Un estilo que exige de la baja factura

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 Con la declaración demagógica de Beuys, de que el arte debería democratizarse y que cada hombre puede ser un artista, el arte se mediocrizó para dar lugar a todos los que se consideraban artistas. La única forma en que cada hombre sea un artista, es que el arte no tenga ni jerarquía de valores ni un sentido de la calidad. Es una realidad, crear arte es difícil, exige de tiempo y estudios. No es una promesa de éxito, se puede estudiar y trabajar sin llegar a crear una obra que pueda ser llamada arte. Hoy el arte es fácil, accesible y al alcance de cualquier individuo, con o sin talento. Lo que hizo Beuys no fue un acto democrático, fue un acto de caridad o de auto ayuda. Es la lástima y la conmiseración llevada a una sublimación vergonzosa.

El arte contemporáneo, como lo conocemos hoy, surgió en las décadas de los sesentas y setentas, en una época que los movimientos sociales eran latentes. La masificación del arte compró a miles de aspirantes a intelectuales y a críticos del sistema. Hacerlos artistas y darles a todas sus expresiones nivel de arte, es la caridad que tranquiliza a la masa. Esto implicó que el arte se redujera a nada, a expresiones elementales y sin la menor dificultad, que no requerían de ningún tipo de talento ni de formación. Lo que el performance, el video, las obras conceptuales, instalaciones muestran en museos y galerías, es aceptado con una conmiseración tal, que pareciera que ha desaparecido la inteligencia. El arte contemporáneo es un estilo que exige de la baja factura para su creación, si alguna obra sale de este rango mínimo, se encasilla en otro estilo.

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El museo, las intuiciones culturales y la Academia apoyan esta mediocridad como si se tratara de un acto humanitario. Desde el premio Turner que se otorga a Martin Creed con una habitación en donde se prenden y se apagan las luces; o Documenta 13 Kessel con obras como la de Pierre Huyghe, que asesina de hambre a un perro y le pinta de color rosa las patas; hamacas colgadas de Apichatpong Weerasethakul y Chai Siri, y una sesión de psicología charlatana llamada Goodoo, el contrario al vudú para “curar la soledad y el miedo” de Pedro Reyes, son la expresión de la condescendencia para obras y artistas que no pueden tener más alcance intelectual. Se manifiesta en la explosión de eso como arte. Se aporta capital, infraestructura, burocracia y, además, planteamientos intelectuales y textos con intenciones filosóficas, y retóricas en un acto de proteccionismo y paternalismo.

Las obras y los artistas están desprotegidos, indefensos, no tienen un solo recurso que los legitimen, y en un rapto de caridad, esta infraestructura se lanza a apoyarlos. La miseria intelectual, estética y ética chantajea, exige lástima, se exhibe para ser apadrinada, arropada, y el acto de llevar estas obras a bienales, de premiarlas y cotizarlas en precios estratosféricos es la máxima complacencia, la piedad a una inteligencia mutilada, a la mediocridad institucionalizada.

Por Avelina Lesper
Critica de arte mexicana

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