El tema de la desigualdad, para muchos economistas, digamos ‘mainstream’, es un no-tema. No debería formar parte de las preocupaciones de esos especialistas ungidos a la categoría de profetas del pensamiento por el Dios Mercado.
Unos ven hasta una seria amenaza a la teoría económica, como el Nobel de la Teoría de las Expectativas Racionales, Robert Lucas [1]. Otro, nuestro autóctono, la ridiculiza: “Desigualdad, para mí, es envidia” [2]. Otros más, aun, afirman que el problema es tan solo la pobreza, no la desigualdad, hasta porque después la torta crece y da para todos [3], en versiones de la célebre frase con que Delfim Netto, en sus tiempos de ministro de la dictadura enunció y ahora niega: “Primero vamos a hacer que la torta crezca, después distribuimos.
Y aun están los que ven no sólo naturalidad en la desigualdad, sino también virtuosismo. Von Mises llega a escribir a un político: “Tenga usted el coraje de decirle a las masas lo que ningún político dice: ustedes son inferiores y todas las mejoras en sus condiciones de vida que ustedes simplemente asumen como garantizadas ustedes las deben al esfuerzo de hombres mejores que ustedes.”[4]
Una versión más moderna del darwinismo económico y social de las versiones del primer párrafo es presentada bajo la máscara de la “meritocracia” que Thomas Piketty critica con datos y conocimiento en su libro “Capital en el Siglo 21” [5]. Mientras tanto, el tema, razonablemente olvidado hasta alrededor del año 2010, resurgió con mucha fuerza en esta década. Las razones son complejas, pero, sin duda, la profundización de la desigualdad en los países centrales de Occidente ayuda a explicarlas.
Hoy está clara la asociación entre un empeoramiento de la distribución de la renta en los países desarrollados y la progresiva implantación de la pauta neoliberal. De 1980 en adelante, cuando comienza el período neoliberal cuyos demiurgos fueron Reagan y Thatcher, hay una fuerte y creciente tendencia a la profundización de la concentración de la renta y de la riqueza en las capadas superiores, como se ve en el gráfico, para los países anglosajones, Estados Unidos al frente. Y la crisis del 2008, en vez de detener, o invertir el proceso, como aconteciera en los años 30, inclusive por la desvalorización de la riqueza causada por el “crash”, al contrario, vino a acelerar el proceso aun más.
Tanto los números recientes de la Oxfam, como los del Credit Suisse, entre otros, muestran esa progresiva y creciente concentración en el plano mundial. Ese proceso también alcanzó a Europa Continental donde, hasta la crisis del 2008, no había sido observada tal regresión. Allí, la mayor fuerza política de los trabajadores y la experiencia terrible de la Segunda Guerra mantuvieron una noción de igualdad en la población que impidió que los vientos neoliberales la alcanzaran antes.
La concentración del capital, por otra parte, asumió un estadio espantoso. No hay sector importante de la economía en que una, dos, o pocas empresas, no controlen el mercado mundial. Las nuevas tecnologías sólo han acelerado dicho proceso, confirmando la visión de Marx de que el proceso de concentración y centralización del capital es inherente a esa forma de producción bajo el acicate de la competencia y el poder del capital acumulado. Al concentrarse el capital, la renta y la riqueza y sus consecuencias e interrelaciones son fortísimas con relación al poder político, de la comunicación, de los medios de comunicación y del sistema judicial.
La socialdemocracia, que unión capitalismo y democracia en el período de posguerra, muestra hoy serios límites, una “vendetta” a posteriori de Von Mises y de los austríacos de Mont Pellerin. Las reformas laborales y de la previsión social que, en los años 2000, alcanzaron los países europeos en diferentes grados, desde Alemania y los países nórdicos, en versión digamos “light”, llegando más radicalmente a Grecia, a España y, más recientemente, con Macron, a Francia, evidencian la quiebra del arreglo político y social que permitió domar hasta hace poco las férreas leyes del capitalismo en sus tendencias intrínsecas a la concentración [6] durante mucho tiempo en la posguerra.
Entiendo que el escenario de la discusión, en los días que corren, entre izquierda y derecha, en los términos de Bobbio, tendrá en la cuestión de la distribución un elemento central de la lucha cultural e ideológica. Las reacciones ya comenzaron, pero han sido insuficientes para detener al movimiento pro capital sin barreras. El desmonte del Estado de Bienestar Social está en pleno andamiento, aunque con una oposición creciente, pero aun dividida, entre un fascismo de derecha actualizado y una izquierda que aun no supo, de hecho, reaccionar.
En realidad, el proyecto socialdemócrata parece estar desapareciendo en el marco ideológico del empresariado en Brasil y en el mundo. El conjunto de elementos que posibilitaron aquella experiencia única en la historia del capitalismo viene disolviéndose como arena en el agua. La fuerza de los sindicatos, la experiencia de creer en un país que acepta el precio a ser pago por una “sociedad civilizada” [6] que lleva a una tributación altamente progresiva, la regulación de las actividades económicas, particularmente las financieras, el compromiso social con el combate a la pobreza, la preocupación con la salud, la educación y la vejez, no constan más en la pauta de los intereses dominantes. En los años de intensificación de la globalización financiera, parecen considerar que el garrote es un sustituto más barato y más eficiente para una “gestión” competente de dominio social y político.
La izquierda precisa reconocer su enflaquecimiento ante del “blitz” conservadora en términos políticos, sociales y culturales, y neoliberal en términos económicos. El año 2003 no se repetirá, ni siquiera como farsa. Y, encontrar su eje ante el desgaste de los tres grandes patrones organizativos de la sociedad que caracterizaron los tiempos posteriores a la segunda guerra mundial: la experiencia del socialismo real; la experiencia socialdemócrata; y la más reciente, en crisis, pero aun dominante, experiencia neoliberal. Es una tarea difícil y que, sin duda, costará sangre, sudor y lágrimas. Lo que no llega a ser un hecho nuevo.
Notas
[1] “Entre las tendencias más dañinas a la sólida teoría económica, la más seductora y, en mi opinión, la más venenosa, es el foco en las cuestiones distributivas”. In Wade, 2014.
[2] José Márcio Camargo en una de sus clases. ¿Dudan? Aquí hallarán ese pasaje: https://www.youtube.com/watch?v=ZJKn6CHxBb8
[3] Deirdre McCloskey en entrevista al periódico Valor Econômico, 24/11/2017.
[4] In Wade, 2014.
[5] In Capital no Século XXI, 2013
[6] Oliver Holmes, juez de la Suprema Corte de los EUA, 1919: “Impuestos son lo que pagamos para tener una sociedad civilizada”.
Bibliografía
Bobbio, Norberto, Left and right – the significance of a political distinction. The University of Chicago Press, 1993.
Credit Suisse Global Wealth Report 2017. 20171
Keynes, J.M. The economic consequences of peace. Freeland Press, 2015
OXFAM, An economy for the 99 %. Capturado en https://d1tn3vj7xz9fdh.cloudfront.net/s3fs-public/file_attachments/bp-economy-for-99-percent-160117-en.pdf
Piketty, T. Capital no Século 21. Intrínseca Editora, 2014
Streek, W. (2013) Tempo comprado – a crise adiada do capitalismo democrático. Coimbra: Actual
Wade, Robert H. The Piketty phenomenon and the future of inequality. In Real World Economic Review, n.69. 2014
- Carlos Eduardo Fernandez da Silveira
Economista, magister por la “New School for Social Research”, doctor en economía por lo Instituto de Economia de la Unicamp (IE/Unicamp)
Texto publicado em www.brasildebate.com.br
Traducido por Héctor Valle para La ONDA Digital.
La ONDA digital Nº 851 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: