Ya fue escrito que “a partir de los años 1920 no es posible mantener clandestina una organización ciudadana por mucho tiempo, sin estar en connivencia con el poder o destruirlo. Si el dinero del delito no va a parar a ninguna de las organizaciones controladas de algún modo por el sistema, ya nadie puede confrontar a un poder medianamente informado, porque –esté en condiciones de probarlo o no– sabe en dónde se mueve cada uno, en qué negocio, en qué banda. Por eso, desde hace ochenta años, ilegalizar un negocio es mafiosizarlo y es entregarlo a sus aparatos represivos”.
En ese presupuesto sobre la incidencia del desarrollo tecnológico en la información de las organizaciones se basó hace quince años las desclasificación documental del FBI de que Frank Costello, el capo histórico mayor del tráfico de cocaína, fue agente del mismo FBI. El negocio, desde el levantamiento de la ley seca, les había reportado billones de dólares al valor actual, pero con la desclasificación empezaba una nueva, más lucrativa fase del negocio.
Desde el Hollywood posterior al macartismo las películas de gánsteres habían sido un subproducto muy valioso del negocio de la mafiosización. Ahora, con la desclasificación, Hollywood produjo y lanzó la película Los infiltrados, de Martin Scorsese, a partir precisamente de la revelación, por desclasificación de archivos oficiales en los Estados Unidos, de que Frank Costello trabajaba para el FBI.
El tratamiento que dio Scorsese a la imagen de Costello fue contra voluminosa parte de la mitología usamericana sobre los gangs, la de Al Capone en Chicago durante la ley seca, con las destilerías clandestinas, la extorsión, el afortunado Luchiano con los lupanares, el calabrés Costello con la timba y luego las drogas clandestinizadas tras el levantamiento de la ley seca (“cualquier cosa que sea ilegal la vamos a vender” había dicho Costello cuando otras familias cuestionaron las posibilidades de éxito de un polvito sin olor, sin sabor, sin cultura, que en ese momento no mataba tanto como el alcohol adulterado), la del juego entre liberal y fascista según la cara que tocase de la moneda, que entrelazaba a los gans con el Estado.
En varias secuencias míticas, Costello en Los Angeles después de la alianza con Eisenhower para el desembarco en Italia, cuando se terminaron de derrumbar las bestias como Capone, mientras los “caballeros” como Luchy y Frank salían adelante. Capone transformando Chicago en un baño de sangre y viviendo algunos años dorados, porque era hombre de organización y no un frontera solitario como Dillinger, luego Costello y Luchiano superándolo en todo. Frank acordando con el Pentágono la libertad de Luchy a cambio de cooperar en la caída de Mussolini. Capone no podía. Era fascista. Su gente en la península y en Sicilia trabajó con el Duce. Así que soltaron a Luchy Luchiano. Lo pusieron en un avión para Casablanca o Marruecos, mientras los alemanes emitían una declaración del servicio de propaganda de Goebbels que decía: “Desde hace unos días se encuentra entre las filas del ejército de intervención de USA el conocido gangster americano Humphrey Bogart. Esa es la baja moral de nuestros enemigos, los aliados”.
“Claro que hablo con el FBI” dice Jack Nicholson, en un Costello cruel hasta rebasar la imagen de Capone y racista hasta odiar a Kennedy por irlandés y «negro», un Costello aggiornado con celulares de última generación, ajusticiado al final de la película, en un cierre que nos remite a la pregunta inicial que le hace al niño al inicio del film: “entre la banda y la policía ¿cuál es la diferencia?”. Al final todos son infiltrados porque sencillamente no hay infiltrados; es simplemente la manera de controlar el mismo negocio, el del sistema. Ni siquiera el delegado del gobierno chino que aparece en la transa de los microprocesadores es realmente un infiltrado. Tan si acaso un intruso.
La película ganó así todos los Oscar bien merecidos y demostró con la recaudación de taquilla que el verdadero negocio recién empezaba. La imagen del narco rendía aún más que el narco mismo y así como en las telenovelas que miraba mi vieja el amor tenía “…cara de mujer”, el narco tiene cara de lumpen o en todo caso, desde el Costello de Nickolson hasta cualquiera de las series pedorras de Netflix, de muchacho de barrio pobre y siempre (después de todo Costello era calabrés), siempre latino.
Es rarísimo que de un negocio que tiene el cuerpo y el alma de su distribución entre wasp (blancos anglosajones protestantes), los veinte capos visibllisados sean latinos (¡por dios pentecostés!).
Ricardo Darín, en entrevista con Alejandro Fantino, contó que rechazó una oferta para trabajar en Hollywood, de un productor que le dijo que no aceptaba un “no” y puso sobre la mesa un cheque en blanco para que Darín escribiese la cifra que quisiera. La rechazó porque el papel era de narco mexicano.
“Pará, ¿siempre nosotros?”, resumió el actor en la entrevista.
En escala nacional uruguaya sucede lo mismo. “El productor rural”, tituló El País sobre el traficante de las seis toneladas de cocaína incautadas en el mayor procedimiento de contralor de aduanas uruguayas de la historia. El narcotraficante, ¿quién no lo sabe?, es del Borro y estaba infiltrado en la estancia.
Hubo otros terratenientes infiltrados por oscuros narcotraficantes que ingresaron a los galpones de las estancias como “sombras de peones tiritando”, según estos quince años de gobiernos del FA, durante los que se incautó más droga ilegal que en todo el siglo precedente, pero en marzo se termina esta clase y se termina el recreo (la clase que sigue es de la social de El País).
Empieza La guerra a los perejiles, como tituló Página 12 sobre los cuatro años de “combate a las drogas” macrista. Entre todos los procedimientos a bala no alcanzaron ni la mitad de la incautación al terrateniente litoraleño. Eso sí, vendieron más armas que en los doce años kirchneristas y obtuvieron más muertos, más presos y más robos y rapiñas.
¡Cuidado! La ley de derribo no es de contenedores y, por las dudas, mejor no subirse a una avioneta o helicóptero ni para apagar incendios forestales. No olviden que este gobierno que asume es íntimo del colombiano de los falsos positivos.
Según la Reserva Federal de USA, un millón de dólares, en cien fajos de cien billetes de mil, pesa diez kilos. Según la prensa la cocaína incautada al productor rural, vale 1.300 millones de dólares. O sea, su peso corresponde a trece toneladas, ocho toneladas más que la soja cortada con merca al estilo estanciero.
Es absolutamente seguro entonces, que los gurises del Borro, Casabó y Pueblo Victoria también han infiltrado instituciones financieras. Aunque El País no lo menciona, seguramente se necesitó recurrir a algún servicio financiero para el cobro. ¿O las trece toneladas de billetes entraron por los pasajes de Cerro Norte o de Casavalle? En carretilla hasta el borde son trece mil millones de viajes.
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
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