Las simplificaciones y las versiones esquemáticas hacen difícil y aún imposible la comprensión de los fenómenos históricos, sus alcances, su supervivencia e incluso su proyección al futuro.
Esto es efectivamente real y contundente cuando se analiza el fascismo y el nazismo y se ve como el espectro de esos regímenes se manifestó en la práctica de las dictaduras del Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay) de hace medio siglo; como vuelve a levantarse en personajes autoritarios como Trump, como Bolsonaro, como Milei y como se proyecta sobre todo el mundo actual bajo la forma de la incidencia del racismo, el terrorismo y el narcotráfico, íntimamente vinculados, bajo la forma de genocidio y guerra.
Conocida es la frase del “Tigre Clemenceau” (“la guerra es asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares”) y puede parafrasearse para aplicarla a algunos historiadores y divulgadores, amantes de las simplificaciones, de las versiones descafeinadas, de las explicaciones omniscentes cuando no torticeras que, como es natural, evitan las cuestiones peliagudas, relegan los testimonios de época y se autosatisfacen con sus limpios esquemas.
Ninguna época ha generado y sigue generando una producción tan voluminosa de historia y
Algunos historiadores, como Adam Tooze y Götz Aly, han profundizado en la historia económica y la incidencia que las políticas, los planes gubernamentales y el decurso mismo de la guerra tuvieron sobre los sectores dominantes y sobre la gran mayoría de la población alemana. Es cierto que bajo el Tercer Reich, en Alemania, existieron La Orquesta Roja y la Rosa Blanca, heroicas, abnegadas y minúsculas organizaciones de resistencia e inteligencia pero la única acción que pudo afectar el desarrollo de los acontecimientos y fracasó completamente fue una conspiración de aristócratas militares prusianos que atentaron contra Hitler el 20 de julio de 1944. Hay que decir que estos conspiradores no pretendían la paz sino eliminar a Hitler para ofrecer alianza a los Estados Unidos y a Gran Bretaña con el fin de combatir a la URSS i.
Ahora quiero destacar un aporte poco citado pero a todas luces fundamental hecho por un epistemólogo, un historiador de la ciencia y sobre todo de la medicina, Robert N. Proctor. Proctor es estadounidense, nacido en 1954, y actualmente es el profesor titular de Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford. En su ya larga y brillante carrera se ha ocupado de temas de antropología (especialmente de las diferentes interpretaciones de la evolución humana según las cambiantes concepciones sobre raza y cultura).
Proctor fue el primer historiador que testificó judicialmente contra la omnipotente industria tabacalera en 1999, específicamente contra Philip Morris y tiene una importante producción de libros y artículos que combaten el tabaquismo y el uso malicioso de la información científica por las tabacaleras (la agnotology, es decir el estudio de la ignorancia o la duda inducidas activamente por la propaganda).
Precisamente, hace 25 años, Proctor publicó The Nazi War on Cancer (1999), Princeton University Press, Princeton and Harvard. ii En el prólogo, el autor advierte que es un libro tanto sobre el fascismo como sobre la ciencia. En tal sentido aborda la historia de la medicina y las políticas sobre el cuerpo humano desde el punto de vista de la complejidad y la complicidad de la ciencia bajo el fascismo.
Los libros sobre el fascismo están concebidos para conmover o perturbar porque los hechos tomados al por mayor permiten este tipo de tratamiento. Sin embargo, Proctor se propone evocar un tipo diferente de conmoción basada en una nutridísima documentación, que es diferente de las historias corrientes acerca de la medicina nazi y el Holocausto. Estas tienden a referirse a la medicina bajo el Tercer Reich como una época de monstruosos desarrollos, desde la higiene racial, la esterilización forzada, la eutanasia, la experimentación abusiva y brutal y la Solución Final (con los campos de exterminio, la muerte por hambre y sobretrabajo, las masacres).
La participación de los médicos y el personal de la salud en los crímenes raciales de los nazis es perturbadora (ningún grupo profesional tuvo tan alta adhesión a las SS como los médicos). Sin embargo – dice Proctor – es igualmente perturbador el hecho que los doctores y los responsables de la salud pública también se aplicaron a un trabajo que, hoy en día, debe considerarse como avanzado, positivo y socialmente responsable, aunque dichas acciones fueran un desarrollo o consecuencia de la ideología nazi.
Los nutricionistas nazis, por ejemplo, destacaron la importancia de una dieta desprovista de colorantes químicos, aditivos y preservantes. Asimismo promovieron sistemáticamente el consumo de pan integral por su contenido en fibras y vitaminas. Muchos nazis eran ambientalistas y muchos también vegetarianos. El bienestar animal y la protección de las especies era una preocupación. Los médicos nazis procuraban evitar la sobremedicación y también la sobreexposición a los rayos X. Muchos especialistas se preocuparon por la higiene industrial promoviendo mejoras en los lugares de trabajo. Pero uno de los puntos clave de estas preocupaciones médicas y de las políticas de Estado fue la campaña anti tabaco desarrollada para controlar el cáncer, especialmente la incidencia del cáncer de pulmón.
La importancia de esta obra de Proctor es que, munido de una documentación exhaustiva de todas las fuentes de época, estudió las razones por las cuales el fascismo alemán impulsó cierto tipo de ciencia y porqué el recuerdo de la misma desapareció de la memoria histórica. Es más, de la misma manera que los nazis se habían basado en la eugenesia practicada en los Estados Unidos para su política de higiene racial, las campañas por una dieta sana y sobre todo el combate al tabaquismo recién fue reproducido en Gran Bretaña y en los Estados Unidos bien avanzada la década de 1960. El famoso informe del Cirujano General de los EUA que relaciona el consumo de tabaco con el cáncer de pulmón data de 1964.
El interés por analizar que elementos de la ideología nazi alentaron el desarrollo de cierto tipo de ciencia y la razón por la que estos desarrollos desaparecieron de la historia, sirve a un propósito más general: comprender las complejidades de la ciencia y las del nazismo lo cual debe ayudar a desvelar las razones del apoyo masivo que logró el régimen, su supervivencia después de la desaparición del Tercer Reich y la perspectiva del uso ético o el desechamiento de estudios e información provenientes de investigadores que fueron criminales de guerra.
La imagen que generalmente se tiene del fascismo, merced a la teoría del totalitarismo que floreció durante la Guerra Fría, es de una ideología, retórica y valores monolíticos que penetraron en toda la vida intelectual de Alemania. De todas maneras es una concepción por lo menos parcialmente errónea: la ciencia a menudo fue tolerada por los nazis como una servidora fiel y neutral, un motor políticamente ciego del poder económico y militar.
Muchos sectores científicos de Alemania se plegaron en forma entusiasta al fascismo pero lo que resulta tan o más inquietante es que hubo muchos que continuaron trabajando tranquilamente en lo suyo respaldados por el mito de la neutralidad. Desde esta óptica la “ciencia buena” del Tercer Reich no es evidencia de una heroica inocencia ideológica sino de una visión fallida para reflejar la realidad y resistirla (“la pureza irresponsable”).
Referirse a los aspectos positivos de las políticas sanitarias de los nazis no significa ignorar que muchos médicos no fueron simples peones sino activos promotores del exterminio de millones de seres humanos. Lo que sucede es que la historia puede verse en forma diferente, en toda su complejidad y sus contradicciones cuando se sabe que los dirigentes del Tercer Reich no solamente impulsaron los crímenes más horrendos sino que se opusieron al tabaquismo y se preocuparon por la incidencia del cáncer de pulmón producido por el asbesto.
El nazismo fue un fenómeno más sutil y más seductor que lo que comúnmente imaginamos. Las barreras que nos separan a “nosotros” de “ellos” no son tan infranqueables como lo que desearíamos y sobre todo, el fascismo no fue un fenómeno irrepetible, sepultado en el pasado. Hoy en día Gaza es suficiente evidencia acerca de la posible reiteración del Holocausto.
El cáncer y las políticas relativas al mismo, desde la prevención a la curación, es un tópico que sigue siendo revulsivo y por eso es ideal para estudiar en concreto las políticas científicas y desmenuzar su desarrollo puesto que también en la Alemania nazi se manifestó su carácter contradictorio, dinámico y la incidencia de la guerra sobre todos los planes y proyectos. iii
Es también un factor para comprender porqué tantos médicos se plegaron al nazismo. El nazismo no trató solamente de la supremacía racial de “los arios” o de la humillación y finalmente la eliminación de los “discapacitados”; no se trató solamente de la expansión territorial o el asesinato de los judíos y los gitanos. Fue todo eso y además la creación de empleo, la limpieza de las calles, las grandes obras y el cuidado a largo plazo del “patrimonio genético alemán”.
Proctor dice que nada de lo bueno excusa o amortigua lo malo. El nazismo fue la mayor depravación de la cultura, la refutación definitiva del relativismo ético y del solipsismo egoísta. Nada puede cambiar esto pero el autor demuestra que el fascismo es un fenómeno tortuoso y complejo cuyo atractivo es más profundo de lo que nos gustaría admitir y se proyecta en diferentes direcciones. El nazismo no fue popular solamente porque los alemanes odiaran a los judíos. El antisemitismo ocupó un lugar central en la ideología nazi pero no fue la única ni siquiera la principal razón por la que las masas adhirieron a la causa. Los alemanes vieron al nazismo como un movimiento renovador, rejuvenecedor, tanto en la salud pública como en otros ámbitos.
The Nazi War on Cancer está organizado en siete capítulos. Los dos primeros se refieren a los antecedentes de las campañas anti cáncer incluyendo los esfuerzos desarrollados desde el siglo XIX y durante la República de Weimar, en épocas en que la medicina alemana se encontraba a la vanguardia mundial en materia de salud pública. En estos capítulos se detalla el proceso de nazificación de las instituciones sanitarias alemanas, el destino de los investigadores judíos expulsados; la centralidad de la prevención (aún sobre la terapéutica) en la concepción nazi sobre el cáncer; la retórica del nazismo y la terminología técnica.
Los capítulos tercero y cuarto se concentran sobre la genética y las teorías raciales en relación con el cáncer; en la persecución que sufrieron los investigadores judíos; en los trabajos pioneros que se hicieron en materia de higiene industrial para identificar los factores carcinógenos en los lugares de trabajo.
El capítulo quinto aborda la nutrición y la política del cuerpo bajo el nazismo, incluyendo la forma en que el cuerpo de Hitler se transformó en una herramienta propagandística para inculcar en la población un estilo de vida saludable. Como es sabido Hitler era vegetariano, no fumaba y no bebía alcohol.
El sexto capítulo es el más extenso y está íntegramente dedicado a las campañas contra el tabaquismo. Parte del hecho que Alemania mantenía la más amplia e intensa campaña anti tabaco y que la medicina había desarrollado la epidemiología más afinada acerca del tabaquismo. Los epidemiólogos alemanes fueron los primeros del mundo en probar en forma incontrovertible la relación existente entre el tabaquismo y el cáncer de pulmón.
El último capítulo se refiere al desarrollo científico durante la guerra y la posguerra. Esto incluye el desarrollo de armas biológicas; la atenuación de ciertas campañas sanitarias por razones económicas y el destino de la utopía sanitaria del nazismo que incluye naturalmente sus contradicciones (el monopolio de la industria tabacalera privada estaba muy ligado al régimen y nunca dejó de luchar contra las campañas anti tabaco). Además señala que los promotores del tabaquismo intentan desvirtuar las actuales políticas anti tabaco presentándolas como obra de “fanáticos” y aún de “fascistas”.
En suma: la campaña nazi contra el tabaco y la promoción del pan integral son, en cierto sentido, tan fascistas como las estrellas amarillas y las demás escarapelas de colores de los prisioneros en los campos de concentración y los mismos campos de exterminio. Apreciar estas complejidades puede dejar en evidencia las continuidades históricas del fascismo que llegan a nuestros días, los distintos tipos de secuelas que vinculan el pasado con el presente y también entender porqué triunfó el fascismo en primer lugar. Razón demás para que este sea el primer artículo de una serie que habrá de continuar.
Lic. Fernando Britos V.
iDistinto fue el panorama de la Resistencia en los territorios ocupados, en Yugoeslavia, en Grecia, en Francia, en Checoeslovaquia, en Polonia y sobre todo en la Unión Soviética y también sobre este asunto y sus alcances se sigue trabajando y haciendo revelaciones a más de 80 años de lo acontecido.
iiHasta ahora el único libro traducido al español es el que produjo junto con su esposa Londa Schebinger (también historiadora de la ciencia) acerca de la agnotología.
iiiEl cáncer siempre ha sido una enfermedad frustrante, tanto por la naturaleza insidiosa de su desarrollo como por su resistencia a los procedimientos terapéuticos. Los dirigentes nazis querían saber porqué el cáncer había aumentado notoriamente en las décadas de 1920 y 1930. Era un símbolo de dificultad; una enfermedad de la civilización, de la modernidad; un enemigo no vencido. El cáncer se volvió una metáfora de todo lo que estaba mal en la sociedad. El cáncer llama la atención y provoca negación en una forma que deja en evidencia las profundas contradicciones entre la enfermedad y las formas de enfrentarla.
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