# CINE | “LA LA LAND”: LA TENSIÓN ENTRE LA FAMA Y EL AMOR

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El amor, la frustración y los sueños de celebridad rayanos en la utopía se conjugan en “La la Land: una historia de amor”, el laureado film del joven y talentoso realizador norteamericano Damien Chazelle, quien, hace apenas tres años, impactó a público y crítica con la no menos aclamada “Whisplash, música y obsesión”.

Esta nueva película condensa algunas de las materias temáticas del título precedente, en la medida que aborda la ardua peripecia de artistas que luchan denodadamente por consagrar el éxito en condiciones singularmente adversas.

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Como se recordará, “Whisplash, música y obsesión” narraba la conflictiva relación entre un joven baterista de jazz y su maestro, que frecuentemente devenía en cuadros de tensión no exentos de crudeza.

Empero, lo que identifica a este film con “La la Land” es la frecuente incompatibilidad entre el suceso artístico y el romance, en la medida que ambas situaciones demandan plena dedicación.

Desde ese punto de vista, ambas historias disparan análogas reflexiones sobre el problemático itinerario que discurre rumbo a la celebridad, en una sociedad que casi siempre se alimenta del éxito y encubre el fracaso bajo el manto del mito y el discurso ideológico.

Con una ciudad de Los Ángeles mágica como privilegiada locación espacial, “La la Land” es realmente una comedia musical de trazo agriculce que conjuga las tensiones del amor con la siempre indispensable necesidad del crecimiento personal.

Para satisfacer esa demanda, es frecuente que haya que pactar con la realidad, sacrificando los sentimientos en aras de eventuales logros profesionales.

Los protagonistas del relato son Sebastian (Ryan Gosting) y Mia (Ema Stone), dos jóvenes ilusionados con triunfar en la música y el teatro respectivamente.

Mientras el hombre padece la incertidumbre de la desocupación alternada por trabajos zafrales y jamás abandona su utopía de transformarse en propietario de un club de jazz, ella sueña con erigirse en una estrella de la actuación, en tanto se sostiene malamente con una actividad laboral de baja calificación.

La narración se inaugura con una espectacular escena de baile que transcurre en una autopista atascada, en una suerte de coreografía secuencial que destaca por una técnica y plasticidad que emula a los mejores exponentes del género.

Esta escena anticipa una película potente, vigorosa y cargada de honda emotividad, en la cual el jazz marca el pulso de una apoteótica icnografía de danza y canto que se derrama sobre el metraje sin solución de continuidad.

Empero, no todo es idílico para esos dos románticos empedernidos, que sustentan un amor que desafía la lógica en un ambiente impregnado por la proverbial frivolidad hollywoodense.

En este caso, la tensión es entre la realidad y los sueños y entre la visceral carnalidad de los sentimientos y el pragmatismo que inexorablemente marca los itinerarios personales.

Sebastian y Mia se aman con la indescriptible pasión de dos adolescentes, pero también se rechazan sin proponérselo, porque ese espacio de libertad que siempre otorga el amor demanda compromisos que tal vez ninguno de los dos está dispuesto a asumir.

Evidentemente, el triunfo depende de la conjunción entre el esfuerzo, el trabajo y el talento, pero también de la intrínseca capacidad de renunciar a otros sueños. En ese contexto, ambos parecen dispuestos a pagar el alto precio para dejar de dejar de ser seres anónimos y marginales y transformarse en celebridades.

Esa fue y será siempre la lógica perversa del mercado, que gobierna a la sociedad mediante un apócrifo discurso que promueve el desarrollo y el éxito individual acorde a las reglas de la oferta y la demanda, sin reparar ni respetar el supremo mandato de las emociones humanas.

Empero, más allá de la mera peripecia de los personajes, “La la Land” es un auténtico y hasta nostálgico homenaje a los mejores exponentes de un género musical que escribió su mejor historia en los años dorados de Hollywood.

En efecto, este no es un film meramente cosmético ni construido mediante tecnología digital como es habitual en la industria contemporánea, sino cine en estado químicamente puro.

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Mediante la frecuente utilización del plano secuencia como recurso técnico, el equipo de producción protagoniza una auténtica proeza estética que registra coreografías en toda su dimensión y esplendor, en cuyo contexto los cuerpos en movimiento dialogan permanentemente con la cámara.

Esa soberbia escritura cinematográfica, que destaca por su dinámica y potencia visual, trasunta toda la pasión por el arte como supremo disparador de las emociones, aun de las más inextricables.

Una de las mayores virtudes de esta película es renunciar a las habituales inflexiones edulcoradas del cine comercial, para narrar una historia que resalta también por su explícito realismo.

“La la Land: una historia de amor” es una comedia musical de trazo agridulce, que reflexiona sobre los sentimientos más irreprimibles, pero también sobre la relatividad del éxito, las utopías y la perversa lógica del destino.

Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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