarse.
Lo mismo ocurre hoy día. La feliz sorpresa del voto regional no se debe en absoluto a los ajustes con el FN que hicieron los grandes partidos, que supuestamente «escucharon el mensaje» de los votantes «enojados» (una retórica con la que incansablemente nos machacaron). Por el contrario, una cantidad suficiente de votantes entendió que en ese mismo enojo —en sus portavoces y en las palabras que usaron para expresarlo— acechaba una amenaza a la república, a la democracia y a los valores fundamentales del país. Esa es la segunda lección.
¿Qué nos deparará el futuro? ¿Cómo podemos estar seguros de que la ola del FN que se retira no recuperará su fuerza y romperá con una capacidad destructiva aún mayor en las próximas elecciones presidenciales?
Serán necesarios mejores «indicadores de desempleo», sin duda. Un mayor «crecimiento», ciertamente. También necesitaremos «esfuerzos» y «gestos» dirigidos al tercio de la población menor de 30 años y a casi la mitad de los trabajadores industriales y de servicios que supuestamente expresaron su «frustración» y «ansiedad» votando al FN. De acuerdo, pero nada de eso podrá jamás sustituir la acción de los líderes para invocar el plano moral superior y recuperar el brillo perdido de nuestro discurso público.
Ninguna estrategia funcionará si es implementada por mediocres que, en una comedia política tan deshonrosa como vana, corren a los estudios televisivos para declarar, con la mano sobre el corazón, que han escuchado a los votantes «fuerte y claro». La clave reside en que los líderes franceses afirmen —tan fuerte como sea posible y tan a menudo como resulte necesario— que no hay respuesta a las «preguntas difíciles» como las plantea el FN. Y, nos guste o no, deben decírselo no solo a los líderes del FN, sino también a sus votantes.
Hubo otros momentos en la historia francesa cuando sectores completos del electorado se salieron del juego y el resto de los participantes no se apuró a rogarles que volvieran a participar. Georges Clémenceau, Jean Jaurès y Raymond Poincaré, en los inicios del siglo XX, no le hicieron el juego a casi la mitad del electorado que, durante el Caso Dreyfus, se había exiliado de la república.
Ni Charles de Gaulle tuvo reparos en afirmar a quienes proponían una Argelia francesa que, al final, no los entendía. Tampoco Pierre Mendès France en la década de 1950 dudó en decir a los comunistas que no quería el apoyo de sus votos para su gobierno.
Francia debe recordar ahora esos grandes momentos de su tradición republicana y considerarlos un modelo para sus líderes actuales, ya que para mantener el territorio que la república casi perdió a manos del FN hará falta un tipo de coraje político que, de momento, escasea.
Por Bernard- Henri Lévy
Fundadores de la » Nouveaux Philosophes » (Nueva filósofos ) movimiento . Sus libros incluyen Izquierda en tiempos de oscuridad: un soporte contra la nueva barbarie.
Fuente: project-syndicate org
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
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