(primera de dos notas sobre el tema)
Rusia está ganando la guerra,, en tanto no la pierde. No es su territorio el que ocupa y que destruye; son millones los ucranianos jóvenes los que emigran, y sus hijos están yendo a escuelas en otros países, donde inevitablemente se les imbrica otra cultura. Ucrania restringió la ocupación rusa: logró recuperar su capital, acotó la lucha a una franja en el NE, y luego recuperó aproximadamente la mitad de ese territorio. Pero la estrategia de Putin sigue siendo, desde el principio, ‘si yo no lo tengo, nadie lo tendrá’. Es con ese criterio que se destruyen viviendas civiles, se arrasan ciudades y más.
Putin no es por cierto un gran estratega, pero se afirma insistentemente que es un genio en materia táctica y que jugó muy bien pese a tener malas cartas, como sostiene Antony Blinken. Pero si se plantea cómo se construye una estrategia, cómo se planifica la prosperidad de una nacion, su capital humano, su infraestructura, su gobernanza y más –todas las cosas que hacen exitoso a un país–, no hay evidencia de que esa capacidad táctica haya contribuído al poder de largo plazo de Rusia. En cambio, dañó la reputación internacional de Rusia mucho más de lo que jamás estuvo, consolidó la existencia de Ucrania, que negó y niega, y logró que Suecia solicitara su ingreso a la Otan; algo notable dada la tenaz adherencia sueca a una política de neutralidad desde 1834. Pero aunque en general la situación es mala para Rusia, el problema es que Putin está firme en el poder, que tiene todos los recursos, que puede destruír, como hace, bienes de otra gente, y puede hacer mucho más daño del que está haciendo ahora.
Lo que sucede es trágico para los ucranianos, pero también para los rusos: afectó seriamente a su país, aunque de una manera muy diferente a cómo afectó a Ucrania. En el marco de lo terrible, ya estaba demostrada la voluntad y capacidad de lucha de los ucranianos; se sabía que tenían esa capacidad de lucha, porque derribaron dictaduras, en 2004 y 2013-4. Pero aquello no fue al alto grado en el que la están demostrando ahora.
Lo otro que se demostró fueron las fallas militares del los rusos. Se sabía que tenía un ejercito de entre 30 a 50 mil hombres entrenados y con equipo de combate apto, y cientos de miles de conscriptos mal alimentados, pobremente entrenados o sin entrenamiento alguno y mal equipados, bajo el mando de oficiales corruptos. Sus serios problemas de inteligencia, incluyendo la tan equivocada predicción sobre la reacción de los ucranianos ante la invasión, y la falta de adaptación a las nuevas posibilidades de la tecnología, que posibilitó que le localizaran y mataran, uno tras otro, a 7 generales rodeados en cada oportunidad de tropas rusas.
Y Europa supo adaptarse más rápido de lo que se pensaba de la comodidad de la vida que lograron tener en las últimas seis o siete décadas, a una estrechez de energía, a enfrentar el invierno y a precipitarse en apoyo de Ucrania. Esto, sin desmedro de problemas dentro de la UE y en sus políticas domésticas.
Por su parte, la economía rusa ha tenido un buen desempeño pese a las sanciones, lo que hace a que Putin mantenga el apoyo del sector adinerado, que es el equivalente actual de la nomenklatura de la época soviética. Es claro que la economía rusa no se redujo, y menos aun fuertemente, como había voces que lo esperaban, y resultó que el pueblo ruso mostró una gran capacidad de adaptación, tal como Otan podría haber previsto, dada las experiencias de la historia rusa y particularmente durante la Gran Guerra Patria, o II Guerra Mundial.
En esta instancia, en Rusia se idearon formas y políticas para superar el régimen de sanciones e incluso prosperar. Y así, las importanciones y exportaciones de Rusia han retornado, y el mercado laboral superó buena parte de los inconvenientes que se le plantearon. Con lo que resulta que el régimen de sanciones no ha tenido –pese a afirmaciones en contrario que se escuchan desde países de Otan, pero sin elementos probatorios — el desgarrador efecto que se buscaba; no al menos en el corto plazo. Esto, pese al fuerte impacto que tuvieron las sanciones, por ejemplo, en el sistema bancario.
Esa es, en rasgos generales, la situación hoy. Hace 25 siglos, el estratega Sun Tzu recomendaba en El arte de la guerra: “Tienda un puente de oro por el cual el enemigo pueda retroceder”. Pero hoy no hay una situación que permita ese puente, y no lo hay desde ninguna de las muchas partes interesadas en este conflicto. Hay que ganar en el campo de batalla, sí, pero también hay que ganar al mismo tiempo la paz. ¿Y cómo sería ganar la paz?
Para el presidente Volodymyr Zelensky, la paz es posible si se recupera todo centímetro de territorio, incluyendo Crimea, hay reparación de guerra y se lleva a tribunales los crímenes de guerra. Puede entenderse que es una aspiración muy razonable desde el punto de vista humanitario, pero se pueden ganar todas las batallas y perder la paz, tal como le pasó a EEUU en Vietnam. La paz en los términos de Zelensky no solo implica borrar a la figura de Vladimir Putin del poder, sino la derrota de Moscú. Caso contrario, no se podría obtener reparaciones ni tribunales ante los crímenes de guerra efectivamente cometidos. Además, hay elementos para suponer que crímenes de guerra fueron cometidos por ambas partes en el campo de batalla.
Putin no tiene otro plan de paz más que la opción de seguir adelante con su ataque, pues detenerlo implicaría la desestabilización del respaldo político interno que hoy es seguro, y muy posiblemente el fin del poder político que tiene desde que asumió la presidencia en mayo 2000. De su largo discurso del martes 21 se rescata que reivindicó “el derecho a ser fuertes” y defendió lo que intentan hacer en Ucrania. No abrió opción a la guerra.
Horas después, el presidente Joe Biden le planteó a Putin una alternativa y un problema posible. Dijo Biden desde Varsovia que Putin puede tener paz “si deja de invadir”. Si esto implica que se podría aceptar que mantenga lo ocupado, es tema de zurcido invisible que queda para la diplomacia.También nombró Biden su apoyo verbal a la disidencia política de Bielorrusia, que es reprimida desde que Alerxandr Lukashenko reforzó su posición en la presidencia con un referendum de honestidad discutible, en mayo de 1995. Si esto implica o no que haya un apoyo práctico a esa disidencia y si eso es para el Kremlin un nuevo frente de preocupación, es también una cuestión a tamizar.
La posición de EEUU respecto de los términos de la paz para Ucrania fue expresada con mucha delicadeza por el presidente Joe Biden: “Los ucranianos son los que pelean, los que mueren, los que defienden su tierra, y ellos son los que deciden”. También dice, y las palabras gravitan, que EEUU respaldará a Ucrania “todo el tiempo que sea necesario”. No dice “hasta la victoria final”, y eso es importante.
Dice además Biden: “Tenemos plena confianza en que (los ucranianos) seguirán prevaleciendo”, y esto, en el inédito viaje de un presidente de EEUU a territorio extranjero en conflicto y sin el despliegue de seguridad del caso, es un aliento y fuerte apoyo simbólico a que sigan la lucha. Para Washington, esa continuidad de la lucha es fundamental. Por eso va aumentando, en forma lenta pero segura, su apoyo a Ucrania, de manera de mantener esa tensión y tal vez que Ucrania recupere algo más de territorio, y por lo tanto, su posición negociadora.
La coalición de 54 países que encabeza EEUU le da suficiente apoyo bélico a Ucrania para que no pierda. Esa política explica todo el tráfico de declaraciones sobre material bélico y recursos anunciados pero no cabalmente entregados. Las razones alegadas son generalmente las dificultades logísticas. En el prólogo de la Conferencia de Seguridad de Munich, en la mañana del 17 de febrero, el secretario de Defensa y el jefe de Estado Mayor de EEUU dieron una conferencia en la que adelantaron el pleno apoyo a la posición ucraniana de todos los participantes, en un golpe político que obligó a los demás participantes a expresarse luego en el mismo sentido y sin casi matices, a riesgo de tener que fundamentar su disidencia.
Otra definición de paz surge de que los ucranianos se levantaron contra sus tiranos domésticos por una razón que mantiene su vigencia: la voluntad de unirse a Europa. Esa es parte o toda una definición de victoria. Si recupera todo su territorio y no ingresa a la UE, es dudoso que se considere eso una victoria, en tanto no hay garantías de que se pueda consolidar y mantener a largo plazo esa recuperación territorial. Si en cambio recupera parte de su territorio o todo él, e ingresa a la UE, es claramente una definición de victoria. Y si Kiev no acepta esa paz, está aceptando el importante costo cotidiano de la guerra por un tiempo indefinido. Desde Varsovia, Biden agradeció que Polonia hubiese recibido 1,5 millones de refugiados. Y la idea general es que esa sea una emigración de corto plazo, pues esa es gente que se necesita para la reconstrucción del país. Y la reconstrucción material del país ya tiene alguna cifra: se habla de 350.000 millones de dólares.
La actual situación tiene un límite, que se expresa en el apoyo que Ucrania recibe hoy. Sus socios realmente no quieren ni aceptarán una escalada del conflicto. Por su parte, Putin tampoco quiere una escalada. Esto, pese a mentar tanto la posibilidad nuclear y anunciar el martes la suspensión del tratado New Start, que es de medidas para la reducción y limitación adicionales de las armas ofensivas estratégicas, firmado en 2011 y vigente hasta febrero de 2026. Pese a que la agenda informativa hizo de esta medida una cuestión central, parece más bien una medida de presión.
Esto, porque antes del recurso nuclear, Putin tiene a su disposición una serie de posibilidades para potenciar su agresión. El historiador y académico estadounidense Stephen Kotkin mencionó el martes 14 la posibilidad de que a través de operaciones especiales, Rusia envenene las aguas de Kiev, o las de Londres, o vuele infraestructura internacional de suministro de energía, y dijo que no sabía por qué Rusia no lo hacía. Antes, se mencionó que Rusia bien puede cortar los cables submarinos de comunicación digital, paralizando las transacciones de parte o de todo el mundo económico. Y un Kremlin que envenenó al refugiado de la inteligencia rusa Alexandr Litvinenko en el centro de Londres en 2006, o al opositor político Alexéi Navaly en 2020, es notoriamente capaz de mucho. No se sabe exactamente por qué no utiliza esos u otros recursos de esa índole, que le permiten alegar que no fueron ellos. Pero al no usarlos, el Kremlin ser manifiesta a favor de no escalar el conflicto.
Ahora bien. La posibilidad de que Ucrania entre a la Unión Europea no es un trámite que se hace por teléfono. La experiencia de Macedonia (parte de la ex Yugoslavia) es ilustrativa. Solicitó su ingreso en 2004, con lo que comenzó una serie de reuniones, pronunciamientos, reformas y más que llevan a que hoy, 19 años después, Macedonia no esté aun integrando en pleniutud la Unión Europea. A Ucrania le va a parecer más fácil ganar la guerra que la membrecía en la UE.
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