Los mecanismos establecidos para asegurar el orden internacional, consagrados en la Carta de San Francisco de 1945, con la creación de las Naciones Unidas, no funcionaron cuando EE. UU. decidió invadir Iraq. La confirmación de la inoperancia del organismo se produjo el 24 de febrero del 2022 cuando las tropas rusas atacaron Ucrania.
Estas observaciones no están en el campo de batalla, cualquiera sea el resultado militar o diplomático de la guerra en Ucrania. El orden internacional consolidado después de la Segunda Guerra Mundial (SGM) y la desaparición de la URSS, no volverá a ser el mismo, por lo menos hasta que no se produzca una implosión interna en Rusia y la decadencia política estadounidense (¿volverá Trump o el trumpismo?) se convierta en enfermedad terminal.
El objetivo central de las Naciones Unidas ha sido el desarme multilateral y la limitación de armas, pues conjuga con su misión fundacional, mantener la paz y la seguridad a nivel mundial. Una parte central de su misión es la reducción y eventual eliminación de las armas nucleares, la destrucción de las armas químicas y la prohibición de las armas biológicas, por constituir éstas graves amenazas para la humanidad.
El nuevo rearme mundial, se lleva a cabo a pesar de los esfuerzos de la ONU. De los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, uno está en guerra (Rusia), y tres son aliados de Ucrania. En cuanto a China, permanece neutral pero muy inclinada a favorecer la tesis de la indivisibilidad de la seguridad de Rusia. Lo único interesante que ocurrió en la ONU fue cuando la Asamblea General votó, el 2 de marzo de 2022, una resolución que “deplora la agresión” cometida por Rusia contra Ucrania con 141 votos a favor, 5 en contra y 35 abstenciones; entre estos últimos figuraban China e India, países considerados por Rusia como sus “aliados”.
¿De qué sirven esos 141 votos, que deploran la agresión? En realidad, solo sirven para mostrar una estadística en contra de la agresión, pero no la detiene porque el Consejo de Seguridad, que es el verdadero regulador del orden internacional y que aloja a los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, no tiene la voluntad política de hacerlo. En la actualidad, los miembros de ese Consejo son menos aliados que antes. pero no llegan todavía a ser enemigos declarados. Si esto ocurriera significaría la destrucción de la estructura básica de la ONU.
Ha habido intentos de renovar el organismo mundial, pero los miembros permanentes del Consejo de Seguridad no tienen la menor intención de cambiar el “privilegio” del veto. Hay voces en Europa, pero sobre todo en la derecha conservadora de los EEUU, que consideran a la ONU una institución vetusta. John Bolton nunca ha sido un gran admirador del organismo mundial. El diplomático de Trump se hizo famoso por decir en 1994; “Si el edificio de la Secretaría de la ONU en Nueva York perdiera 10 pisos, no cambiaría nada».
Ante las carencias de la ONU, hay una tendencia a sellar acuerdos en conferencias y encuentros internacionales entre algunos de los mismos países que actúan en el organismo mundial y particularmente en el Consejo de Seguridad. Uno de esos foros es la Conferencia de Seguridad.
La 59 Conferencia de Seguridad de Munich puso sobre el tapete en forma clara una narrativa sobre la nueva contradicción, al decir que; “las democracias liberales asisten a una feroz ofensiva por parte del “autoritarismo revisionista” de Rusia. Naturalmente, a Rusia se le suma China que, a pesar de su “neutralidad” frente la guerra en Ucrania, no es sólo un gobierno autoritario revisionista, sino que es la dictadura del partido comunista con pretensiones hegemónicas globales. Probablemente, lo que hoy es la India, pueda entrar en la definición de gobierno autoritario revisionista debido a su secante nacionalismo hinduista que ha dejado afuera a las otras minorías religiosas, como la musulmana que tampoco es muy pequeña.
Múnich es la constatación de la existencia de una nueva contradicción principal entre la democracia liberal y el autoritarismo dictatorial, conservador, religioso y absolutamente renegado de las teorías liberales de género, minorías sexuales y otras consideradas por Rusia como lastres inmorales de las sociedades occidentales.
Así como en el siglo pasado las avanzadillas de la URSS eran los partidos comunistas nacionales, hoy los soldados civiles de Rusia son los grandes grupos conservadores y religiosos; multitudes que se mueven entre el populismo de izquierda (América latina) y de derecha (EEUU y UE). No tienen la cohesión de la vieja militancia comunista. A falta de una ideología plantean temas que, sin darse cuenta, no están en la agenda de Putin. Por ejemplo, la “teoría de las minorías sexuales” y mucho menos, la teoría “queer”, o la teoría indigenista para señalar algunas de las muchas contradicciones entre la nueva izquierda y el pensamiento de Putin.
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