La palabra oficial es que hay “malestar” uruguayo por la “actitud” del canciller turco Mevlüt Çavuşoğlu el sábado desde la ventanilla de su auto, al salir de su flamante embajada: hizo un signo con la mano: el índice y el meñique levantados y el mayor y el anular plegados, símbolo de la organización terrorista y paramilitar Lobos Grises, ultraderechista y neonazi que, entre otros hechos, niega la existencia del genocidio armenio y defiende que Turquía es una sola entidad sin distinciones: la puridad de la raza. El embajador turco Hüseyin Müftüoğlu “tomó nota”, se informa.
A esto se agrega el argumento del canciller Francisco Bustillo hecho en la plaza Armenia al día siguiente, 24, conmemoración del 107 aniversario del genocidio armenio: «En agosto pasado visitamos Armenia y Turquía. Ambos cancilleres destacaron entonces la ponderación, prudencia y respeto con que nos habíamos conducido. Es lo que el Uruguay ofrece, pero por ello mismo es lo que esperamos y exigimos de cualquier interlocutor o visitante extranjero en esta tierra en la que cultivamos la paz y la tolerancia», remarcó. En la hora de reunión que tuvo al día siguiente en Cancillería, el embajador turco Hüseyin Müftüoğlu “tomó nota”, se informa.
El presidente Luis Lacalle, en declaraciones informales, calificó el hecho de “lamentable” y dijo que debía ser «fuertemente criticado». La comunidad armenia «está dolida y con razón», dijo. No hubo aun una declaración de la cancillería luego de la reunión, y en función de cuál fuese el mensaje, la oposición analizaría las medidas a tomar.
La oposición tiene la intención de convocar a Bustillo a comisión del Senado y emite versiones que cuestionan la existencia o al menos la oportunidad de la apertura de la embajada turca. Así las cosas –y esto sería lo habitual–, el “malestar” dará lugar a un intercambio entre gobierno y oposición conteniendo un tono de reproche, y el tiempo todo lo cura. El embajador turco Hüseyin Müftüoğlu “tomó nota”, se informa.
Hay otra lectura posible, pero es incómoda, harto incómoda, y tiene su fundamento. La comunidad armenia advirtió con anticipación a Cancillería sobre lo conflictiva que seguramente sería esta visita. En un comunicado posterior, del 23 de abril, ASCUA (Asociación Cultural Uruguay – Armenia) se señaló que además de canciller turco, Çavuşoğlu “es titular de la Dirección creada por el gobierno de Turquía para la negación de la existencia del genocidio armenio y del hostigamiento de aquellos que reconocen su existencia públicamente”. El canciller quería llegar el 24, fecha del aniversario, pero Uruguay logró que viniera el 23. Así que Uruguay sabía de qué se trataba.
Además, el canciller, dice ASCUA, “es también uno de los artífices de la política exterior de Turquía que, como bien se sabe encabezó la invasión del norte de Siria e Irak, atentó contra el pueblo kurdo y su legítimo derecho a vivir en su tierra, prestó decidido apoyo económico y militar al autodenominado ISIS, tensó peligrosamente las relaciones con Grecia por el control del Mar Mediterráneo oriental y las islas del Mar Egeo, y mantiene aún la ocupación del norte de Chipre (que invadió en 1974), pese a las decisiones de las Naciones Unidas en ese sentido. Como corolario de una política exterior beligerante y desestabilizadora de la región, en 2020 llevó adelante junto a Azerbaiyán una agresión militar contra las Repúblicas de Armenia y Artsaj (Nagorno Karabagh) utilizando mercenarios de organizaciones terroristas y armamento prohibido a nivel internacional contra civiles. Y hoy respalda la invasión de Azerbaiyán a territorio internacionalmente reconocido de la República de Armenia”.
La fecha de la visita, que ASCUA –es de imaginar que sobre ascuas– señaló negativamente como “burda argucia diplomática en el intento de Turquía de disimular una provocación real”, fue acompañada engalanando la fachada de su nueva embajada con los retratos de Mustafá Kemal Atatürk; del inicio de su acción genocida deviene la fecha del 24 de abril para conmemorar el inicio del genocidio. Además, la bandera de Turquía, y una con el rostro de Recep Tayyip Erdogan, actual presidente y continuador de la política racista y sostenedor del negacionismo; abundan las fotos del actual presidente haciendo ese gesto de identificación terrorista con la mano.
Hay razones históricas que justificarían esta provocación, que puede verse como una amenaza y un condicionamiento a las relaciones con Turquía.Es que Uruguay, ya en 1920, apoyó la candidatura de la entonces naciente República de Armenia para integrar la Sociedad de Naciones. En 1965, Uruguay fue el primer país del mundo en reconocer el genocidio armenio. Además, entre 1970 y 1972, la diplomacia uruguaya jugó un papel activo a favor de la independencia de Armenia, tema que retomaría tras la recuperación democrática con intercambio de visitas al más alto nivel y actos protocolares con presencia de los sucesivos presidentes uruguayos. El año pasado Joe Biden sumó el país número treinta a los que reconocen los hechos, al calificar de “genocidio” lo sucedido entre 1915 y 1923. Esto, pese a advertencias turcas de tomar represalias contra EEUU en el seno de OTAN, de la que ambos son miembros; se especula de que Turquía no es considerada en la lista de países terroristas por la necesidad de ella en la OTAN.
Uruguay fue destino predilecto de la emigración armenia, pueblo que hoy tiene más integrantes en el exterior que en su territorio. Se estima que en el Uruguay su fuerza es la de 140.000 votos, suficientes para dos bancas del Senado. El año pasado se presentó un libro sobre el genocidio armenio en el Palacio Legislativo, “La Causa Armenia entre el Ararat y Uruguay. Historia de un reconocimiento”, con incondicionales palabras de adhesión de la vicepresidenta Beatriz Argimón: manifestó su “alegría” por la publicación de un trabajo que “tiene que ver con este entrecruce de sociedades que tuvieron esa simbiosis en entenderse, apoyarse y, sobre todas las cosas, interpretar, después de un tiempo, que era importante elevar la voz desde un punto de vista también internacional a efectos de que este reconocimiento fuera planteado a nivel de Estado y, de esa manera, poder influir sobre la justicia de lo que significaba el no desconocer un auténtico genocidio”. Y “reconocer en estas páginas, con distinto nivel de intensidad, lo que fue el apoyo de nuestro pueblo a esa causa, implica también ratificar el compromiso”, aseguró Argimón.
También hubo un mensaje grabado de Luis Lacalle ese 2021: “Este libro marca una historia importante de compromiso entre los armenios y los uruguayos, una historia de uruguayos en el mundo que han levantado su voz por la causa armenia hace muchísimos años, allá por el año ’65”. Y el 24 de abril de 2020, Lacalle había twiteado: “Hoy es un día de memoria y reflexión para los armenios y para toda la humanidad. Vaya un apretado abrazo a toda la comunidad armenia de nuestro país que tanto ha hecho por la causa.” Es más. La guerra que defiende Turquía con intransigencia fue criticada por el Uruguay. El 6 de octubre de 2020, durante la invasión de Artsaj (Nagorno Karabaj), el Gobierno uruguayo emitió un comunicado en el que manifestó que “Uruguay repudia los ataques sobre el pueblo armenio, con el cual el Uruguay siempre ha mantenido lazos de sólida amistad”.
El gobierno sostiene que el motivo de la visita fue el de trabajar hacia un tratado de libre comercio con Turquía; tema recurrente en la enunciación del actual gobierno y que no debe ser dejado de lado puesto que desde la oposición hay voces que aceptan en esta particular instancia separar las relaciones comerciales de las políticas. Las organizaciones armenias dicen que el objetivo de la visita fue la provocación. Sobre esto, la Federación Revolucionaria Armenia lo considera, además, una amenaza; “El gesto del canciller de Turquía no es hecho menor; además de un acto de negacionismo, es un mensaje de amenaza a las personas semejantes a las víctimas, a sus grupos de pertenencia, en el sentido que también les puede suceder lo mismo, impidiéndoles así realizar sus tareas con normalidad, participar plenamente en la sociedad y obligándolos a vivir en permanente estado de alarma; materializándose de este modo la violencia moral y psicológica del mensaje sobre dicho colectivo”.
Y la amenaza se llama Lobos Grises, calificada por la Unión Europea como “terrorista”, y razón por la cual Turquía no es admitida en la Unión Europea, aunque sea parte de la OTAN. Se sitúa su fundación en 1968, se la define como racista, xenófoba, paramilitar de extrema derecha nacionalista, originaria de Turquía y ligada al Partido del Movimiento Nacional, fundado por Alparslan Türkeş en 1961. Se le atribuye la organización del atentado contra el Papa Juan Pablo II en 1981, hecho por el ciudadano turco Mehmet Ali Ağca y se tiene certeza que efectuó la llamada Masacre de Maras en 1978 con 120 muertos y la de Çorum en 1980 con 57 muertos, como sus principales acciones. Obtiene su apoyo de ámbitos rurales y pequeñas ciudades y de identificarse como “el partido que defiende al Estado’ frente a los enemigos externos e internos”.
Los Lobos Grises llegaron a contar con 300.000 militantes y 40 campos de adiestramiento militar. En el extranjero, lograron introducirse en las asociaciones que agrupan a los emigrantes turcos, o las organizaron ellos mismos como cobertura legal. Montaron así una estructura oculta que les permite moverse por Europa sin ningún problema y con una asombrosa facilidad para encontrar pasaportes falsos y dinero, afirma la información disponible. Se situa su presencia en al menos Azerbaiyán, Chipre, Israel, Turkmenistán, Irak y Siria, además de Turquía y países de Europa Occidental como Francia y Alemania.
El gobierno de Lacalle ha logrado, aparentemente, que alguien le diera bolilla plata en mano con su idea de un Tratado de Libre Comercio, y encontró a Turquía, a la que no nos unen lazos políticos, geopolíticos, sociales ni económicos. Pero, por alguna razón, Turquía quiere aumentar su relación con el país que más y más largo ha defendido a los enemigos de la pureza de su raza. Turquía lo hace en aplicación de una tesis claramente nazi, y que para peor son cristianos, no musulmanes.
Los términos en que se plantea esta relación son indiscutiblemente políticos, pese al planteo comercial, en relación a una región del mundo hoy en guerra y fuertes luchas intestinas. Así lo determina el “incidente” que causó “malestar”, y tal vez el gobierno uruguayo haya manejado la posibilidad de que esta situación tuviera menos perfil del que tuvo y el que podría alcanzar; eso logró el canciller turco con un gesto de su mano. Da la impresión de que estos potenciales socios son jugadores políticos de una liga muy superior. Y están en la cancha de la derecha, lo que puede ser temible materia de empatía. Tal vez por eso el embajador turco Hüseyin Müftüoğlu se limitó a informar que “tomó nota”.
En cuanto al comercio, Uruguay es el 0,2% del comercio internacional turco. Les vendemos por 200 millones de dólares al año: 74 millones de dólares en celulosa y 63 millones en ganado en pie, lo que equivale a dos tercios del total. A cambio de esta mercadería sin mano de obra agregada, compramos todo con valor agregado: autopartes, perfiles de hierro, vestimenta, calzado, calentadores de agua, carrocerías de vehículos, plásticos químicos, lavarropas y eléctricos para agrícolas. No hay inversiones turcas en el país.
La alegría con la prespectiva del TLC del senador nacionalista y productor agropecuario Sebastián Da Silva, es la posibilidad de exportar ganado en pie por fuera del circuito de frigoríficos brasileños instalados en el país. O sea, un mejor negocio para él. Hoy, Uruguay exporta todo su ganado, porque su carne tiene la calidad necesaria para mercados exigentes, y los uruguayos comemos carne paraguaya y brasileña. De todas maneras, la palabra de Turquía es que quintuplicará “a breve plazo” las compras al Uruguay, a mil millones de dólares anuales. En la agenda para ese futuro multiplicado, Uruguay prioriza compras de arroz, manteca, alimento animal, lana peinada, medicamentos, vacunas de veterinaria, madera, trigo y cebada.
La prueba del nueve de toda esta situación radica en si el gobierno uruguayo logra calmar la situación con el tiempo y la concreción del precio (“paso corto y mirada larga” se los define a los turcos desde siempre en el campo rioplatense, por el andar con babuchas de los comerciantes ambulantes) que los turcos ofrecen. La demostración inapelable es que los crímenes de lesa humanidad, como el genocidio, no prescriben así pasen 107 años. Como escribió la colega argentina Manuela Irianni en El Cohete a la Luna, la solidaridad con los armenios “es solidaridad con los desaparecidos”, como los uruguayos la tenemos con los nuestros. “Es una historia fundamental que se cuenta poco a poco, sin presupuesto, y con el agradecimiento de los descendientes que, decididos a no olvidar, siguen dando testimonio”.
En el entendimiento de este autor, el gobierno de Luis Alberto Lacalle habilitó una ofensa de órdago contra la política exterior uruguaya y los conceptos humanistas que la guían desde hace más un siglo; y específicamente contra la relación con el pueblo y el Estado armenio, y su apoyo a la denuncia del genocidio que sufrieron. Eso es lo que pasó. Debería el gobierno enmendar lo que pueda.
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