¿Hasta dónde se puede hablar de autoexplotación laboral?

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Existen numerosas transformaciones en el mundo del trabajo y no son sólo de introducción de nueva tecnología y de automatización de procesos. De hecho, en las últimas décadas se han implementado nuevas formas de organización del trabajo y se han desarrollado técnicas tendientes a “gestionar” mejor los “recursos humanos”.  En este marco de intentar caracterizar lo nuevo, se ha expandido la idea de “autoexplotación”, pero ¿hasta dónde efectivamente este término da cuenta de lo que sucede?. De algunas de estas cosas, se hablará introductoriamente en este artículo.

Y puede comenzarse precisamente con esto último. Y es que el conocido filósofo coreano radicado en Alemania, Byung-Chul Han ha popularizado la idea de autoexplotación como un cambio cualitativo del mundo del trabajo y de las sociedades en general en el siglo XXI. De este modo, en el que tal vez sea uno de sus mejores aportes, “la sociedad del cansancio” (en verdad hace un tiempo se ha vuelto bastante reiterativo en sus planteos, seguramente con la perspectiva de vender libros), indica que el exceso de trabajo y de necesidad de rendimiento se agudizan y se convierten en autoexplotación.

Agrega Han:  “el explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica” (edición del 2018, página 31).

Seguramente, no haya mucho que discutir sobre efectos psíquicos a nivel de la sociedad en general. Tampoco otras ideas que Han menciona (aunque nunca profundiza) como la constante exigencia de iniciativa, igualmente con esos efectos de “cansancio”.  Pero el concepto de  autoexplotación, puede llevar a confusiones. Por ejemplo, induce a pensar que es posible una explotación personal sin dominación externa. Es como un mecanismo “voluntario” de exigencia social abstracto, donde no existirían dominantes y dominados, explotadores y explotados.

Naturalmente, hay gente que se podrá sentir identificada con la idea porque innegablemente tiene su gancho. El libro mencionado fue un “superventas” en Corea del Sur y el propio Han señaló que de hecho, allí, se ven por todas partes personas durmiendo y que los vagones de metro en Seúl parecen coches cama por la autoexplotación. Pero, ¿no será que esa Corea, uno de los “tigres asiáticos” (que también, geopolíticamente, es un “gatito” de Estados Unidos), modelo de desarrollo a imitar, de expansión tecnológica a publicitar como “el futuro llegó”, es más bien, y por sobre todas las cosas, un modelo de feroz explotación laboral a secas?.

De hecho, la idea de autoexplotación hasta puede resultar contradictorio con los propios planteos de Han en otras partes, pero aquí no se trata de entrar en una discusión teórica académica. Se trata simplemente de llamar la atención en el sentido que bajo la supuesta “autoexplotación” hay otros individuos de carne y hueso, agentes del capital que funcionan como explotadores directos o indirectos.

Hay varias transformaciones en el mundo del trabajo y sociales en general en las últimas décadas que pueden llevar a la ilusión de autoexplotación como decisión personal sin coerción y por la cual desaparece de escena el explotador externo ante una cadena de dependencias y responsabilidades -nacionales y transnacionales- en las que parece que no hay quien se pueda identificar con claridad como cuando Marx hablaba en el siglo XIX de burguesía.

Pero en realidad, hay dueños de grandes empresas que a su vez están en competencia con otros monstruos empresariales, directores de transnacionales preocupados por los accionistas, decisores financieros y gestores de fondos de inversión, cargos gerenciales y hasta mandos medios que hacen “su” trabajo de acuerdo a lo que el capital espera de ellos.  La lista es amplia, pero a todos ellos los podríamos definir con alguna cuota de responsabilidad en conseguir la mayor explotación posible del trabajo de otros aunque hoy suene políticamente incorrecto analizarlo así.

Una de las transformaciones ocurridas es que los mercados del trabajo nacionales se han configurado como una verdadera dictadura social revestida de “libertad” de elegir. El investigador Jorge Moruno (que trabajó críticamente la idea de emprendedurismo) decía, analizando el caso España, que en el 80% de las ofertas de empleo no informan del salario y siempre aparece el temor a preguntar  porque la posibilidad de ser descartado de la elección aumenta. Y no es preciso recordar que el problema se agrava en mercados de trabajo con gran cantidad de gente superflua y excluida. Claro que hay excepciones en “nichos”, por ejemplo en trabajos con calificaciones de informática en Uruguay con gran demanda, pero no constituyen la situación general.  

Otra transformación son los permanentes intentos de legitimación de la hipercompetencia entre trabajadores. Se puede hablar mucho de esto en las sociedades actuales, pero pensemos simplemente en el discurso de justificación en que se basa el principio de la meritocracia. Este principio, que puede estar bastante aceptado dependiendo de la sociedad, implica que la distribución de bienes y beneficios depende principalmente del talento y el esfuerzo individual.

Obviamente esto hace desaparecer de nuestra perspectiva la desigual distribución de capital económico de origen y el capital social y político también desigualmente acumulado para conseguir mejores posiciones. Y lo peor: somos evaluados permanentemente en esa competencia desigual. ¿Tiene usted capacidad de desplazar a otro sin que se note su juego?. Eso habla muy bien de usted: tiene potencialidad de gestionar sus emociones y su comunicación.

¿Cuáles son los límites morales en esta hipercompetencia?. Simplemente pueden correrse hasta pensarse como una gran broma, como en aquella película de Costa Gavras de 2005 conocida como “La Corporación” o “Arcadia (en francés, Le Couperet) en que un ejecutivo despedido que busca acceder a un nuevo puesto laboral (en la corporación Arcadia, precisamente) decide asesinar a la competencia con chances para el mismo puesto.  La hipercompetencia se expande a todos los ámbitos laborales (como las universidades, por ejemplo), no sólo se restringe a las empresas privadas. Su neutralización sólo es posible con organización colectiva fuerte, lo cual hoy no ocurre en general.

En suma, se podría decir que lo que parece autoexplotación no es más que la persistente política deliberada de fragmentación al infinito de los trabajadores buscando la mayor acumulación de capital.  Claro que fragmentar y separar trabajadores no tiene nada de nuevo. En América Latina, por ejemplo, es histórico: se hizo diferenciando a los blancos de indígenas al clasificarlos como inferiores bajo la falsa idea de raza. Lo mismo puede decirse de la división del trabajo en base al género. Y se podría seguir. Lo que es nuevo es el mayor conocimiento aplicado a conformar métodos de gestión de “recursos humanos” como decíamos en la introducción.  De este modo también se pueden crear autopercepciones diferenciadas sobre el trabajo que se desempeña y no pensarse como “clase”.

Una tercera transformación que se puede mencionar rápidamente tiene que ver con la multiplicidad de vínculos que se crean entre trabajo y capital.  Estrictamente tampoco es nuevo. Quién haya trabajado en empresas de servicios temporarios que a su vez trabajan para grandes empresas saben bien que el vínculo laboral es precario y dependiente más allá del intento de manejo de expectativas.  Lo nuevo es el extraordinario abanico de vínculos precarios e informales que abre el mundo de las aplicaciones (todo el universo de repartidores, de traslados en lo que se conoce como “uberización” del trabajo, etc.).

De modo que la idea de trabajador independiente que se “autoexplota”, la idea de ser el propio jefe, esconde la precariedad estructural impuesta por el capital y admitida por los Estados con todas sus consecuencias de vulnerabilidad, disponibilidad permanente y exigencias de adaptación constante. En un contexto, además, de “ejército de reserva” de fuerza de trabajo en clave siglo XXI, es decir en que la explotación extractiva dejó de estar contenida en los muros de fábricas para abarcar ahora a la sociedad en su conjunto.

Como se ve, mucho se podría hablar y discutir de todo esto. De hecho sería necesario observar las diferentes situaciones de explotación que se dan a escala global, pero la idea general puede considerarse planteada: bajo la idea de autoexplotación aparecen las exigencias de la “empleabilidad” con todos los sacrificios personales que ello implica y formas descentralizadas y a veces más difusas de la vieja y conocida explotación. Como sea y teniendo presente lo que entraña el 1º de mayo, contexto en que se escriben estas líneas, parece necesario tener presente estas discusiones pues también de ellas dependen las posibilidades de superación.

27 de abril 2024

* Dr. en Sociología

 

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