Cuando le dije a una amiga que acababa de terminar de escribir un libro sobre moralidad y política exterior, ella en tono de broma me dijo: “Debe ser un libro muy corto”. Tal escepticismo es bastante común. Una búsqueda en Internet causa sorpresa ya que muestra muy pocos libros sobre la forma cómo las opiniones morales de los presidentes estadounidenses tuvieron incidencia en sus políticas exteriores. Tal como el eminente teórico político Michael Walzer en una ocasión señaló: Después del año 1945, dentro del ámbito de la formación de posgrado estadounidense en relaciones internacionales “el argumento moral iba en contra a las reglas de dicha disciplina en la forma como se la practicaba usualmente”.
Las razones del escepticismo parecen obvias. Mientras que los historiadores han escrito sobre el excepcionalismo y el moralismo estadounidenses, diplomáticos realistas como por ejemplo George F. Kennan – el padre de la doctrina de “contención” estadounidense en la Guerra Fría – emitieron advertencias durante mucho tiempo sobre las desventajas de la tradición moralista-legalista estadounidense. Las relaciones internacionales son un ámbito anárquico; no existe un gobierno mundial que pueda proporcionar orden. Los Estados deben proporcionar su propia defensa, y cuando la supervivencia está en juego, los fines justifican los medios. Donde no hay forma de elegir una opción significativa, no puede haber ética. Como dicen los filósofos, “si se debería hacer algo, ello implica que se puede hacer ese algo”. Nadie puede culpar a alguien por no hacer lo imposible.
Según esta lógica, combinar la ética y la política exterior es un error categórico, por ejemplo: es como preguntar si un cuchillo suena bien, en lugar de preguntar si corta bien, o si una escoba baila mejor en comparación con una que cuesta más. Por lo tanto, al poner en tela de juicio la política exterior de un presidente, simplemente debemos preguntarnos si dicha política exterior funcionó, no si fue moral.
Si bien este punto de vista tiene algún mérito, evita las preguntas difíciles al simplificar demasiado. La ausencia de un gobierno mundial no significa la ausencia de todo orden internacional. Algunos problemas de política exterior se relacionan con la supervivencia de un Estado-nación, pero la mayoría no. Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, por ejemplo, ha estado involucrado en varias guerras, pero ninguna fue necesaria para su supervivencia. Y, muchas opciones importantes de política exterior sobre los derechos humanos, el cambio climático o la libertad de Internet de ninguna manera implican que se lleve a cabo una guerra.
De hecho, la mayoría de los asuntos de política exterior implican compensaciones de toma y daca para encontrar equilibrios entre valores que requieren que se elijan opciones, no la aplicación de una fórmula rígida de ‘razones de Estado’. Un cínico funcionario francés me dijo una vez: “Defino el bien como lo que es bueno para los intereses de Francia. La moral es irrelevante”. Parecía no estar consciente de que su declaración en sí misma era un juicio moral. Es tautológico, o en el mejor de los casos trivial, decir que todos los Estados tratan de actuar a favor de su interés nacional. La interrogante importante es la forma cómo los líderes eligen definir e ir tras la consecución de ese interés nacional bajo distintas circunstancias.
Además, nos guste o no, los estadounidenses constantemente emiten juicios morales sobre los presidentes y la política exterior. Incluso antes de su famosa llamada telefónica pidiéndole un favor al presidente de Ucrania, el comportamiento del gobierno de Donald Trump había puesto en palestra el tema de la moral y la política exterior, haciendo que pase de una interrogante teórica a las noticias de primera plana. Por ejemplo, en el año 2018, tras el asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi en el consulado de su país en Estambul, Trump fue criticado por ignorar evidencias claras de un crimen brutal con el propósito de mantener buenas relaciones con el príncipe heredero saudí.
El periódico liberal New York Times calificó la declaración de Trump sobre Khashoggi como “cruelmente transaccional, una declaración que no prestó atención alguna a los hechos”, mientras que el conservador Wall Street Journal editorializó que “no tenemos conocimiento de que algún otro presidente de Estados Unidos, ni siquiera uno de los despiadadamente pragmáticos como Richard Nixon o Lyndon Johnson, habría escrito una declaración pública como esta, una que no incluya un broche de oro sobre los valores y principios permanentes de Estados Unidos”. El petróleo, la venta de armas y la estabilidad regional son intereses nacionales, pero también lo son los valores y principios, mismos que son atractivos para los demás. ¿Cómo se los puede combinar?
Desafortunadamente, muchos juicios formulados sobre la ética y la política exterior contemporánea de Estados Unidos son azarosos o están mal pensados, y una parte demasiado grande del debate actual se centra en la personalidad de Trump. Mi nuevo libro Do Morals Matter? intenta corregir esto, mostrando que a algunas de las acciones de Trump no les falta precedentes en las acciones de los presidentes estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial. Tal como un periodista perspicaz me comentó en una ocasión: “Trump no es único; él se sitúa en el extremo del espectro”.
Aún más importante, los estadounidenses rara vez tienen claros los criterios según los cuales juzgan una política exterior. Elogian a un presidente como Ronald Reagan por la claridad moral de sus declaraciones, como si las buenas intenciones bien expresadas fueran suficientes para formular juicios éticos. Sin embargo, Woodrow Wilson y George W. Bush mostraron que las buenas intenciones sin los medios adecuados para hacerlas realidad pueden conducir a resultados éticamente malos, como por ejemplo el Tratado de Versalles después de la Primera Guerra Mundial o la invasión de Irak por parte de Bush. O, en cambio, podemos juzgar a un presidente simplemente por los resultados que obtuvo. Algunos observadores dan crédito a Richard Nixon por poner fin a la Guerra de Vietnam, pero él sacrificó 21.000 vidas estadounidenses para crear un “intervalo decente” para salvar la cara, intervalo que resultó ser una pausa efímera en el camino hacia la derrota.
El buen razonamiento moral debe ser tridimensional, debe sopesar y equilibrar intenciones, consecuencias y medios. Consecuentemente, una política exterior debe juzgarse utilizando dicho buen razonamiento. Además, una política exterior moral debe tener en cuenta las consecuencias, tales como mantener un orden institucional que fomente los intereses morales, además de acciones particulares que atraigan al interés periodístico, como por ejemplo ayudar a un grupo disidente o perseguido en otro país. Y, es importante incluir las consecuencias éticas de las “no acciones”; por ejemplo, la voluntad del presidente Harry S. Truman en cuanto a aceptar el estancamiento y el castigo político interno durante la Guerra de Corea en lugar de seguir la recomendación del general Douglas MacArthur sobre utilizar armas nucleares. Como Sherlock Holmes señalo en una de sus frases famosas: se puede aprender mucho de un perro que no ladra.
No tiene sentido argumentar que la ética no jugará ningún papel en los debates sobre política exterior que se avecinan este año. Debemos reconocer que siempre usamos el razonamiento moral para juzgar la política exterior, y que deberíamos aprender a usar mejor dicho razonamiento.
Traducción del inglés al español: Rocío L. Barrientos.
Por Joseph S. Nye, Jr
Profesor de la Universidad de Harvard, autor de Is the American Century Over? ¿Y la moral importa? Presidentes y Política Exterior de FDR a Trump.
Fuente: project syndicate org
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