«Ganamos porque para los uruguayos, la democracia no es el chantilly del postre»
– ¿Es 30 de noviembre de 1980. Se abre la primera urna. ¿Dónde estaba en ese momento?
Yo estaba en mi casa, con un grupo de amigos. Estaba Luis Hierro López, Américo Ricaldoni, todos los que habíamos trabajado en el plebiscito. Desde ahí seguimos las alternativas del conteo de votos. Viendo la televisión, escuchando la radio.
– ¿Cuándo se da cuenta que ganaba el NO?
Nos dimos cuenta rápidamente, porque por lo general los primeros resultados indican la tendencia. Ganamos bien, 57 a 43.
– Cuando se da cuenta del triunfo, ¿qué pasa en su casa?
Fue una enorme alegría de todos, porque estábamos firmemente convencidos que rechazar el proyecto institucional era la única solución positiva. La duda nos vino después porque los militares hicieron una especie de agujero del silencio en los días posteriores. Parecía que el país se trancaba, que no había futuro.
Uno de los argumentos de mucha gente que votó de buena fe el SI, era decir que se estaba ante un primer paso que permitía salir de la arbitrariedad total, a un régimen más o menos regulado institucionalmente y nos decían que el NO era quedarnos en la nada.
Por eso, cuando se produjo ese silencio total que parecía que no había una alternativa, todos empezamos a dudar, a pensar si no había estado mal decirles que no de plano. Pero nos fuimos convenciendo que no era así, que era una posición muy firme, de principios, y que ellos iban a tener que buscar el diálogo y el entendimiento.
– En ese momento de vacío, ¿existía temor a un golpe de Estado dentro de la dictadura?
Siempre existieron esos temores. Yo diría que hasta que no volvimos a la plena institucionalidad y ésta se fue acentuando, todos teníamos algunos temores.
– ¿Temores o información?
Todo mezclado, porque el temor nunca es puramente subjetivo. Es que venía un dato de aquí, otro de allí, que podía pasar esto, que podía pasar lo otro. Rumores fundados o infundados, porque en esos días lo que reinaba era el rumor. Venía uno y te decía que el coronel Fulano había dicho tal cosa, y al rato otro, siempre con otra buena fuente.
– ¿Cuándo visualiza que se destranca la situación?
No hay una fecha precisa, es todo un proceso. Surge en aquellas primeras actitudes de los militares que frente al impasse se dan cuenta que hay que superarlo de alguna manera. Es ahí que le piden a Manini Ríos que designe un grupo de ciudadanos de los partidos tradicionales para poder conversar. Manini hace las consultas necesarias. Consulta a Jorge Batlle, a Raumar Jude y al doctor Amílcar Vasconcellos. Batlle designa a su primo, el señor José Luis Batlle, Jude al doctor Gurméndez, después apareció Eduardo Jiménez de Aréchaga, y Vasconcellos me designa a mí, aunque yo no era de su sector. Así se forma, junto con tres ciudadanos del Partido Nacional, la Comisión de los Seis.
– Quiero que busque en su memoria una imagen fotográfica de aquella noche del 30…
Me veo en el living de mi casa, en la calle Luis Piera y Tristán Narvaja, junto a Hierro y Ricaldoni, que ya los nombré, junto a José Luis Guntín, Javier Fernández, toda gente del semanario Opinar.
– Vamos al debate televisivo, ¿fue clave?
Sí, pero me di cuenta que era muy importante un tiempo después. En el momento me pareció que tenía importancia, pero no visualicé el grado de importancia que tenía. En 1982 y en 1983, cuando las internas y después de ellas, el doctor Julio María Sanguinetti y yo resolvimos recorrer el país para explicarle a la gente en que estábamos, porque después del fracaso de las conversaciones del Parque Hotel hubo un impasse. Los militares nos jugaban con el silencio y esto generaba en la gente una gran decepción. La pregunta era: «¿Y ahora, qué?», Y ahí me di cuenta que todo el mundo recordaba aquella polémica. Nos contaban detalles, como cuando usted cuenta el gol aquel que la subió de mondonguillo, la bajó con el pecho y después la metió en el ángulo. Y esto era explicable, porque el debate ocurre después de siete años de silencio absoluto. De un lado estaba Eduardo Pons Echeverry y yo, del otro el coronel Néstor Bolentini y el doctor Viana Reyes.
– ¿Cómo se preparó para ese debate?
No, no nos preparamos. Fíjese que el Partido Nacional, inicialmente había designado como su representante al doctor Fernando Oliú, con quien habíamos hablado por teléfono y habíamos quedado que el día anterior nos reuníamos en mi estudio a las cinco de la tarde para combinar un poco la estrategia. Pero un poco antes de esa hora Oliú se comunicó conmigo. Estaba muy molesto, enojado, y me dijo que no iba a visitarme porque su partido había resuelto que el representante fuera otro. Le pregunté quién lo iba a sustituir y me respondió: «No sé, ni me interesa». Eso mostraba claramente su fastidio. Después me enteré que era Pons Echeverry, pero no pude hablar con él. En la mañana siguiente, cuando se realizó el debate, estábamos citados a las 9 de la mañana, nos fuimos encontrando. Nos reunimos en una salita en el Canal 4, tomamos un café, conversamos con Carlos Giacossa, pasó el rato y el rato y Pons no llegaba. Giacossa nos invitó a pasar al estudio y a las 10 llega Pons. Lo estoy viendo entrar, con su paso ligerito, con su sombrerito de ala para arriba. Nos pidió disculpas por llegar tarde y nos dijo: «Anoche tuve una garufa». Y ahí se sentó a mi lado y de inmediato empezó la cosa, por eso no convenimos una sola palabra.
– ¿Con qué sensación sale del estudio?
Y, mitad y mitad. Creo que no sabíamos bien como nos había ido en el debate. Hay algo que vale la pena contar. Cuando salimos le reproché a Viana Reyes, que por sorteo tuvo la última palabra, de haber hablado de todos los temas que se habían tratado en los bloques, cosa que habíamos acordado que no se podía hacer. En su intervención solo debía hablar del tema que habíamos tratado. Cuando dije eso viene un tira, uno de los custodias de Bollentini, me agarra del brazo y me dice: «No se preocupe doctor que le dieron el pesto». Ahí me tranquilicé e hice la reflexión de que si el tira de Bolentini era partidario nuestro, habíamos ganado.
– ¿Por qué se ganó en 1980?
Ganamos porque la gente de este país es fundamentalmente democrática. La democracia para nosotros no es el chantilly del postre. Nosotros tenemos una tradición democrática desde Artigas en adelante. Es un siglo y medio de convencimiento democrático, con mil peripecias en el medio, con tiempos buenos y con tiempos malos. Los uruguayos creemos que los problemas del país los debemos resolver entre todos. Esto está incorporado en la gente y es muy importante. Tenemos los dos partidos políticos más antiguos del mundo que vienen de 1836 y tenemos ese convencimiento que las cosas de todos se deben resolver entre todos. *
(*) Esta entrevista realizada por Raúl Legnani, fue publicada en noviembre del año 2000, en La ONDA digital, y es una de las últimas en la que Enrique Tarigo se refiere al plebiscito de 1980, antes de fallecer el 14 de diciembre de 2002
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