CINE | “Asesinato en el Expreso Oriente”: Un juego de mentiras

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La venganza como acto criminal y como disparador emocional de oscuras implicancias es la propuesta de “Asesinato en el Expreso Oriente”, la nueva adaptación cinematográfica de la memorable novela homónima de la escritora británica Agatha Christie, publicada en 1934.

Este largometraje, dirigido por el aclamado director, guionista y actor irlandés Kenneth Branagh, es realmente una remake del recordado filme de 1974, que fue adaptado por Sidney Lumet y protagonizado por el gran actor británico Albert Finey.

No en vano la película respeta la línea argumental y el espíritu del texto original, logrando un plausible acercamiento a los personajes de la escena literaria.

Por supuesto, la obra está también impregnada de la atmósfera de misterio de la novela, mediante un sabio manejo de los tiempos narrativos, más allá del mero componente discursivo.

Como en el libro, los acontecimientos se desarrollan a bordo del Expreso de Oriente, un tren de larga distancia que, en este caso, recorre el largo trayecto entre Estambul y Londres.

En este célebre ferrocarril viaja el famoso detective belga Hércules Poirot (Kenneth Branagh). Antes de su partida, debe resolver un caso de robo en la propia capital turca, que le permite demostrar todo su talento deductivo, en una secuencia que destaca por su fino humor.

La historia, que transcurre casi íntegramente en el interior de lujoso tren, es una suerte de retrato de vanidades por las peculiaridades de los pasajeros.

El denominador común de esa fauna burguesa que tiene disponibilidad de presupuesto para financiarse un viaje en el servicio ferroviario más caro de Europa, es que todos tienen algo que ocultar.

Los personajes son Ratchet (irreconocible Johnny Depp), un oscuro vendedor de antigüedades, una enigmática viuda encarnada por Michelle Pfeiffer, la decadente princesa interpretada por la interminable Judie Dench, un falso profesor (Willem Dafne) y el mayordomo encarnado por Derek Jacobi, entre otros.

Empero, todos ocultan enrevesadas historias que se irán dilucidando a medida que transcurre el relato, hasta un desenlace si se quiere inesperado para quienes no leyeron la novela ni vieron el largometraje de 1974.

En el primer tramo de la narración nada hace presumir que el viaje será una experiencia azarosa y no, como debiera ser, una mera travesía de placer por paisajes nevados europeos.

No en vano el servicio ofrece coches cama y vagones restaurante, acorde con las demandas de selectos pasajeros acostumbrados a un nivel de confort únicamente reservado para las elites.

En ese contexto, la presencia del propio Hércules Poirot es meramente anecdótica, hasta que sucede lo inesperado: el brutal asesinato a puñaladas del comerciante de arte.

Previamente, la víctima intentó vanamente contratar los servicios del detective belga para que lo protegiera de presuntos enemigos, aduciendo que su vida estaba en peligro.

Este episodio, que sucede poco antes de la noche del crimen, induce al protagonista a comprometerse con la investigación e indagar a todos los pasajeros, que son, obviamente, sospechosos.

La idea es desarrollar una pesquisa lo más discreta posible, a los efectos de resolver el crimen antes de notificar lo sucedido a las autoridades policiales y así preservar la reputación del famoso ferrocarril.

Incluso, como si no fuera suficiente desdicha, el tren queda transitoriamente varado por la nieve y expuesto al rigor de un clima inhóspito, lo cual siembra desconcierto y la incertidumbre. Kenneth Branagh, que realmente se sobra para interpretar el papel del investigador que debe resolver el caso, imprime, desde la dirección, toda su conocida sapiencia al relato.

En ese marco, los interrogatorios personales con todos los pasajes devienen en una suerte de duelo dialéctico y, en muchos casos, en una auténtica competencia de mentiras.

Acorde a su vasta experiencia detrás de cámaras, el cineasta irlandés sabe trasuntar esa atmósfera tensa y agobiante que respeta los cánones del género policial.

Obviamente, esa sensación claustrofóbica de encierro que impregna toda la historia a bordo del tren, reproduce fielmente la intransferible impronta literaria de la célebre Agatha Christie.

Por supuesto, ese recurso de transformar a todos los personajes en sospechosos que desarrolló con singular éxito la afamada novelista, es uno de los más poderosos imanes de la historia.

Naturalmente, el manejo del suspenso y la intriga en una relato que es ya de por sí intrincado, sumado a la proliferación de flashbacks, coadyuva a transformar al film en una propuesta atractiva para los adeptos al género, tanto en formato audiovisual como literario.

A ello se suma, por supuesto, la intrínseca sabiduría de Branagh para extraer el mayor provecho posible de los actores y hasta el formato explícitamente teatral de las últimas secuencias.

No en vano, la carrera del realizador está identificada con las adaptaciones al cine de tragedias shakespeareanas, como “Enrique V” (1989), “Otelo” (1995) y “Hamlet” (1996), entre otras.

Partiendo de la premisa que también “Asesinato en el Expreso Oriente” es un clásico, en este caso del género policial, el cineasta elabora un producto de plausible factura cinematográfica, que destaca por su reconstrucción de época, el amplio lucimiento de un reparto actoral realmente de lujo y el atinado análisis de las conductas humanas, no exentas de componentes éticos.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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