España: ganó el gobierno pero la corrupción lo castigó

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De nuevo el Partido Popular ha sido el partido más votado en las pasadas elecciones celebradas este domingo en España. No ha ganado por mayoría absoluta. Estaría bueno con la que está cayendo, en el partido y fuera del partido. Y lo que es peor, con la que está cayendo en la sociedad. Se pensaba que era el fin del bipartidismo, pero creo que no, que nos hemos quedado a las puertas, porque ahora no hay dos partidos sino dos bloques condenados a entenderse o que nos condenen a todos. Y demasiado condena llevamos ya sobre nuestros hombros y nuestras economías.

El PP ha sido el triunfador. No solamente por haber sacado más votos que el resto, más de un millón y medio sobre el siguiente, el PSOE, sino porque ha sido de nuevo votado por una parte importante de los españoles, cuando debería haber sido “botado” hace mucho tiempo. Su triunfo es el triunfo de una democracia ficticia.

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Una democracia que se maneja según parámetros de otra democracia a la que trata de imitar, la de los Estados Unidos, cuya similitud, en esta ocasión, queda tronchada por la aparición de dos nuevos partidos emergentes que al menos nos hacen mantener la esperanza de que unas próximas elecciones podían ser más auténticas que las pasadas.

En una auténtica democracia, un partido bajo la sospecha de corrupción generalizada y de financiación irregular, en la que sus cargos más importantes están imputados, en la cárcel o algunos a punto de ingresar en la misma, si es que ingresan, un partido de tramas mafiosas extendiéndose como tentáculos de pulpo maligno por toda la geografía española, donde su tesorero y su ex vicepresidente son de los mayores evasores de capitales, con una gestión política incumpliendo sus promesas electorales, un partido que ha engañado a los ciudadanos y ha llevado al país a la ruina, es indigno de presentarse a unas elecciones, aunque solamente fuera por decencia.

Algo grave sucede en un país que les sigue votando a sabiendas de todo eso. No se puede achacar a su ignorancia, como hace años, en tiempos del analfabetismo generalizado y el aislamiento rural presidido por el caciquismo; ni al miedo a una revolución anarquista, ni a la falta de medios para ir a votar. Todo eso quedó atrás, lo único que permanece con suma influencia es el poso del nacionalcatolicismo, que no la religiosidad social.

Permanece esa rémora que influye mucho en las votaciones manejando a quienes en torno suyo se hallan (ancianos, enfermos, disminuidos…). Esta parte permanece mientras de la anterior solamente quedan vestigios sin importancia. Al menos tal cual lo muestran las fotos amarillentas o los datos históricos. Hoy no hay ignorancia, pero sí hay otra presión distinta disimulada con el favor, el miedo a perder el empleo y la carencia de facultades físico-mentales, de las que se aprovechan desde empresarios a monjas. Porque no quiero pensar que España sea tan estúpida como para seguir votando a quienes les vienen haciendo la vida imposible.

Aquí hay gato encerrado, o sea, tongo, que diría un castizo. Y ese tongo es el manejo de las votaciones. Se han denunciado casos, como el autocar con ancianos que llevaban el voto en sobre cerrado sin saber qué votaban o el de otros rebelándose porque no querían votar lo que les habían dicho, que aunque sean pequeños incidentes pueden dar pie a sospechar de votaciones manipuladas, y otros parecidos, como el del empresario que advierte a sus empleados de las consecuencias de votar a uno y otro, o el de los padres que regalan a sus hijos indecisos o que “pasan de política” y no votan, desde 50 a 200 euros por votar al PP… Son casos que han saltado a la palestra. No puedo pensar que España piense que la corrupción es una virtud que lejos de quitar votos, los atrae. Ni tampoco que sea tan estúpida y masoquista.

La corrupción es una virtud
Bien sé que en este país existe la tendencia a admirar al que en poco tiempo pasa de la nada al todo, y hace mucho dinero, pese a que diga el refrán eso de “mucho dinero y rápidamente, no puede ser santamente”. Igual que existe la admiración por aquel que trata de evadir impuestos y tiene mucho dinero negro cuya cantidad solamente él conoce pero da a entender ante sus amistades con un ritmo de vida que todos envidian y desean. También es cierto el sentido de disculpa o comprensión al menos por el que delinque hallándose en un puesto social privilegiado, como presidente de alguna empresa o de una institución pública. Es el típico “si puede por qué no”, o el “yo en su lugar también lo haría”, y “si pudiendo, no lo hago, me llamarían tonto”, como dijo un vicepresidente de gobierno hace muchos años (al menos tuvo la decencia de dimitir). Algo que han pregonado algunos políticos una vez que han abandonado su puesto o mientras estaban en él, como el caso del ex presidente de la Diputación de Castellón, el delincuente Fabra (PP), entre otros muchos.

…la esperanza es lo último que se pierde, aunque en estas últimas elecciones hasta la esperanza haya dado visos de perderse, mantenida por el hilo frágil de dos partidos emergentes cuyos objetivos no se han cumplido satisfactoriamente.

Otro político, cuyo nombre no merece aparecer, dijo hace poco que todavía está por ver que la corrupción reste votos al corrupto, y en estas elecciones se ha comprobado. Así es. No ha ganado el Partido Podrido, perdón el PP, por mayoría. Lo que nos faltaba, que otra vez durante otros cuatro años, nos siga aplastando su “rodillo”, que tanto criticaban en tiempos del PSOE. Es más, debería contemplarse en la Constitución -ahora que se habla de nuevo de reformarla, y me parece recordar que PODEMOS lo tiene contemplado en su programa- que cuando un partido, aunque haya sido elegido por mayoría, no cumpla sus promesas o se vea acorralado por el clamor unánime en la calle -manifestaciones, opinión pública, huelgas, y otras actitudes contrarias a su política), deba dejar el gobierno aunque no haya agotado su legislatura, y abrir las puertas a otro.

La corrupción no deja rastro. Se pretende que no sea descubierta. Por eso en torno a ella, hay toda una trama de ocultaciones y manejos y empleos, que llevan a inducir al voto a empresarios, empresarillos, curritos y demás trabajadores que votan con miedo, ancianos a los que entregan el sobre con las papeletas puestas o votantes que trasladan a los colegios suficientemente aleccionados por quienes tienen interés en que todo siga como está. Por eso digo quramon-hernandez-ode quienes votan sin importarles la corrupción, son cómplices de la misma, cuando no corruptos confesos.

Y digo más, en una auténtica democracia, donde todo debe ser transparencia, un partido afectado por la corrupción en el grado en que lo está el PP, debería ser un partido imposibilitado para presentarse a las elecciones porque degrada la democracia. Debe suceder como en toda empresa y con todo empleado, que si mete la mano donde no debe, es expulsado de la misma. Eso son nuestros políticos, y ese debe ser el comportamiento con nuestros representantes, nuestros empleados: si cumplen, deben seguir; en caso contrario, deben ser apartados de esta gran empresa que es la administración pública.

La corrupción es una pandemia
Para acabar, permítame el lector una pequeña reflexión, que no por sabida, hay que dejar de hacerla a tenor de las votaciones de estas últimas elecciones. La corrupción política es una enfermedad contagiosa que va mermando el bienestar de cada ciudadano y su familia. Es la carcoma de la democracia que desde el interior de las administraciones anula la razón de Estado, y en lugar de procurar la mejora de vida, la deteriora tergiversando la convivencia. Su infección socava el interés general sustituyéndolo por la cédula cancerígena del interés privado. Las medianas y pequeñas empresas familiares se ven obligadas a cerrar por falta de trabajo, la economía se quiebra aumentando las desigualdades, el empleo es cada vez más escaso y en peores condiciones los contratos, los servicios se deteriorarán y serán más caros, los impuestos agravarán las economías más bajas, los jóvenes tendrán más dificultades para abrirse un futuro, seguirán los comedores sociales porque el hambre se cebará en los estratos al borde de la exclusión social, será un país cada mes más pobre mientras los ricos, pagando menos impuestos, disfrutarán de sus capitales en paraísos fiscales, etc., etc. Para qué nombrar más desastres si a diario los están sufriendo los pacientes ciudadanos.

La corrupción agrava la injusticia social hasta engendrar violencia, dejando al vecino indefenso y hundido, indignado y rabioso. En España sabemos cómo acaban estas cosas, cómo se desata la rabia y se desborda el odio. Si hasta ahora el país no ha estallado, es porque sabe cómo acaba un estallido, y que, fiel al refrán, la esperanza es lo último que se pierde, aunque en estas últimas elecciones hasta la esperanza haya dado visos de perderse, mantenida por el hilo frágil de dos partidos emergentes cuyos objetivos no se han cumplido satisfactoriamente.

La corrupción, en fin, acaba con la democracia, el país queda expuesto al surgimiento de iluminados que arma en ristre dirán eso de que se acabó la tontería, ahora mando yo. No sería la primera vez que esto sucede en esta hermosa tierra.

Por eso, ante el futuro incierto que se avecina, acabemos con la corrupción de una vez y abramos las puertas a otra manera de ejercer la política, donde la ciudadanía sea dueña protagonista y no mera comparsa.

Por Ramón Hdez de Ávila*
(Corresponsal de La ONDA digital en Madrid)

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