CINE|“Tres recuerdos de mi juventud”: el amor como emancipación

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La siempre errática aventura del amor, del desamor y de la pasión concatenada con el dolor de la separación y el abandono es la clave de la reflexiva parábola existencial que propone “Tres recuerdos de mi juventud”, el nuevo film del talentoso realizador francés Arnaud Desplechin.

Esta película, que abreva de la propia peripecia autobiográfica del autor galo y obviamente también de su tan elogiada como fecunda filmografía, es una suerte de dramática periplo a través del tiempo.

En ese contexto y aunque el relato toma como referencia al presente, transcurre básicamente durante la mutable década del ochenta, que marcó a fuego la historia contemporánea.
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No en vano la vida del protagonista se cruza, por ejemplo, con la implosión del denominado socialismo real y con la caída del Muro de Berlín, hitos que alimentaron reflexiones de notorios ideólogos neoliberales como Francis Fukuyama, en su ensayo “El fin de la historia y el último hombre”.

Con la perspectiva que otorga el tiempo, hoy visualizamos que estos acontecimientos -que devinieron en la ruptura de la bipolaridad planetaria nacida en la época de la post-guerra-instalaron la definitiva dictadura de la mercado como fase superior del imperialismo económico.

Empero, “los recuerdos de mi juventud” no es propiamente un alegato político, sino un ensayo que analiza la extrema fragilidad de los sentimientos jaqueados por los diversos avatares del destino.

En ese contexto, el protagonista de la historia es el antropólogo Paul Dédalus (Mathieu Amalric), quien regresa a su Francia natal luego de residir durante ocho largos años en el extranjero.

Este exilio voluntario supone una suerte de quiebre con sus relaciones y sus afectos, al punto de descontextualizarlo de una realidad que ahora le resulta obviamente extraña.

No obstante, en el momento de su retorno una situación peculiar lo confronta a una autentica encrucijada. Como existe otra persona con su mismo nombre y por ende una evidencia de presunta falsificación documentaria, deberá recrear su vida para aventar eventuales dudas sobre su real identidad.
Esa circunstancia transforma al relato en un viaje retrospectivo que tiene mucho de periplo iniciático, en la medida que retrotrae al personaje a su infancia y su adolescencia.

En estos dos tramos biológicos se sostiene precisamente este nuevo opus de Arnaud Desplechin (“El primer día del resto de nuestras vidas” y “Reyes y Reina”, entre otros títulos), que tiene como intérprete al joven actor Quentin Dolmaire.

Se trata de una peripecia dura e inclemente narrada con sostenido rigor y marcada por el suicidio de la madre y la violencia física de un padre severo y no menos desolado por la pérdida.

Según se explicita mediante una escritura cinematográfica nada complaciente, esas circunstancias transforman al protagonista en una especie de paria y trashumante, que a menudo vive lejos del hogar natal que comparte con sus hermanos.

Aunque esa odisea existencial grabada a fuego transforma al joven en protagonista de una azarosa aventura en la ya decadente Unión Soviética estalinista -experiencia de aprendizaje que contribuye también a su maduración- la clave de todo el relato es el primer amor de Paul Dédalus
Ese romance compartido con la libertina Esther (Lou Roy-Lecollinet) opera como un crucial punto de inflexión en la vida del joven, tanto en materia afectiva como sexual.
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Empero, el film corrobora que amar es siempre una contingencia realmente compleja, horadada frecuentemente con la separación, la ruptura y el desencanto.

Con la misma espontaneidad que se aman sin eventuales prejuicios al amparo de una compulsiva pasión sin límites, los jóvenes se engañan y se lastiman mutuamente.

Tal es la coyuntura de esa pareja que a menudo sostiene su mutuo sentimiento mediante el lenguaje epistolar, cuando la distancia provoca estragos en una relación jaqueada por las dudas, los desencuentros y la fragilidad.

En ese marco, las cartas de los amantes leídas en voz alta devienen en elocuentes y por momentos lacerantes testimonios de situaciones de agobiante inconformismo y desamparo.

El director y guionista Arnaud Desplechin construye un escenario dramático de crecientes tensiones, colisiones y temperamentales antagonismos, entre los irreprimibles impulsos del corazón y las responsabilidades que atañen a la inminente irrupción de la adultez y la toma de decisiones.

Apelando a señas de identidad características de la emblemática Nouvelle Vague y en ese contexto al cine del inconmensurable maestro francés François Truffaut, Desplechin construye una obra que destaca por su intrínseca y lúcida densidad dramática y su poética estética.

“Tres recuerdos de mi juventud” es una historia sensible y por momentos conmovedora, que rescata la rebeldía de una juventud estigmatizada por la incertidumbre y alimentada por el amor como una experiencia vivificante y emancipadora.

Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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