CINE | “La cacería”: La violencia como pandemia

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La violencia como grotesco e irracional deporte casi sin reglas con no tan subliminales referencias políticas contemporáneas, es la propuesta que desarrolla “La cacería”, el tan tenso como vertiginoso thriller del cineasta estadounidense Craig Zobel, que se está exhibiendo en el autocine El Faro, a la espera de la tan postergada y ansiada reapertura de las salas exhibidoras de nuestra capital, luego de más de cuatro meses de cierre.

El estreno de esta película, que se proyectó apenas dos semanas en el circuito de exhibición de los Estados Unidos antes del ingreso de la pandemia de Coronavirus, fue postergado a fines del año pasado por una furiosa controversia mediática.

En ese marco, el film fue duramente descalificado por los medios de prensa más conservadores afiliados a la ideología del inefable presidente norteamericano Donald Trump. Incluso, el propio mandatario consideró que la exhibición de este largometraje pretendía “incendiar y causar caos”.

No obstante, el intimidatorio comentario del inefable inquilino de la casa Blanca no hizo más que incrementar la expectativa del público, que, en la mayoría de los casos, no pudo acceder a su visionado por la clausura de las salas determinada por la emergencia sanitaria instalada en la potencia del Norte.

Obviamente, esas detonantes declaraciones de un personaje singular de la política que parece más un dictador de república bananera que el presidente de la primera potencia imperial económica y militar del planeta, suscitó agrios polémicas en las redes sociales, que, hace casi un año, se hicieron eco del contexto de polarización que exacerba a la sociedad estadounidense.

Por supuesto, lo que molestó a Trump y a su consecuente corte de alcahuetes rentados y honorarios, no fue la violencia en sí misma sino la carga de sátira política que propone la película.

A diferencia de los que podría suponerse y tal cual lo anticipa el propio afiche publicitario de este producto cinematográfico de consumo masivo, en este caso concreto la presa o presas que deben ser cazadas son seres humanos.

Aunque la propuesta no tiene nada de original porque ya otras películas precedentes la han tomado como materia temática, aquí lo diferente es la clara intención de satirizar la actual coyuntura política de un país actualmente gobernado por un bufón multimillonario y fascista, cuyas irracionales actitudes ante la pandemia han conducido a un desastre de proporciones.

Empero, en este caso el virus letal no es por supuesto el tan temido Coronavirus sino la violencia ejercida como mero deporte recreativo, salpicada con pinceladas de cine gore.

Al margen de eventuales pretensiones sociológicas, esta película de Craig Zobel apunta básicamente a entretener con abundante y prolífica acción física, acorde con los códigos del género.

Este propósito se nota desde las primeras secuencias, cuando un grupo de personas –hombres y mujeres- se encuentra en medio de un espeso bosque y descubre, con indisimulado estupor, que deberá huir para no ser cazados por una partida de petulantes y burgueses presuntamente liberales. En estas circunstancias, las presas humanas serían conservadores.

Sin embargo, aquí no hay buenos ni malos, ya que ambos bandos revelan estar contaminados por la recurrente patología histórica del odio y el fanatismo cerril, que es habitual en una nación habituada a estas prácticas inhumanas.

Este es el inquietante prólogo de un sangriento juego de superlativa intensidad dramática, en el cual abundan las situaciones límite y las contingencias no siempre esperadas.

En un clima de agobiante y tenso nervio narrativo, aflora una presunta víctima que posee sorprendentes destrezas de combate y, obviamente, se transforma en una suerte de infierno para los ocasionales perseguidores.

En ese marco, este largometraje tiene mucho de películas precedentes que abordan idéntica temática, con claras alusiones a la ya icónica saga del legendario “Rambo”, cuyo primer título refería a un veterano de la guerra de Vietnam que era implacablemente perseguido por la Policía.

La película también destaca por el atinado manejo del suspenso y un por momentos considerable margen de imprevisibilidad y hasta de incertidumbre, acerca del eventual desenlace.

Sin apartarse de fórmulas intransferiblemente convencionales habituales en el cine gastronómico de alto consumo masivo, el relato discurre entre persecuciones, cruentos enfrentamientos y tragedias a granel, que no tienen casi nada que envidiarle a la realidad cotidiana de un país recurrentemente alienado.

Aunque no haya demasiado innovación ni inventiva, este prolijo trabajo cinematográfico –que posee una excelente fotografía, una plausible labor de montaje y algunas actuaciones de destaque- cumple con su cometido fundamental, que es, en definitiva, el de divertir a la audiencia sin mayores pretensiones.

De todos modos, las referencias presuntamente ideologizadas que propone el film trasuntan una sociedad cada vez más binaria, confrontada y fracturada en dos bloques políticos- el republicano y el demócrata- radicalmente contaminados por odios, enconos y contradicciones.

Al respecto y más allá que la clave sea obviamente el pasatiempo liviano, afloran apuntes satíricos que invocan, por ejemplo, a las manidas fake news y su letal influencia en la opinión pública a través de las redes sociales.

No faltan tampoco sardónicas reflexiones sobre el sexismo exacerbado, el racismo, la inmigración y hasta el escandaloso libertinaje de porte de armas que ha transformado a la sociedad norteamericana en una de las más violentas del mundo.

Aunque se quede a medio camino en sus propósitos críticos y apueste más al cine de consumo, “La cacería” promueve igualmente una visión si se quiere vitriólica sobre los extremismos y fundamentalismos de raigambre fascista que anidan en la trama social de los Estados Unidos.

Obviamente, esos oscurantistas sentimientos ya estaban presentes antes de la irrupción de la demoledora pandemia de Coronavirus que azota al planeta y que ha golpeado con particular rigor a un país siempre disfuncional y crónicamente atravesado por bochornosas asimetrías sociales, más propias de las naciones periféricas que de los grandes centros de poder global.

 

Por Hugo Acevedo  (Analista)
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