“Félix y Meira”; el amor como experiencia emancipadora

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Un romance prohibido entre dos seres solitarios y ansiosos por compartir un itinerario existencial que colme sus expectativas en materia de felicidad, es la materia temática que aborda “Félix y Meira”, el drama del realizador canadiense Maxime Giroux.

Esta no es una historia edulcorada ni nada que se le parezca de las que abundan en las telenovelas o en las livianas comedias del cine de industria, sino un conmovedor cuadro humano signado por el desencanto y la amargura pero también por la rebeldía.

En este relato subyacen -en forma paralela- el escepticismo y el conformismo, de dos personas dramáticamente agobiadas por la rutina y el desaliento.

Aunque ambos pertenecen a mundos radicalmente diferentes, esa batalla cultural y la vez afectiva se transforma en una suerte de aventura de supervivencia.

Los protagonistas de este film son Félix (Martin Dubreuil), un solterón franco-canadiense de extracción burguesa que no encuentra su lugar en el universo luego de la muerte de su padre y Meira (Hadas Yaron), una judía casada y madre de un bebé, quien vive sometida por su marido Shulem (Luzem Twersky).

FELIX-Y-MEIRA-(1)En cierta medida y por diferentes motivos, se trata de dos seres insatisfechos que pugnan denodadamente por superar sus propias limitaciones y condicionamientos.

El escenario del primer encuentro son las inmensas calles de Montreal, donde paulatinamente comienza a procesarse la mutación que inaugurará una nueva etapa en sus existencias.

Por supuesto, los dos se sienten presos de sus respectivos destinos, marcados por una soledad que no sólo es física sino también emocional.

Obviamente, las mayores cortapisas las afronta la mujer, quien debe sucumbir ante la disciplina patriarcal que le impone su marido, que la condena a una experiencia de permanente sumisión.

En ese contexto, no le está permitido escuchar música ni vestir ropas propias de su sexo que no estén acorde con las rígidas costumbres de la ortodoxia judía.

Cualquier desvío de esa conducta merecerá una reprimenda y la recomendación de consultar al rabino, quien naturalmente funge como autoridad moral y guía espiritual de la comunidad.

Es, por supuesto, una suerte de propiedad privada de su esposo, con la libertad ambulatoria y la posibilidad de disfrutar groseramente restringidas.

En ese contexto, sus rutinas se limitan al cuidado del hogar – que es por supuesto su responsabilidad -y de su pequeña hija, como si su vida no tuviera ningún otro propósito.

Es tal la sensación de asfixia que padece la protagonista que, en el segundo encuentro con el extraño, reclama su legítimo derecho a escuchar música. En efecto, acostumbrada a consumir sólo las melodías que le impone su religión, esta nueva contingencia adquiere un sentido realmente libertador.

Este es apenas un mero episodio del suplicio que debe padecer Meira, quien encuentra en Félix un alma solidaria capaz de encender emociones para ella totalmente desconocidas.

En ese marco de aguda represión, no es extraño que la mujer se manifieste absorta y gratificada por enfundarse en un ceñido pantalón vaquero o que dude en mirar a los ojos a un hombre, una prerrogativa que le es negada por el dogma.

Maxime Giroux administra con superlativa sensibilidad la relación de la pareja, en una puesta exenta de eventuales inflexiones melodramáticas.

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El director y guionista también articula con plausible acierto los conflictos derivados de ese romance prohibido, originados por el esposo engañado que no se resigna a perder a su pareja ni su aparente armonía familiar.

Como en la recordada “La esposa prometida” (Israel 2012), también protagonizada por la estupenda Hadas Yaron, en este caso la mujer es una víctima propiciatoria del ancestral fanatismo de las teocracias institucionalizadas.

No obstante, en este caso concreto la clave de la trama no es la religión en sí misma, sino el romance que crece entre dos seres segregados por sus respectivos mundos.

En esta conmovedora película, el amor opera como elemento motivador pero también como manifestación de rebeldía y abierto desafío a un statu quo aparentemente inmutable.

Esta es la historia de dos seres humanos obsesionados por ser felices y con energía emocional suficiente para concretar sus sueños y expectativas.

“Félix y Meira” es una auténtica aventura de búsqueda, descubrimiento y redescubrimiento, que reflexiona sobre los afectos pero también sobre las costumbres y los cuasi perimidos modelos paternalistas, mediante un sutil discurso artístico que privilegia particularmente el análisis de las psicologías e idiosincrasias individuales y colectivas.

Félix y Meira. (Félix et Meira) Canadá 2014. Dirección: Maxime Giroux. Guión: Alexandre Laferriere y Maxime Giroux. Fotografía: Sara Mishara. Edición: Mathieu Bouchard-Malo Diseño de producción: Louisa Echabas. Reparto: Martin Dubreuil, Hadas Yaron, Luzer Twersky, Anne-Elizabeth Bosse, Benoit Girard y Josh Dolguin.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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