Parar el genocidio ya

Tiempo de lectura: 10 minutos

Enzo Traverso acaba de publicar ‘Gaza davanti alla storia’ (mayo/junio 2024) reclamando detener el genocidio que Israel está llevando a cabo en la Franja de Gaza. Este es el primero de una serie de artículos a través de los que  reseñaremos lo que el autor califica como un breve ensayo urgente.

Se suele describir a Israel como una especie de isla democrática en medio de un océano oscurantista de fanatismo islámico y a Hamás como un ejército de bestias sedientas de sangre. Esos supuestos esenciales son los mismos que, en el siglo XIX, blandía Occidente mientras perpetraba genocidios coloniales en nombre de su misión civilizadora. Nosotros agregaríamos que tales supuestos también imperaron cuando las distintas fases de la conquista de las Américas a partir del siglo XV: civilización frente a barbarie, progreso frente a atraso, paganismo frente a religión. En este contexto, junto a las declaraciones rituales sobre el derecho de Israel a defenderse, nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a resistir una agresión que sufren desde hace décadas.

El ataque del 7 de octubre fue atroz pero hay que analizarlo y no solo condenarlo y para ello – dice Traverso – hay que recurrir a todas las herramientas críticas de la investigación histórica. Si la guerra de Gaza acabara en una segunda Nakba, la legitimidad de Israel se vería completamente comprometida. Nada podría redimirla – advierte – ni las armas estadounidenses, ni los grandes medios de comunicación occidentales, ni la memoria distorsionada e indignada del Holocausto sería capaces de hacerlo. El exterminio de Gaza socavará todos los supuestos de nuestra conciencia moral: la distinción entre el bien y el mal, el opresor y el oprimido, los perpetradores y las víctimas.

El ataque de Hamás del 7/10 fue objeto de una condena necesaria y comprensible. En cambio, la furia asesina y devastadora desatada por Israel provocó reacciones opuestas, “fruto de un distanciamiento avergonzado pero siempre indulgente”.

Traverso aclara que no es un estudioso del Oriente Medio ni del conflicto árabe-israelí. No pretendo explicar esta guerra – dice – otros lo hacen mucho mejor que yo con herramientas y conocimientos que no poseo. Pero lo que si hace es escudriñar, con ojo crítico, el debate político e intelectual que ha suscitado la crisis de Gaza. Hecha esa advertencia, el autor se lanza a desenredar el nudo de historia y memoria que la envuelve, asumiendo riesgos precisamente porque no cultiva la ilusión de una ciencia “axiológicamente neutra”.

Un tema amplio pero urgente porque todo el mundo ha comprendido que esta guerra marca un punto de inflexión. La guerra de Gaza encontrará sus historiadores en el futuro pero, por el momento, “solo podemos observar los usos públicos del pasado que la acompañan y reflexionar sobre la ayuda de la historia para escrutar el presente y sobre todo la instrumentalización, a menudo cuestionable y a veces despreciable, de que es objeto”

En un primer capítulo, titulado “Ejecutores y víctimas”, Traverso recurre al alemán W.G. Sebald (autor de ‘Sobre la historia natural de la destrucción’) que se pregunta el porqué del silencio respecto al sufrimiento por parte de sus compatriotas al final de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, había 600.000 muertos en las ciudades bombardeadas, un número aún mayor de ciudadanos heridos, varios millones de habitantes sin techo y varios millones más deambulaban como refugiados. Ese sufrimiento extremo fue censurado por una sociedad que había enmudecido y su silencio tenía profundas razones. Los alemanes sabían que cuando el fuego arrasaba sus ciudades, la Wehrmacht, la policía y las SS estaban cometiendo crímenes mucho más graves. Se encerraron en la vergüenza y el silencio culpables y en el frenesí con el que trabajaron para desescombrar y reconstruir las ciudades.

Son incuestionables los sufrimientos de los millones de alemanes expulsados de Europa Central pero el filósofo Martin Heidegger los evocó para presentar a Alemania como víctima. Su discípulo, el psicoanalista Herbert Marcuse rompió relaciones con él porque advirtió que Heidegger se había situado fuera de la dimensión en la que es posible el diálogo entre seres humanos.

Recién a fines de la década de los 90, cuando Alemania reunificada integró plenamente en su conciencia histórica la memoria de los crímenes nazis, es que pudo estudiar y reconocer sus propios sufrimientos durante la Segunda Guerra Mundial y debatirlos públicamente sin que aparecieran como excusas o intentos por autoabsolverse.

En lo relativo a Gaza, Traverso dice que tiene la impresión que la mayoría de los comentaristas y analistas se han vuelto “heideggerianos” que confunden a los agresores con las víctimas. La diferencia es que los agresores de ahora  no son los vencidos sino los vencedores.

En los genocidios siempre hay verdugos y víctimas pero los futuros historiadores de la guerra de Gaza tendrán que hacer una valoración diferente de la que hizo Sebald porque ahora los papeles parecen haberse invertido. Mientras destruye Gaza con sus bombas, Israel se presenta como la víctima de la mayor matanza y robo de gentes indefensas de la historia (pogromo) desde el Holocausto. La escena es paradójica, una especie de Juicio de Nuremberg al revés, donde no se juzgan los crímenes cometidos por los nazis sino las atrocidades (indiscutibles) cometidas por los aliados.

Los juicios de Nuremberg son el símbolo de la justicia de los vencedores y estuvieron llenos de contradicciones pero nadie pudo cuestionar la culpabilidad de los acusados. Por el contrario, después del 7/10 siempre se presenta a Israel como la víctima y a la destrucción de Gaza como un exceso lamentable cometido por un Estado amenazado que se defiende.

A mediados de la década de los 80 del siglo pasado se produjo el gran debate alemán sobre el pasado hitleriano: la Historikerstreit o polémica de los historiadores. El historiador conservador Ernst Nolte dijo    que los crímenes nazis eran una reacción, culpable sin dudas, pero nacida en la lucha contra una amenaza encarnada en el bolchevismo. Hoy, lo que era el bolchevismo para los nazis, ha pasado a ser Hamás, un movimiento cuya única razón de ser sería el odio a Israel.

Traverso recurre al alemán W.G. Sebald (autor de ‘Sobre la historia natural de la destrucción’) que se pregunta el porqué del silencio respecto al sufrimiento por parte de sus compatriotas al final de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, había 600.000 muertos en las ciudades bombardeadas, un número aún mayor de ciudadanos heridos, varios millones de habitantes sin techo y varios millones más deambulaban como refugiados

Cuando la Guerra Fría empezaba a desvanecerse, todos los conservadores defendían a Nolte que se había referido a los motivos de Hitler. Como la visión del mundo de este se basaba en una forma radical de antibolchevismo, tenía que haber un atenuante; había que relativizar los crímenes nazis. Los grandes periódicos, que entonces defendieron a Nolte, se han convertido hoy en férreos partidarios de Israel. En este siglo, el fundamentalismo islámico, con el que identifican a Palestina, amenaza a Occidente como lo hizo el comunismo en el siglo XX.

Las motivaciones ideológicas del pro israelí, tan inflexible en su lucha contra el antisemitismo, son básicamente las mismas que hace más de cuatro décadas les impulsaban a ser indulgentes con las apologías del nazismo encarnadas por Nolte. Se trata de unja inversión de las partes: hace 40 años las víctimas eran los alemanes, no los judíos; hoy las víctimas son los israelíes, no los palestinos.

El discurso dominante sobre el 7 de octubre hace de esa fecha una “epifanía negativa”, es decir una manifestación o aparición repentina: de repente apareció el mal y de ello surgió una guerra reparadora. “El contador se ha puesto a cero” dice Traverso, como si esa fecha fuera el único origen de la tragedia. La Franja de Gaza, un territorio habitado por 2.400.000 personas, sometidas a una segregación total durante 16 años se ha convertido en “la cuna del mal”.

La destrucción de Gaza es la culminación de un largo proceso de opresión y desarraigo. En agosto del 2002, Edward Said describió la violencia israelí en los siguientes términos: “Gaza está rodeada en tres de sus lados por una alambrada electrificada, aprisionados como animales, los habitantes se ven incapaces de moverse, de trabajar, de vender las verduras que cultivan, de ir a la escuela. Están expuestos a los ataques de helicópteros y aviones israelíes, mientras en tierra son abatidos como conejos por blindados y ametralladoras. Hambrienta y miserable, Gaza es, desde el punto de vista humano una pesadilla compuesta (…) por miles de soldados dedicados a la humillación, el castigo y el debilitamiento intolerable de cada palestino, independientemente de su edad, sexo o estado de salud. Los suministros médicos son retenidos en la frontera, las ambulancias son tiroteadas o se entorpece su tránsito. Se derriban y arrasan cientos de casas y tierras de cultivo y se destruyen cientos de miles de árboles en nombre de un castigo colectivo sistemático a los civiles, en su mayoría refugiados como consecuencia de la destrucción de su sociedad en 1948”.

Traverso señala que el 7/10 no es un estallido repentino de odio pues tiene una larga genealogía. Es una tragedia metódicamente preparada por quienes hoy se visten de víctimas. Desde la retirada de Israel en el 2005, la Franja de Gaza ha sufrido continuos ataques por las Fuerzas de Defensa de Israel que han causado miles de muertos: 1.400 en el 2018 (frente a 13 israelíes); 170 en 2012; 2.200 en 2014.

El 30 de marzo del 2018, una gran manifestación pacífica contra el bloqueo acabó en masacre: 189 muertos y 6.000 heridos. Entre el primero de enero y el 6 de octubre del 2023, las fuerzas israelíes ya habían matado a 248 palestinos en los territorios ocupados y detenido a 5.200. Entre el 2008 y el 6 de octubre de 2023 los militares israelíes mataron a más de 6.400 palestinos, de ellos más de 5.000 en Gaza, e hirió a 158.400, mientras que las víctimas israelíes por la acción de grupos islamistas fueron 310 y los heridos 6.400.

En Gaza los refugiados palestinos son más de un millón y medio, más de la mitad de la población de la franja. El desempleo es más del 50% y el 80% de los habitantes viven en la pobreza. El PBI no ha dejado de disminuir en los últimos años. La intervención humanitaria de las Naciones Unidas (suspendida hace unos meses por varios países de la Unión Europea) es cuestión de vida o muerte. El 75% de los habitantes tienen menos de 25 años y han vivido segregados desde su nacimiento. Poco más allá de la barrera electrificada (protegidos por la llamada “Cúpula de Hierro”) los israelíes viven como en Europa.

El concepto de genocidio no puede usarse a la ligera – advierte Traverso – porque pertenece al ámbito jurídico y, como lo han señalado muchos investigadores, no se adapta bien a las ciencias sociales. No podemos usar ese concepto sin tomar precauciones pero tampoco podemos ignorarlo. La única definición clara es la de la Convención de las Naciones Unidas de1948  que se adapta perfectamente. En el capítulo II dice que se entiende por genocidio “cualquier acto cometido con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal. Se trata de un proceso que adopta las siguientes formas: a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de miembros del grupo: c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo”.

El 15 de octubre del 2023, 800 académicos de diferentes disciplinas dieron la alarma sobre el riesgo de genocidio en Gaza. Raz Segal, catedrático de Holocaust and Genocide Studies de la Stockton University, Nueva Jersey, Estados Unidos, declaró que Gaza era “un caso de genocidio de manual”, criterio que comparte Dirk Moses uno de los estudiosos más autorizados sobre el tema.

El 28 de octubre de 2023, Netanyahu hizo una declaración remitiéndose al bestial pasaje del Deuteronomio que evoca el exterminio de los amalecitas por los judíos: “mata a hombres y mujeres, niños y pequeños, vacas y ovejas, camellos y asnos”. El historiador israelí Omer Bartov, uno de los firmantes del llamamiento del 15/10, advirtió que bajo el impacto de la Shoah, la Convención de las Naciones Unidas “puso el listón muy alto, suscitando la propensión a identificar al genocidio como un acontecimiento de alcance, claridad ideológica y eficacia burocrática similares al exterminio de los judíos” (de modo que el genocidio debiera parecerse al Holocausto para merecer tal nombre).

Sin embargo, no todos los genocidios son de la misma magnitud ni utilizan los mismos métodos. Se puede exterminar con proyectiles, cámaras de gas, machetes, deportando a miles a un desierto (como en Namibia en 1904 o Anatolia en 1916), generando hambrunas como en Bengala en 1943 o destruyendo ciudades sistemáticamente mediante bombardeos planificados mediante Inteligencia Artificial (IA).

El exterminio de los judíos europeos  respondió a diversos objetivos, entre ellos un imperativo ideológico y racial; los genocidios coloniales perseguían la conquista y el sometimiento, otros como el de los nativos norteamericanos fueron limpiezas étnicas para sustituirlos (Salsipuedes también).

La historia de la Guerra de Gaza se escribirá en las próximas décadas y sus motivaciones actualmente confusas serán evaluadas, hoy lo que hay que hacer es detenerla. La alarma contra un genocidio cumple esa función. Quienes interpretan esta advertencia como una forma de antisemitismo dirigda a minimizar el Holocausto o cuestionar su carácter único y singular solo demuestran “lo miope, insensible y dañina que puede llegar a ser una memoria convertida en un culto exclusivo y autorreferencial”.

El concepto de guerra no es del todo apropiado para definir lo que está ocurriendo en Gaza, donde no se enfrentan dos ejércitos, sino donde una maquinaria bélica muy poderosa y sofisticada está eliminando metódicamente un conjunto de centros urbanos habitados por casi dos millones y medio de personas. Se trata de una destrucción unidireccional, continua e inexorable. No estamos ante dos ejércitos sino ante víctimas y victimarios. Esta es precisamente la lógica del genocidio.

Flagrante hipocresía es la de negar a los combatientes de Hamás la condición de adversarios legítimos, reduciéndolos a una banda de terroristas, y por otro lado, definiendo a los miles de civiles palestinos muertos durante la destrucción planificada como “daños colaterales” o como víctimas de “crímenes de guerra”. Los crímenes de guerra, intencionales o accidentales, no son el propósito de una guerra sino su consecuencia. Por el contrario, la destrucción de Gaza es el objetivo de la ofensiva israelí. Los dirigentes más extremistas se plantean una limpieza étnica y la recolonización de la Franja de Gaza. Un genocidio no puede reducirse a un crimen de guerra.

El 20 de mayo pasado, el Fiscal de la Corte Penal Internacional pidió una orden de detención (captura) contra Netanyahu y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, por crímenes de guerra. Israel ha hecho caso omiso y continua con su campaña homicida y sus aliados no han hecho otra cosa que mostrarse escandalizados. (F.B. 31/8/2024)

Lic. Fernando Britos V

 

 

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.