Aquí primera Parte:
«Parar el genocidio ya»
// Después del primer capítulo del último ensayo de Enzo Traverso – ‘Gaza ante la historia’ editado ahora en español por Akal que no ha llegado a las librerías montevideanas – seguiremos reseñando los siguientes: ‘Orientalismo’, ‘Razón de Estado’ y ‘Noticias falsas sobre la guerra’. Reproducimos a continuación sus partes medulares desprovistas del aparato erudito habitual en el historiador (numerosas citas bibliográficas y aclaraciones a pie de página), pero que cumplirá la función urgente que se ha propuesto el autor: divulgar los alcances y objetivos del genocidio que Israel está cometiendo contra los habitantes de la Franja de Gaza.
El orientalismo colonialista sigue vivo

En 1978, el erudito palestino-estadounidense Edward Said publicó su influyente y polémico libro, El Orientalismo, y redefinió ese término para describir la tradición occidental dominante, tanto académica como artística, que justifica las actitudes de Europa y su progresivo imperialismo desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Traverso sostiene que el orientalismo no ha muerto y sus axiomas no han cambiado. Se apoyan en una dicotomía ontológica imaginaria entre civilización y barbarie, progreso y atraso.
Como dijo Said, Occidente es incapaz de definirse a si mismo si no es en oposición a la alteridad radical de una humanidad colonial, no blanca y jerárquicamente inferior. Antes el Occidente conquistador pretendía difundir su civilización; hoy se ve como una fortaleza sitiada. El tropo de la dicotomía entre civilización y barbarie se reformula ahora como la oposición entre democracia occidental y terrorismo islámico.
El ejército israelí ha desarrollado un programa llamado Habsora (Evangelio) que selecciona automáticamente sus objetivos y funciona como “una fábrica de asesinatos en masa”. Los misiles no son lanzados al azar. Todo es intencional. Un segundo plan de eliminación (Lavender) quedó en evidencia después del asesinato de siete funcionarios de Naciones Unidas. LA Inteligencia

Artificial (IA) había identificado a 37.000 subordinados no combatientes de Hamás para ser eliminados mediante bombas tontas (dumb bombs) que, a diferencia de las bombas inteligentes (smart bombs) son menos costosas y nada “quirúrgicas”. Los algoritmos no están programados para distinguir el valor de la vida humana en función de raza, religión o ciudadanía y decidió eliminar a los funcionarios de Naciones Unidas que lógicamente no eran combatientes sino australianos, británicos y polacos.
Las bombas que alcanzaron al convoy humanitario de las Naciones Unidas son las que se usan contra los palestinos porque según explicó un oficial israelí “nadie quiere gastar bombas caras en gente sin importancia”.
Desde el 7/10, el umbral de tolerancia a “daños colaterales” se ha ampliado considerablemente. Miles de niños han sido asesinados por bombardeos programados por algoritmos de IA. Hasta mayo pasado, Hamás ha matado “bárbaramente” a casi 1.200 israelíes, entre ellos 800 civiles. El Tzahal (el ejército israelí) ha matado “de forma inteligente” a 34.000 palestinos, quizás una cuarta parte de ellos combatientes de Hamás. Se estima que 20.000 víctimas se encuentran todavía bajo los escombros.
Todo está planeado: la destrucción de carreteras, edificios, escuelas, hospitales, universidades, museos, monumentos e incluso cementerios arrasados mediante excavadoras; cortes de agua, electricidad, gas, combustibles e internet.. Impedir el acceso a alimentos y medicamentos a los desplazados; evacuación de 1.800.000 habitantes al sur de la Franja donde vuelven a bombardearlos; enfermedades, epidemias y hambruna.
Tras fracasar en su intento de eliminar a Hamás, el Tzahal ha empezado a liquidar a los intelectuales palestinos: académicos, médicos, científicos, administradores, técnicos , periodistas, artistas y poetas. La palabra genocidio está prohibida en los medios de comunicación.
Estamos en el corazón de la “dialéctica de la razón”: la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, expresión de una idea universal de humanidad heredada de la Ilustración, choca con los prejuicios orientalistas. El Derecho afirma principios universales pero las grandes potencias quieren enmarcarlo en sus propios mecanismos de dominación. La Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas advirtió sobre el riesgo de genocidio en Gaza tras la denuncia de Sudáfrica, mientras que la Corte Penal Internacional ha solicitado el arresto de Netanyahu y su ministro de Defensa, acusados de crímenes contra la humanidad por parte de un fiscal británico de origen pakistaní. Básicamente es un cambio simbólico – tanto cultural como político – que los jefes de Estado occidentales califican de “escandaloso” e intolerable.
Cuando el orientalismo alcanzó su apogeo, a principios del siglo XX, los judíos formaban parte de Occidente como huéspedes no bienvenidos, excluidos y despreciados. Sin embargo, excluidos del poder, los judíos encarnaban la conciencia crítica de Europa. Su pensamiento – señaló Said – actuaba como “contrapunto” del discurso dominante. Hoy están limpios de toda infamia, se han vuelto completamente “blancos” y se encuentran a gusto dentro de la llamada civilización “judeocristiana”. “No solo son parte de Occidente – advierte Traverso – sino que incluso se han convertido en su símbolo. Son amados y adorados por quienes antes los despreciaban y perseguían. En Europa Occidental, la lucha contra el antisemitismo se ha convertido en un estandarte tras el cual se agrupan los posfascistas y de extrema derecha, dispuestos a combatir “la barbarie islámica” aun antes de haberse despojado de los viejos prejuicios antisemitas”.
El odio racial existía en la Europa blanca. A fines del siglo XIX iba más allá de las divisiones religiosas y durante la Segunda Guerra Mundial se transformó en una política de exterminio (que no solamente afectaba a los judíos). “Ahora que los judíos se han pasado al lado bueno – afima el autor – Netanyahu parece decidido a restablecer la “linea de color”. La peculiar alianza entre los supremacistas judíos de Israel y los supremacistas blancos de Estados Unidos, que figuran entre los más entusiastas defensores de las colonias de Cisjordania, así como el abrazo entre los halcones de la derecha proisraelí y los dirigentes del Rassemblement National de Marine Le Pen en el Parlamento francés, son prueba elocuente de ello”.
La paradoja es que esta imaginaria “linea de color” se da en un mundo globalizado, mezclado e híbrido. Traverso dice que incluso Italia, que durante más de un siglo “invadió” el mundo con sus emigrantes, se ha vuelto un país multiétnico y agrega que los judíos orientales (Mizrahí) y de Oriente Medio constituyen la mitad de la población israelí. La “linea de color” es una representación mental y política que ya no se corresponde con la realidad, sino que es tanto más sólida cuanto más ficticia es.
Para los supremacistas judíos de Israel y sus fervientes admiradores, los evangélicos y supremacistas blancos de los Estados Unidos, junto con sus nuevos aliados de la extrema derecha estadounidense y europea (y latinoamericana agregaríamos nosotros apuntando a Milei y a Bolsonaro), la “linea de color” se ha restablecido.

Además, Traverso cita a Gilbert Achcar, el libanés profesor de la Universidad de Londres, que ha señalado que los judíos gozan hoy de la “compasión narcisista” de Occidente, un sentimiento que tiene que ver con una especie de solidaridad evocada mucho más por calamidades que golpean a gente como nosotros, y mucho menos por calamidades que afectan a gente distinta a nosotros.
Otra inversión significativa. El Estado de Israel nació en 1948 en circunstancias excepcionales de la posguerra. Fue el producto tardío de un consenso (la alianza entre las democracias occidentales y la URSS que ya se estaba desintegrando por el comienzo de la Guerra Fría). La primera guerra contra los países árabes la libró Israel con armas checas y con ayuda de la URSS.
El ideal igualitario de los kibutz, donde la ausencia de trabajadores árabes permitía evitar la explotación colonial de la mano de obra autóctona, pronto se transformó en una trampa y llevó a la creación de un sistema implacable de exclusión. Hannah Arendt escribió en 1950 que ser anticapitalista en Palestina significaba casi siempre ser antiárabe. A lo largo de décadas y guerras con sus vecinos este sistema se convirtió en un apartheid. Israel no nació como un “bastión del imperialismo”, como sostiene un clisé tercermundista – advierte Traverso – aunque lo que en realidad era el deseo inicial de Herzl se convirtió en ello al final de un largo camino de integración en el campo occidental. “Netanyahu es la sombría encarnación de esta metamorfosis”.
El sionismo como colonialismo eliminacionista
El historiador Zeev Sternhell aplicó a la historia del sionismo los mismos criterios analíticos que había utilizado para interpretar los nacionalismos europeos. Un movimiento nacido en Europa Central a fines del S. XIX como respuesta a la crisis del liberalismo y al proceso de emancipación no podía escapar a las limitaciones culturales de su época. El socialismo de los padres fundadores era una capa exterior y superficial que servía a un nacionalismo vigoroso y convencional. Algunos ideólogos sionistas mencionados por Traverso, como Haïm Arlosoroff y Nachman Syrkin se inspiraban abiertamente en el nacionalismo alemán de Spengler y de Moeller van der Bruck y el filósofo Martin Buber hacía una idealización mística de “la sangre judía”.
Sin embargo, el sionismo buscaba una solución política a los problemas de un pueblo oprimido. Nació como una reacción al antisemitismo que era una de las dimensiones de “la gran batalla contra la Ilustración” que dominaría el siglo XX. Sucede que quiso combatir al antisemitismo con las mismas ideas que empleaba el nacionalismo en toda Europa. La única diferencia era que se apoyaba en la Biblia para reclamar una especie de derecho divino de título de propiedad de los judíos sobre Palestina.
Desde sus orígenes, el sionismo era contradictorio y se situaba como a medio camino entre un movimiento de liberación nacional y un movimiento colonialista clásico. El movimiento sionista de izquierda (como el marxista Poale Zion de Dov Ber Borojov) acabó siendo absorbido por el sionismo colonialista. La lucha por un refugio acabó en una guerra para crear un Estado exclusivamente judío del que debían ser expulsadas las poblaciones indígenas, como lo habían hecho otros colonialismos europeos en Norteamérica, Australia y Sudáfrica.
Israel nació en 1948 cuando el mundo entraba en un gran proceso de descolonización y el mundo árabe había desarrollado una conciencia nacional. Como el proyecto sionista era crear una sociedad nacional sin árabes, los dirigentes siempre se preocuparon por mantener un equilibrio entre los componentes laicos y los religiosos. Los primeros siempre propensos a los excesos del nacionalismo colonial y jerárquico y los segundos – que durante mucho tiempo habían sido minoritarios en el judaísmo – reivindicaban el territorio en nombre del mito bíblico. Si los judíos eran los habitantes legítimos de Palestina, los árabes eran ocupantes abusivos y la colonización no era más que un retorno que necesariamente requería la expulsión de los intrusos.
Las dos formas de colonialismo, el laico y el religioso, siempre han estado inseparablemente unidas en el sionismo. Sternhell, citado por Traverso, concluía que la Biblia ha sido, en los hechos, el argumento supremo del sionismo. Actualmente, estas dos tendencias del sionismo se han fusionado en un proyecto teológico-político de carácter radical y redentor. Aquel sionismo socialista desapareció por completo.
En 1896, Theodor Herzl publicó el texto fundacional del sionismo (Der Judenstaat) y allí definía al futuro Estado judío como “un puesto avanzado de Europa frente a Asia, la vanguardia de la civilización contra la barbarie”. Ciento treinta años después los términos son los mismos pero Netanyahu es mucho más escuchado y respetado que Herzl. Israel ha violado el Derecho Internacional durante décadas y ahora está destruyendo Gaza con la armas proporcionadas por los Estados Unidos, Alemania, Italia y otros países europeos.
“Estados Unidos podría detener la guerra en unos días – afirma Traverso – pero no quiere retirar su apoyo a un gobierno corrupto de extrema derecha formado por fundamentalistas, racistas y criminales. No puede hacerlo porque este gobierno es parte integrante de su orden geopolítico y porque siente una empatía “narcisista” por los israelíes que no puede extender a los árabes”.
¿Qué es la “razón de Estado” de las potencias europeas?
En la Unión Europea, la memoria del Holocausto se celebra ritualmente como una religión civil de la democracia y los derechos humanos. Sin embargo, esta “religión civil” está abandonando su intención original y se identifica cada vez más con la defensa de Israel y la lucha contra el antisionismo, considerándolo una forma de antisemitismo. Sucesivos Cancilleres alemanes han declarado repetidamente que el apoyo incondicional a Israel tiene para Alemania la fuerza de una “razón de Estado” (Staatsraison). Desde el 7/10, el gobierno que encabeza Olaf Scholz ha creado en el país, con el apoyo de los medios de comunicación, un ambiente de caza de brujas contra cualquier forma de solidaridad con Palestina.
Alemania es una expresión extrema de una tendencia más amplia y eso ha producido, especialmente en Francia y en Estados Unidos, que muchos judíos se hayan manifestado contra dicha tendencia diciendo “no en mi nombre”. La “razón de Estado” designa un concepto ambiguo que evoca una cara oculta y oscura del poder que se atribuye a Maquiavelo (a pesar de que no aparece en sus escritos). Se refiere a una transgresión o violación de las leyes en nombre de un imperativo superior de seguridad. Invocando la “razón de Estado”, los servicios secretos de países que han abolido la pena de muerte planean la ejecución clandestina de terroristas y personas que consideran como criminales que amenazan el orden público.
Es decir, que la “razón de Estado” se refiere a un poder político que viola sus propios principios éticos en nombre de un interés superior, normalmente el interés del poder. De este modo se confiere validez a un conjunto de acciones ilegales e inmorales que constituyen una especie de cara oculta de la ley.
Traverso cita la definición del historiador del pensamiento político Norberto Bobbio que resumió el concepto diciendo: “por razón de Estado se entiende ese conjunto de principios y máximas en función de las cuales acciones que no estarían justificadas si las realizara un individuo, no solo lo están. Sino que en algunos casos incluso se ensalzan y glorifican si las lleva a cabo el príncipe o quienquiera que ejerza el poder en nombre del Estado”.
La apología de las masacres responde a la teoría de que el fin justifica los medios, como por ejemplo, los argumentos utilizados por el gobierno de Bush en los Estados Unidos para invadir Iraq, después del 11 de setiembre del 2001. “Tras la razón de Estado no hay democracia, hay Guantánamo”.
Cuando Alemania apoya a Israel invocando su propia Staatsraison, está admitiendo en forma implícita el carácter moralmente dudoso de su política. Básicamente, lo que le dice Scholz a Netanyahu es que son conscientes de que Israel comete crímenes pero que considera que esos medios reprobables son necesarios y están justificados porque consolidan el poder del Estado judío, un objetivo que Alemania comparte incondicionalmente.
Esta postura degrada la imagen de Alemania y cuestiona los principios básicos de la democracia liberal. Son muchos quienes observan que Gaza es otro genocidio puesto en marcha o aprobado por Alemania en poco más de un siglo, tras el exterminio de los herero y los nama en la Namibia colonial y la aniquilación de judíos y gitanos durante la Segunda Guerra Mundial.
Traverso advierte que el apoyo incondicional a Israel aporta ciertas ventajas. Por un lado traslada la carga de la culpa histórica de los alemanes a las espaldas de los palestinos, lo que permite a Alemania presentarse como un enemigo inflexible del antisemitismo. Por otro lado ubica claramente la política exterior de Berlín en el campo occidental y finalmente marca un giro xenófobo en la política interior porque convierte a la lucha contra el antisemitismo en un arma para disciplinar y amordazar a los inmigrantes y a las minorías identificadas con el Islam.
El apoyo incondicional a Israel está empañando la cultura democrática, la educación y la memoria construidas a lo largo de varias décadas en Alemania, especialmente tras la Historikerstreit y la reunificación. “De este modo – concluye Traverso – esta política proyecta una sombra siniestra sobre el Memorial del Holocausto que se alza en el corazón de Berlín: en lugar de materializar una conciencia histórica atormentada, las virtudes de la memoria y los ritos del luto, aparece ahora como un fastuoso símbolo de hipocresía nacional”.
Noticias falsas sobre la guerra
“En 1921, el historiador Marc Bloch escribió un interesante ensayo sobre la difusión de noticias falsas en tiempos de guerra”. Al principio de la Primera Guerra Mundial, inmediatamente después de la invasión de Bélgica por el ejército alemán, los periódicos del país invasor empezaron a difundir informaciones sobre increíbles atrocidades perpetradas por “belgas de ambos sexos” que se comportaban como “bestias sedientas de sangre”. Las noticias eran falsas pero en el clima creado por la guerra se presentaron de inmediato como verdades indiscutibles.
Las noticias falsas (fake news) sostuvo Bloch son el espejo en que la conciencia colectiva contempla sus propios rasgos y añade que, desde el momento en que se derramó sangre, las noticias falsas quedaron definitivamente validadas: “hombres movidos por una rabia ciega y brutal pero auténtica, habían incendiado y disparado; lo que ahora les importaba era mantener una fe absolutamente cierta en la existencia de “atrocidades”, que era lo único que podía dar a su furia una apariencia de justicia”.
Al leer la prensa occidental en las semanas que siguieron al ataque del 7/10, parecía que los mitos antisemitas más antiguos se habían reactivado de repente para volverse contra los palestinos. Muchos historiadores de la Inquisición y el antisemitismo han estudiado el papel desempeñado por la mitología del “asesinato ritual” desde la Edad Media hasta la Rusia zarista. El rumor de que los judíos mataban niños cristianos para utilizar su sangre con fines rituales se difundía regularmente antes de que estallara un pogromo. “Del mismo modo, después del 7 de octubre, la mayoría de los medios de comunicación occidentales, incluidos muchos periódicos que suelen considerarse serios, publicaron informaciones falsas sobre mujeres embarazadas destripadas, docenas de niños decapitados y bebés arrojados a hornos por combatientes de Hamás. Periodistas de televisión dijeron con gesto severo e indignado que tenían imágenes terribles de atrocidades que no difundían para no herir a los espectadores. Estas invenciones puestas en circulación por el ejército israelí fueron inmediatamente aceptadas como pruebas (…) para ser abandonadas o desmentidas en voz baja unas semanas más tarde.(…) La rectificación de estas mentiras fue especialmente discreta en los medios tradicionales; era importante no perturbar la narrativa dominante de la barbarie de Hamás, el odio antisemita y la victimización de Israel”.
Lic. Fernando Britos V
Foto pagina de www.indiatoday.in
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