“El hilo fantasma”: Relaciones contaminadas

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La soberbia, el arribismo, el amor, el desamor y las despiadadas miserias humanas son los cuatro disparadores temáticos y conceptuales de “El hilo invisible”, el nuevo filme del realizador Paul Thomas Anderson, que indaga con, sentido crítico, en el exclusivo mundo de la alta sociedad.

Con esta nueva entrega, que tiene seis nominaciones al Oscar, el ya consolidado creador ratifica su predilección por construir agudos retratos de seres a menudo atribulados, ególatras y egoístas pero no menos aferrados a sus convicciones.

Su filmografía, que aborda frecuentemente los claroscuros de la condición humana, incluye “Sidney” (1996), “Juegos de placer (1997), “Magnolia” (1999), “Embriagado de amor” (2002), “Petróleo peligroso” (2207), “The Master” (2012) y “Puro vicio” (2014).

En función de sus valiosos antecedentes artísticos, resulta estimulante el regreso de Paul Thomas Anderson a la dirección, con una película que está a la altura de las expectativas.

No en vano “El hilo invisible” o “El hilo fantasma” es una historia que también explora las grandezas y las miserias de personas que, de uno u otro modo, ejercen alguna forma de poder.

El protagonista de esta historia ambientada en la Londres de la década del cincuenta del siglo pasado, es Reynolds Woodcock (impresionante Daniel Day-Lewis), un célebre diseñador que crea ropa para la alta burguesía y la rancia realeza británica.

Se trata de un hombre de costumbres rutinarias y entregado de cuerpo y alma a su trabajo, en la convicción que la historia le ha reservado un sitial de privilegio en las altas esferas de la sociedad de su país.

Concentrado todo el día en tu tarea, es frecuente que tenga reacciones obsesivas, como no soportar que una persona mastique durante el desayuno cerca de él, porque esa circunstancia baladí puede desconcentrarlo y sacarlo de ambiente.

Se trata de un solitario empedernido que no sintoniza con nadie, a excepción de su también huraña hermana Cyril (Lesley Manville), con quien vive en una mansión-taller que es una fábrica de ropa.

Por supuesto, tiene a su cargo un auténtico ejército de sirvientas y de modistas, que transforman cotidianamente en realidad los geniales diseños que nacen de su imaginación y destreza para la manipulación de las telas.

Su vida comienza a cambiar cuando conoce, en forma meramente casual, a Alma (Vicky Krieps), la camarera de un restaurante mucho más joven que él, con aparentes intenciones de cortejarla.

Sin embargo, rápidamente el espectador descubrirá que se trata de una relación cuasi patológica, ya que la mujer, que se mudará a la casa, oficiará, en lo sucesivo, como mero maniquí animado o sumisa modelo de ropa.

En ese contexto, se desarrolla una relación que sumisión que resulta hasta exasperante, ya que la mujer, que realmente se enamora del modisto, se humilla hasta lo intolerable con tal de complacer al anfitrión y a su fiel hermana.

A través del suntuoso taller de alta costura, que es visitado frecuentemente por personajes de alcurnia social, Paul Thomas Anderson retrata minuciosamente la fauna de la alta sociedad londinense y hasta alguna princesa belga, que parece vivir en su micro-mundo indiferente a la realidad.

Mientras todos parecen permanecer pendientes de la última creación del notable diseñador, el director y guionista teje pacientemente el conflicto afectivo que se está gestando.

Es claro que todo se dirime en una relación de mutuo interés entre el protagonista y su maniquí humano, que es también a su vez una disputa por el poder entre clases sociales.

Si bien en este caso la lucha de clases no asume una connotación política, sí desnuda –sin ambages- el desprecio de los linajudos burgueses o nobles hacia la clase obrera, que es la que fabrica con sus manos las magistrales creaciones. El realizador sabe capitalizar la gestualidad de esa fauna frívola y decadente, para la cual los trabajadores del taller de alto costura son meros engranajes del aparato producto.

Por debajo de esa auténtica guerra de vanidades subyace el conflicto afectivo que se va gestando entre el modisto y su abnegada empleada, a la sazón transformada en su amante pero no es su amada.

En el contexto de una historia que es narrada por la humillada mujer, aflora todo un cuadro de violencia que es más implícito que explícito, porque, en este caso, las armas que hieren son las palabras y las actitudes de abierto desprecio e indiferencia.

Empero, ese vínculo que tiene mucho de profesional pero casi nada de afectivo, es apenas la punta del iceberg de un problema tal vez bastante más complejo, que atañe directamente a la autoestima y hasta a los delirios de grandeza de quienes se creen predestinados a una existencia tan gloriosa como glamorosa.

En un reparto actoral altamente calificado, sobresale la descollante actuación de Daniel Day Lewis –la última ya que se retirará de la actividad- interpretando al huraño e impertinente genio de la moda.

Por supuesto, también es muy refinada la reconstrucción de época y ni que hablar la excepcional música de Jonny Greenwood, que sabe alternar las secuencias más sosegadas con un piano muy sugestivo con la energía que requieren las escenas más tensas y dramáticas.

“El hilo invisible” es una auténtica lección de cine, que mixtura –más allá del mero conflicto central de la trama cinematográfica.

Una rigurosa recreación epocal con apuntes críticos que denuncian y explicitan las peores miserias de una clase social que se cree superior y vive en su limbo, absolutamente escindida de la realidad.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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