El radical derrumbe económico de una familia de la alta burguesía agobiada por las deudas y la necesidad de sobrevivir al cataclismo sin perder la dignidad acorde a las demandas de su linaje, es el disparador temático que aborda “Un castillo en Italia”, la comedia agridulce de la realizadora y actriz ítalo francesa Valeria Bruni Tedeschi.
No es secreto que, para las oligarquías, las dificultades impactan con mayor intensidad a nivel emocional. Un testimonio de ello fue la ola de suicidios derivada del colapso del capitalismo central inaugurado en 2008 en los Estados Unidos, por la implosión de las hipotecas basura y el derrumbe del sistema financiero, que tuvo un ulterior contagio a nivel global.
Si bien las crisis sistémicas suelen afectar más a los sectores de ingresos fijos, es indudable que las clases altas tienen un mayor temor a perder su lugar en la escala social.
Esta película, que es el tercer largometraje dirigido por la cineasta, luego de trabajar detrás de cámaras en “Actrices” (2003) y “Es más fácil para un camello” (2007), ensaya una aguda mirada a las disfuncionalidades de una familia perteneciente a la burguesía industrial.
Este retrato de familia reproduce la idiosincrasia de esta clase social habituada a gozar de privilegios ajenos al resto de los mortales, por las asimetrías del sistema capitalista.
Empero, en este caso, estas personas siempre acostumbradas a una vida apacible, sin sobresaltos e indiferente a los problemas cotidianos de la mayoría de los miembros de la sociedad, deben afrontar una situación de cuasi emergencia.
Esa suerte de íntima crisis económica que horada las certezas y jaquea al patrimonio familiar, se suma a un cúmulo de conflictos de naturaleza doméstica, que pone a prueba la fortaleza emocional de todos los protagonistas.
La síntesis de esas incertidumbres que atraviesa toda la escenografía humana, está representada por Louise (Valeria Bruni Tedeschi), una desencantada e irascible ex actriz perteneciente a un acaudalado núcleo familiar, quien, tras la muerte de su padre, se enfrenta a la encrucijada de una situación económica compleja, por la proliferación de deudas y obligaciones que es necesario asumir.
A esa situación problemática se suman Ludovico (Filippo Timi), un hermano que padece Sida, una madre (Marisa Borini) que vive absolutamente disociada de la realidad y aun sumida en sus burgueses delirios de grandeza y Nathan (Louis Garrell), un novio veinte años más joven.
Empero, aquí la clave es, por supuesto, el añoso castillo al cual alude el título, que es bastante más que una mera estructura física colmada de “tesoros” con historia e identidad propia.
Aunque naturalmente esta propiedad familiar tiene un cuantioso valor económico, también es el símbolo del poderío y abolengo de esa “fauna” social privilegiada.
La mera idea de desprenderse de ese bien tan preciado que tanto representa para todos, provoca una profunda conmoción y escozor y, obviamente, puede ser un síntoma del comienzo de la decadencia terminal de un estilo de vida.
En ese contexto, la acuciante situación económica se transforma en un auténtico trauma para toda la comunidad familiar, forzada a vender por imperio de las circunstancias.
La actriz y cineasta sabe administrar sabiamente las diversas inflexiones de una historia humana que, pese al abolengo de los protagonistas, no parece tan ajena a nuestra cotidianidad.
En ese marco, el guión desarrolla la narración en tres estaciones del año- invierno, primavera y verano- en un discurrir que contempla la evolución de las relaciones afectivas, la involución física del hermano aquejado de una patología terminal y los cambios de humor derivados de la propia coyuntura.
Mixturando el drama con el humor de acento paródico, el relato corrobora que la verdadera fortaleza de un grupo humano no reside en su patrimonio material, sus propiedades o cuentas bancarias, sino en su capacidad para resistir y desafiar a la adversidad.
Inspirada en buena medida en sus propias experiencias autobiográficas, la autora construye un paisaje social cargado de ambigüedades y estéticamente potenciado y enriquecido por lujos varios de ambientación, con la impronta que otorga el prestigioso legado de la cinematografía de ambos países.
“Un castillo en Italia” es un desencantado y radical retrato sobre una clase social privilegiada que enfrenta sus propias encrucijadas y agudas contradicciones, en un tiempo de profundas mutaciones históricas, crisis sistémicas, mercados globales prostituidos por prácticas especulativas, polaridades e incertidumbres.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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